miércoles, 29 de mayo de 2013

CRISIS Y LUCHA POLÍTICA

Crisis y lucha política en Gramsci

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Aldo Casas
Unidad y Resistencia

Antonio Gramsci escribió en la cárcel más de treinta cuadernos entre los años 1929 y 1935, publicados tiempo después de su muerte como Cuadernos de la cárcel [1]. Por las mismas condiciones en que debía realizarlo, su trabajo no tenía objetivos políticos inmediatos: él mismo anunció que quería escribir algo “desinteresado” y “für ewig”. Pero revela sí una profunda motivación política, reflejada en un desplazamiento temático de la investigación: el tema de la crisis, ausente en el esbozo original, se va precisando a medida que, podríamos decir, se politiza el proyecto. Es que Gramsci no era simplemente un brillante intelectual: era ante todo un militante revolucionario encarcelado y al que es fácil suponer acosado por los dilemas de la lucha contra el fascismo y el giro sectario adoptado por la Internacional Comunista en el VII Congreso de 1928, por la creciente estalinización de la Unión Soviética, y por el impacto de estos procesos sobre el Partido Comunista de Italia. El proyecto asume contornos más definidos al mismo tiempo que Gramsci sostiene una serie de discusiones, algunas muy ásperas, con sus compañeros en la cárcel.

Crisis económica y crisis revolucionaria

Para introducir en el tema, digamos en primer lugar que Gramsci fue desde su primer juventud un crítico agudo de las deformaciones positivistas y deterministas del marxismo. Desde esta perspectiva reflexiona sobre las relaciones entre estructura y superestructura, estudia las relaciones política – economía y aborda el tema de la crisis. Lo primero que podemos decir es que, continuando en esto a Lenin y llegando incluso más lejos, Gramsci no cree que la crisis revolucionaria surja de la crisis económica. Por eso tiene el cuidado de afirmar que:

Se puede excluir que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan efectos fundamentales; sólo pueden crear un terreno favorable para la difusión de determinadas maneras de pensar, de formular y resolver las cuestiones que implican todo el desarrollo ulterior de la vida estatal [2].

La acción de las masas, así como sus movimientos políticos e ideológicos, tienen una temporalidad propia que no necesariamente es la temporalidad de la crisis económica. Puede decirse más bien lo contrario:

Los hechos ideológicos de masas están siempre retrasados con respecto a los fenómenos económicos de masas [...] el impulso automático debido al factor económico es retardado, obstaculizado o incluso destruido momentáneamente por elementos ideológicos tradicionales [3].

Gramsci nos está diciendo con esto algo muy importante: que en un determinado momento presente operan simultánea pero discordantemente una multiplicidad de tiempos y ritmos, cuya interacción no se resuelve como si se tratara de un “paralelogramo de fuerzas”, según relaciones matemáticas o geométricas, sino conformando una singularidad histórica, que es el complejo terreno en que operan las decisiones y acciones políticas de fuerzas sociales en conflicto.

Decíamos que Gramsci no cree que la crisis política pueda ser resultado de los aspectos más inmediatos de la crisis económica. Pero no desconocía ni ignoraba la relación existente entre economía y política, y consideraba incluso que una clave en el estudio de la crisis capitalista es la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, “ley” que fija la atención no tanto sobre las rápidas y permanentes oscilaciones económicas, sino en los desarrollos a largo plazo de la economía capitalista, que están cruzados por la política, por los choques de las clases, por las guerras y las revoluciones, que continuamente los plantean y modifican.

No trataremos en detalle la tendencia a la baja de la tasa de ganancia [4], que es uno de los puntos más controvertidos de El capital y sobre cuya pertinencia se sigue discutiendo hasta nuestros días. Recordemos simplemente que para Marx el capital sólo es tal si se valoriza, si el valor lanzado a la producción logra reproducir el valor invertido más un valor excedente, un plusvalor. Y que este plusvalor surge de la explotación de los trabajadores: es la diferencia entre el valor de los salarios que el capitalista paga al obrero y el valor total producido por el obrero, diferencia que constituye precisamente la médula de la valorización del capital. Recordemos también que para el capitalista el punto de referencia es la tasa de ganancia, o sea el grado de rentabilidad del capital, y esta tasa es la que regula la acumulación del capital. Los conflictos entre la burguesía y el proletariado en el proceso productivo son una lucha por el valor excedente. Pero existen además los conflictos en el seno mismo de la burguesía, que si por un lado tiene como clase un interés común enfrentado a la clase trabajadora, por otra parte está dividida por el choque de los intereses propios de cada capitalista, en tanto “las condiciones económicas de la vida burguesa” les imponen la competencia y una permanente búsqueda de la disminución de los costos unitarios de producción, para sacar ventaja en la batalla de las ventas y obtener ganancias extraordinarias. Esto se logra básicamente con la introducción de nuevas maquinarias y tecnologías para elevar la productividad del trabajo y reducir los costos unitarios.

Tenemos pues que los capitalistas se ven empujados a invertir una proporción cada vez mayor en maquinarias y tecnología y, puesto que la tasa de ganancia depende de la explotación del trabajo vivo, la tasa de ganancia tiende a caer: esto es, muy esquemáticamente presentada, lo que Marx denominó ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia. Como antes dije, muchos comentaristas han criticado esto como autocontradictorio, porque el mismo Marx escribió que aumentando la productividad del trabajo los capitalistas aumentaban también la tasa de plusvalía y mantenían así la tasa de ganancia. Precisamente uno de los primeros en hacer esta crítica fue el filósofo italiano Benedetto Croce en su libro Materialismo histórico y economía marxista. En la cárcel, sin poder consultar los textos de Marx y obligado a citar de memoria, nuestro autor se basó en su comprensión del conjunto de la obra de Marx para refutar a su antiguo maestro (pues Croce había sido muy influyente en la formación pre-marxista del joven Gramsci):

En el escrito sobre la caída tendencial de la tasa de ganancia hay que observar un error fundamental de Croce. Este problema está ya planteado en el tomo I de la Crítica de la Economía Política, allí donde se habla de la plusvalía relativa y del progreso técnico como causa, precisamente, de plusvalía relativa; en el mismo punto se observa cómo en este proceso se manifiesta una contradicción, pues mientras por un lado el progreso técnico permite una dilatación de la plusvalía, por el otro determina, por el cambio que introduce en la composición del capital, la baja tendencial de la tasa de ganancia y ello está demostrado en el tomo III de la Crítica de la Economía Política [5].

