sábado, 22 de noviembre de 2014

BASE AXIOLÓGICA DE LA EPISTEMOLOGÍA POPPERIANA

La Base Axiológica de la Epistemología popperiana


Referencia: Centro de Estudios de Filosofía Analítica.
Analítica, Año 5, N.º 5, Lima, 2011; pp. 81-94--
autor: José Eduardo Rosales Trabuco, 10 abril 2011
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

En este artículo nos proponemos explicitar la base axiológica de la epistemología de Karl Popper. En esta base no sólo destacan valores de carácter epistémico, como la verdad y la objetividad, sino que son importantes también los valores no epistémicos, vale decir, aquellos otros éticos y políticos. Su concepción epistemológica puede ser mejor aprehendida en tanto se explicite no sólo la imagen de ciencia que subyace en sus obras, sino, además, los valores que la sustentan. Nuestra tarea, justamente, será explicitar todos estos valores. Para cumplir con este propósito debemos delinear las principales características de la concepción política popperiana, es decir, su modo de entender la democracia y la sociedad abierta.

1. La concepción popperiana de la ciencia

Si quisiéramos resumir la concepción de Karl Popper sobre la ciencia podríamos considerar esta frase que data de 1978: “(…) ciencia no es posesión de conocimiento, sino búsqueda de la verdad” (Popper, 1998: 27). Precisamente, esta idea es la que se expresa en el siguiente pasaje, donde se aprecia que la vida intelectual filosófica o científica es una búsqueda sin término:

(…) creo que no hay más que un camino hacia la ciencia o hacia la filosofía, en este sentido: encontrar un problema, ver su belleza y enamorarse de él; casarse con él y vivir feliz con él, hasta que la muerte os separe, a menos que uno encuentre otro problema más fascinante aún, o al menos, naturalmente, que encuentre una solución. Pero incluso si uno encuentra solución, puede descubrir entonces, para su delicia, la existencia de toda una familia de encantadores, aunque quizá difíciles, problemas hijos por cuyo bienestar puede trabajar, con un objetivo, hasta el fin de sus días. (Popper, 1985: 48)
A pesar de que el objetivo es inalcanzable, Popper no niega los éxitos conseguidos en la actividad científica. La propuesta popperiana implica entender las teorías científicas como instrumentos o redes racionales que nos ayudan a ordenar el mundo y hacerlo predecible. Ahora bien, teniendo en cuenta que esta pretensión podría ser alcanzada también por los mitos, ¿qué distingue a la ciencia de otras formas de conocimiento como el mito? Al respecto, Popper dirá que en última instancia éste y aquélla pertenecen al ámbito de la doxa (opinión), pero lo que diferencia a las teorías científicas de los mitos es una tradición crítica, es decir, la actitud razonadora que implica una discusión crítica.

Las teorías científicas son creaciones humanas falibles cuyo éxito no está asegurado por más grande que sea el ingenio que se aplique. No debemos perder de vista que una teoría científica es siempre un intento de resolver un problema, y que la teoría será más valiosa y fecunda en tanto plantee nuevos problemas. Popper llevará esta idea más lejos al decir que

(…) la ciencia sólo comienza con problemas (…) [dado que] sólo a través de un problema adquirimos conciencia de que estamos sosteniendo una teoría. Es el problema el que nos acicatea a aprender, a hacer avanzar nuestro conocimiento, a experimentar y a observar. (Popper, 1967: 272)
De aquí la importancia de entender la ciencia como si estuviera progresando de problemas a problemas de creciente profundidad. Este aumento de la profundidad o la importancia de un problema es relativo al aumento del poder explicativo de la nueva respuesta ofrecida, en comparación con la mejor conjetura propuesta anteriormente. En otras palabras, la ciencia busca “(…) la resolución de problemas de explicación, es decir, que busca teorías de mayor capacidad explicativa, mayor contenido y mayor contrastabilidad”. (Popper, 1985: 40)

Como vemos, Popper considera que las teorías científicas son intentos de descubrir una explicación para un problema y que en la dinámica de la ciencia pueden aparecer diversas teorías alternativas que sometemos a contrastaciones buscando acercarnos a la verdad.

