sábado, 30 de noviembre de 2013

DEL MATRIARCADO AL PATRIARCADO


En el fin del patriarcado: Hacia la síntesis alquímica de una nueva cultura (I/II)
 
El arquetipo de la Madre ha recorrido nuestro inconsciente simbólico bajo diversas formas, pero con una constante en su signficado: la fertilidad creadora, que viene acompañada de una divinidad masculina que da origen a la naturaleza cíclica del mundo y el pensamiento.
 
Por: Christian Bronstein 

Diosa sumeria Inanna (2300-2000 a.C.)

I. La Era de la Madre

Desde que el antropólogo suizo Johann Bachofen concibiera, a fines del siglo XIX, el concepto de “matriarcado” para describir el modo de organización social de las sociedades humanas previas a la existencia de las llamadas “culturas clásicas” (griega y romana), incontables investigadores y teóricos culturales se han ocupado profusamente de este tema y, a pesar de los numerosos aspectos aún inciertos, existe hoy en día un consenso general sólidamente establecido al respecto.

Hasta donde se sabe, el llamado matriarcado fue un fase de varios miles de años que la mayoría de las culturas ha atravesado, fase que puede trazarse aproximadamente entre la invención de la agricultura y de la escritura, o entre el período neolítico y la Edad de hierro. Las culturas llamadas “matriarcales” no se caracterizaban, como en principio se pensó, por ser sociedades en las que las mujeres detentaban por sí solas todo el poder político y social, imponiendo su voluntad a los hombres. Por ello muchos autores criticann el término matriarcado (“el gobierno de la madre”) como un prejuicio surgido de las dicotomías simplistas e irónicamente patriarcales del pensamiento moderno, y prefirieren caracterizar a estas sociedades como “matrilineales” o “matrifocales”, culturas en las que la descendencia seguía a través de la línea materna. Si bien en estas sociedades las mujeres eran respetadas y, en muchos casos, tenían importantes roles sociales, el predominio de lo femenino y lo materno no parece haberse expresado tanto en la esfera social como sí en la psicológica. ¿Cuáles eran, entonces, los rasgos característicos de estas culturas?

La diosa babilonica Ishtar (c. 2000 a.C.)

El aspecto más sobresaliente de estas sociedades consiste en su adoración a un Principio Femenino, expresado en la forma de una diosa madre como figura religiosa central. Una de las explicaciones más evidentes de esto radica en que la actividad más importante de la vida social en estas culturas era la agricultura. La Gran Madre, cuya manifestación visible era todo el reino natural, era concebida como la fuente y el sostén de todo lo existente: de su simbólico vientre todas las cosas surgían y hacía éste retornaban. En términos de la psicología analítica de Carl Gustav Jung, toda la cultura se sostenía sobre la predominancia simbólica del arquetipo de la Madre. “Por supuesto, es lógico que la más primitiva representación del poder divino en forma humana haya sido más bien femenina que masculina. Cuando nuestros ancestros empezaron a formularse las eternas preguntas (¿de dónde venimos al nacer? ¿A dónde vamos después de morir?), tuvieron que haber observado que la vida emerge del cuerpo de una mujer. Para ellos debe haber sido natural imaginar el universo como una Madre bondadosa que todo lo da, de cuyo vientre emerge toda vida y al cual, como en los ciclos vegetales, se retorna después de la muerte para volver a nacer…” (Riane Eisler, El Cáliz y la Espada, 1987).

A medida que la revolución de la agricultura iba transformando el modo de vida de las anteriores sociedades de cazadores y recolectores, la Diosa fue ocupando cada vez más el papel central en el orden divino del mundo, dentro de un rico panteón de espíritus y divinidades menores. Una Madre Cósmica “…cuyo cuerpo es el Cáliz divino que contiene el milagro del nacimiento y el poder de transformar la muerte en vida, a través de la misteriosa regeneración cíclica de la naturaleza” (Ibid, 1987).

La Gran Madre de nuestros ancestros tuvo muchos nombres. En Grecia era llamada Deméter; en Egipto, Isis; en Siria, Astarté; en Sumeria, Inanna; en Babilonia, Ishtar, etc. Sus dos símbolos arquetípicos más antiguos y predominantes fueron la luna y la serpiente. En sus cíclicas fases, la luna representaba los tres aspectos de la Diosa: la luna creciente era la doncella, la exuberante juventud de la vida; la luna llena era la mujer encinta, la madre cuidadora; mientras que la luna nueva era la anciana sabia, o la bruja, la madre devoradora, poseedora de los oscuros misterios de la muerte. La serpiente-falo, por su parte, presente en todas las culturas matriarcales, fue el símbolo central de las fuerzas telúricas y sexuales, así como de la regeneración cíclica de la vida.


Ligado a este “naturalismo sagrado”, las cosmovisiones de esta forma de consciencia prehistórica eran panteístas, lo que significa que no existía para ellas una dicotomía rotunda entre un “mundo natural” y un “mundo divino”, ya que tanto el mundo subterráneo (de la muerte), como el mundo celestial (del cielo y de los astros) y el mundo terrenal (de las plantas, los animales y los hombres) eran aspectos o dimensiones de un único mundo en el que los poderes divinos se manifestaban, dando forma a todos los fenómenos.