Gramsci plantea la cuestión en los mismos términos en que lo hiciera Marx: reconoce que existen fuerzas que se oponen a la baja de la tasa de ganancia, atenuando o frenando su velocidad y por esto mismo, para escándalo de la ciencia positivista, se introduce el concepto de “ley tendencial”. Gramsci historiza la cuestión diciendo que “El significado de ‘tendencial’ parece, por lo tanto, tener que ser de carácter ‘histórico’ real y no metodológico” [6] y advierte que ese tipo de ley es propio del capitalismo y debe ser asociada

[...] al desarrollo de la burguesía como clase “concretamente mundial” y por lo tanto a la formación de un mercado mundial ya lo suficientemente “denso” de movimientos complejos, para que de él se puedan aislar y estudiar las leyes de regularidad necesarias, o sea las leyes de tendencia, que son leyes no en sentido naturalista o del determinismo especulativo, sino en un sentido “historicista” [7].

O sea, la creciente complejidad del mundo económico impide la formulación de leyes absolutas e indiscutibles de desarrollo, permitiendo (y obligando) en cambio a presentar junto con la tendencia principal otras fuerzas que actúan en sentido contrario. Lo que muchos consideraban una ruptura con el rigor científico o una mala escapatoria formal que presentaba como ley lo que no es ley, traduce en realidad una necesidad propia de la “crítica de la economía política”, de las leyes inmanentes a su objeto y sus límites, Gramsci lo capta hasta el fin y escribe:

Las fuerzas contraoperantes de la ley tendencial y que se resumen en la producción de cada vez más plusvalía relativa tienen límites, que son dados, por ejemplo, técnicamente por la resistencia elástica de la materia, y socialmente por la medida soportable de la desocupación en una determinada sociedad. O sea que la contradicción económica se vuelve contradicción política y se resuelve políticamente en una inversión de la praxis [8].

Una breve disgresión sobre teoría y política

Aunque nos alejemos un tanto del tema que nos ocupa, vale la pena repetir y destacar la última frase: la contradicción económica se vuelve contradicción política y se resuelve políticamente en una inversión de la praxis. Permítaseme además relacionarla con otro párrafo formidable sobre el concepto de “ciencia” que complementa lo anterior:

El planteamiento del problema como una búsqueda de leyes, de líneas constantes, regulares, uniformes, está ligado a una exigencia [...] de resolver perentoriamente el problema práctico de la previsibilidad de los acontecimientos históricos [...] En realidad se puede prever “científicamente” sólo la lucha, pero no los momentos concretos de ésta, que no pueden sino ser resultado de fuerzas contrastantes en continuo movimiento, no reducibles nunca a cantidades fijas, porque en ellas la cantidad se convierte continuamente. Realmente se “prevé” en la medida en que se actúa, en que se aplica un esfuerzo voluntario y con ello se contribuye concretamente a crear el resultado “previsto” [9].

En realidad se puede prever “científicamente” sólo la lucha. Gramsci, rompiendo lanzas contra el positivismo y determinismo que habían sido predominantes en el marxismo de la Segunda Internacional y reaparecían en la Tercera Internacional después de Lenin, nos dice con esto que la teoría nos conduce hasta un punto en que deja lugar a la política como estrategia y como decisión, sujeta a las vicisitudes del combate y el error. Y haciéndolo puso en nuestras manos una clave desde la cual puede releerse el conjunto de la obra de Marx.

Algo más sobre la crisis económica y su relación con lo político

Retomando la cuestión de la crisis económica, digamos que utilizando como clave interpretativa la ley de baja tendencial de la tasa de ganancia, pero reclamando un análisis concreto de la gran crisis de 1929, escribió en sus cuadernos:

Estos tres puntos: 1) que la crisis es un proceso complicado; 2) que se inicia al menos con la guerra, aunque ésta no es la primera manifestación; 3) que la crisis tiene orígenes internos en los modos de producción y por tanto de cambio, y no en hechos políticos y jurídicos, parecen los tres primeros puntos a aclarar con exactitud [10].

Con esto vemos que la crisis se aborda como un proceso de larga duración en que operan múltiples tendencias y contratendencias, como una situación que toma diversas características según los distintos momentos decoyuntura. Más precisamente:

[...] la “crisis” no es más que la intensificación cuantitativa de ciertos elementos, no nuevos y originales, pero especialmente la intensificación de ciertos fenómenos, mientras otros que antes aparecían y operaban simultáneamente a los primeros, inmunizándolos, se han vuelto inoperantes o han desaparecido del todo. En suma, el desarrollo del capitalismo ha sido una “crisis continua”, si así puede decirse, o sea un rapidísimo movimientos de elementos que se equilibraban e inmunizaban. En cierto punto, en este movimiento, algunos elementos han predominado, otros han desaparecido o se han vuelto inoperantes en el cuadro general [11].

La noción de “crisis continua” tiene una doble importancia: pone de relieve que el capitalismo da respuestas a la crisis del capitalismo, pero ilustra también las debilidades del capitalismo que abren posibilidades para plantear su superación desde el punto de vista de los trabajadores. Porque Gramsci sostuvo que no era correcto deducir la crisis política (y menos aún la crisis revolucionaria) de la crisis económica, pero no dejó de advertir que la crisis económica conforma un “terreno favorable” para la crisis política, en la medida que debilita las bases materiales para la construcción del consenso y la legitimación del orden burgués y su Estado. La absorción de las demandas no antagónicas de las clases subalternas, necesaria para la constitución de ese consenso, se torna difícil o imposible.

Gramsci había trazado una biografía de ese Estado burgués utilizando el paradigma de la Revolución Francesa. Al analizar el proceso de la unificación de la burguesía y su conversión en gobierno, destacó que los jacobinos hicieron mucho más que transformar a la burguesía en gobierno, o sea, en clase dominante: la convirtieron en una clase nacional dirigente y hegemónica, aglutinando a su alrededor las fuerzas vivas de Francia, recreando la propia nación y el Estado dándoles un contenido moderno. La realización de la hegemonía está marcada por el máximo desarrollo de las energías privadas nacionales, o sea, por la constitución y fortalecimiento de la sociedad civil y por la creación de una amplia red de instituciones a través de las cuales el consenso se organiza permanentemente, un consenso que es de carácter moral y ético, voluntario. En síntesis, la constitución del Estado moderno fue también la ampliación de la base histórica del mismo Estado. Para concretar la hegemonía sobre toda la población, la burguesía incorporó demandas, realizó las aspiraciones de la nación, incorporó grupos sociales, transformó su cultura en la cultura de toda la sociedad. La ampliación de la base histórica del Estado fue acompañada por la expansión de la misma burguesía, y el régimen jurídico parlamentario fue el resultado de ese proceso de expansión.

