jueves, 30 de abril de 2015

EL CAPITALISMO NO PUEDE SUBSISTIR SIN APROPIARSE DE LOS MEDIOS DE PRODUCCIÓN DE CONCIENCIA

“La función de los medios de masas es fabricar el consentimiento de la explotación”

Ángeles Díez 

La socióloga de la Universidad Complutense de Madrid desentraña el papel de la prensa en el capitalismo.

“¿Qué es el periodismo?”. “¿Puede existir una prensa libre?”. Con estos interrogantes como hilo conductor de su exposición, la socióloga y politóloga Ángeles Díez desentrañaba el pasado 25 de marzo, en una conferencia ofrecida en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, cuál es la función que desempeñan en la sociedad contemporánea los grandes medios de comunicación.

Grandes frases:

“El capitalismo no puede subsistir sin apropiarse también de los medios de producción de conciencia. La labor del periodismo en este sistema es, fundamentalmente, elaborar relatos coherentes que destruyen a su vez la posibilidad de otros relatos que vengan de otras fuentes que no sean el poder político y el poder económico” – exponía Díez, sin ambages, en una ponencia enmarcada en las Jornadas sobre Prensa y Medios de Comunicación Alternativos organizadas por la revista “Espineta amb Caragolings”.

“El capitalismo, un sistema basado en la explotación, no puede subsistir sin apropiarse también de los medios de producción de conciencia”

“No podemos entender lo que son y la función que cumplen los medios de comunicación de masas separados del tipo de sociedad en la que actúan y las relaciones de poder que en ella se dan. La función que cumplen – aclaraba la profesora de la Universidad Complutense de Madrid- es la de fabricar el consentimiento y la aceptación. Y si nos preguntamos qué es lo que hay que consentir, la respuesta es sencilla. Hay que consentir la desigualdad y la explotación”.

Durante su intervención, la socióloga explicó, igualmente, por qué, pese al creciente descrédito de los grandes medios de comunicación, y la conciencia cada vez más extendida de que “nos mienten y nos manipulan”, continuamos actuando y pensando en base a las matrices de opinión construidas por estas empresas.

“Nos creemos los que nos dicen, o actuamos como si lo hiciéramos, porque necesitamos entender el mundo para vivir en él y, siendo cada más débiles los lazos sociales, los medios masivos han acabado por monopolizar el relato acerca del mismo”.

“En la actualidad – recordó Díez- hay seis grupos mediáticos que controlan casi el 99% de la información que circula por el mundo”.

“Estas empresas mediáticas se mantienen a pesar de que puedan tener pérdidas, porque su objetivo es, por un lado, sostener y reproducir los intereses del grupo de empresas del que forman parte y, por otro lado, la reproducción del propio sistema, que no puede ser cuestionado en lo sustancial”.

“Nos creemos los que nos dicen los periodistas, o actuamos como si lo hiciéramos, porque necesitamos entender el mundo para vivir en él y, siendo cada más débiles los lazos sociales, los medios masivos han acabado por monopolizar el relato acerca del mismo”

De esta forma – aclaró la profesora de la UCM – “es preciso matizar que los medios no están al servicio del poder, sino que son una de las formas mediante las cuáles éste se expresa y logra reproducirse, reduciendo las resistencias”.

Pese a todo -puntualizó la socióloga – “los medios no son omnipotentes. De la misma manera en la que nos podemos apropiar de los medios de producción, podemos hacerlo de los medios de comunicación. Aunque, siempre, teniendo en cuenta que esto sería parte de un proceso revolucionario general, no asilado”.

“El objetivo – concluyó Díez – debe ser recuperar la comunicación como un derecho humano. Como aquello que nos puede llevar a liberar de esta maquinaria infernal, que es una maquinaria de guerra, de apropiación de nuestras conciencias, de disciplinamiento y de sometimiento”.

lahaine.org
http://www.lahaine.org/angeles-diez-quot-la-funcion

sábado, 25 de abril de 2015

EL MITO DEL PROGRESO

El mito del progreso


Publicado por: Antonio García Salinero 

“La visión de un salvaje desnudo en su tierra nativa es un hecho que nunca se olvida. Nunca olvidaré el asombro que sentí al ver por primera vez una partida de fueguinos en una orilla indómita y agreste, puesto que de inmediato me vino a la mente la reflexión de que aquellos eran nuestros antepasados. Aquellos hombres iban desnudos y embadurnados con pinturas; su largo pelo estaba enmarañado; echaban espuma por la boca de excitación y su expresión era salvaje, asustada y desconfiada. Apenas disponían de artes y como animales salvajes, vivían de lo que capturaban; no tenían gobierno y se hallaban a merced de cualquier otro que no perteneciera a su pequeña tribu.”

Charles Darwin

Y dado que la innovación y el progreso se consideraban algo inevitable y muy deseable por parte de los evolucionistas del siglo XIX, la etiqueta civilización anunciaba a bombo y platillo la superioridad, moral, institucional, intelectual y tecnológica de los mismos que la inventaron e hicieron de ella la piedra angular de unos esquemas evolutivos que lo abarcaban todo.


Puede que los fueguinos que Darwin vio no tuvieran una forma de gobierno en el sentido que entonces imperaba en Europa, pero ciertamente disponían de medios complejos y efectivos para regular su vida social y política. No hay nada teleológico en la evolución cultural, ni existe nada inevitablemente universal en la aparición de las civilizaciones o de cualquier otro tipo de orden social, y nada que distinga a una cultura como superior en términos creativos o morales respecto al resto.

La promesa del paraíso

En nuestra cultura occidental la fe en el progreso perpetuo nace del cristianismo, al crear esta religión la promesa de un mundo mejor (el paraíso), tras la muerte, una ficción de redención y salvación para los elegidos, para los que tienen fe en Dios; esta visión sustituye a la idea del eterno retorno, una teoría cíclica del tiempo y de los movimientos rítmicos muy enlazada con la realidad (el día y la noche, las estaciones, los ciclos de la luna…).

Pese a determinados acontecimientos del siglo XX, la mayoría de los que viven dentro de la tradición cultural occidental sigue creyendo en el ideal victoriano del progreso. Es la fe sucintamente descrita por el historiador Sidney Pollard en 1968 como “la creencia de que existe un patrón de cambio en la historia de la humanidad […] constituida por cambios irreversibles orientados siempre en un mismo sentido, y que dicho sentido se encamina a mejor”.

Disquisición sobre el mito del progreso

“El mito es una ordenación del pasado, real o imaginario, en patrones que refuerzan los valores y aspiraciones más profundos de una cultura […]. De ahí que los mitos vayan tan cargados de sentido, que somos capaces de vivir y morir por ellos. Son como las cartas de navegación de las culturas a través del tiempo”

Así, para reflexionar sobre la noción de progreso que tienen las sociedades occidentales, debemos de entender que es una noción que se basa en la separación entre cultura y naturaleza, y que ha contribuido a construir una esfera social, tecnológica y económica que ignora el funcionamiento de los sistemas naturales y crece, como un tumor, a costa de ellos.

La revolución científica e ideológica que instaura el proyecto de la Modernidad se amplía y se asienta en el Siglo de Las Luces, momento en el que se afianza la cultura occidental como visión generalizada del mundo. En este período, por una parte aparecen los ideales de la Ilustración basados en la libertad intelectual y el desarrollo del conocimiento emancipado de la Iglesia; por otro, surgen dos fenómenos asociados: el capitalismo y la Revolución Industrial. Fundamentalmente en manos de la economía liberal, la ciencia y su aplicación, desvinculadas de la ética gracias a su halo de objetividad y neutralidad, se ponen al servicio de la industria incipiente y del capitalismo, consiguiendo unos aumentos enormes en las escalas de producción, gracias a la disponibilidad de la energía fósil, primero el carbón, y posteriormente, y hasta hoy, el petróleo. El capitalismo y la Revolución Industrial, con la poderosa tecnociencia a su servicio, terminaron instrumentalizando los ideales de la Ilustración e imponiendo unas relaciones entre las personas y también entre los seres humanos y la Naturaleza, guiadas por la utilidad y la maximización de beneficios a cualquier coste.

Una de las aristas perversas de este proyecto civilizador se evidencia con la crisis ambiental en curso amén de haber privilegiado a la razón como la senda para alcanzar la felicidad anhelada. Esta sujeción de la naturaleza en nombre del progreso y por su política extractiva son muestras inequívocas de la gestación de esta narrativa moderna (cristiana, marxista, capitalista) con el propósito explícito de legitimar el dominio sobre la naturaleza en función de satisfacer las necesidades del ser humano.

Los ‘beneficios’ del progreso

Se tiende a justificar la creencia de que el progreso exige ciertos sacrificios, asumiendo los efectos secundarios que conlleva la tecnología moderna (agresiones al entorno, la contaminación, industria armamentista, la uniformidad en aras a la eficacia…).

Los beneficios que genera la industria moderna para una parte reducida de la población, no dependen tanto de la tecnología como de las fuentes de energía fósil; el crecimiento tecnológico de los dos últimos siglos ha sido posible gracias a la desconsiderada actitud que el hombre ha adoptado al explotar los recursos naturales irrenovables y crear condiciones que deterioran el medio ambiente.