El antropólogo Lévy-Bruhl, al referirse a la mentalidad antigua propia de las culturas prehistóricas, denominará este tipo de conciencia “participación mística”, un modo de pensar y de ser-en-el-mundo en el cual no existía una separación clara entre el conocedor y lo conocido. No era posible, en esta conciencia, concebir una separación tajante entre lo que llamamos “mundo interior” (o “yo”) y lo que llamamos “mundo exterior”. La consecuencia evidente era que el hombre no era capaz de concebirse como separado de la naturaleza. “El ser humano primordial percibe el mundo natural que lo rodea como impregnado de sentido, sentido cuyo significado es al mismo tiempo humano y cósmico… El mundo está animado por las mismas realidades de resonancia psicológica que los seres humanos experimen­tan en sí mismos. Hay continuidad entre el mundo interior del hombre y el mundo exterior”. (Richard Tarnas, Cosmos y Psique, 2009). La naturaleza, en otras palabras, era vivida y experimentada como viva y sagrada, en toda su irracionalidad, horror y belleza.

Puede decirse, por otra parte que, en muchos aspectos, este modo de conciencia poco discriminatrio impedía a la cultura reflexionar sobre sus propios paradigmas, cuestionar la “verdad” establecida de sus mitos y su organización social, fomentando un estatismo tribal incapaz de evolución o autocrítica. El conocimiento humano de estas primeras culturas agrarias era aún rudimentario comparado al nuestro y estaba atravesado por tabúes y supersticiones de carácter simbólico e inconsciente que condicionaban profundamente la vida social.
Kali, el aspecto oscuro de la Diosa en la India

Dentro de este marco, debe incluirse la cultura del sacrificio ritual, ya que la Diosa tenía también un aspecto oscuro: la muerte (la Madre Devoradora arquetípica), presente como la amenaza constante de las salvajes e incontrolables fuerzas de la naturaleza. Y si bien la vida y la muerte parecen haber sido concebidas como un continuo interminable dentro de la Gran Madre, el temor a la extinción física podía ser también una realidad inmediata y aterradora. Para apaciguar este aspecto de la Diosa, las culturas matriarcales habrían recurrido al sacrificio substitutorio (un modo de “soborno divino”, podría decirse): la ofrenda ritual de animales y, de ser necesario, humanos. “La Gran Madre es al mismo tiempo la Gran Protectora y la Gran Destructora, la Gran Devoradora, lo que H. S. Sullivan, en fin, denominaba la Buena Madre y la Mala Madre… Aquí precisamente se asienta la dinámica y el fundamento psicológico del ritual, ya que para apaciguar a la Gran Madre, para que la Gran Protectora no termine convirtiéndose en la airada Destructora, es necesario llevar a cabo determinados ritos.” (Ken Wilber, Después del Edén, 1981).

Así mismo, Jung señalará que, dado que el desarrollo de la individualidad era mínimo, en este tiempo conceptos como la “subjetividad” prácticamente no tenían lugar, ya que el ego (“yo”) emergente estaba todavía casi completamente sumergido o identificado con la colectividad de su grupo social. Sin embargo, está carencia de subjetividad y de distancia crítica frente a las tradiciones establecidas parece haber sido complementada o suplida justamente con un gran apego a los valores y propósitos colectivos, lo que dio lugar a culturas extraordinariamente pacíficas y estables, que convivían en una relativa armonía, sin signos de guerras, opresión o esclavitud, y sin diferencias marcadas de poder entre los sexos.

Basándose en los hallazgos de la antropología, muchos autores han concluido que en estas culturas valores como el poder, la conquista y el heroísmo, tan propios de la cultura occidental clásica, parecían estar prácticamente ausentes. En su lugar, predominaba un universo simbólico que orbitaba en torno a los valores maternales, la fertilidad, la belleza y la cooperación colectiva. “Las divinidades de estos pueblos no llevan lanzas, espadas ni relámpagos, ni se han hallado sepulturas de jefes especialmente lujosas que sugieran una organización jerárquica de la sociedades con líderes poderosos y una población sumisa. No existen imágenes que celebren la guerra, ni siquiera que la representen… no se había hecho hincapié en la elección de lugares elevados, en construir muros de tamaño desmesurado o armas para protegerse de los enemigos. Aún más, la colina o montaña se elegía como lugar de construcción de un santuario, no como campamento fortificado o ciudadela… Más bien, incontables ilustraciones de la naturaleza atestiguan el sentido que estos pueblos tenían de la belleza y de la sacralidad de la vida.” (Anne Baring & Jules Cashford, El Mito de la Diosa, 1991).
Deméter, diosa griega de la cosecha (siglo III a.C.)

Como ha mostrado la psicología profunda, las religiones y las mitologías reflejan la estructura, los valores y la organización de las culturas en las que emergen. Por ello “es comprensible que las sociedades con tal imagen de los poderes que gobiernan el universo, tuvieran una estructura social muy diferente de aquellas que veneran a un Padre divino que empuña un relámpago o una espada. Y parece aún más lógico que en aquellas sociedades que conceptuaban en forma femenina a los poderes que regían el universo, las mujeres no hayan sido consideradas como sumisas y que las cualidades “afeminadas” tales como el cariño, la compasión y la no violencia hayan sido altamente valoradas.” (Riane Eisler, Ibid).

Intentando evitar las idealizaciones míticas, que descansan siempre bajo la arquetípica fascinación del Paraíso Perdido, y aunque nos resulte difícil de asimilar, la evidencia arqueológica parece hablarnos con bastante elocuencia de un extenso período en la historia del ser humano que fue próspero, relativamente igualitario y pacífico durante más de 2.000 años. Pero en los últimos siglos de la Era de bronce, la historia humana sufrió una increíble y brutal transformación.