Pero eso era el pasado. Para un preso encarcelado por el fascismo, la crisis del Estado liberal constituía una realidad dolorosamente palpable. En realidad, ya la primera guerra había evidenciado su agotamiento y la convulsiva paz que la siguió no mostró una recuperación. La capacidad que la burguesía había demostrado en su momento de ascenso para absorber a toda la sociedad, dirigiéndola y ejerciendo su hegemonía, se hizo cada vez más escasa, hasta el extremo de desesperar a la misma burguesía e impulsarla a sacrificar una parte de sí misma. Se pasó así de la dirección que una clase ejercía sobre toda la sociedad, al dominio de una fracción de esa clase sobre toda la sociedad a través de la mediación del Estado. En ese contexto, el Estado perdió su función de “educador”, su contenido ético fue vaciado y quedó reducido al aparato gubernativo, colonizando la sociedad civil.

Gramsci observará atentamente, en primer lugar, la pérdida de la capacidad dirigente de la burguesía y sus consecuencias. Sin poder asimilar la sociedad, su capacidad de articular el consenso y la legitimidad del orden se conmueve. Se abre una situación de contraste entre representantes y representados. En esos momentos los grupos sociales se apartan de sus organizaciones tradicionales, o sea, esas organizaciones y sus líderes ya no son reconocidos como expresión propia de su clase o fracción, comprometiendo decisivamente la capacidad dirigente de esos grupos. Gramsci denomina a esos procesos “crisis de hegemonía, o crisis del Estado en su conjunto” [12]. La crisis de hegemonía es, entonces, una crisis del Estado y de las formas de organización política ideológica y cultural de la clase dirigente. El aspecto más visible es la crisis de los partidos y las coaliciones gubernamentales:

Se trata, en efecto, de la dificultad de construir una orientación política permanente y de largo alcance, no de dificultad sin más. El análisis no puede prescindir del examen: 1) del porqué se han multiplicado los partidos políticos; 2) del porqué se ha vuelto difícil formar una mayoría permanente entre tales partidos parlamentarios; 3) en consecuencia, del porqué los grandes partidos tradicionales han perdido el poder de guiar, el prestigio, etcétera [13].

La división de los partidos y las crisis internas que los atraviesan son pues manifestación de esa crisis. La dificultad de conformar una dirección estable y los choques permanentes entre las diferentes camarillas reproducen en los partidos los mismos problemas encontrados en el gobierno y en el parlamento. En los choques entre los diferentes bloques y partidos, la corrupción encuentra un fértil terreno para desarrollarse. Cada fracción se considera a sí misma la única en condiciones de superar la crisis del partido, así como cada partido se considera el único capaz de superar la crisis de la nación. Los fines pasan a justificar los medios. Gramsci escribe sobre la crisis del parlamentarismo y la democracia burguesa en la Europa de entreguerras, pero nosotros, que lo leemos a comienzos del siglo XXI y desde el Sur de Latinoamérica, sentimos que este enfoque nos ayuda a comprender el carácter generalizado de la crisis en nuestro país. Porque también acá vemos que, como analizaba Gramsci, la crisis no se limita, sin embargo, a los partidos y al gobierno.

Cuando dice que es una crisis del Estado en su conjunto, se está señalando que se procesa también a nivel de la sociedad civil, donde las clases dirigentes tradicionales se revelan cada vez más incapaces de dirigir toda la nación. La burocracia, la alta finanza, la iglesia y todos aquellos organismos relativamente independientes de la opinión pública refuerzan sus posiciones en el interior del Estado. La repercusión de la crisis en el conjunto del Estado puede provocar, de esta manera, el “desplazamiento de la base histórica del Estado” y la supremacía del capital financiero… y en nuestros países periféricos, de los agentes más o menos directos del imperialismo.

Por lo tanto, lo que resulta ser característica fundamental de la crisis de hegemonía no es como suele creerse el “vacío de poder”. La crisis de hegemonía se caracteriza, ante todo, por una multiplicidad de poderes. Es evidente que semejante situación no puede prolongarse indefinidamente, pero ¿cuáles son las razones que llevan a una crisis de tales proporciones?, ¿qué es lo que hace que la capacidad dirigente de una clase sea conmovida de manera tan profunda? Para Gramsci la crisis de hegemonía de la clase dirigente se produce

[...] ya sea porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran empresa política para la que ha solicitado o impuesto con la fuerza el consenso de las grandes masas (como la guerra), o porque vastas masas (especialmente del campesinado y de pequeñoburgueses intelectuales) han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto no orgánico constituyen una revolución [14].

Vale la pena detenerse en esto, por su importancia conceptual y por lo que aporta concretamente a la comprensión de nuestra misma historia inmediata, y en particular a las jornadas del 20/21 de diciembre de 2001. Gramsci sostenía que en el origen de la crisis de hegemonía hay una profunda modificación en la relación de fuerzas entre las clases. Pero su análisis buscaba hilar más fino aún. Por la experiencia en Europa y su participación directa en la lucha de clases de Italia sabía también que la crisis de hegemonía no era sinónimo de situación o crisis revolucionaria. Por eso indaga en la crisis del Estado liberal tras la guerra de 1914-1918, preguntándose más concretamente por qué se desagregó en diversos países de Europa el aparato hegemónico de los grupos dominantes y precisa:

1) porque grandes masas, anteriormente pasivas, entraron en movimiento, pero en un movimiento caótico y desordenado, sin dirección, o sea sin una precisa voluntad política colectiva; 2) porque clases medias que en la guerra tuvieron funciones de mando y responsabilidad, se vieron privadas de ellas con la paz, quedando desocupadas, precisamente después de haber hecho un aprendizaje de mando, etcétera; 3) porque las fuerzas antagónicas resultaron incapaces de organizar en su provecho este desorden real [15].

La crisis está, por lo tanto, definida por las luchas que oponen a las clases entre sí y al calor de las cuales los diferentes proyectos alternativos se van diseñando y agrupando partidarios. Está marcada por la ruptura de la pasividad de ciertos grupos sociales y por su ingreso activo en el escenario político, desquilibrando acuerdos de poder que tendían a excluir a esos grupos. En este contexto cabía lo que llamaba el “fenómeno sindical” como factor capaz de jugar un papel clave en la configuración de esa crisis del Estado y, más en general, la promoción de grupos sociales nuevos que hasta entonces no tenían una “voz activa” o una posición destacada. Y el parlamento, clásico lugar de mediación de los conflictos, se mostraba incapaz de absorber a los nuevos actores. El crecimiento de los partidos socialdemócratas y comunistas, así como la masificación de los sindicatos y de la prensa obrera se producía en gran medida fuera de la arena parlamentaria. E incluso cuando la incorporación de tales fuerzas al parlamentarismo permitió bloquear provisoriamente esa expansión, como en la Alemania de Weimar, la misma no se producía de manera tranquila y, muchas veces, generaba más problemas de los que resolvía.