El mito del progreso nos ha prestado buenos servicios (a quienes nos hallamos sentados a las mesas mejor surtidas, en todo caso), y es posible que continúe siendo así. Pero, también se ha convertido en peligroso. El progreso tiene una lógica interna que puede arrastrarnos más allá de la razón, hacia la catástrofe. Un camino seductor lleno de éxitos puede acabar en una trampa.

La industrialización de nuestras sociedades, la racionalización de todas las esferas de nuestra existencia y la búsqueda del control total por parte de los mercados (del tiempo, espacio, cuerpo, relaciones humanas, etc.) encuentran su justificación en la ideología del progreso, compartida por el conjunto de las corrientes políticas. Se postula que la Humanidad se inscribe en un proceso de mejora general que se presenta como lineal, acumulativo, continuo e infinito (de las cavernas a la conquista del espacio). Esta ideología establece un ligamen directo entre los avances tecnocientíficos y las mejoras sociales y políticas (exaltando la creencia en el bienestar material).

Si uno acepta el mito del progreso, se hace con un lugar en la gran marcha de la Humanidad. Pero la Humanidad no marcha hacia ninguna parte. La Humanidad es una ficción compuesta a partir de miles de millones de individuos para los cuales la vida es singular y definitiva.

El concepto de progreso humano se fue construyendo, por tanto, basado en el alejamiento de la naturaleza, de espaldas a sus límites y dinámicas. El desarrollo tecnológico fue considerado como el motor del progreso, al servicio de una idea simplificadora que asociaba consumo con bienestar, sobre todo en las últimas décadas, en las que la sociedad de consumo se ha autoproclamado como la solución para todos los problemas humanos. El lema “si puede hacerse, hágase” se impuso, sin que importasen los para qué o para quién de las diferentes aplicaciones. La ocultación de los deterioros sociales y ambientales que acompañaban a la creciente extracción de materiales y generación de residuos, hicieron que se desease aumentar indefinidamente la producción industrial, creando el mito del crecimiento continuo.

La palabra progreso dotaba de un sentido de satisfacción moral a esta tendencia de la evolución sociocultural. Se consideró que todas las sociedades, de una forma lineal, evolucionaban de unos estadios de mayor “atraso” –caza y recolección o ausencia de propiedad privada– hacia nuevas etapas más racionales –civilización industrial o economía de mercado– y que en esta evolución tan inexorable y universal como las leyes de la mecánica, las sociedades europeas se encontraban en el punto más avanzado. Al concebir la historia de los pueblos como un hilo de secuencias que transitaba del salvajismo a la barbarie, para llegar finalmente a la civilización, los europeos, empapados de la convicción etnocéntrica de constituir la “civilización por excelencia”, expoliaron los recursos de los territorios colonizados para alimentar su sistema económico basado en el crecimiento. Sometieron mediante la violencia (posibilitada por la aplicación científica a la tecnología militar) y el dominio cultural a los pueblos colonizados, a los que se consideraba “salvajes” y en un estado muy cercano a la naturaleza.

Las secuelas del progreso

Esta concepción de progreso, vigente en el presente, ha sido nefasta para los intereses de los pueblos empobrecidos y para los sistemas naturales. La idea de que más es siempre mejor, la desvalorización de los saberes tradicionales, la concepción de la naturaleza como una fuente infinita de recursos, la reducción de la riqueza a lo estrictamente monetario y la fe en que la tecnociencia será capaz de salvarnos en el último momento de cualquier problema, incluso de los que ella misma ha creado, suponen una rémora en un momento en el que resulta urgente un cambio de paradigma civilizatorio.

Muchas de las grandes ruinas que hoy adornan los desiertos y las selvas de la Tierra, son monumentos a la trampa del progreso, recuerdos de civilizaciones que desaparecieron víctimas de sus propios éxitos.

Y qué va ocurrir si tras la crisis del 2008 por primera vez vislumbramos que no se va a poder prosperar indefinidamente. ¿Caerá el mito del progreso? ¿Cual será el nuevo mito?. Afortunadamente esta aún en nuestras manos volver a mirar cálidamente a los demás y crear nuestros propios mitos. Quizás la voluntad de compartir y convivir inclusivamente con calidad humana sea nuestro nuevo mito ante un mundo que necesita de renovadas miradas.

Imagen: blogspost.com

http://ssociologos.com/2015/04/24/el-mito-del-progreso/

martes, 21 de abril de 2015

COLOMBIA, NO HA PODIDO DESPEGAR EN EL TEMA DE LA LECTURA

¿POR QUÉ NO LEE MACONDO?



¿Por qué no lee Macondo?

A pesar de los ingentes esfuerzos desde lo público, Colombia es un país que no ha podido despegar en el tema de la lectura. ¿Cuál es el estado del sector editorial?¿Qué opinan libreros, editores y expertos de que en el país aún no se supere la cifra de dos libros leídos por habitante? Un reportaje al mundo del libro en la actualidad.

POR CHRISTOPHER TIBBLE* BOGOTÁ
revistaarcadia.com

Gabriel García Márquez no se equivocó cuando lo llamó un milagro. A sus 38 años el cataquero se sentó frente a su máquina de escribir y durante 18 meses ininterrumpidos redactó las 590 cuartillas a doble espacio de Cien años de soledad. Sus cuatros libros entonces publicados no habían vendido gran cosa y, aquejado por la pobreza, se había visto obligado a empeñar, entre otras cosas, las joyas de poca monta que había heredado su esposa. Sin sospechar el éxito que tendría su nueva obra, envió el manuscrito a Francisco Porrúa, director literario de la editorial Sudamericana en Argentina.

“El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales y dijo: ‘Son 82 pesos’. Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que le quedaban en la cartera y se enfrentó a la realidad: ‘Solo tenemos 53’. Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos una a Buenos Aires sin preguntar siquiera cómo íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto”, contó el nobel de literatura en un discurso que dio en Cartagena hacia 2007 para conmemorar el millón de ejemplares de Cien años de soledad. Emocionado por el tiraje, García Márquez afirmó en su arenga: “Este milagro es la demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historias en lengua castellana”. 


Hoy, sin embargo, el panorama de la lectura en Colombia pareciera indicar lo contrario. No solo se trata de un país en el que, según cifras de la más reciente Encuesta de Consumo Cultural, menos de la mitad de la población mayor de 12 años (48,4 %) afirma haber leído un libro en 2014, sino que, según la misma encuesta, en los últimos cuatro años la lectura de libros decreció en un 7 %. Los colombianos leen en promedio entre 1,9 y 2,2 libros anualmente. Y si bien se trata de un índice quizás anquilosado porque se centra exclusivamente en el objeto libro, y no toma en cuenta la lectura digital, no deja de sorprender cuando se compara con otros países: en España se leen por habitante 10,3 libros al año, en Chile 5,3 y en Argentina 4,6.

Pero más allá del índice de lectura, si se traza la evolución del mercado editorial en los últimos años, la decisión de García Márquez de llamar un milagro al fenómeno de Cien años de soledad parece cada vez más acertada. Según las Memorias y Estados Financieros 2014 de la Cámara Colombiana del Libro, entre 2012 y 2013 el sector editorial registró una reducción del 21,4 % en la producción nacional de libros (aunque aumentó en número de títulos registrados), por primera vez en el último lustro las importaciones superaron a las exportaciones, que pasaron de 177 millones de dólares en 2008 a 64 millones en 2013, y en ese mismo periodo más de 700 trabajadores de editoriales e importadoras perdieron su puesto (el empelo generado por el sector pasó de 5.599 a 4.828).

Hay, sin embargo, un resquicio de luz. Pues, aunque parezca paradójico, siguen en aumento las ventas de ejemplares en el país, aunque a un ritmo bajo. Y lo que es más, tanto el Ministerio de Cultura como la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte del Distrito Capital, así como iniciativas privadas al estilo de las editoriales independientes le han apostado en los últimos años a la lectura como nunca antes. Entonces, como se cuestiona en un reciente artículo Diana Cifuentes, la coordinadora del Observatorio de Cultura y Economía, la pregunta en boca de todos es: ¿por qué, a pesar de las campañas de lectura y demás iniciativas, no se lee más en Colombia? La respuesta no se conoce. Pero un repaso del mercado editorial permite, así sea en parte, entrever algunas de sus grietas.

La producción

En el país, al igual que en la mayoría de América Latina, cada vez se registran más títulos. “Esos registros son conocidos como isbn y funcionan como la cédula del libro mostrando el origen de su producción editorial”, dice Juliana Barrero, de la consultora en economía de la cultura Lado B. Según cifras de la Cámara Colombiana del Libro, en los últimos 12 años ha habido en promedio un crecimiento anual de 4,8 % en el número de isbn en el país, con un total de 16.035 registros en 2014, incluidos libros digitales. Pero hay un problema: un gran número de esos no son 100 % colombianos, y en ese sentido no reflejan necesariamente un crecimiento en la industria local.