II. La Era del Héroe

De forma general, en las mitologías matriarcales, la Diosa Madre estaba siempre acompañada de una figura menor, divinidad de la fertilidad, que parece haber sido a la vez tanto la manifestación de su poder como de su bondadosa superabundancia creativa: esta figura era su hijo-amante, representado en muchas culturas por el toro o el león y, más tarde, como un joven dios masculino. El destino ineludible de esta edípica divinidad, simbolizado en el mito y el rito, era nacer como hijo cada verano para unirse como amante a su madre durante cada primavera en el hierosgamos (“matrimonio sagrado”) que fecundaba y revitalizaba la tierra, y morir cada invierno, para ser resucitado nuevamente por el poder divino de su madre con el comienzo de un nuevo verano. “En el mismo sacrificio, el dios-consorte se une a la Gran Madre y luego renace o resucita (transformándose, a lo largo de este proceso, en su propio padre)… Adviértase que ésta es precisamente la fórmula de María y Jesús, en la que ella es, al mismo tiempo, la madre del dios muerto y resucitado (Jesús) y la esposa virgen del dios (el Padre). Pero, antes de María y Jesús, fueron Damuzi e Inanna, Tamuz e Isthar, Osiris e Isis… una historia muy, muy antigua.” (Ken Wilber, Ibid).
“Teseo Libertador”, Affreschi Romani Ercolano

El psicólogo analítico Eric Neumann dirá que esta divinidad vinculada inexorablemente a la Gran Madre constituye las primeras e incipientes representaciones del yo (ego) humano en y frente al mundo que lo rodeaba. En uno de los clásicos más perdurables e influyentes del pensamiento junguiano, Los orígenes e historia de la conciencia, Neumann rastrea la progresiva transformación de este hijo subordinado o dependiente en el arquetipo del Héroe, que impregnará los mitos de todas las culturas humanas, hasta nuestros días. Para Neumann, el arquetipo del héroe no es sino el arquetipo de la propia conciencia humana en su lucha por la emancipación simbólica de las condiciones inconscientes que constituyen su seno materno.

En su lucha y conquista de la individualidad y la autoconciencia frente a su condición tribal inconsciente y su inmersión en el grupo colectivo, el joven dios, subordinado de la fertilidad, deberá cortar el vínculo que lo unía a su madre, emancipándose a sí mismo, y convirtiéndose al mismo tiempo en un líder revolucionario, un auténtico faro de renovación colectiva. Como ejemplifica el mitólogo Joseph Campbell, “una multitud de hombres y mujeres escoge el camino menos aventurado de las rutinas cívicas y tribales relati­vamente inconscientes. Pero estos viajeros también se sal­van en virtud de las ayudas heredadas y simbólicas de la sociedad, los ritos de iniciación… que han funcionado por milenios.” Pero “sólo el nacimiento puede conquistar la muerte, el nacimiento no de algo viejo, sino de algo nuevo [...]. El héroe, por lo tanto, es el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales y locales y ha alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales […]. Su segunda tarea y hazaña for­mal ha de ser (como todas las mitologías de la humanidad indican) volver a nosotros, transfigurado y enseñar las lecciones que ha aprendido sobre la renovación de la vida.” (Joseph Campbell, El Héroe de las Mil Caras, 1959).
Benvenuto Cellini – Perseo y la Medusa

A finales de la Edad de bronce y principios de la Edad de hierro, tanto en el sur de Oriente como en Occidente, una nueva mitología se estaba imponiendo. Es la Era de los héroes solares. El amanecer de esta nueva conciencia heroica generaría la inversión total del sistema valores y símbolos de los antiguos matriarcados. La serpiente, representación ancestral de la Diosa, asumiría la forma del monstruo-dragón de los poderes telúricos, instintivos e inconscientes, que todo héroe divino debía derrotar para abrirse camino hacia la constitución de su propia libertad y poder, mostrándole el camino a los hombres. “Sea de aire, tierra o agua, la Gran Serpiente –como la Diosa– poco a poco va siendo acorralada, sujeta, vencida. Set mata a Apofis. Apolo da muerte a Pitón mediante un flechazo. El rey dragón avéstico Azhdanak es derrotado por Vahagun. Atar vence a Aji Dahara… Zeus derrota a Tifón. Belerofonte, montado a lomos de Pegaso, mata a la Quimera, hija de Tifón y Equidna, la Víbora. Perseo decapita a la Medusa, que se muestra con cabellos de sierpes sibilantes y mirada capaz de convertir en piedra a los hombres. La maldición cae sobre la serpiente… Estruendos y furias acompañan el nacimiento del nuevo orden social.” (Leonor Calvera, Historia de la Gran Serpiente, 2000).

El triunfo del héroe divino, dirá Neumann, representa el triunfo de la capacidad diferenciadora de la conciencia humana frente a la naturaleza. La Diosa panteísta de los cielos, la tierra y el inframundo, es reemplazada por un Dios celestial que al separar con su voluntad los cielos de la tierra, ordena el mundo (trae “Cosmos” al “Caos”): “La separación del cielo y la tierra es una imagen del nacimiento de la conciencia, en la que la humanidad es apartada de la naturaleza. Uno mismo que percibe y valora se separa de lo que es percibido y evaluado [… Estos mitos] plasman la capacidad humana para actuar de manera reflexiva antes que instintivamente […] se es cada vez más consciente del poder del individuo para conformar los acontecimientos” (Erich Neumann, Los orígenes e historia de la consciencia, 1955).
El dios egipcio Shu (aire) separando a las diosas Nut (cielo) y a Geb (tierra), c. 1000 a.C.
Y de la misma forma que las nuevas divinidades masculinas y celestiales han separado los cielos de la tierra, lo divino y lo humano se han desvinculado. El mundo de los hombres y las bestias ya no es sagrado, en tanto ha dejado de ser un aspecto o manifestación de la propia Diosa: es una creación del Dios, por fuera de Él mismo. La concepción monoteísta de un Dios trascendente que crea y ordena el mundo desde el “más allá” reemplaza al mundo viviente de la Diosa, que actúa desde el interior siguiendo su propia naturaleza.