Por otra parte, advertía Gramsci, el ascenso de esos nuevos actores no definía todo el contenido de la crisis, pues hay que considerar la forma bajo la cual se produce ese ascenso, especialmente si, como es frecuente, las clases subalternas no poseían aún una dirección capaz de colocarse al frente de su movimiento e imprimir al mismo un contenido efectivamente transformador. La crisis no alcanzaba sólo a la burguesía y el parlamento: ella era también una crisis de las clases subalternas, que no conseguían forjar una voluntad común e imponer su proyecto hegemónico aunque hubiesen desarticulado la hegemonía de las clases dominantes. A la luz de nuestra experiencia luego del “Argentinazo”, podemos apreciar que este enfoque resulta mucho más útil e instructivo que el simplismo con que gran parte de la izquierda revolucionaria de nuestro país caracterizó que el país había ingresado a una “situación revolucionaria”. A diferencia de una formulación que sugiere la falsa idea de inminentes combates decisivos en torno al poder, Gramsci advierte que encontrar la solución orgánica para esa crisis no es simple, pues ello exige la unificación de los distintos sectores o fracciones del movimiento obrero y las clases subalternas bajo la bandera del partido “que mejor represente y resuma las necesidades de toda la clase”. El Gramsci de los Cuadernos pensaba la unificación en términos de un partido, cosa que hoy podría ponerse en dudas: la clase obrera y su hegemonía en el proceso político posiblemente se concreten más bien por una combinación de alianzas, debates y reagrupamientos de diversas organizaciones revolucionarias y la creación de nuevos organismos que expresen y concreten la irrupción y construcción política de las clases subalternas pero, en cualquier caso, está claro que se trata de una construcción política.

En este camino las tentativas son innumerables, la crisis es un proceso de largo plazo en el que se desarrollan permanentemente experiencias que buscan su superación, los partidos o movimientos políticos se alinean y realinean, se forman y se disuelven bloques, se promueven y deponen líderes. Y con cada tentativa de resolución de la crisis la misma cobra una nueva fisonomía, pues los fracasos de aquéllas no retrotraen las cosas al punto de partida. Cada grupo o fracción registra pérdidas y ganancias, mientras el desenlace de la crisis se posterga… Por ejemplo, las vicisitudes de la lucha social y política que se ha venido desarrollando desde diciembre del 2001 hasta acá, incluyendo el surgimiento y los altibajos de movimientos sociales nuevos como las Asambleas, los movimientos de trabajadores desocupados o piqueteros, y las fábricas recuperadas y puestas a producir por los trabajadores, la débil participación de los trabajadores ocupados y corrientes sindicales clasistas, ilustran lo dificultoso del empeño. Que en la Argentina resultó más dificultoso porque la irrupción de las clases subalternas no llegó a ser como decía Gramsci “orgánica”, vale decir generalizada de manera tal que la tensión colectiva y la confluencia de millones de experiencias diversas puedan enriquecer y acelerar el proceso de aprendizaje en el que las clases sometidas rompen con el “sentido común” para afirmar en su lugar el “buen sentido” de la clase en ascenso.

La crisis golpea a los de arriba y a los de abajo, pero las posibilidades de articular un proyecto alternativo y ganar respaldo para el mismo son asimétricas, desiguales. A diferencia de las clases subalternas, las clases dirigentes tradicionales tienen gran número de “intelectuales”, personal especializado capaz de formular proyectos y organizar sus defensores, puede cambiar al personal dirigente de programa e incluso de partido para ofrecer una salida a la crisis. Pueden construir unidades que parecían imposibles de alcanzar bajo la dirección del partido que mejor encarna las necesidades de toda la clase en ese momento que no son otras que la superación de la crisis misma. Pero incluso teniendo condiciones más favorables para decidir rápidamente el conflicto a su favor, las clases tradicionales no siempre lo consiguen y las crisis se prolongan más allá de lo previsible: esto ocurre cuando las clases sociales dominantes defienden una estructura en la cual existen problemas que no logran resolver, al mismo tiempo que las clases que luchan por una transformación profunda no logran convertirse en dirigentes.

Después de todo lo dicho, podemos ver con más claridad por qué la crisis de hegemonía no queda definida automáticamente por la crisis económica. La crisis económica, tomada en su sentido amplio como crisis de acumulación, puede ser el presupuesto para la crisis de Estado, pero no plantea por sí misma la crisis de hegemonía. Sólo cuando la crisis económica y la crisis de hegemonía coinciden en el tiempo, tenemos lo que Gramsci llama también crisis orgánica, una crisis que afecta al conjunto de las relaciones sociales y es la condensación de las contradicciones inherentes a la totalidad social. Para el estallido de esta crisis orgánica se requiere de la confluencia e interacción de la crisis de acumulación y la crisis política e ideológica con la agudización de los choques entre las clases y entre sus mismas fracciones internas, en un presente cargado como nunca de diversas temporalidades y ritmos en el que actúan e inciden las fuerzas sociales y políticas en pugna.

La preocupación de Gramsci está apuntada a la acción y la organización autónoma de las clases subalternas: la crisis y su solución no deben ser consideradas como un proceso de desagregación y reconstrucción de una “voluntad capitalista” en el que las clases subalternas ocuparían un lugar pasivo. Porque la realidad es que la crisis es producto de los choques existentes entre las clases sociales y entre esas clases y la forma estatal de las clases dominantes. Es la resultante de una determinada articulación global entre el Estado y el conjunto de la sociedad, y no sólo entre el Estado y las clases dominantes. Son esos choques, y los avances y retrocesos de cada grupo social los que irán conformando las posibilidades de superación de la crisis, en un sentido reaccionario o revolucionario. La teoría de Marx, con el inestimable aporte que Lenin y Gramsci hicieron en cuanto al análisis de las crisis, nos conduce hasta este punto: un presente en el cual las previsiones deben convertirse en apuestas de lucha, la teoría se convierte en estrategia y las clases subalternas afrontan el desafío de construirse como fuerza contrahegemónica y revolucionarse haciendo la revolución. Bien sabemos, en estos tiempos, en este país y particularmente en esta provincia de Tucumán, que la miseria y la explotación hacen de la clase-que-vive-de-su-trabajo, considerada bajo todas sus formas, seres física y mentalmente mutilados al punto que, como Marx escribiera alguna vez, en el curso usual de las cosas la sumisión reproduce la sumisión y el Estado puede presentarse como reserva aparente del orden. ¿Cómo entonces esta clase reducida a nada puede aspirar y lograr devenir todo? Este es precisamente el misterio irresoluto de la emancipación desde la sumisión y la alienación. Un misterio que encuentra su respuesta en el enfrentamiento político y el choque de clases, porque sólo la lucha puede quebrar el círculo vicioso.