Esta búsqueda de la verdad no debe confundirse con una búsqueda de certeza, pues ello implicaría obviar nuestra inherente falibilidad. La verdad se erige en el marco de la propuesta popperiana como un principio o idea reguladora: “(…) no tenemos ningún criterio para establecer la verdad, no obstante lo cual nos dejamos guiar por la idea de la verdad como principio regulador (…)”. (Popper, 1967: 276-277)

Además, se debe tener en cuenta que el objetivo de la ciencia es una verdad interesante, a la cual sea difícil llegar. Esto implica que la verdad que buscamos es la respuesta a un problema difícil y fértil. Esta verdad interesante sólo se halla en las conjeturas audaces, ya que, tenemos la convicción metodológica de que sólo con ayuda de tales conjeturas podemos descubrir verdades interesantes y atinentes a nuestros problemas. Toda refutación es importante e implica un éxito puesto que al descubrir que las conjeturas son falsas aprendemos “(…) mucho más acerca de la verdad y nos habremos acercado más a ésta” (Popper, 1967: 282).

2. La concepción política popperiana

Karl Popper siempre se consideró un liberal. Entendía por liberal no a la persona que se adhiere o simpatiza con un determinado partido político rotulado como tal, sino “(…) a un hombre que concede valor a la libertad individual y que es sensible a los peligros inherentes a todas las formas de poder y de la autoridad” (Popper, 1967:14). Como apreciamos, Popper opone liberalismo a opresión. Su liberalismo se vincula con una posición abiertamente democrática.

Su liberalismo y su postura democrática se perfilan del modo siguiente:

1• La opción por la democracia no se sustenta en que la mayoría siempre tiene la razón, sino en que dentro de las diversas formas de gobierno es la menos mala que conocemos. 

2• El Estado es un mal necesario; no obstante, sus poderes no deben multiplicarse más allá de lo necesario. 

3• La diferencia que media entre un estado democrático y una tiranía radica en que sólo en el primer caso se puede evitar un gobierno sin derramamiento de sangre. 

4• La democracia no suministra más que un armazón dentro del cual los ciudadanos pueden actuar de una manera organizada y coherente. 

5• Los principios del liberalismo pueden ser considerados como principios para evaluar y, si es necesario, para reformar las instituciones sociales existentes. 

6• La democracia está relacionada con el marco moral de una sociedad. Este marco moral expresa el sentido tradicional de justicia o equidad de una sociedad. Nada es más peligroso que la destrucción de este marco tradicional. Su destrucción conduce al desprecio y la disolución de todos los valores humanos.

Este último punto merece ser resaltado, puesto que en él se aprecia la referencia a una tradición democrática responsable del vínculo entre las instituciones sociales y las intenciones humanas. Tradición que supone toda una concepción axiológica y moral inherente a la sociedad. Esta tradición debe corresponderse con el marco legal e institucional de tal sociedad, ya que si no hay tal correspondencia -por ejemplo, porque no se han desarrollado actitudes de respeto y cumplimiento de las leyes-, entonces “(…) tendremos sociedades desmoralizadas, que aunque posean constituciones bastante perfectas, serán incapaces de desarrollarlas en la vida cotidiana” (Muñoz y Martínez, 2004: 157), dejándonos desarmados ante posturas antidemocráticas.

Por otro lado, Karl Popper destaca que entre los valores defendidos por un liberal se encuentran la libertad de pensamiento y la libre discusión; éstos, como valores liberales supremos, no necesitan justificación. Sin embargo, se los puede justificar pragmáticamente sobre la base del importante rol que desempeñan en la búsqueda de la verdad, una búsqueda que exige imaginación, ensayo y error, y el descubrimiento gradual de nuestros prejuicios a través de la libre discusión crítica. Además, la libre discusión racional y crítica se puede apreciar en el campo político pues crea “(…) la tradición de gobernar por la discusión y, con ella, el hábito de escuchar el punto de vista de otro, el desarrollo del sentido de la justicia y la predisposición al compromiso” (Popper, 1967: 422).