Es aquí en donde podemos comprender también el establecimiento de todos los maniqueísmos y dualismos filosóficos centrales de Oriente y Occidente: bien/mal, luz/oscuridad, trascendente/inmanente, cielo/tierra, etc. En estas nuevas mitologías, los opuestos son irreconciliables, ya que es de su propia oposición que la nueva conciencia emerge. “El héroe es asimilado al sol; como el sol, lucha contra la oscuridad, desciende al reino de la muerte y emerge victorioso. Aquí la oscuridad ya no es uno de los modos de existencia de la divinidad, como sucedía en las mitologías lunares; por el contrario, simboliza todo lo que el dios no es, y por lo tanto, el adversario par excellence. La oscuridad ya no se valora como una fase necesaria en la vida cósmica; desde la perspectiva de la religión solar, se opone a la vida, a las formas y a la inteligencia […] Al final, el sol y la inteligencia se asociarían hasta tal punto que las teologías solares y sincréticas de finales de la antigüedad se convirtieron en filosofías racionalistas; el sol es proclamado como inteligencia del mundo.” (Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, 1959).
Zeus (dios griego), “el padre de los dioses y los hombres”.

Pero la gesta heroica exige una revolución permanente, o la energía renovadora del héroe cristaliza en la configuración de nuevas y rígidas (e inconscientes) estructuras sociales. Así, en el mismo acto heroico, el héroe masculino, devenido en soberano y patriarca conquistador, se convertirá, dentro de cada cultura, en el Dios supremo de un nuevo orden social. Y de esta manera, la Era del Héroe da paso a la Era del Padre, cuyo aspecto benigno es el del sustentador, ordenador y protector, y cuyo aspecto negativo es el del tirano. Y será éste, finalmente, el arquetipo del Padre (portador del orden, señor de la autoridad, la tradición y la ley, y soberano divino sobre todas las cosas) el que prevalecerá y se impondrá como estructura simbólica central en las culturas históricas, durante los próximos tres milenios. El alzamiento de reinos guerreros estructurados en jerarquías de dominación y esclavitud, así como el sometimiento sistemático de las mujeres en todas las esferas de la cultura, sería el aspecto social de esta transformación. “Esta forma de gobierno y de valores implícitos son patriarcales; es una jerarquía de hombres, de los cuales cada uno existe en un orden establecido, con Zeus o Dios en la cima, deidades inferiores debajo, luego los reyes mortales, que remontan sus orígenes a algún dios, y después los leales vasallos y súbditos. Las grandes corporaciones, con el presidente de la compañía y la junta directiva en la cima, son los equivalentes contemporáneos de Zeus y los dioses del Olimpo.” (Jean Shinoda Bolen, Los Dioses de Cada Hombre, 1989).

¿Pero qué razones históricas, y que consecuencias psicológicas y sociales se encuentran detrás de la extraordinaria transformación cultural que daría lugar, tanto en Oriente como en Occidente, a este pasaje del mundo matriarcal al de los incipientes patriarcados originarios? ¿Y qué podrán decirnos éstas de nuestro presente y de la decadencia de nuestra propia cultura?

Como sugiere el gran historiador de la cultura Richard Tarnas, parafraseando a Hegel, “una civilización no puede tomar conciencia de sí, no puede reconocer su propio significado, hasta que no ha madurado lo suficiente como aproximarse a su muerte.” (Richard Tarnas, La pasión de la mente occidental, 1991). ¿Será posible que la filogenética travesía histórica de nuestra infancia numinosa en la Madre, de nuestra heroica pero trágica emancipación de su seno inconmensurable y de nuestra caída eventual bajo la tiranía del Padre, cuenten una sola y gran historia, la historia del desarrollo de nuestra conciencia, cuyo devenir se aproxima inexorablemente a un nuevo clímax?

En la segunda parte rastrearemos las causas históricas y las consecuencias sociales de esta dramática transformación, en busca de la clave cultural que nos permita ver a través de nuestra propia perspectiva histórica, de ésa que nos hizo, nos hace, y que avanza acaso hacia su propia muerte. 
 
 http://pijamasurf.com/2013/11/en-el-fin-del-patriarcado-hacia-la-sintesis-alquimica-de-una-nueva-cultura-iii/

viernes, 29 de noviembre de 2013

EL LADO HUMANO DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA

El lado humano de la investigación científica


En uno de sus últimos cursos sobre sociología de la ciencia impartidos antes de morir, afirmaba el sociólogo Pierre Bourdieu que:

…las presiones de la economía son cada vez más abrumadoras, en especial en aquellos ámbitos donde los resultados de la investigación son altamente rentables, como la medicina, la biotecnología (sobre todo en materia agrícola) y, de modo más general, la genética, por no hablar de la investigación militar. Así es como tantos investigadores o equipos de investigación caen bajo el control de grandes firmas industriales dedicadas a asegurarse, a través de las patentes, el monopolio de productos de alto rendimiento comercial.

(Bourdieu, El oficio de científico)

La línea que antaño separaba la ciencia esencial de las universidades de la ciencia aplicada de las empresas tiende a desaparecer de manera definitiva. Los científicos que no se ajustan a los criterios comerciales se ven poco a poco marginados en favor de…

…amplios equipos casi industriales, que trabajan para satisfacer unas demandas subordinadas a los imperativos del lucro. Y la vinculación de la industria con la investigación se ha hecho actualmente tan estrecha, que no pasa día sin que se conozcan nuevos casos de conflictos entre los investigadores y los intereses comerciales.