(*) Aldo Casas es miembro de la Asociación Argentina Antonio Gramsci. Integrante del Consejo de Redacción de Herramienta. Dirección electrónica: aromero@herramienta.com.ar

Notas

[1] Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. Edición crítica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Gerratana, 6 Tomos. Ediciones Era / Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México DF, 1999.
[2] Antonio Gramsci, Obra citada, Tomo 5, pág. 39.
[3] Ibíd., Tomo 5, pág. 59.
[4] Este punto está ampliamente desarrollado por Álvaro Bianchi, miembro del consejo de redacción de la revista Outubro, en su artículo “Crise, Política e economía no pensamento gramsciano”, trabajo que el autor brasileño tuvo la amabilidad de facilitarme y en gran medida inspiró y sentó bases para esta ponencia.
[5] Obra citada, Tomo 4, pág. 168.
[6] Ibíd., pág. 172.
[7] Ibíd., pág. 145.
[8] Ibíd., Tomo 4, pág. 170.
[9] Ibíd., Tomo 4, pág. 267.
[10] Ibíd., Tomo 5, pág. 178.
[11] Ibíd., Tomo 5, pág. 179.
[12] Ibíd., Tomo 5, pág. 52.
[13] Ibíd., Tomo 5, pág. 220.
[14] Ibíd., Tomo 5, pág. 52.
[15] Ibíd., Tomo 3, pág. 195.

domingo, 26 de mayo de 2013

La televisión como ideología

La televisión como ideología 

Theodor W. Adorno

Para completar las características formales de la televisión, dentro del sistema de la industria de la cultura, pasemos a examinar el contenido específico de sus presentaciones. Por de pronto cabe señalar que el contenido y la forma de presentación se encuentran tan ligados entre sí, que el uno puede aparecer por la otra y viceversa. Abstrayendo de la forma, como trivialmente puede realizarse en toda obra de arte, se prescinde de la medida propia de esa esfera, que no conoce de autonomía estética y que reemplaza la forma por el funcionamiento y la mera exhibición. El análisis del contenido de los libretos de televisión ha fracasado, pero es posible leerlos y estudiarlos mientras que el espectáculo pasa volando. Si se replicara que el fenómeno fugaz difícilmente puede producir todos los efectos que potencialmente resultan del análisis del libreto, cabría sostener que, como esas consecuencias están en gran medida previstas para el inconsciente, su poder sobre el espectador justamente se acrecienta con la forma de percepción, que impide rápidamente el control por el yo consciente. Además las características de que se trata nunca son las de un caso aislado traído a cuento, sino que integran un esquema. Se repiten innumerables veces. Los efectos planeados se han sedimentado en el ínterin.

El material recogido proviene de treinta y cuatro obras para televisión de diversos tipos y niveles. Para lograr, en sentido estadístico, una validez equivalente para su estudio, sería necesario someter al material rigurosamente a un muestreo por el azar, mientras que los estudios pilotos efectuados en realidad han tenido que contentarse con los libretos que se pudo obtener. Con todo, el grado de estandardización de toda la producción, así como la uniformidad que se da en todos los manuscritos hasta ahora leídos, permite prever que la investigación conducida según los criterios de un análisis de contenido, al modo norteamericano, podría completar las categorías hasta ahora extractadas, pero no revelaría básicamente ningún nuevo resultado. La promoción que efectúa en el New Yorker de Dallas W. Smythe ha hecho aún más verosímiles estas hipótesis.

Cabría pensar que lo corriente en Beverly Hills debiera estar por encima del promedio común. Los estudios se limitaron a obras para televisión. Se trata de obras que, en muchos respectos, son semejantes a películas de cine; como se sabe, una buena parte no eliminable de los programas de televisión son cubiertos con películas. La diferencia principal radica en la duración mucho más breve de las obras de televisión: en la mayoría de los casos, no sobrepasan el cuarto de hora, y a lo sumo, media hora. La calidad se ve afectada por la duración. El desarrollo cuidadoso de lo acción y de los personajes, factible en una película, es puesto de lado; todo debe presentarse en conjunto. La supuesta necesidad técnica, proveniente en realidad del sistema comercial, se beneficia con el recurso a estereotipos y con la parálisis ideológica, que la industria, por añadidura, cultiva so pretexto de proteger al público juvenil e infantil. Con respecto a las películas de cine, las obras de televisión están en la misma relación que los cuentos policiales con las novelas de detectives; el poco aliento de la forma misma está puesto al servicio de la cortedad de espíritu. Con todo, no debiera forzarse la índole propia de la producción televisiva, si es que no quiere convertírsela a su vez en una ideología. La similitud con las películas es prueba de la unidad de la industria de la cultura: es casi indiferente por donde se la aborde.

Las obras teatrales escritas para la televisión toman buena parte del tiempo de transmisión. La edición de diciembre de 1951 de “Los Angeles Televisión”, de Dallas W. Smythe y Angus Campbell, lanzada por la National Association of Educational Broadcasters informaba que los programas dramáticos constituían la mayoría. Se destinaba, en una semana cualquiera tomada como muestra, más de una cuarta parte de toda la programación a programas dramáticos “para adultos”. Durante las horas de la noche, es decir, durante el tiempo de transmisión más efectivo, la proporción se elevaba al 34,5 por ciento. Le seguían en orden las obras para niños. En Nueva York, las obras dramáticas para la televisión abarcaban el 47 por ciento de la producción total. Como en programas numéricamente tan importantes se advierten claramente aspectos del manejo socialpsicológico del público, que tampoco falta en programas de otro tipo, parece muy adecuado dedicar los estudios pilotos a ellos.