Barrero explica: “Hay muchas casas editoriales transnacionales, muchas de origen español, que se nacionalizan y registran títulos en el país porque imprimen sus libros acá. Pero entonces, ¿qué porcentaje del mercado es de contenido colombiano?”. La cifra no se conoce. Sin embargo, María Osorio, fundadora de la editorial Babel Libros, desmenuzó esos mismos números en el mercado de literatura infantil y encontró que apenas un 2 % de los isbn eran de editoriales colombianas. Para Enrique González, presidente de la Cámara Colombiana del Libro, no vale la pena hacer esa distinción pues “las editoriales extranjeras que se montan acá se vuelven colombianas por ley y además editan a algunos de los autores colombianos más reconocidos como Tomás González y Juan Gabriel Vásquez”.

El mercado editorial colombiano nunca ha sido muy grande y, de hecho, es bastante joven. “Solo hasta los años ochenta hubo un desarrollo de esa industria con editoriales como Oveja Negra y Plaza y Janés. Antes de eso había editoriales escolares y de derecho, pero no de literatura”, explica Felipe Ossa, gerente y librero por más de medio siglo de la Librería Nacional. En los años sesenta, por ejemplo, todos los libros se importaban. Hoy el mercado está compuesto por el sector didáctico, el de interés general, el universitario y el religioso. Si bien no es una industria muy grande, se trata de un sector que se ha sabido mantener a pesar de recibir golpes duros, como la clausura en 2011 de las líneas de ficción, no ficción, autoayuda e interés general de Norma, editorial que llegó a estar presente en 13 países. También hay que tener en cuenta que la piratería se lleva una cuarta parte de las ganancias del sector. 


A pesar de los retos que ha tenido que sortear la industria, no todas las noticias son malas. En lo más recientes años, y a la sombra de los grandes jugadores, se empezó a gestar un fenómeno que hoy ya se ha posicionado en el mercado: las editoriales independientes, un nicho cada vez más fuerte que según Pilar Gutiérrez, directora editorial de Tragaluz Editores, “surgió de una necesidad de ver propuestas distintas, voces más arriesgadas, y de una nueva valoración del libro objeto frente a lo digital”. Para Federico Torres, editor de Destiempo Libros, “el fenómeno de la edición independiente está relacionado con una búsqueda de identidad, de la mano de un aspecto técnico: la facilidad de diseñar un libro a través de herramientas digitales”.

Esa facilidad para crear libros, sin embargo, hace parte de un suceso que intuitivamente pareciera positivo pero que para algunos carga una connotación negativa: la sobreproducción. Según el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), en la región se registran 53 títulos diarios o 2,2 cada hora. “A la sobreproducción ni siquiera la podemos llamar sobreoferta porque para llamarla así hay que tenerla exhibida en alguna parte y no hay librería capaz de hacerlo”, opina Bernardo Jaramillo, subdirector del Cerlalc. En eso concuerda Ossa, quien afirma que el exceso de obras abruma a los lectores y que es el resultado “de un mercantilismo y un afán por parte de las editoriales que sacan cualquier libro esperando que tenga éxito”.

Gabriel Iriarte, director editorial de Penguin Random House en Colombia, lo ve como la respuesta natural a lo que pide el mercado: “El mercado mundial del libro se ha vuelto de novedades. Nosotros producimos 350 al año entre las locales y las que importamos. Si nos llegan cinco buenos libros de periodistas los publicamos todos. No los puedo dejar parqueados porque el autor se va a otra editorial y los publica allá. El público demanda novedad”. Todos los expertos consultados por Arcadia concuerdan que la producción masiva de títulos es un hecho del mercado que no se puede regular y que, en últimas, es un síntoma de que por lo menos el mercado está vivo.

En cunto a si hay o no una crisis en el sector, muchos se concentran en el crecimiento en ventas para argumentar que no existe. Pero algunos, como María Osorio, sí lo ven en apuros: “Hay sobre todo un desorden enorme en la manera en cómo se distribuyen los libros, como llegan al público. Hay cientos de distribuidores, que deben disputar el espacio en poquísimas librerías y que por lo tanto deben estar siempre a la caza de negocios directos. En la lucha por sobrevivir en un mercado con pocos lectores, con mínimos sitios de exhibición de los libros, sin ninguna divulgación sobre lo que circula y lo que se produce, y por supuesto sin ninguna crítica, esta cadena no tiene idea del valor de cada una de sus partes y se autodestruye”.

Los puntos de venta

En un estudio encargado por la mesa de competitividad del libro del Ministerio de Cultura a la consultora Lado B, y que aún no se ha publicado, Arcadia pudo conocer una cifra preocupante: entre librerías pequeñas, papelerías y grandes superficies, como el Éxito y la Panamericana, en Colombia solo hay 604 puntos de venta de libros. Lo que es más, la situación ha empeorado. Según el Cerlalc, en el último lustro esos puntos disminuyeron en un 5 %. En otras palabras, en el territorio nacional hay apenas un punto de venta por cada 80.000 personas, muy lejos de los niveles de cobertura óptimos (entre 10.000 y 20.000 habitantes por punto). En ciudades como Quibdó, Maicao y Buenaventura no hay librerías y solo cuentan con una papelería.

“El canal natural para la venta de libros son las librerías y las grandes superficies pero como no hay en varias ciudades, las editoriales no podemos llegar allá. Y como no podemos llegar, no podemos vender”, dice Iriarte. En el estudio de Lado B, nueve departamentos, la mayoría concentrados en los Llanos Orientales, no reportan la existencia de puntos de venta. Para David Roa, de la librería La Madriguera del Conejo, y vocero de la Asociación Colombiana de Libreros Independientes (acli), esa falta de puntos de venta explica en parte la falta de lectura en Colombia. “El hecho de que el 50 % del país no lea es normal porque en más de la mitad no hay oferta editorial”.

Esos índices tan pobres corresponden a la realidad de una industria que no despega. Nada que perder 2, un libro de autoayuda, fue con apenas 15.997 ejemplares el libro más vendido en 2014 por la Librería Nacional, negocio que representa una parte importante del mercado de libros de interés general. Las recetas de Sascha Fitness, una guía para llevar una vida saludable, se llevó el segundo lugar con 9.222. Comparado con otros países, esos números preocupan. En España, por ejemplo, la novela El tiempo entre costuras alcanzó a vender más de 500.000 copias. Eso no quiere decir, sin embargo, que en Colombia no haya habido tirajes en los cientos de miles, como algunas de las primeras crónicas de Germán Castro Caycedo, las novelas de García Márquez y El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Pero son excepciones. Algunos distribuidores a veces importan apenas 50 copias de un título, y en muchos casos no los venden todos. 


Para algunos libreros, tanto pequeños como grandes, sus bajas ventas tienen que ver con los descuentos que dan las editoriales. “Las editoriales hacen competencia desleal porque les ofrecen a las entidades públicas el mismo descuento que a las librerías y entonces no podemos competir –argumenta Ossa, quien cree que internet también es responsable, sobre todo en cuanto a los libros didácticos–: “Hoy los estudiantes descargan la mayoría de sus textos. Antes en un mes vendíamos 1.500 ejemplares de uno de física y ahora vendemos diez”. Entre 2012 y 2013, el sector didáctico registró según la Cámara Colombiana del Libro una disminución de 32,6 % en la producción nacional.

Roa, como muchos otros libreros, cree que el Estado debería comprar sus libros a través de las librerías. “Hay países en donde cada vez que una entidad pública va a hacer una dotación a una biblioteca, esa compra se realiza en una librería de la zona”. Para Roa se trata de un incentivo importante pues posiblemente generaría más puntos de venta, sobre todo en las regiones apartadas. “Así, las librerías podrían garantizar su existencia, habría oferta para la población local y se podría hacer mayor gestión cultural”. En la Nueva agenda por el libro y la lectura, publicada por el Cerlalc en 2013, se recomienda en materia de compras públicas “velar por la inclusión directa o indirecta de las librerías en las compras estatales” Iriarte no considera que sea tan fácil. “Sería, en últimas, agregar un intermediario más a la cadena de distribución. El libro saldría más caro y las ventas al Estado tienen que ser muy baratas”.

El gobierno siempre ha sido el gran comprador de libros en Colombia. De los 618.000 millones de pesos que generó en ventas el mercado del libro en 2013, las compras públicas representaron una quinta parte. Guiomar Acevedo, directora de artes del Ministerio de Cultura, recuerda que la compra de libros sin las librerías de por medio empezó hace unos diez años. En su opinión, el ministerio no puede reglamentar ese mercado, aunque si considera que “se deben de buscar formulas para que las librerías se fortalezcan pues son el canal natural del libro”. Y esa búsqueda se está empezando a hacer desde la mesa de competitividad del Ministerio de Cultura, donde tienen representación todos los eslabones de la cadena del libro en Colombia.

Pero, más allá de la importancia de las librerías, está la lectura. “¿Para qué se hacen libros? Pues para que le lleguen a un lector. El libro tiene una finalidad y es ser leído. Un libro que no se lee no sirve de nada”, afirma el promotor de políticas culturales Gonzalo Castellanos, quien cree que “ya se han hecho varios incentivos para la oferta”. Entre ellos cabe destacar la Ley del Libro de 1993, que le quitó el iva al libro y el impuesto de renta a las editoriales. “Ahora en lo que hay que trabajar –dice Castellanos– es en un modelo de beneficios al acceso al libro”. Y es ahí donde entra el juego el papel del Estado.