La lógica de nuestro tiempo es la lógica de la competitividad, que se une a la sumisión, por un lado, y a la ambición por otro. Sumisión como estrategia de la ambición, generalmente.

La actividad científica, como cualquier otra actividad humana, acaba siendo reducida “a una vida social con sus reglas, sus presiones, sus estrategias, sus artimañas, sus efectos de dominación, sus engaños, sus robos de ideas, etcétera”.

En este sentido, resulta crucial comprender que la interacción entre los científicos usa de los mismos métodos no racionales con que se dirimen las controversias entre cualquier grupo humano que busca defender sus privilegios frente a otro que amenaza las ventajas conquistadas.

Por ejemplo, Harry Collins y Trevor Pinch muestran, respecto a una controversia entre científicos del establishment y parapsicólogos, que unos y otros utilizan procedimientos tan extraños como deshonestos: todo se desarrolla como si los científicos hubieran instaurado unas fronteras arbitrarias para impedir la entrada a unas maneras de pensar y de actuar diferentes de las suyas.

Y aquí se centra Bourdieu en los estudios sobre el comportamiento de los científicos en la vida de un laboratorio. Así, en la década de los 70, los trabajos de campo de los sociólogos M. D. Grmek y F. L. Homes concluían que…

…los mejores científicos descartan los resultados desfavorables como aberraciones que hacen desaparecer de los informes oficiales y transforman a veces experiencias equívocas en resultados decisivos o modifican el orden en el que las experiencias han sido realizadas, etcétera, y que todos se doblegan a las estrategias retóricas comunes que se imponen en el paso de los apuntes privados de laboratorio a las publications.

(citado por Bourdieu, El oficio de científico)

Reproduce Bourdieu otro estudio de la época:


Los resultados parecen más decisivos, y más honestos; los aspectos más creativos de la investigación desaparecen, y da la impresión de que la imaginación, la pasión y el arte no han desempeñado ningún papel y que la innovación no procede de la actividad apasional, de unas manos y de unas mentes profundamente implicadas, sino de la sumisión pasiva a los preceptos estériles del supuesto “método científico”. Este efecto de empobrecimiento conduce a ratificar una visión empirista o inductivista, a la vez anticuada e ingenua, de la práctica de la investigación.

En definitiva, “escriben de una manera convencionalmente impersonal, al reducir al mínimo las referencias a la intervención humana, construyen unos textos en los cuales el mundo físico parece actuar y hablar, literalmente, por sí mismo”. De modo que las conclusiones del científico se muestran como obligadas ante la experiencia inequívoca de los fenómenos naturales estudiados, sin lugar a variantes o indeterminaciones.

La complicidad y la mala fe están presentes en este campo como en cualquier otro:

Las “estrategias” a un tiempo científicas y sociales del habitus científico están pensadas y tratadas como estratagemas conscientes, por no decir cínicas, orientadas hacia la gloria del investigador.

Según Bourdieu, las posturas anteriores se quedan cortas al limitar el estudio a un microcosmos cerrado sin tener en cuenta las influencias externas, ignorando así que un investigador o un laboratorio pertenecen a espacios estructurados mediante “unas lógicas a un tiempo genéricas y específicas” de carácter global.

Es así que es necesario introducir la noción de “campo”, el ambiente en que tienen lugar tales influencias, las estructuras organizativas y las relaciones entre sus diferentes miembros.

El capital científico es un tipo de capital simbólico basado en el conocimiento y el reconocimiento de los individuos, por el cual se establece una jerarquía de “mando”. El individuo con mayor capital organiza el campo, domina a los menos dotados y dirige la distribución de las posibilidades de beneficio. Así, “el dominante es el que ocupa en la estructura un determinado espacio que hace que la estructura actúe en su favor”.


Los agentes luchan por conservar o transformar las correlaciones de fuerza existente, así que:

…desencadenan unas acciones que dependen, en sus fines, sus medios y su eficacia, de su posición en el campo de fuerzas, es decir, de su posición en la estructura de distribución del capital.

[...] [Los dominadores] son capaces de imponer, a menudo sin hacer nada para conseguirlo, la representación de la ciencia más favorable a sus intereses, es decir, la manera “conveniente” y legítima de jugar y las reglas del juego (y, por tanto, de la participación en él). […] Poseen unas ventajas decisivas en la competición, entre otras razones porque constituyen un punto de referencia obligado para sus competidores, que, hagan lo que hagan o quieran lo que quieran, están obligados a situarse en relación a ellos, activa o pasivamente.

De este modo, las estrategias de los investigadores están orientadas por las presiones y las posibilidades dadas por su posición.

Las primeras rupturas implícitas en la noción de campo son el cuestionamiento de la idea de ciencia “pura”, absolutamente autónoma y que se desarrolla de acuerdo con su lógica interna, y de la idea de “comunidad científica”, noción admitida como obvia y convertida, gracias a la lógica de los automatismos verbales, en una especie de designación obligada del universo científico. […] Hablar de campo es romper con la idea de que los sabios forman un grupo unificado, prácticamente homogéneo.

La idea de campo lleva asimismo a cuestionar la visión irénica del mundo científico como un mundo de intercambios generosos en el cual todos los investigadores colaboran en un mismo objetivo […]: lo que se observan son unas luchas, a veces feroces, y unas competiciones en el interior de las estructuras de dominación.

Un conocimiento aparece como auténtico, autentificado y homologado cuando accede al espacio público, pero un “espacio público” muy bien controlado. El reconocimento de los colegas del campo científico en cuestión tiende a producir un efecto de cierre, pues ha de ser ratificado por otros científicos que controlan tácitamente el acceso al “gran público”. Esto lleva por ”unos caminos que no son estrictamente científicos”, pues en él intervienen los “poderes temporales” sobre el campo científico.