Para señalar cómo esos programas afectan a sus espectadores, corresponde recordar el conocido concepto de la multiplicidad de estratos estéticos: el hecho de que ninguna obra de arte comunica de manera unívoca y de por sí su contenido. Se trata siempre de algo complejo, que no puede ponerse estrictamente en un casillero y que sólo se abre en un proceso histórico. Con independencia de los análisis realizados en Beverly Hills, Hans Weigel, en Viena, comprobó que el cine, producto de una planificación comcercial, no conoce esa riqueza de estratos. Lo mismo pasa con la televisión. Pero sería demasiado optimista creer que la falta de riqueza estética ha sido reemplazada por la claridad informatoria. Más bien habría que decir que esa ambigüedad estética, o sus formas decadentes, es utilizada para sus propios fines por los productores. Buscan su propio provecho en la medida en que presentan al espectador varios estratos psicológicamente superpuestos, que recíprocamente se influyen, para obtener una meta única y racional para el promotor: el acrecentamiento del conformismo en el espectador y la fortificación del statu quo. Incansablemente se lanzan contra el espectador “mensajes” abiertos o encubiertos. Posiblemente estos últimos, por ser psicológicamente los más efectivos, tengan preeminencia en la planificación.

La heroína de una farsa de televisión perteneciente a una serie premiada por una organización de maestros, es una joven maestra. No sólo está mal pagada, sino que permanentemente tiene que sufrir las sanciones convencionales que le impone, conforme a los reglamentos, un director de escuela ridículamente inflado y autoritario. No tiene, pues, dinero y debe pasar hambre. La supuesta comicidad de la situación radica en que, mediante pequeñas argucias, consigue ser invitada a comer por todo tipo de conocidos, aunque siempre sin éxito final. Pareciera, por lo demás, que la mera mención del acto de comer fuera algo cómico para la industria de la cultura. En este humorismo y el pequeño sadismo de las situaciones penosas en que se encuentra la muchacha, radica todo el ingenio de la farsa; no intenta nada más ni trata de vender una idea. El mensaje oculto se encuentra en la visión que el libreto da de personas, seduciendo al público para que también las vea del mismo modo, sin advertirlo. La heroína conserva un ánimo feliz y tanta resistencia espiritual que ésas, sus buenas propiedades, aparecen como compensación de su destino desgraciado: se fomenta la identificación con ella. Todo lo que dice es siempre una broma. La farsa deja entender al espectador que, si conserva el humor, si mantiene el buen carácter, si es pronto de espíritu y encantador en el trato, no es necesario preocuparse demasiado por el salario de hambre que se cobra: ¡al fin, siempre serás lo que ya eres!

En otra farsa de la misma serie, una vieja señora excéntrica hace testar a su gato, designando herederos a un par de maestros, personajes de piezas anteriores. Cada uno de los herederos se deja seducir por la perspectiva abierta por el testamento y actúa como si realmente hubiera conocido al causante. Este se llama Mr. Casey, sin que los herederos presuntos sepan que se trata de un gato. Ninguno de ellos se aviene a reconocer que jamás ha visto a su benefactor. Más tarde, claro está, se descubre que la herencia carece de valor, pues consiste nada más que en juguetes para gatos. Al final, sin embargo, se descubre que la vieja señora había ocultado en cada juguete un billete de mil dólares, teniendo los herederos que revolcarse en un basural para no perder el dinero. La moraleja de la historia, que debe provocar la risa de los auditores, reside en principio en la barata sabiduría escéptica de que todos estamos dispuestos a hacer un poco de trampa cuando creemos que no se puede salir adelante de otro modo, junto con la advertencia de que no es bueno abandonarse a esos impulsos, para lo cual la ideología moralizante cuenta con la disposición de sus partidarios a saltar sobre la cuerda tan pronto se da la espalda. En todo ello se oculta, sin embargo, el menosprecio hacia el sueño universal cotidiano de la gran herencia inesperada. Según esa ideología corresponde ser realista; el que se abandona a los sueños, se hace sospechoso por haragán, vago y tramposo. Que ese mensaje no ha sido “puesto”, como reza el argumento apologético, en la farsa, se demuestra en cuanto algo semejante se reitera siempre. Así, por ejemplo, en una obra de vaqueros del oeste, alguien afirma de pronto que, tratándose de una gran herencia, siempre hay infamias en juego.

Una ambigüedad sintética semejante sólo funciona en un sistema lijo de relaciones. Cuando un sketch se llama El infierno del Dante; cuando su primera escena transcurre en un local nocturno de ese nombre, donde un hombre con sombrero está sentado sobre el bar y, a alguna distancia, una mujer de ojos vacíos y muy pintada, con las piernas cruzadas muy descubiertas, se sirve un cocktail doble, el espectador de televisión habituado sabe que puede esperar un asesinato a breve plazo. Si conociera el infierno del Dante, quizá pudiera sorprenderse; pero ve la obra según el esquema de un “drama criminal”, en el cual se preparan siempre hechos de violencia especialmente espantosos. Quizás la mujer en el bar no sea el delincuente principal, aunque su forma de vida libre hace pensar que sí; el héroe, que todavía no ha entrado, será salvado de una situación de la cual no hay salida, conforme a los criterios de la razón humana. Ciertamente, que esas exhibiciones no son referidas, por los espectadores ingeniosos, a la vida diaria, pero pese a ello quedan aferrados a las mismas, constriñendo a sus experiencias a permanecer idénticamente rígidas y mecánicas. Así aprenden que el crimen es cosa normal. Se agrega a ello que, según el romanticismo barato, siempre se unen a hechos misteriosos la imitación pedante de todos los ritos de la vida exterior; si, en el espectáculo, la forma de hacer un llamado telefónico difiriera del modo corriente, inmediatamente la estación recibiría cartas indignadas del mismo público que está dispuesto a aceptar con placer la ficción de que en cada esquina está al acecho un asesino. El pseudorrealismo que el esquema requiere, llena la vida empírica con un sentido falso, cuya falsedad el espectador difícilmente puede percibir, puesto que el local nocturno es enteramente igual al que conoce el espectador. Ese pseudorrealismo llega al detalle más ínfimo y lo pervierte. Inclusive el azar, que aparentemente estaría comprendido en el esquema, exhibe sus huellas en cuanto es puesto bajo la categoría abstracta del “azar cotidiano”; nada es más engañoso que cuando la televisión pretende hacer hablar a los hombres como en realidad hablan.