Las bibliotecas y el acceso al libro

En el último cuatrienio (2010-2014), una de las grandes apuestas del Ministerio de Cultura fue la construcción de bibliotecas públicas. En ese periodo, se inauguraron un total de 104, más que en cualquier otro gobierno, para llegar a un total de 1.404. Gracias a ese esfuerzo, y al del gobierno de Álvaro Uribe, la Red Nacional de Bibliotecas Públicas (rnbp) pasó de estar presente en 73 % de los municipios del país en 2002 al 96 % en 2013. El ministerio también construyó 20 centros culturales y 7 casas de cultura, entre otra infraestructura. Y si bien se trata de una apuesta importante, el número de bibliotecas aun puede mejorar. Según El libro en cifras, publicado hace seis meses por el Cerlalc, hoy en Colombia hay 2,8 bibliotecas por cada 100.000 habitantes, un indicador mucho más cercano al de Panamá y Honduras que al de México y España.

Además de la construcción de bibliotecas, el Ministerio de Cultura produjo y adquirió un total de 10.224.556 libros que repartió entre Hogares icbf, la Asociación Nacional Contra la Pobreza Extrema (anspe), varios programas de fomento a la lectura y la rnbp. De esos libros, en su gran mayoría apuntados a la primera infancia, casi dos millones fueron destinados a las bibliotecas públicas. Su adquisición fue un paso grande para cumplir una de las metas del ministerio: acercarse al índice sugerido por la Unesco de dos libros en bibliotecas públicas por persona. Una meta que, de todas formas, todavía se siente lejana. Pues de acuerdo al más reciente diagnóstico de la rnbp, en su red hay 5.740.600 libros. 


“En Colombia tenemos más o menos ocho habitantes por libro y todavía tenemos un camino muy largo que recorrer en cuanto a la dotación de bibliotecas. Por eso donde el ministerio hizo un esfuerzo gigantesco fue en la dotación de libros para niños menores de ocho años, pensando en que cuando uno aprende a leer por placer, en familia, hace que se llegue más preparado al sistema escolar para enfrentar los retos de la lectura”, asegura Acevedo. Para los próximos tres años y medio, la meta del ministerio es continuar con la dotación y darle más relevancia a la actualización de títulos. Algunos de sus retos son reducir la alta rotación de bibliotecarios, terminar de implementar el servicio de internet (hoy solo hay en 60,5 % de las bibliotecas) y subir los niveles de compromiso de las autoridades municipales.

El ministerio también ha desarrollado varias iniciativas para fomentar la lectura. Cabe destacar, por ejemplo, la fundación Secretos para Contar, a través de la que dotó con tres libros a 75 % de las familias del Chocó que tienen niños en el sistema público escolar; o las ferias regionales, un esfuerzo mancomunado con las librerías independientes que ya se ha realizado en más de seis ciudades. La Secretaría de Cultura del Distrito Capital, por su parte, ha impulsado varios programas como la Lectura bajo los Árboles, los Picnic Literarios y, más recientemente, los Espacios Concertados, un estímulo que busca financiar con una bolsa de 500 millones de pesos la programación artística de espacios culturales y librerías. También cuenta con el Libro al Viento, su proyecto de libre circulación de libros que ya cumplió diez años y que es responsable por más de cuatro millones de ejemplares.

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En Colombia, y a pesar de las iniciativas tanto públicas como privadas, aún se lee poco. Ahí radica el principal problema del mercado editorial. Se trata, de todas formas, de una industria que se ha sabido mantener de pie a pesar de la indiferencia de gran parte del público. Ante todo, no se ha dejado amedrentar por un panorama no muy alentador. El libro digital, su próximo reto, quizá sea el mayor. Por ahora, se trata de un fenómeno que en el país ha crecido despacio, al ritmo del libro impreso. De todas formas, llegará el día en que ingrese Amazon al mercado, con sus servicios de autoedición, distribución y plataforma de lectura (Kindle).

Cuando le pregunto a María Osorio sobre cómo cambiará el mundo digital el panorama del libro, su respuesta parece resumir el sentir de la industria. Desafiante –y pragmática–, responde: “Creo que es un lugar común, se ve en las ferias internacionales, todavía la influencia del libro digital en nuestra región es mínima y no se ve su crecimiento. Otra cosa sucede en el mundo anglosajón, pero en ese mundo se ve cómo conviven ambas tecnologías. Por ahora no es una preocupación para mí, supongo que tenemos que tener buenos editores, distribuidores, libreros y lectores, luego que venga el cambio, cualquiera que este sea, así estaremos preparados”. 

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¿Por qué leer ficción?
El 30 de enero de 2006, durante la lección inaugural de su cátedra en el Collège de France, el historiador de la literatura Antoine Compagnon leyó “¿Para qué sirve la literatura?”, un discurso en el que definió, de manera simple, la importancia de la lectura. ¿Por qué, entonces, necesitamos leer? A continuación algunos extractos.

Proporciona placer e instruye 

La primera es la definición clásica que permite a Aristóteles, oponiéndose a Platón, rehabilitar la poesía a título de vida buena. Gracias a la mimesis –traducida hoy en día por representación o por ficción más que por imitación– el hombre aprende… Más adelante en la Poética (de Aristóteles), la catarsis misma, purificación o depuración de las pasiones mediante la representación, tiene como resultado una mejoría de la vida tanto privada como pública.

Es un remedio

Una segunda definición del poder de la literatura, aparecida con la Ilustración y profundizada por el Romanticismo, hace de ella, no ya un medio para instruir divirtiendo, sino un remedio. Libera al individuo de su sometimiento a las autoridades, pensaban los filósofos; y en particular es un remedio contra el oscurantismo religioso. La literatura, instrumento de justicia y de tolerancia, y la lectura, experiencia de la autonomía, contribuyen a la libertad y a la responsabilidad del individuo. 

Restaura la lengua

Según una tercera versión del poder de la literatura, esta suple los defectos del lenguaje. La literatura habla a todo el mundo, recurre al lenguaje corriente, pero hace de este un lenguaje propio –poético o literario–. A partir de Mallarmé y de Bergson, la poesía se concibe como un remedio, no ya contra los males de la sociedad, sino, más concretamente, contra la inadecuación del lenguaje. “Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu”, según La tumba de Edgar Poe, será la ambición de la poesía.

http://www.revistaarcadia.com/impresa/reportaje/articulo/por-que-no-lee-colombia/41882

lunes, 20 de abril de 2015

LA PSICOLOGÍA DE VIGOTSKY

La Psicología de LEV VIGOTSKY

Pedro Donaire 

Lev Vygotski fue un psicólogo ruso de origen judío, uno de los más destacados teóricos de la psicología del desarrollo, fundador de la psicología histórico-cultural y claro precursor de la neuropsicología soviética, de la que sería máximo exponente el médico ruso Alexander Luria. Su obra fue descubierta y divulgada por los medios académicos del mundo occidental en la década de 1960.


Lev Vygotski

El carácter prolífico de su obra y su temprano fallecimiento hicieron que se lo conozca como "el Mozart de la psicología" (caracterización creada por Stephen Toulmin). La idea fundamental de su obra es la de que el desarrollo de los humanos únicamente puede explicarse en términos de interacción social. El desarrollo consiste en la interiorización de instrumentos culturales (como el lenguaje) que inicialmente no nos pertenecen, sino que pertenecen al grupo humano en el que nacemos, el cual nos transmite los productos culturales a través de la interacción social. El "Otro", pues, tiene un papel preponderante en la teoría de Vygotski.

Vygotski señalaba que la inteligencia se desarrolla gracias a ciertos instrumentos o herramientas psicológicas que el/la niño/a encuentra en su medio ambiente (entorno), entre los que el lenguaje se considera la herramienta fundamental. Estas herramientas amplían las habilidades mentales como la atención, memoria, concentración, etc. De esta manera, la actividad práctica en la que se involucra el/la niño/a sería interiorizada en actividades mentales cada vez más complejas gracias a las palabras, fuente de la formación conceptual. La carencia de dichas herramientas influye directamente en el nivel de pensamiento abstracto que el niño pueda alcanzar.

- El proceso de internalización -

Por internalización se entiende al proceso que implica la transformación de fenómenos sociales en fenómenos psicológicos, a través del uso de herramientas y signos. Esta serie de transformaciones psíquicas se sintetizan de la siguiente forma:
# una operación que inicialmente representa una actividad externa, se construye y comienza a suceder interiormente;
# un proceso interpersonal queda transformado en otro de carácter intrapersonal;
# la transformación de un proceso interpersonal en un proceso intrapersonal, es el resultado de una prolongada serie de sucesos evolutivos.

El proceso psíquico de internalización implica que una experiencia social (el lenguaje social cotidiano del niño a nivel preescolar o escolarizado) paulatinamente se va transformando en lenguaje de usos intelectuales (el socio-lenguaje cotidiano del niño se va transformando en pensamientos), y tiene como etapa intermedia el lenguaje egocéntrico. En la medida de este perfeccionamiento, el sujeto va desarrollando su autonomía o independencia con los objetos reales, concretos, que comienzan a manifestarse mentalmente en su aspecto abstracto.