Las valoraciones de las obras científicas están contaminadas, , dice Bourdieu, por la posición ocupada en las jerarquías sociales del campo científico.

[...] Una gran innovación científica puede destruir infinidad de investigaciones y, de paso, de investigadores, a pesar de no tener la menor intención de perjudicar a nadie. […] Se entiende que las innovaciones no sean bien acogidas, que susciten resistencias formidables, que pueden recurrir incluso a la difamación, muy eficaz contra un capital que, como cualquier capital simbólico, es fama, reputación, etcétera.

En fin:

Los dominadores son aquellos que consiguen imponer la definición de la ciencia según la cual la realización más acabada de la ciencia consiste en tener, ser y hacer lo que ellos tienen, son o hacen.

Todo lo cual convierte en irracional el futuro gozoso que se promete como resultado de eso que llaman progreso, pues dicho futuro se basa en que el objetivo de los grandes avances de la ciencia y la técnica de ella derivada tiene como fin último el bienestar de la humanidad.

¿Cómo es posible alcanzar tal objetivo en una lógica de la competitividad y de la ambición personal?
 
 http://www.erraticario.com/ciencia/el-lado-humano-de-la-investigacion-cientifica/

LA VERACIDAD LA REVISIÓN POR PARES DE LA INVESTIGACIÓN


¿Dónde está la veracidad en la revisión por pares de la investigación?

Referencia: Thunderbolts.info .

por sschirott

El camino del conocimiento especializado irradia como los rayos de una rueda, dejando a los pioneros cada vez más distantes y aislados de otras personas que trabajan en proyectos similares. Lo ideal es que la revisión por pares establezca una red, que comparta los descubrimientos que se publican y los someta a un escrutinio independiente. Los investigadores cualificados en un campo donde los pares de uno evalúan los métodos utilizados en un nuevo trabajo. En principio, es vital que esto suceda. En la práctica, su valor depende de la integridad y la objetividad de los revisores.

El proceso de revisión por pares es susceptible a los conflictos de intereses y resulta fácilmente convertido en una forma de censura. Se puede asegurar que los resultados publicados se alinean con una determinada teoría consensuada en particular. Sin embargo, la ciencia no es un proceso democrático. No depende de ningún consenso ni de una verdad como resultado de una votación. De hecho, el consenso es la antítesis de la ciencia real. Cuando un grupo de revisión por pares comienza a promover una teoría en particular, podemos asegurar que la ciencia ya no es el criterio. La corrección política desplaza a la física y a la química. Una vulnerabilidad fundamental en la práctica del método científico es la renuencia del científico a reconocer la falsificación, a menudo porque los hechos falsificados se encuentran fuera del punto de vista de su campo especializado. La revisión por pares puede llamar la atención sobre los datos y las consideraciones lógicas que requieren atención.

Este tipo de intervención editorial influye más que el estándar de la ciencia en las publicaciones. También refuerza la apariencia de consenso. El mérito científico no está determinado por la cantidad de documentos revisados ​​por pares que un modelo en particular puede atraer. Las escuelas de todos los niveles suelen enseñar los modelos estándar como un hecho. En las escuelas se pagan los salarios de los maestros para que promuevan los modelos estándar. Estos modelos dominan los esfuerzos de investigación a nivel mundial. El resultado de todo esto es que la revisión por pares refleja solamente las opiniones de los autores, que pasan a través de este filtro de modelos estándar.

El Universo Eléctrico es un nuevo paradigma. Se basa en las nuevas observaciones e hipótesis sobre el papel de la electricidad en el espacio y de la naturaleza en su conjunto. No es sólo una teoría novedosa o explicación especializada de objetos concretos o eventos de la naturaleza. No se limita a complementar las teorías recibidas, sino que sustituye muchos principios básicos de la ciencia teórica de hoy. Se trata de una ruptura radical con la mayoría de los discursos revisados ​​por pares, donde las cuestiones sobre los supuestos fundamentales se dan por establecidas. Pinta un cuadro del universo en un lienzo distinto y con una paleta diferente.

El mensaje principal de la teoría del Universo Eléctrico es que los supuestos básicos actuales de las ciencias teóricas han perdido sus fundamentos originales, debido al flujo constante de sorpresas de la era espacial. Las nuevas teorías se basan en la aplicación directa de una alternativa, y se requieren supuestos fundamentales. No se debe permitir que las políticas de revisión por pares simplemente refuercen los supuestos teóricos ya establecidos.
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- Relacionado: How Science Goes Wrong? The Economist, Oct 19, 2013.
- Imagen: Revisión por pares, Wikipedia.
http://bitnavegante.blogspot.com/2013/11/donde-esta-la-veracidad-en-la-revision.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+bitnavegante+%28BitNavegantes%29&utm_term=Google+Reader

jueves, 21 de noviembre de 2013

LOS ORÍGENES DEL ESTADO DE BIENESTAR

DE LOS ORÍGENES DEL ESTADO DEL BIENESTAR


Ahora que quizás estemos asistiendo al fin de un sueño que pudo ser y no fue, se comete a veces el desliz de situar el Estado del Bienestar como una cuestión nacida de entre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. La verdad es que el origen de la intervención de la Sociedad en las actividades de supervivencia y solidaridad de la población tiene unos antecedentes que se retrotraen a épocas pasadas.