De los estereotipos que funcionan dentro de los esquemas, debiéndole su poder y, al mismo tiempo, creándolo, seleccionaremos algunos al azar; todos ellos ponen en claro la estructura básica. Una obra trataba de un dictador fascista, medio Mussolini, medio Perón, en el momento de su caída. Que la misma provenga de un levantamiento popular o de un golpe militar es cosa que el argumento no menciona, así como ninguna otra situación social o política. Todo es asunto privado; el dictador no pasa de ser un torpe rufián y maltrata a su secretario y a su mujer, idealizada toscamente; su contrario, un general, es el anterior amante de la mujer, que, pese a todo, se mantiene fiel a su marido. Finalmente ocurre que la brutalidad del dictador la obliga a huir, salvándola el general. El momento más rico de este drama de terror se da cuando la guardia, que el dictador tiene en el palacio, lo abandona tan pronto la hermosa mujer resuelve dejarlo. Nada puede verse de la dinámica objetiva de las dictaduras. Más bien, se suscita la impresión de que los estados totalitarios no son otra cosa que la consecuencia de defectos de carácter de políticos ambiciosos, debiéndose atribuir su destrucción a la nobleza de aquellos personajes con los cuales el público se identifica. Se intenta así una personalización infantil de la política. Claro está que, en el teatro, la política sólo puede ser encarada como la actuación de personajes. Pero entonces es necesario representar también cuáles son los efectos de los sistemas totalitarios con respecto a los que viven bajo ellos, en lugar de traer a escena una psicología cursi de héroes prominentes y villanos, ante cuyo poder y grandeza el espectador debiera tener respeto, aun cuando se los destruya como responsables de lo que han hecho.

Un principio preferido del humor por televisión enuncia que la muchacha bonita siempre tiene razón. La heroína de una serie de lujo de mucho éxito, es lo que Georg Legman denominó una bitch heroine, una heroína malvada a la que en Alemania, consideraríamos una perra. Actúa frente a su padre con indescriptible crueldad y falta de humanidad; su conducta, sin embargo, es racionalizada como “bromas ligeras”. Nunca, con todo, le pasa nada; lo que acaece a los personajes principales en la obra debe ser considerado por los espectadores según lo calculado, como un fallo objetivo de justicia. En otra obra, de una serie destinada al parecer a precaver al público de los estafadores, la muchacha bonita es una delincuente. Pero luego de haberse congraciado tanto, en las escenas iniciales con el público, no es posible defraudar al mismo; condenada a una dura pena de prisión, de inmediato es perdonada y tiene las mejores perspectivas de casarse justamente con su víctima, dado que siempre ha encontrado oportunidad de conservar luminosamente su pureza sexual. Piezas de este tenor incuestionablemente sirven confirmar como socialmente admitida una actitud parasitaria; se premia lo que, en psicoanálisis se denomina un carácter oral, una mezcla de dependencia y agresividad.

De ninguna manera es exagerada la interpretación psicoanalítica de los estereotipos culturales: estos dramas breves justamente coquetean, aprovechándose de la coyuntura, con el psicoanálisis. Es muy corriente el estereotipo del artista como un débil anormal, incapaz de ganarse la vida y algo ridículo, una especie de lisiado espiritual. El arte popular más agresivo de hoy se ha apropiado del estereotipo; adora al hombre fuerte, al hombre de acción y sugiere que los artistas son homosexuales. En una farsa aparece un muchacho, que no sólo debe exhibir una máscara de-imbecilidad, sino que, por añadidura, es presentado como poeta, huraño y, como ahora se dice en la jerga, “introvertido”. Está enamorado de una muchacha a quien los hombres enloquecen, pero demasiado tímida como para llevar adelante sus provocaciones. Según un principio básico de la industria de la cultura, los papeles de los sexos se invierten: la muchacha es la activa y el hombre está a la defensiva. La heroína de la pieza, que es otra distinta de la afecta a los hombres, cuenta a un amigo los amores del poeta imbécil. Al preguntársele de quién éste está enamorado, responde: “naturalmente, de una muchacha”; replicando el amigo: “¿Cómo, naturalmente? La vez pasada estuvo enamorado de una tortura que se llamaba Sam”. La industria de la cultura pasa por alto su moralismo tan pronto puede introducir chistes de doble sentido en relación con la imagen del intelectual que ella misma ha erigido. En innumerables oportunidades, demuestra el esquema de la televisión su lealtad al clima internacional de ant¡-intelectualismo. Pero la perversión de la verdad, la deformación ideológica no se limita de modo alguno al terreno de los incapaces irresponsables o de los cínicos taimados. La enfermedad no está en los individuos de malas intenciones, sino en el sistema mismo. De ahí que agreda también a todo aquel que, en cuanto se le permite, postula ambiciones superiores y pretende ser decente. Un libreto, seriamente preparado, retrataba a una actriz. La acción trataba de exponer cómo esa mujer joven, famosa y con éxito, curada de su narcisismo, podía convertirse en un ser humano de verdad y aprender lo que ignoraba, a amar. Esta meta le es propuesta por un joven intelectual -por excepción, pintado simpáticamente- que a su vez la ama. Escribe una pieza en que tiene que desempeñar el papel principal, y donde justamente su experiencia con el papel constituye una suerte de psicoterapia destinada a modificar su carácter y poner de lado los obstáculos psicológicos entre ambos. En ese papel, revive su hostilidad superficial, como también los impulsos nobles que, según el propósito de la obra, se encontrarían en ella latentes. Al alcanzar, conforme al modelo de la success story, un éxito triunfal, entra en conflicto con el dramaturgo, que actúa como una suerte de psicoanalista amateur, como en otras obras se dan detectives aficionados. Los conflictos son provocados por su “oposición” psicológica. El choque violento se produce después del estreno, al hacer la actriz ebria una escena histérico-exhibicionista. Por otra parte, tiene una hijita que hace educar en un internado, puesto que teme que sea perjudicial para su carrera el que se sepa que tiene hijos de alguna edad. La hija desearía volver a vivir con la madre, pero ésta le manifiesta que no lo desea. Huye entonces de la escuela y se lanza a remo al mar, durante una tormenta. La heroína y el dramaturgo corren en su auxilio. Nuevamente la actriz actúa imprudentemente y egocéntricamente. El dramaturgo, ante esa situación, se retira. La muchacha es salvada por un marinero alerta. La heroína sufre un colapso, abandona su oposición psicológica y se resuelve a amar. Finalmente, vuelve a reconquistar a su dramaturgo y formula una suerte de confesión religiosa.