- Pensamiento y lenguaje -

Otra contribución de la obra de Vygotski puede ser la interrelación entre el desarrollo del lenguaje y el pensamiento. Esta área, examinada en su libro Pensamiento y lenguaje, reconoce la explícita y profunda interconexión entre el lenguaje oral (habla) y el desarrollo de los conceptos mentales. Él dice que pensamiento y palabra están totalmente ligados, y que no es correcto tomarlos como dos elementos totalmente aislados, como lo hacen teóricos y lingüistas que sólo buscan equivalentes exactos entre los dos elementos. Si bien pensamiento y lenguaje tienen raíces genéticas diferentes, en un determinado momento del desarrollo (hacia los dos años) ambas líneas se entrecruzan para conformar una nueva forma de comportamiento: el pensamiento verbal y el lenguaje racional. "En la filogenia del pensamiento y el lenguaje son claramente discernibles una fase preintelectual en el desarrollo del habla y una fase prelingüística en el desarrollo del pensamiento", sostiene Vygotski. "El pensamiento verbal no es una forma innata, natural de la conducta, pero está determinado por un proceso histórico-cultural y tiene propiedades específicas y leyes que no pueden hallarse en las formas naturales del pensamiento y la palabra" (Pensamiento y lenguaje, cap. IV).
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Referencia e imágenes: Wikipedia .

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sábado, 18 de abril de 2015

LA CONDUCTA DE LAS OPERACIONES MENTALES. APUNTES CRÍTICOS Y RECONSTRUCTIVOS

La conducta de las operaciones mentales
(apuntes críticos y reconstructivos)

La conducta de las operaciones mentales

Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Occidental,
Número especial: 30 años de Apuntes de Psicología
Universidad de Cádiz, de Córdoba, de Huelva y de Sevilla 

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por Marino PÉREZ ÁLVAREZ,
Universidad de Oviedo

Resumen 
Ordinariamente, las operaciones mentales se consideran el contrapunto de la conducta. En este sentido, se sitúan bien alejadas del alcance del análisis de conducta. El argumento que se desarrolla aquí, sin embargo, es que el aspecto esencial de las operaciones mentales es lo que tienen de operaciones, y no de mentales. El lenguaje es entendido en relación genética con la conducta operante manipulativa, y el pensamiento en relación con el lenguaje. De este modo, el pensar resulta una forma de hacer (de construir), y en esta línea son analizadas la solución de problemas y la creatividad. 



Lo más común, en sentido de vulgar, es asimilar a Skinner con el condicionamiento operante, refiriéndose éste a conducta efectora de los organismos sobre un dispositivo a propósito en una caja especial. Cuando se trata de la conducta humana, al condicionamiento operante se le reconoce su interés en relación con aprendizajes motores elementales,­ sobre todo, en sujetos que no han desarrollado (aún) estructuras y procesos cognitivos (de suficiente envergadura)­ . De haberlos desarrollado, las operantes serían «mera conducta» dependiente de las cogniciones. Dentro de esos límites, las aportaciones de Skinner están asimiladas y, de hecho, forman parte del «inconsciente colectivo» de la psicología contemporánea. 

Desde luego, habría que notar la importancia histórica y epistemológica de la definición operante de «la conducta de los organismos» (establecida por Skinner en la década de 1930), y su fertilidad para interpretar con criterios científicos la conducta humana, como hizo en su importante libro de 1953 Ciencia y conducta humana, en cierta manera una psicología conductista de la vida cotidiana. 

Con todo, pero indisociable de estas –aportaciones elementales–, seguramente­ hay que ver que la mayor originalidad de Skinner está en la psicología del lenguaje. Este tema fue el que más le ha ocupado (desde mediados de la década de los 30, hasta sus últimos escritos cincuenta años después), dando lugar a su obra más importante, dicho por él mismo, que sería Conducta verbal, redactada en 1955 y editada en 1957, pero proyectada y elaborándose desde 20 años antes. (El autor de este escrito opinaría se le preguntaran que Conducta verbal es el libro de psicología más importante del siglo XX, hasta el momento)­ . 

Ciertamente, esta obra no ha sido integrada por la comunidad psicológica, en la medida en que cabría esperar según las afirmaciones anteriores. Incluso,­ se diría que pasó desapercibida, si es que no mal entendida, por parte de los expertos a quienes debería interesar, si bien últimamente está contextualizando importantes líneas de investigación y reconstrucciones teóricas. (Baste recordar­ que existe desde 1983 una revista especializada en esta línea: The Analysis of Verbal Behavior). 

A continuación, se van a desarrollar algunos apuntes críticos que se plantean en este libro. Críticos en el doble sentido de principales (tanto para la teoría como para la práctica psicológica), y de «cribadores» de las versiones mantalistas. 


Referencia de la publicación original: Pérez Álvarez, M. (1991). La conducta de las operaciones mentales (apuntes críticos y reconstructivos). Apuntes de Psicología, 33, 71-81.

Conducta operante y lenguaje 

Esta obra consiste ante todo en un análisis funcional del lenguaje (que se llamará conducta verbal), de acuerdo con los criterios establecidos por el análisis­ experimental de la conducta. Pero no es un estudio experimental, aunque sí empírico, pues los datos que se analizan­ están dados en la comunidad yen la literatura. Es propiamente un ejercicio de interpretación. 

Como tal análisis funcional, supone descripción y explicación. La descripción­ se resuelve en una taxonomía funcional,­ de acuerdo con que el interés del lenguaje para el psicólogo está en función­ como conducta. La explicación consiste en la especificación de las variables­ de control, esto es, de las condiciones­ de las que depende la conducta verbal en cuestión. (Se toma, entonces, la noción de explicación más potente de las diversas que existen). Este carácter funcional que da el análisis experimental­ de la conducta no prejuzga, ni podría hacerlo, la forma de la conducta verbal. El aspecto decisivo está en la función, es decir, en la relación entre ciertas condiciones­ antecedentes y consecuentes, con la particularidad de que en la conducta verbal tales funciones están mediadas por la conducta aprendida de otras personas,­ que constituyen una comunidad, esto es, un ambiente envolvente preexistente­ del que oyente y hablante forman parte. 

Lo que se sugiere es que las formas «psicolingüísticas» pueden ser muy diversas,­ resultando sin embargo que la más convencional es la vocal, pero ahí están el lenguaje de los sordomudos, los gestos, y toda una variada «topografía verbal». Las formas «vocales», que por lo demás están directamente «invocadas» por­ la palabra «verbal», son el referente que se asume por omisión. Skinner ha propuesto una clasificación definida por seis tipos de relaciones funcionales. Permítase­ que se recuerden aquí. 

- El mando: es una operante que produce­ un determinado efecto, relativo a un estado de necesidad del hablante, a través de otras personas. Es el caso de la solicitud, la petición, la orden, la súplica, el ruego, la pregunta, la llamada. Primero­ el niño trata de coger las cosas con la mano y sus padres probablemente acoplan alguna forma verbal y quizá también aportan al mismo tiempo la cosa intentada. Entonces, la acción manipulativa se convierte en un gesto, que, finalmente, el niño sustituye por las palabras acopladas. La palabra funciona como una «herramienta» que amplía la acción mediante las otras personas. Lo que se sugiere es que esta función procede­ de y se mantiene incardinada con la conducta operante en su sentido práctico­ manipulativo. El que uno «mande» a los demás, y éstos lo hagan sobre uno, permite que la misma persona lo pueda hacer sobre sí mismo, incluso, en silencio. Es el caso del lenguaje autorregulatorio (autoinstruccional). 

- El tacto: es una operante definida por el estímulo ante cuya presencia la comunidad refuerza discriminada mente. Se aprende a «referir» diferenciadamente las cosas o alguna de sus propiedades. La gente entra en «contacto» con las cosas a través de su mención por Darte de otras. La metáfora, la abstracción y la formación de conceptos son «complicaciones»­ de esta función referencial simple­. Una de las cosas a que uno puede referirse es el propio cuerpo. Se toma contacto consigo mismo a través de la referencia que los demás hacen de uno. Uno aprende a responder a estímulos privados a pesar de no ser accesibles para otros, pero ello precisamente porque los demás le han enseñado. 



La comunidad enseña a tener sentimientos­ y esto, al menos, de cuatro maneras. Por coincidencia con estímu­los públicos: cuando el niño recibe un golpe, los demás dicen «duele» y en adelante él refiere esto ante estimulaciones similares (aunque no provengan de un golpe). Los demás responden a un estímulo público (el golpe), pero el niño (aprende a hacerlo) a uno privado concomitante. Por acompañamiento­ de ciertas conductas verbales:­ ante algunas respuestas incondicionadas­ la comunidad dice -lo que le pasa a­ uno; el niño llora, los demás dicen «triste», y él aprende este sentimiento aún cuando no llore en otra ocasión. Por similitud con un evento manifiesto: uno describe su alegría como «desbordante» ­en analogía con eventos en los que algo se sale de un recipiente; algo no cabe dentro de sí. Las cualidades sentimentales­ («agudo», «punzante», «ardiente», «fervoroso»),­ por lo general, son extensiones­ metafóricas de propiedades estimulares con tales características, que se han experimentado en otras circunstancias­. Por similitud con un comportamiento­ característico: de comportamientos­ agitados, inquietos, se puede extender una descripción de estados privados «agitados»,­ «inquietos», sin necesidad de que tengan estas manifestaciones. Así pues, el autotacto es un caso particular del tacto: uno entra en «contacto» consigo mismo a través de los demás. (Vygotsky ha dicho genialmente que la «autoconciencia es contacto social consigo mismo»). 