Karl Popper también es partidario del individualismo, sin que ello signifique ser egoísta o contrario a la institucionalidad. Defiende un individualismo altruista que es pensado “(…) en el sentido del espíritu de la ética kantiana, es decir, de este imperativo: Atrévete a ser libre y respeta y defiende la libertad de todos los demás” (Utz, 1989: 42). Lo cual implica que un individualista puede ser generoso, dedicándose no solamente a ayudar a los demás individuos, sino también a desarrollar medios institucionales. Estos medios institucionales constituyen la sociedad abierta. Ahora bien, la sociedad abierta es concebida, en oposición a la sociedad cerrada, del siguiente modo:

(…) la sociedad cerrada se halla caracterizada por la creencia en los tabúes mágicos, en tanto que la sociedad abierta es tal que los hombres han aprendido ya a mostrarse considerablemente críticos con respecto a esos tabúes, basando sus decisiones en la autoridad de su propia inteligencia. (Popper, 1957: 443)
La transición de una sociedad cerrada a una sociedad abierta tiene lugar cuando se reconoce que las instituciones sociales son hechas por el hombre y cuando se puede discutir su modificación en función de la conveniencia para el logro de objetivos. Vale decir, estamos frente a la sociedad abierta cuando se vivencia la igualdad y la libertad.

En suma, la sociedad abierta se caracteriza por tres elementos fundamentales:

1. El respeto a la autoridad de la verdad objetiva, impersonal e intersubjetiva. 

2. La tolerancia, el respeto y la libertad. 

3. El diálogo y la crítica. 

En relación con el primer punto, Popper señala reiteradamente el modo como concibe el estrecho vínculo entre la verdad y la sociedad abierta, llegando a sostener que aquella es indispensable para una sociedad libre basada en el respeto mutuo. Esto explica su cerrada oposición al relativismo, al irracionalismo, al dogmatismo y a todo tipo de autoritarismo.

Respecto al segundo punto, podemos decir que un ambiente de tolerancia y libertad posibilita escuchar los argumentos del otro e involucra la responsabilidad para criticar dichos argumentos, ya que todos podemos cometer errores pero podemos llegar a descubrirlos con la ayuda de la crítica de los demás. Las convicciones sólo pueden tener valor cuando se las sostiene libremente; por lo tanto, en un mundo libre se debe tolerar y respetar las creencias que difieren de las nuestras.

Con relación al tercer punto, si nuestra tarea es acercamos a la verdad, debemos escucharnos y criticarnos unos a otros. Esto supone la toma de conciencia de que siempre tendremos que vivir en una sociedad imperfecta, puesto que siempre existen valores en pugna en una sociedad abierta.

Son tan importantes para Popper estos elementos que sólo su aceptación, a modo de normas, hace posible la dignidad del hombre y su actuar racional.

Si bien es iluso pensar que la sociedad abierta es la sociedad perfecta, este orden social es mejor que otros. La sociedad abierta y la democracia son mejores sistemas dado que posibilitan la argumentación racional y la crítica objetiva. En una sociedad abierta existe oposición política, la posibilidad de discutir libremente y que dicha discusión ejerza cierta influencia en la política; además, existen instituciones para la defensa de la libertad.

La libertad y la crítica son responsables de la poca estabilidad de la sociedad abierta. Por ello, el peligro de una dictadura siempre está presente; ante esta situación, nos vemos impelidos de crear instituciones que coadyuven al fortalecimiento de una sociedad abierta, pluralista y libre

Este énfasis en las instituciones muestra que la noción de sociedad abierta tiene claras pretensiones regulativas o normativas; en consecuencia, contiene un trasfondo valorativo. Entre estos valores podemos mencionar: la libertad, la justicia, la igualdad, el individualismo altruista, la tolerancia, la paz y la responsabilidad. Este trasfondo valorativo posibilita la sociedad abierta y explica por qué ésta es concebida como un tipo de convivencia humana y no solamente como una forma de gobierno.

Toda la concepción racionalista crítica de Popper se halla vinculada con el reconocimiento de la necesidad de instituciones sociales destinadas a proteger la libertad de la crítica y la libertad de pensamiento. Reconocimiento que se refiere a una obligación moral: “(…) la exigencia de la racionalización de la sociedad, de la planificación con mira a la libertad y al control mediante la razón” (Popper, 1957: 405). Una razón que se distingue de la inteligencia, pues ésta es una cualidad personal, y aquella se erige como una institución social.