Desde antes incluso de la Edad Media, organizaciones religiosas y laicas como los gremios de trabajadores, asociaciones artesanales o ayuntamientos ya mantenían alguna forma de sistema de aseguramiento para sus miembros. También se puede señalar como notable la labor benéfica que realizan ya por entonces las distintas Iglesias, (tanto la católica al principio como las variantes protestantes surgidas tras la Reforma); dichas labores asistenciales se centraban en posicionamientos de caridad y no de justicia social pero esto no es óbice para reconocer que la limosna, la atención en la vejez, los hospitales y hospederías, eran casi la única forma de ayuda y solidaridad que la población podía encontrar. De hecho, la noción de Estado o de Estado-Nación con una estructura al menos parecida a la actual, no se dibuja de forma nítida en Europa hasta la Edad Moderna.

Con el advenimiento del Capitalismo y la Primera Revolución Industrial, muchas de estas formas de ayuda y atención a la población fueron quedando debilitadas, (sobre todo el sistema de gremios y artesanos que disponía incluso de ayuda económica para las viudas e hijos) ya que la nueva organización del trabajo fabril se impone y con él se inicia la génesis de nuevas clases sociales y el principio del fin de la Sociedad Tradicional Estamental. Por otra parte, las nuevas formas de pensamiento que se van imponiendo con el liberalismo económico y la Ilustración, traen consigo una disminución del control social y del papel relevante de la religión, por lo que también disminuye en parte su capacidad de influencia y su presencia como garantes de instituciones de beneficencia para los estratos más necesitados de la sociedad. (Este hecho no significa que su actividad asistencial no continuara durante mucho tiempo siendo más que notable en la vida pública de la sociedad europea).

Con el desarrollo acelerado del capitalismo financiero a impulsos de la II Revolución Industrial, se esboza en el último tercio del siglo XIX un panorama desalentador desde el punto de vista social y humanitario. La situación laboral y las condiciones de vida de la masa obrera han llegado a un punto insostenible de sobreexplotación y miseria. El escenario de desamparo es tal, que intelectuales y estadistas de la época se ocupan y debaten sobre lo que se quedó en llamar la “Cuestión Social”. Incluso en propio Papa en diversas encíclicas realiza llamamientos a la moderación y protesta por las lamentables condiciones de vida de la clase trabajadora.

La focalización del problema suscitado tiene al menos tres vertientes:
Por una parte, se plantea la cuestión moral y ética de una opinión pública que reacciona ante una situación insostenible de miseria, pobreza y explotación infantil generalizada. Sociólogos, filósofos, estadistas y pensadores de todas las tendencias dedican tiempo y esfuerzo al análisis de la situación y la búsqueda de soluciones.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que el Status Quo dominante y todo el “andamiaje” político-económico que conforma o influye en el Estado se siente amenazado ante el cariz que está tomando la organización de los trabajadores en sindicatos, fondos de resistencia e instituciones de carácter marxista y anarquista.

La Iglesia como institución de poder y control social tradicional, sigue siendo un pilar y un referente para gran parte de la población. La deriva de grandes segmentos de trabajadores y campesinos hacia posiciones laicas y de lucha obrera es considerada desde el estamento religioso con gran preocupación y como parte de su pérdida de influencia. En este sentido intenta actuar por motivos humanitarios y también para contrarrestar la influencia marxista y anticlerical de una parte de la sociedad.

Durante el primer tercio del siglo XX, la presión social y la lucha obrera hace que parte de las peticiones históricas de los trabajadores se introduzca en la agenda política de los parlamentos europeos. La democratización de las estructuras participativas y la generalización del voto como derecho universal son elementos coadyuvantes a la implantación paulatina de peticiones históricas como la semana de cuarenta horas, la regulación definitiva del trabajo infantil, el seguro de enfermedad o el seguro de vejez y accidentes. Todo ello tras décadas de lucha obrera organizada.

Por parte de las democracias liberales europeas, la incorporación de dichas mejoras a la legislación laboral y social, se realiza de manera que no aparezca públicamente como fruto de la presión de los trabajadores. El capitalismo y la estructura política que lo sustenta ceden terreno para no alimentar una crisis total que podría colapsar el sistema, y para mantener unos niveles de paz social imprescindibles para el desarrollo óptimo de la economía capitalista industrial.

Posteriormente con el advenimiento de los regímenes totalitarios de ideologías populistas como el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán, parte de las demandas históricas de los trabajadores son atendidas por los dictadores de estos países, lográndose aparentemente un avance social en seguros, pensiones y desempleo. Evidentemente estas mejoras normativas fueron utilizadas para manipular a la población e incrementar el control social de los ciudadanos.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial y la partición de Europa en dos zonas ideológicas y militares antagonistas se produce una nueva situación respecto a las condiciones sociolaborales de la población en Europa. El llamado bloque del Este, con los países cercanos a la órbita de la entonces URSS y el bloque occidental liderado por los otros vencedores de la guerra, especialmente los EEUU.

En el tablero de ajedrez político-estratégico en que se convierte el continente europeo, dotar de condiciones de trabajo óptimas y de servicios sociales a la ciudadanía se convierte en una cuestión de supremacía de un modelo ideológico sobre el otro: capitalismo moderado de “rostro humano” vs modelo socialista “paraíso de los trabajadores”. Con la caída del Muro de Berlín a finales de la década de los ochenta del siglo XX y el desmantelamiento de los regímenes comunistas, queda como preeminente y único el modelo socioeconómico nacido de las socialdemocracias de postguerra y que habían dotado a las sociedades emergentes de la contienda mundial de un sistema de Estado del Bienestar que nace del consenso de empresas, sindicatos, sociedad civil y la clase política encargada de iniciar la reconstrucción europea.