- La ecoica: su característica es que el estímulo de control antecedente es verbal­ y la respuesta operante se corresponde­ con él (a modo de «eco» o imitación)­ . La comunidad refuerza estas formas en ciertas ocasiones. Un caso particular es la autoecoica, donde uno pone el modelo (que puede ser encubierto), y el «eco» como respuesta. 

- La textual: igualmente, la operante es idéntica al estímulo verbal antecedente, pero este está escrito. Es la lectura. Se excusa decir que hasta que la lectura resulte reforzante de por sí, el que enseña­ a leer es quien fortalece la conducta verbal apropiada. Finalmente, incluso puede hacerse en silencio. 

- La intraverbal: la conducta verbal también depende de estímulos verbales, pero formando una secuencia encadenada­ (de carretilla), en vez de ser una repetición ecoica o una repetición «codificada»­ como la lectura. 

Puede ser tan pequeña como nombrar una letra del abecedario en su orden, y tan larga como un soneto, tan convencional como responder rutinariamente a un saludo y tan particular como una obsesión. 

- La audiencia: aunque en las funciones­ anteriores ya está incorporado el oyente (una persona, un grupo, un auditorio),­ lo que se resalta ahora es su carácter discriminativo y selector sobre las formas y temas de repertorio verbal del hablante. Esta condición hablante-oyente permite como un caso particular que el oyente sea la misma persona que habla. 

Lenguaje y pensamiento 

Una situación en la que el hablante es su propio oyente, se da en el soliloquio­. La propia conducta verbal del hablante se objetiva en estímulos para nuevas conductas verbales, sean ecoicas, textuales o intraverbales, y así sucesivamente,­ hasta constituirse, por ejemplo, en una «corriente de conciencia». 

Evolutivamente, una vez que el niño sabe hablar y escuchar, hace todo eso como una misma persona. El niño habla sólo, pero probablemente no para algo tan improductivo como la corriente de pensamiento, sino en relación con hacer algo de otra manera, práctica manipulativa,­ por ejemplo, jugando. Una vez eso, el soliloquio puede atenuarse, desvanecer­ su formalidad pública, y convertirse en no hacer nada, esto es, en pensar, en su sentido ordinario. 

La conducta verbal encubierta, silenciosa,­ que deriva precisamente de la esencial condición pública del lenguaje, permite y consiste en el pensamiento en su acepción tradicional. El pensamiento silencioso según esto es conducta verbal encubierta. Pero antes que cualquier otra cosa, la conducta verbal se define (no se olvide) por su condición operante inherentemente construida dentro de las contingencias ambientales. 

De igual manera y por lo mismo que el mando es efector en el ambiente a través de otros, se construye el automando,­ cuya modalidad ahora puede ser silenciosa. Entonces, el automando (abierto o silencioso) puede tener efectos­ prácticos sobre el hablante considerado­ como oyeme. Del mismo modo, el tacto puede consistir en una «aclaración» autoinstruccional de la situación, que uno se hace (dice) a sí mismo, que facilita una actuación práctica. Cualquiera­ de las otras funciones cuyos estímulos de control antecedente son verbales, también pueden darse en silencio, pero sin dejar de tener efectos prácticos. Uno puede decirse algo «en bajo» para repetirlo­ en alto, lo que es útil a veces. De igual modo, las notas que uno escribe ayudan a leerlas después. La respuesta del hablante a sus propios estímulos intraverbales puede facilitar la realiza­ ción de una tarea (por ejemplo, abrir una caja fuerte «siguiendo» un código secreto),­ yen ello consiste también la composición­ de un «discurso» o un texto, inclu­yendo las construcciones literarias. Aquí habría que referir la manipulación de la conducta verbal por la propia conducta verbal del mismo que habla o escribe. Una especie de «mando» o «tacteo» sobre la propia producción verbal, que sucesivamente­ se va (re)componiendo hasta, quizá, lograr un resultado determinado (la solución de un problema o un efecto emocional). Técnicamente, en la termi­nología de Skinner, estas manipulaciones­ se denominan operaciones autoclíticas (cuyo otro nombre podría ser «metaconducta verbal», en todo caso cualquiera de ellos más apropiado que «metacognición»), las cuales ocupan nada menos que tres densos capítulos deConducla verbal. La parte autoclítica silenciosa­ puede ser más o menos larga según la práctica del hablante-oyente. 

En definitiva, únicamente se han tratado de sugerir dos aspectos. Uno, que la noción tradicional del pensamiento como «no hacer nada» se asimila a conducta verbal (silenciosa) en la que el hablante y el oyente son la misma persona. Dos, que esa condición permitida­ por la conducta verbal tiene que tener presente ante todo el esencial carácter público y operante del lenguaje. El pensamiento silencioso no es más (aunque tampoco es poco) que un momento­ secundario de la conducta verbal y, en general, de la conducta operante. 

Pensar y operar 

La consideración precedente del pensamiento como conducta verbal implica, entonces, reconocer su esencial carácter operatorio. Lo primero que se diría a este respecto es que también se piensa hablando en alto. Ello ha de resultar claro desde lo dicho antes, según­ lo cual el pensar en silencio forma parte de la dimensión que va desde la conducta verbal pública a la privada. El pensar, por decirlo así, no aparece en el momento en que uno empieza a no hacer nada. Por otro lado, generalmente,­ después de pensar-en-silencio, se continúa o termina con alguna ejecución o resolución pública, verbal o efectora de otro tipo. Pensar en silencio tiene sus ventajas, entre otras, sustraerse de las restricciones ambientales (por ejemplo, las exigencias pragmáticas de un discurso),­ además de que, a veces, podría ser molesto para otros, (recuérdese que hasta la Edad Media se leía en alto, siendo incluso un desagradable castigo poner a alguien a leer en silencio). Sin embargo, en otras muchas ocasiones uno se impone pensar en alto, por ejemplo, ante distracciones ambientales, dificultad en el proceso o, sencillamente,­ el que la situación (alguien) lo demande así. Por demás, dos personas entre sí pueden estar pensando (hablando)­ acerca de cómo hacer algo, resolver un problema. De hecho, el pensar de cualquier otra manera sería un caso secundario del pensar con alguien, una modalidad de la conducta verbal, en la que se está discurriendo algo. 

Naturalmente, el que el pensar tenga que ver con el lenguaje no es una casualidad, del tipo, por ejemplo, de que el desarrollo del lenguaje haya venido bien para dar expresión al pensamiento. Al contrario, a caso, el pensamiento llega donde llega en virtud precisamente del lenguaje, pero por lo que tiene éste de público (de práctica social supraindividual),­ y de recombinatorio (esto es, de infinitas posibilidades de hacer acumulativamente)­ . La composición de ideas es en rigor composición de términos, aunque aquí habría que distinguir si se trata de ideas construidas en un trabajo (práctico acumulativo) históricamente organizado, como la ciencia, (por ejemplo­ las ideas científicas), o de ideas construidas literariamente (por ejemplo, las fábulas), en todo caso limitadas por el mundo fenoménico (no exactamente por «mi mundo, el lenguaje»). 

Ahora bien, también habría que decir­ que el pensar es hacer en un sentido que no es estrictamente verbal (lingüístico). Y esto no ya porque sea la parte ejecutiva un previo proceso simbólico,­ sino por su carácter operatorio esencial (práctico efectivo). Quizá el hecho de la gesticulación con las manos no sea meramente un modismo. En todo caso, valga para introducir la noción de operación, como consistiendo sobre todo en una actividad práctica manipulativa. Frente a concebir que las manos ejecutan o expresan pensamientos, es más riguroso entender que se piensa precisamente­ porque se tienen manos. Recuérdese­ aquí unas cuantas cosas en favor de ésto: la vinculación genética (de génesis)­ entre ciertas funciones verbales y las operantes manipulativas (el lenguaje como «herramienta», según Vygotsky, o en palabras de Wallon «del acto al pensamiento»),­ el uso del papel-y-lápiz para pensar y resolver cuestiones complicadas,­ el carácter «manual» del lenguaje en sordomudos, el posible lenguaje que cabe desarrollar en chimpancés, y el que se piense en base decimal. Este último punto es así sencillamente porque se tienen diez dedos, que permiten operar a la vez con otras tantas unidades. Lo que pasa, naturalmente, es que ello se ha dado en una escala histórica, de manera que para cada cual el mundo ya aparece organizado de esa manera, lo que hace que tal-adaptación-del ambiente impresione­ como una obra mental. Pero sin ir tan lejos, ahí está el contar con los dedos, luego con palotes y finalmente con unidades­ más complejas (de manos o de palotes), como forma de operar-el-pensamiento­. Es más, si no fuera así difícilmente­ se podría enseñar a pensar, a discurrir con cierta lógica. Pues, la lógica la pone el mundo ya organizado materialmente­. ¿De qué manera se podrían pensar los teoremas de Pitágoras sin las figuras geométricas? Su lógica es ante todo material, la que im-ponen las cosas con que se opera. (Todavía nadie ha hecho lógica formal prescindiendo de los signos escritos y de las manos). El hecho de que las operaciones se abre­ vien y los «procesos invisibles» sean tan o más largos que los manipulativos no indica otra cosa que el efecto que la práctica permite operar con unidades de «manos» y «palotes» cada vez más complejas­. (Véase Brun, 1963/1975, para una gnoseología de la mano). 