3. El vínculo entre la concepción política y la concepción epistemológica en el planteamiento popperiano

La ciencia está regida por normatividades, valoraciones y decisiones. Los científicos eligen problemas, valoran soluciones y deciden dar preferencia a una de las soluciones propuestas. Las decisiones del científico se inician con la determinación del tema de investigación que supone la incorporación de una elección preferencial. Siguiendo con el proceso, también la conducta del investigador está sujeta a las influencias de diversos valores, tales como la búsqueda de la verdad, la debida diligencia, la claridad y la objetividad.

Como apreciamos, los valores desempeñan un papel central en la ciencia, pero ese cometido no es arbitrario, sino que está relacionado con la estructura de fines u objetivos de la ciencia. Luego, la ciencia no es sólo cognición. En tanto es una actividad social, está regida por una pluralidad de valores que le dan sentido. Es precisamente en esta dirección que decimos que Popper opta por una determinada escala de valores en el ámbito epistemológico.

La ciencia enmarcada en el racionalismo crítico popperiano se erige sobre una serie de principios que son tanto epistemológicos en cuanto éticos (Popper, 1994: 255). Estos principios son los siguientes:

1. El principio de falibilidad. 

2. El principio de discusión racional. 

3. El principio de aproximación a la verdad. 

Al formular estos principios, Popper propone una base ética de la ciencia. Pues si bien la ciencia no puede pronunciarse acerca de los principios éticos, eso no significa que no existan principios éticos que subyacen a la ciencia. Con esta base ética, Popper también se está refiriendo a actitudes personales como la honestidad intelectual, la autocrítica y la modestia intelectual.

No ponemos en cuestión si esta base ética corresponde o no al real desenvolvimiento de la actividad científica, pero aun cuando su expresión, por supuesto, sea más patente en el caso de consideraciones propiamente éticas, no deja de ser el producto de una actitud normativa que se aprecia en las reglas metodológicas dadas en el contexto de su planteamiento epistemológico.

Analizaremos a continuación los componentes de esta base ética. En primer lugar consideraremos el eje central de la discusión racional: la crítica. No es casual que Popper denomine a su postura filosófica racionalismo crítico, y es así como apreciamos que la crítica se erige en rasgo básico de su pensamiento. Popper considera a la crítica como el deber de todo aquel que busca avanzar en el conocimiento. Pues, si bien existen diversas fuentes o vías de conocimiento como la tradición, la razón y la observación, ningún enunciado derivado de cualquiera de ellas es inmune a la crítica. Por ejemplo, en el caso de la tradición, si bien estamos atrapados en un marco general constituido por teorías, expectativas, experiencias anteriores y lenguaje, en cualquier momento podemos escapar de la prisión de la tradición, vale decir, siempre es posible una discusión crítica y una comparación de los diversos marcos generales. Popper no cree que los prejuicios que tenemos, en tanto insertos en una tradición determinada, sean un obstáculo para el conocimiento. Así, la creatividad (el pensamiento creativo, la libertad imaginativa) sólo se entiende partiendo de un análisis crítico de la tradición.

En el caso de la actividad científica, nos encontramos con varias hipótesis en competencia. Popper denomina a esta situación “pluralismo crítico”, y en medio de ella se permite la competencia entre teorías y su examen crítico. Si bien en la medida en que son formulaciones hipotéticas y conjeturales nos referimos a las teorías como productos de la imaginación, en tanto que científicas ellas están controladas por la crítica racional que no debe perder de vista el interés primordial por la búsqueda de la verdad.

Siguiendo con el análisis de la base ética veremos, en segundo lugar, la tolerancia. La tolerancia se resume en lo siguiente: “(…) si yo espero aprender de ti, y si tú deseas aprender en interés de la verdad, yo tengo no sólo que tolerarte sino reconocerte como alguien potencialmente igual”. (Popper, 1994: 255). Pero no se trata de una tolerancia ilusa que puede caer en su autodestrucción, ya que debemos ser tolerantes con todos los que no son intolerantes y no propician la intolerancia; y ello supone tratar con respeto las opiniones de los demás siempre que dichas decisiones no se hallen en conflicto con el principio de la tolerancia. Este principio puede explicitarse del siguiente modo:

“No debemos aceptar sin reservas el principio de tolerar a todos los intolerantes, pues si lo hacemos, no sólo nos destruimos a nosotros mismos, sino también a la actitud de tolerancia”. (Popper, 1967: 427)
Tanto a la crítica como a la tolerancia subyace la igualdad potencial de los seres humanos, que se constituye en requisito previo para dar curso a nuestra disposición a discutir racionalmente. Una igualdad que se manifiesta en la posibilidad de argumentar y de utilizar el lenguaje para este propósito y que se relaciona con la libertad inherente al ser humano.