Dicho Estado del Bienestar se sustentaba sobre unos pilares sólidos basados en:
  • Derecho a una educación pública y gratuita.
  • Derecho a un seguro de jubilación.
  • Derecho a la seguridad en el puesto de trabajo.
  • Derecho a la asistencia médica gratuita y universal.
  • Derecho a la protección por desempleo.
  • Articulación de una red de servicios sociales que evitaran la exclusión social e idearan una redistribución ordenada de los recursos que genera el Estado.
Tras una etapa brillante y esperanzadora en la mejora de condiciones de la población europea, las crisis económicas de 1973 y posteriormente la de 1981, marcan el punto de inflexión respecto al debate sobre el Estado del Bienestar, debate que llega hasta nuestros días y que además de parámetros económicos contiene elementos puramente ideológicos.

Para ahondar en los orígenes e idiosincrasia del Estado del Bienestar conviene recordar los textos y normativas referentes a dos países de primera fila en la configuración de la Europa actual; las leyes promulgadas por el Canciller Bismarck en la Alemania de 1880 y los Informes de William Veveridge en la Inglaterra de 1940.

Guillermo Garoz López.
http://ssociologos.com/2013/11/21/de-los-origenes-del-estado-del-bienestar/

miércoles, 6 de noviembre de 2013

LA FALTA DE CULTURA POLÍTICA NOS AFECTA A TODOS

SUFRIMOS UNA FALTA DE CULTURA POLÍTICA

Diego Mo Groba 

Este problema nos afecta a todos. Estamos inmersos en una crisis que se alimenta de una falta de cultura política y esto deprime al sistema.

Nuestro sistema no es perfecto, ninguno lo es.Un sistema que debe evolucionar y así lo hará, pero para ello se necesita un alto grado de crítica positiva en la sociedad civil. Una alimentación recíproca entre las partes implicadas de un sistema, que como dije anteriormente, está en una depresión.


La cultura política es fundamental en una democracia consolidada y aunque su concepto ha variado a lo lardo de la historia y a través de las diferentes corrientes del pensamiento – ya sea desde Platón pasando por Tocqueville, Weber, Habermas hasta Almond y Verba (1965, The Civic culture) – mantienen la misma esencia.

Almond y Verba en su investigación dividieron a la población en tres grupos: Los participantes, los subiditos y los provincianos. Los Participantes eran aquellos ciudadanos con un alto conocimiento político, contentos con el sistema considerándolo legítimo, merecedor de apoyo y con una alta participación en el mismo. Los súbditos se encontraban en un término medio, estos no poseían tantos conocimientos de política, no sentían una gran implicación con el sistema y no acudían a votar con regularidad. Por último, los provincianos, no tenían conocimiento alguno sobre política y estaban directamente implicados con su entorno más cercano, además poseían un alto grado de desconfianza por el empleado público.

Ante esta exposición, Almond y Verba, llegaron a la hipótesis de que las democracias más estables se establecerían en aquellos países donde disfrutaban de “cultura cívica”, es decir, donde hubiese un gran número de población participante y súbdita, y un número pequeño de provincianos.

Los primeros 25 años de democracia se han caracterizado por lo que algunos han denominado la “política del consenso” una eventualidad que se ha fragmentado en mil pedazos con la radicalización de los discursos y las confrontaciones políticas. Unos hechos que van acompañados, según una apreciación personal, de una predisposición a la monotonía del discurso político frente a la aplicación efectiva de políticas que son demandadas a priori por la sociedad civil. Hechos que enmarcan, de una manera sintetizada, una situación de descontento y desafección política en la propia sociedad que llevan a la falta de conocimientos y de una predisposición por parte de los ciudadanos a “escapar” de la participación política.

Los hechos anteriormente citados no hacen más que ir en aumento. Unos hechos que se ven reflejados cada cuatro años en base a indicadores como el aumento de la abstención en las elecciones generales.

La desafección política se manifiesta principalmente por la falta de autosuficiencia de los gobernantes ante los efectos de las crisis económicas o de problemas ecológicos. Asimismo la proliferación de la corrupción o la calidad de los partidos políticos y los medios de comunicación se posicionan como elementos fundamentales para la calidad democrática. (Ferrán Requejo:2008).

De este modo la ciudadanía percibe a la llamada “clase política” como una profesión desvalorada, un hecho que no favorece a la democracia. Una democracia que necesita de buenos profesionales que quieran y estén dispuestos a ejercer un cargo de responsabilidad en la política. No obstante, y a las evidencias me remito, un profesional cuya profesión se establezca en el sector privado y goce de una alta reputación debido a su trabajo no deseará trasladar su labor profesional a la política activa. ¿Por qué?, porque seguramente su poder adquisitivo disminuirá, de este modo y obviando esto último se limitará a rechazar esa posibilidad debido a la falta de prestigio.

Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que la política tenga que ser ejercida sólo por grandes profesionales llegando a un posicionamiento tecnocrático nada favorecedor, sino también por aquellos que tengan la voluntad y la capacidad de trasladar sus ideas a las instituciones políticas en base a las demandas que la sociedad civil le traslade.

La llamada “puerta giratoria” se ve imprescindible para evitar el enquistamiento político y la inmovilidad de los políticos mediante mecanismos de limitación de mandatos o el ejercicio de un cargo político.

Pero para esto se necesita cultura política, y esto es demanda social, movilización y crítica constructiva por parte de los ciudadanos. El mero hecho de decir “todos los políticos son iguales” contribuye a la inmovilización, al resentimiento y al deterioro sin precedentes de la democracia. Una costumbre más en nuestra sociedad que nos lleva cada día a esa población provinciana que describían Almond y Verba.

La democracia no empieza y acaba cada cuatro años con un simple voto.La democracia se construye alimentando toda demanda de garantía democrática y no exacerbando las limitaciones de la misma.

“Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo.”- Karl Marx

Diego Mo Groba 

http://www.politicahora.com/cultura_politica_falta/ 

 
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