Como concesión tranquilizadora para quienes se sientan defraudados por convertir­ la magia del pensamiento en conducta verbal (descubierta o encubierta),­con independencia también del oyente sobre el que sea efectiva (uno mismo u otra persona), dígase con Skinner que la conducta verbal “también posee algo de la magia que esperamos encontrar en los procesos de pensamiento. Ella está relativamente libre de condiciones­ ambientales y de las restricciones temporales.” (Conducta verbal, pág. 437). 

Todavía hay que alinear en esta argumentación el hecho del «pensamiento sin lenguaje», pero, dicho críticamente, no sin conducta. Efectivamente, en muchas­ acciones prácticas se puede reconocer­ una inteligencia operatoria sin estar «mediada por el lenguaje». Aparte la inteligencia, las artimañas, la «metis» de los animales, ofrecida a menudo incluso como modelo de y para la astucia de los animales (por ejemplo, en El Príncipe, de Maquiavelo, y en Empresas políticas, de Saavedra Fajardo), se citarán aquí las situaciones generalmente descritas como «se me ocurrió...» o «tuve la idea ...». Tanto en situaciones cotidianas bien ordinarias,­ como en otras de elaboración más exquisita, uno hace algo (más o menos oportuno), que no está acompañado verbalmente, sino acaso después, al decir­ «lo que (se) ocurrió». La propia situación,­ de acuerdo con la práctica anterior, explica lo que es tentador atribuir una agencia mental automática. 

Es más, se concibe conducta no-­verbal encubierta. Son aquellas acciones, generalmente precursoras de una acción final, que se resuelven como actividad «ideomotora», en el sentido establecido por W. James, el cual no sugiere un orden causal de la idea (mental) a la acción (muscular). James ciertamente no incurre en tal metafísica. Por el contrario,­ se entiende ello en función de su condición de respuesta incardinada con una práctica efectiva en tal situación (los músculos del brazo se disponen hacia arriba ante el pensar en alzar la mano, pero sin movimiento efectivo, en virtud de que se ha hecho anteriormente en tal contexto). También se incluirían aquí acciones más coordinadas, como por ejemplo, las del acompañante del conductor de un coche que -frena como si condujera él-, sin ir pensando en ello, cosa que no haría si no tuviera alguna experiencia de conducir. 

Naturalmente, todos estos supues­tos se definen como «encubiertos» entre tanto no son ostensibles de una manera que resulten efectivos sobre las cosas o las personas (aunque se den cuenta de ello), pero no quiere decir que no sean medibles (sean como actividad eléctrica muscular o mediante observación atenta)­ . En rigor, no existiría conducta encubierta,­ pues aún la «actividad mental» en sentido ordinario, tiene sus correlatos electro-linguales, oculares, y, si se quiere,­ electroneuronales o gluconutricionales,­ pero ello cara a entenderla la psicológicamente­ es trivial. Si fuera así curiosamente la explicación dejaría de ser mental cognitiva, para ser conductista­ grosera (con lo que Watson, del que todos han huido, y con razón, sería confirmado), pues ello probaría que aún en el más sutil pensamiento hay «conducta»,­ consistente en el fondo en «conducta­ motora». Si se apela a la actividad eléctrica o a procesos neuroquímicos, la explicación sería grosera en grado máximo.

Lo relevante aquí está en reconocer la existencia de conducta no-verbal encubierta,­ con lo que se desharía la distinción­ metafísica entre mental y conductual,­ que hace pasar lo interior (encubierto) por el pensamiento, y lo externo por su ejecución motora. Esa confusa distinción se disuelve en favor de una consideración que se atiene más al análisis funcional de la conducta que a su forma. “El punto de vista más sencillo­ —dice Skinner— y más satisfactorio consiste en considerar al pensamiento como conducta, ya sea verbal o no verbal,­ encubierta o descubierta. El pensamiento­ no es un proceso misterioso responsable­ de la conducta, sino que es la conducta misma, en toda la complejidad­ de sus relaciones de control, la que se relaciona al hombre que se comporta y al ambiente en el cual vive. Los conceptos y métodos que han surgido del análisis de la conducta, verbal o de otra clase, son los más apropiados para el estudio de lo que tradicionalmente se ha denominado­ la mente humana.” (Conducta verbal, pág. 479). 

Operaciones, solución de problemas y creatividad 

Con ser decisiva la identificación del pensamiento con la conducta, el aspecto crítico está en su relación con las variables­ de control (no meramente en la forma comporta mental). La consideración­ de la persona pensando como sujeto­ que se comporta (en el mismo sentido del «sujeto efectivo» de Ortega y Gasset), únicamente indica que el supuesto­ pensamiento (mental) no es la causa de un producto que fuera el pensamiento­-resultado (escrito, hablado o ejecutado de cualquier otra manera). 

Las operaciones de pensar están obviamente en función de condiciones dadas que aportan el contexto respecto al cual se piensa (es decir, uno se comporta)­ . Un contexto que incluye desde el ambiente cultural envolvente, hasta la temática particular sobre la que propiamente­ «se piensa», incluyendo los resultados­ parciales del mismo proceso operatorio. Por supuesto, los contenidos del llamado pensamiento filosófico, o científico, exceden el análisis psicológico­. Pero comparten con cualquier otra temática sobre la que se piense, el carácter­ socialmente organizado en el que está situado el sujeto pensante. 

Consiguientemente, el análisis de la conducta de pensar requiere la especificación­ de (cómo están organizadas) estas­ variables de control, es decir, la situación envolvente, el contexto temático­ «especializado», los repertorios per­sonales respecto al asunto, y las consecuencias­ intrínsecas y externas a la tarea. Todo ello, es esencialmente ambiental, aunque no en un sentido puntual, de instantánea descriptiva, sino funcional, consistente en operaciones sobre elementos­ con cierto orden (referido a las operaciones y a los elementos). Los elementos y el orden, es decir, la estructura,­ tienen ante todo una naturaleza ambiental fisicalista, porque de otro modo no podrían darse las operaciones, que por definición etimológica son «obras», («opus-operis»). 

La parte silenciosa de las operaciones­ (llamadas mentales) es secundaria. Secundaria en doble sentido cronológico (primero son abiertas y si acaso después privadas, implícitas), y psicológico, donde lo «psico» es comportamiento, y lo «lógico» su organización (se excusa decir que ambiental). El momento mental (silencioso),­ sin duda muy importante, tiene sentido precisamente por su incorporación­ en un proceso de operaciones­ abiertas, verbales y no-verbales. La «operación mental» no niega la operación­ práctica efectora (no rompe la escala­ de las operaciones comporta mentales),­ sino que es su situación límite, que pide y tiene su sentido en función de éstas. Representa la situación cero de las operaciones positivas, dadas con efectividad­ en un ambiente fisicalista. Del mismo modo que los silencios dentro de una composición musical no son la negación­ de la música, sino más bien la música cero, que suponen, piden y tienen­ sentido en la escala positiva del sonido, así también los procesos mentales­ son momentos de las operaciones en su escala práctica comportamental. El silencio tiene sentido en la música, pero no define precisamente la música. En rigor, hablar de operaciones mentales sería una contradicción en los términos. 

Dentro de esta argumentación es importante reparar también en que la conducta dada y dándose es ya una condición objetiva con la que interactúa (opera) el sujeto sucesivamente. Esto tanto con los productos «manufacturados»,­ como con la resolución de problemas­ y las composiciones literarias. El sujeto crea y reorganiza el ambiente, de manera que sucesivas operaciones logran­ nuevos sub-productos, que se segregan­ (subsumen o desperdician) respecto­ al logro o producto final. Al final, se obtiene un producto (por ejemplo, la solución de un problema o un poema), resultante de numerosas y probable­ mente bien complejas operaciones, pero éstas ya no están. Es tentador atribuir que la solución o la obra entre manos derivan de procesos u operaciones mentales (ahora invisibles), pero en realidad­ son sub-productos de operaciones que han quedado por el camino. Los procesos metales son otros productos. La ignorancia de estas operaciones intermedias­ abona a menudo el efecto del misterio de la creatividad. Cuanto menos se sepa de las condiciones previas y de los pasos seguidos más admiración tiene el autor por su obra. Generalmente, los artistas explotan esto o se aprovechan de ello, y la gente también lo prefiere así, cuando invocan la inspiración u otras agencias místicas. 

El caso es que el planteamiento skinneriano abre una salida para un análisis­ científico de la solución de problemas y de la creatividad, con las consi­guientes implicaciones tecnológicas. 