Por último, la búsqueda de la verdad también se constituye en un principio ético. Esto se relaciona estrechamente, como hemos visto, con el objetivo que se propone para la actividad científica: la búsqueda de la verdad constituye la idea regulativa de la ciencia. Esto es lo que defiende Popper en la Lógica de la investigación científica y que mantuvo en toda su obra; la verdad se constituye en un valor que tiene un papel predominante en su filosofía.

Thomas Kuhn (1996: 105) al hacer un análisis de la epistemología popperiana, recomienda que veamos su propuesta como un conjunto de máximas o imperativos morales para la actividad científica. Esta interpretación de la epistemología de Popper puede parecer extremista; no obstante, sirve como punto de inicio para reconocer supuestos valorativos en su obra. Ya hemos visto cómo Popper entiende que la ciencia debe tener una base ética. Esta base, a nuestro entender, debe ser analizada desde una perspectiva más amplia; por ello, hacemos referencia a supuestos axiológicos en su obra. Supuestos axiológicos que, por supuesto, incluyen lo ético, pero que no dejan de lado lo político.

Popper nunca abordó sistemáticamente el problema de los valores, mucho menos en relación con la ciencia; sin embargo, a lo largo de su obra se afrontan diversas cuestiones de este tipo. La axiología subyacente a los planteamientos popperianos incluye valores fundamentales para el desarrollo de la actividad científica: la libertad de pensamiento y la libertad de crítica. Estos se relacionan con valores epistémicos como la búsqueda de la verdad, la necesidad de una explicación causal deductiva, la claridad, y la objetividad. Y es la búsqueda de la verdad el valor supremo que articula todos los demás.

Para seguir aclarando el panorama axiológico que vamos explicitando, nos preguntamos, ¿es factible, dentro de la concepción popperiana, una ciencia libre de valores? Según Popper, el científico objetivo y libre de valores no es el científico ideal. Si reconocemos que en la actividad científica nuestro fin es acercarnos a la verdad lo más posible y que ello supone ser objetivo y estar libre de consideraciones extracientíficas, éstas aspiraciones ya de por sí constituyen en sí mismas valoraciones; con lo que resulta paradójica la exigencia de una libertad valorativa incondicional. Esta paradoja desaparece si sustituimos la exigencia de libertad de valores por la exigencia de que debe ser una de las tareas de la crítica científica distinguir las cuestiones de valor puramente científicas de las cuestiones extracientíficas.

Es imposible eliminar las cuestiones extracientíficas como el problema del bienestar humano o el problema de la defensa de la labor cotidiana de los científicos. Pero lo que sí es posible y necesario, en la discusión crítica propia de la ciencia, es efectuar la distinción entre la cuestión de la verdad de una proposición (que puede involucrar la cuestión de su relevancia e interés y de su significado con respecto a los problemas que nos interesan) y la cuestión de la relevancia, interés y significado respecto a diversos problemas o circunstancias extracientíficas. Sin embargo, no podemos llegar al extremo de tratar de despojar al científico de sus intereses extracientíficos puesto que eso sería despojarlo de su humanidad. Además, los ideales puramente científicos, como el ideal de una búsqueda de la verdad objetiva, están anclados en juicios de valor extracientíficos. Esto último se aprecia en la preferencia política popperiana por lo que él denomina una sociedad abierta.