En esta perspectiva, la «solución de problemas» es el logro de alguna conducta­ apropiada a una situación para la que se carecen de una respuesta eficaz. El aspecto distintivo está en que el sujeto opera sobre Oos resultados de) sus propias­ conductas, y es reforzado por ello. Los resultados pueden ser tanto cambios de la situación como modificaciones de la conducta, de manera que se produce un moldeamiento de ésta. En todo caso, al responder sobre los propios resulta­dos, éstos se re-obran hacia adelante. Es característico del proceso, entonces, la construcción de estímulos discriminativos,­ a los que uno responde diferenciadamente­. Así, la conducta no sólo está moldeada por las consecuencias, sino que puede ser guiada por ciertos estímulos­ antecedentes autogenerados. Uno de éstos tiene naturaleza verbal. Así, los «automandos» facilitan cierta manera conveniente­ de proceder, del mismo modo que los «tactos» clarifican la situación (in­cluyendo lo que uno hace). El propio sujeto puede elaborar reglas que definen las contingencias, y así pre-venirse acerca de cómo funciona la situación. Esta incardinación entre operantes verbales y no-verbales, fue desarrollada posteriormente­ por Skinner, en la decisiva distinción entre conducta moldeada por las contingencias­ y conducta gobernada por reglas, precisamente a propósito de «Un análisis operante de la solución de problemas», el capítulo 6 de Contingencias de reforzamiento, pero original de 1966, (Skinner, 1966/1988); son muy interesantes­ los comentarios críticos de los nurnerosos­ autores sobre este trabajo de 1966, y las contestaciones de Skinner a ellos, apare­cidos originalmente enBehavioral and Brain Science, 7, (4), 1984, y reeditados después por el propio Ch. Catania, en colaboración con S. Harnard. Son de recordar,­ asimismo, los libros editados por Hayes (1989) y Hayes y Chase (1991). 

La formulación de estas reglas adquiere­ un carácter objetivo. de modo que se acumula, ya no sólo para un caso dado, sino como «transmisión de estímulos­ construidos», sin necesidad de que uno tenga que empezar la historia de nuevo. De hecho, por lo común, ya se parte de reglas (leyes científicas, normas,­ máximas, instrucciones), que guían las operaciones desde el principio. No se ha de perder de vista que una regla es efectiva entre tanto es parte de un conjunto­ de contingencias de reforzamiento. En realidad, por sí mismas dicen poco. El poder lo otorgan las contingencias­ ambientales, físicas y sociales. La conducta gobernada por reglas no es exactamente igual a la mantenida por las contingencias. 

En consecuencia, cualquier proceso conductual puede ser pertinente en la solución de problemas. Difícilmente se puede hablar de una suerte de «solucionador general de problemas», cual «pasteurización» de los procesos cognitivos. Ello no sólo ya porque haya diferencia entre los problemas interpersonales y los personales (los de la vida cotidiana), sino porque incluso referido a los primeros, las condiciones de control pueden ser distintas en cada caso, de un modo que sea decisivo para ayudar o enseñar a alguien. Centrado en la enseñanza escolar, Skinner ha plan­teado esto en el capítulo (cuyo título quizá resulte curioso a muchos) «Enseñar­ a pensar» de su importante libro de 1968 Tecnología de la enseñanza. 

El análisis operante del pensamiento alcanza a la creatividad. Ya se ha insi­nuado que la admiración de la creatividad­ viene en gran medida por su atribu­ción a la «persona interior», descuidando el análisis de las condiciones en que se produce. Cuanto más se sepa de éstas, menos mérito cabe reconocer al misterio de la mente, si bien quizá en todo caso, afortunadamente, quede margen suficiente­ para el quehacer imprevisible, entre tanto el análisis exhaustivo sea imposible­. Pero sí un análisis suficiente que permita entender lo esencial y promover lo que interese, en vez de dejar las cosas a la suerte, al brote de la intuición. 

El asunto principal es que la creatividad­ (incluyendo la artística) no es un reino aparte de la solución de problemas (entre ellos, los matemáticos). Cambia, sobre todo, el resultado abierto de la creatividad, y el gran interés por ocultar sus condiciones­. Afortunadamente, Edgard Allan Poe se ha ocupado en analizar una producción suya, por cierto, de máximo efecto emocional­ romántico, de modo que se puede invocar aquí como testigo en favor del planteamiento de Skinner. Su explicación del «Método de composición» según el cual ha construido el inmortal poema «El Cuervo», ilustra perfectamente el proceso de composición autoclítica en el sentido skinneriano. 

Por definición, la creatividad no se puede enseñar, pues entonces ya no sería tal, pero sí que podemos enseñar al estudiante a disponer circunstancias ambientales que eleven al máximo la probabilidad de que se produzcan respuestas­ originales (lo dice Skinner en el capítulo «El estudiante creador» de Tecnología­ de la enseñanza). 

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Referencias 
-Brun, J. (1963). La mano y el espíritu. México: F.C.E., 1975. Hayes, L.J., & CHASE, P.N. (1991). Dialogues on verbal behavior. Reno: Context Press. 
-Hayes, S.C. (Ed.). (1989). Rule-governed behavior. Cognition, contingencies, and instructional control. Nueva York: Plenum Press. 
-Skinner, B.F. (1953). Ciencia y conducta humana. Barcelona: Fontanella, 1970. 
-Skinner, B.F. (1957). Conducta verbal. México: Trillas, 1981. 
-Skinner, B.F. (1966/1988). An operant analysis of problem solving. En A.Ch. Catania, & S. Harnard (Eds.), The selection of behavior. The operant behaviorismo of F. Skinner: Comments and consequences (pp.218-236). Nueva York: Cambridge University Press. 
-Skinner, B.F. (1968). Tecnología de la enseñanza. Barcelona: Labor, 1970. 
-Skinner, B.F. (1969). Contingencias de reforzamiento. Un análisis teórico. México: Trillas, 1981.

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viernes, 17 de abril de 2015

JOSÉ VASCONCELOS, EL MAESTRO DE LA JUVENTUD EN LA REVOLUCIÓN MEXICANA

José Vasconcelos, el maestro de la juventud en la Revolución Mexicana



La Revolución Mexicana fue un movimiento armado iniciado en 1910 para acabar con la dictadura de Porfirio Díaz.

Agencia de Noticias UN- Este abogado y filósofo nacido en Oaxaca, secretario de educación en la presidencia de Álvaro Obregón (1920-1924), amplificó el eco de la revolución con un cambio en el ámbito cultural y educativo, que fue escuchado por los movimientos estudiantiles universitarios de América Latina.

Así lo afirmó Pablo Yankelevich, profesor del Colegio de México e invitado al Seminario Internacional “El impacto de la Revolución Mexicana en Hispanoamérica”.

El evento, desarrollado por el Departamento de Historia de la U.N. y el Colegio de México, intenta visibilizar los ecos de la Revolución Mexicana en los países de América Latina, a partir de los vínculos en el medio universitario e intelectual.

La Revolución Mexicana fue el movimiento armado iniciado en 1910 para acabar la dictadura de Porfirio Díaz. Culminó oficialmente con la promulgación de la Nueva Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917, la cual fue la primera en el mundo en reconocer las garantías sociales y los derechos laborales colectivos.

“Esta reflejó un horizonte de expectativas de un mundo mejor, que se derrumbó con la Primera Guerra Mundial y que prometió para ese momento un avance respecto a lo cultural y educativo”, aseguró el profesor Yankelevich.

A Colombia, el eco llegó a través de los movimientos universitarios, pues fueron los estudiantes quienes le otorgan el título a José Vasconcelos de “maestro de la juventud”, en 1923.

José Vasconcelos hizo que las universidades en México fueran públicas y libres, dotó a las bibliotecas e impuso la educación obligatoria.

Este personaje impactó el país desde su experiencia como rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, con la que puso en marcha un proyecto de refundación cultural y educativa, trazado a toda América Latina por medio de libros, intercambios de maestros y ponencias.

“En todo este material, México se ha hecho presente como un faro en la lucha contra las dictaduras militares y la clerecía, entre otros”, destacó el invitado.

Para el profesor Ignacio Mantilla, Rector de la Universidad Nacional de Colombia, encargado de inaugurar el evento, la importancia de las universidades latinoamericanas no solo radica en los esfuerzos para preparar a los ciudadanos sino en que son un escenario en el que se consolidan revoluciones y reformas sustantivas de los países.

“México ha sido un pueblo ejemplar y de gran influencia para los países latinoamericanos. Por eso la importancia del seminario, que invita a reflexionar sobre una de las etapas más difíciles, ocurrida entre 1910 y 1920, la cual implantó en ese país una forma distinta de ver la realidad y concebir el futuro”, afirmó el Rector.

Gran parte de esas visiones fueron maduradas en las instituciones educativas. Un ejemplo es la reorganización de la Universidad Nacional Autónoma de México, una institución conservadora que en 1929, bajo la tutela de Vasconcelos, experimentó una revolución curricular sin precedentes, que reconoció la autonomía.

Para esa misma época, en Colombia se afrontaron cambios similares en el perfil de la educación superior, causados por los gobiernos conservadores de 1870 a 1930 y generados por aliados de terratenientes y la iglesia católica, que desarrollaron una misión de la educación bajo el sector privado y la exaltación de los valores religiosos.

En este periodo se entregó a la iglesia gran parte del control de la educación superior, lo cual generó instituciones autoritarias, cerradas y confesionales. Sin embargo, según el Rector Mantilla, es ahí donde se muestra cierto paralelo, en el que, a pesar de esos lineamientos, se crearon universidades laicas como la Externado en 1886, la Nariño en 1904 y la Libre en 1923.

http://www.agenciadenoticias.unal.edu.co/inicio.html

 
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