Hemos señalado la importancia de las instituciones sociales para la sociedad abierta. Ahora bien, la formación de instituciones se equipara con el hecho de proponer e implantar buenas reglas de juego. Estas reglas de juego son propuestas no sólo en el plano político sino también en el científico. La importancia del vínculo institucional entre lo político y lo científico es tal que, para Popper, cuando el poder político se utiliza para restringir la libertad de crítica o cuando no logra protegerla, se altera el funcionamiento de las instituciones científicas. De modo pues que bajo esta perspectiva las instituciones tanto políticas cuanto científicas quedan estrechamente conectadas pues las instituciones democráticas son la única garantía de la libertad del pensamiento crítico y del progreso de la ciencia. Si deseamos planificar el progreso científico, tecnológico y político lo único que podemos hacer es fomentar aquellas instituciones que salvaguardan la libertad. En suma, la sociedad abierta y la democracia no pueden florecer si la ciencia no está sostenida por instituciones que posibiliten la crítica.

Incluso este vínculo puede ser visto desde otra perspectiva: una discusión epistemológica no puede desligarse completamente de una concepción política, ya que las ideas epistemológicas pueden estar motivadas o inconscientemente inspiradas por las esperanzas políticas. Nos preguntamos, ¿esto último constituye un peligro irremediable? Este no es el caso si sometemos nuestras esperanzas o motivaciones al control racional de la crítica.

Popper reconoce que la concepción política liberal, que involucra el respeto de los derechos fundamentales y la defensa de una sociedad libre bajo el imperio de la ley, la justicia y la libertad, difícilmente puede sobrevivir si se acepta una epistemología relativista. Popper opta por una postura falibilista, que no niega la verdad objetiva y a la que considera necesaria para una sociedad libre. Este falibilismo posibilita una posición pluralista y de defensa de la libertad y de la crítica; porque en virtud de ella se reconoce el carácter esencialmente crítico de todo pensamiento, la posibilidad de aprender de nuestros errores y de llevar a cabo las trasformaciones sociales.

Es notorio el vínculo entre la concepción popperiana de la política y su visión de la epistemología: la concepción epistemológica influye en la manera de entender la sociedad y, consecuentemente, los objetivos que nos planteamos en lo social influyen a la hora de proponer una epistemología. Un cambio en la valoración del conocimiento humano conlleva la formulación de objetivos y exigencias éticopolíticas distintas y hasta encontradas. Dentro de esta concepción, la ciencia se convierte en una institución social fundamental para el sostenimiento de la sociedad abierta. En realidad, dada su complejidad, puede ser considerada como un conjunto o estructura de instituciones –como laboratorios, publicaciones científicas y congresos científicos– que crece a través de la cooperación y de la competición de los científicos e intelectuales.

De este modo, se comprende la valoración que hace Popper de la ciencia al catalogarla como “(…) uno de los mayores logros de la racionalidad humana” (Popper, 1997: 14); un valor que radica, en gran medida en la constante búsqueda de la verdad que libera nuestras mentes, y que se constituye, así, en el gran respaldo de la libertad.

La concepción epistemológica popperiana y la sociedad abierta confluyen, y son como las dos caras de una misma moneda. La voluntad popperiana de alcanzar una ciencia racional es la voluntad de realización de una sociedad democrática. O, dicho de otro modo, el mejor medio para la supervivencia de la ciencia es la propia democracia.
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- Referencias:
. Artigas, M. (1979). Karl Popper, búsqueda sin término. Madrid: Magisterio Español.
. Artigas, M. (2001). Lógica y ética en Popper. Pamplona: Eunsa.
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. Kuhn, T. (1996). La tensión esencial. México: FCE.
. Magge, B. (1997). “La filosofía de Popper y la política práctica”. En Suarez-Iñiguez E., (coord.) El poder de los argumentos. Coloquio Internacional Karl Popper. México: UNAM.
. Moya, E. (2001). Conocimiento y verdad. La epistemología crítica de Karl Popper. Madrid: Biblioteca Nueva.
. Muñoz, A. y E. Martínez. (2004). “Sociedad abierta y democracia”. En Moya, E. (ed.). Ciencia, sociedad y mundo abierto. Homenaje a Karl R. Popper. Granada: Comares.
. Popper, K. (1957). La sociedad abierta y sus enemigos. Barcelona: Paidós.
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. Schwartz, P. et. al. (1993) Encuentro con Popper (Universidad Internacional Menéndez Pelayo-Santander). Madrid: Alianza.
. Utz, A. (1989) La sociedad abierta y sus ideologías. Barcelona: Herder.

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