El pseudorrealisrno de la obra no es de tipo tan sencillo, que pueda decirse que se introduzca de contrabando la aceptación del delito en la mente del público. Más bien, es la construcción misma de la trama la pseudorrealista. El proceso psicológico, expuesto ante la vista, es engañoso -phony, para decido en un término del slang norteamericano, que no tiene equivalente exacto. El psicoanálisis, o cualquier otro tipo de psicoterapia, es resumido y formulado en una forma que no sólo implica despreciar su práctica, sino que también configura una deformación de su sentido. La necesidad dramática de concentrar en una media hora prolongados procesos psicodinámicos, cuya discusión no podrían tolerar los productores, armoniza demasiado bien con la distorsión ideológica, que es servida por la pieza. Supuestas modificaciones profundas del individuo, una relación formada conforme al modelo, de la relación entre médico y paciente, son convertidas en fórmulas racionalistas e ilustradas con acciones simples y unívocas. Sé juega con todo tipo de rasgos de carácter, sin que nunca salga a luz lo decisivo, el origen inconsciente de esas características. La heroína, la “paciente”, desde un comienzo está en claro sobre sí misma. Esa limitación a lo superficial convierte a lo psicológico que debe presentarse, en una puerilidad. Las modificaciones centrales en el hombre aparecen como si todo consistiera en hacer frente a los “problemas” y en confiar en la mejor opinión de quien asiste: todo saldrá bien. Pero bajo la rutina psicológica y el “psicodrama” late, sin cambios, la vieja idea de la doma de la bravía: la del hombre fuerte y capaz de amor que supera la caprichosa actitud imprevisible de una mujer no madura. La invocación a la psicología profunda sirve únicamente para complacer a los espectadores en sus actitudes patriarcales preferidas, sin ser perturbados por complejos que entre tanto habrían sido mencionados. En lugar de permitir que la psicología de la heroína se manifieste concretamente, los dos protagonistas charlan, ellos mismos, sobre psicología.

Esta, en flagrante contradicción con todas las nuevas teorías, es colocada en el plano del yo consciente. No se toca nada de las dificultades que un “carácter fálico”, como el de la actriz, lleva consigo. De suerte que la pieza oculta al espectador el papel de la psicología. Este esperará justamente el opuesto contrario de sus intenciones, y así se reforzará aún más la ya muy extendida hostilidad contra una autorreflexión seria.

En especial, se ha desfigurado el pensamiento freudiano de la “transferencia”. El analista aficionado tiene que ser amante de la heroína. Su distanciamiento, pseudorrealistamente imitado de la técnica psicoanalítica se confunde con ese estereotipo vulgar de la industria de la cultura, según el cual todo hombre siempre tiene que estar en guardia contra las artes de seducción de las mujeres, conquistando únicamente a la que derrote. El psicoterapeuta se parece al hipnotizador, y la heroína responde al cliché del “yo individuo”. De pronto es un ser humano noble y amable, que solamente reprime sus sentimientos bajo la presión de alguna triste experiencia; otras veces es una mujerzuela egoísta, pretenciosa, como si ya no se supiera desde el principio qué excelente fondo va a mostrar a la postre. No es de maravillarse, pues, que en tales condiciones la curación se produzca velozmente. Apenas comienza la heroína a desempeñar el papel de una mujer egoísta, que la que se debe identificar para encontrar al llamado “su mejor yo”, que ella misma se modifica por su relación con el papel. Es superfluo recurrir a recuerdos obscenos de la niñez. En la medida en que la pieza permite vislumbrar con qué pie firme se levantan las últimas novedades de la cura de almas, recurre a conceptos completamente estáticos, rígidos. Los hombres son como son y los cambios que deban sufrir sólo consisten en sacar afuera lo que ya son de antemano, como su “naturaleza”. Así se hace patente el mensaje oculto de la pieza, en oposición al expreso. Hacia afuera, trata de representaciones psicodinámicas; en verdad, se limita a una psicología convencional en blanco y negro, según la cual las características de los individuos ya están dadas de una vez para siempre y, como propiedades físicas, no se modifican, sino que sólo se revelan oportunamente.

No se trata, con todo, de una información científica errónea, sino que es asunto que afecta la substancia misma de la pieza. Puesto que la naturaleza de la heroína, que tiene que salir a luz, al hacerse ella consciente de sí misma mediante su desempeño del papel, no es otra cosa que su conciencia. Mientras la psicología postula un super-yo, como formación reactiva ante los impulsos reprimidos del id, en la obra esos impulsos, como el despliegue crudo de instintos que la heroína exhibe en esa escena, se convierten en un fenómeno exterior, y el super-yo es reprimido. Puede replicarse que psicológicamente se dan casos semejantes: una ambivalencia entre un carácter instintivo y obsesivo. Pero de tal cosa ni se habla en la obra. Se limita a referir las oscilaciones sentimentales de una persona, buena de corazón, pero que oculta su frágil intimidad bajo una armadura de egoísmo. En la escena que falta -aquella en que se harían frente ambos yo de la heroína, al contemplarse en el espejo-, su inconsciente es equiparado torpemente a la a la ética convencional y a la represión de sus instintos, en lugar de dejar que sean los instintos mismos los que broten a la superficie. Sólo su conciencia es la sorprendida. En sentido literal, se efectúa algo así como un “psicoanálisis” al revés: la obra llega a prestigiar los mecanismos de represión, cuyo esclarecimiento justamente se trata de lograr mediante los procedimientos que la obra pretende exponer. Pero así, el mensaje transmitido se modifica. Aparentemente se enseña a los espectadores teorías sobre cómo se debe amar, sin preocuparse por la cuestión de si tal cosa puede enseñarse; y también, que no debe pensar en términos materiales, mientras que desde Jenny Treibel, la novela de Fontane, sabemos que aquellas personas que tienen en la boca ideales sin reservas, son justamente aquellas para las cuales el dinero está por sobre todas las cosas. En verdad, se inculca al espectador algo muy distinto que esas opiniones banales y discutibles, pero, de alguna suerte, innocuas. La pieza sirve para calumniar a toda individualidad y autonomía. Uno debe “entregarse”, y no tanto al amor, como al respeto de aquello que la sociedad espera conforme a sus propias reglas de juego. A la heroína se le imputa, como pecado capital, el pretender ser ella misma; así lo afirma. Pero tal cosa no es admisible: es necesario enseñarle buenas costumbres, “quebrarla”, al modo como se doma un caballo. Su educador, en su gran discurso contra el materialismo, le echa a la cara, como argumento más poderoso, característicamente el concepto de poder. Le recomienda la “necesidad de salvar los valores del espíritu en un mundo materialista”, pero para designar a esos “valores” no encuentra términos más adecuados que referirse a la existencia de un poder “más grande que nosotros y que nuestro egoísmo pequeño y soberbio”. De todas las ideas traídas a cuento en la pieza, la de poder es la única que se concreta, y ello como bruta fuerza física. Cuando la heroína, para salvar a su hija, salta a un bote, su querido médico espiritual la abofetea, siguiendo aquella firme tradición para curar a los histéricos, mientras se le permite seguir haciendo sus caprichos, que sólo son considerados fantasías, La heroína también se rinde al final y resuelve mejorar y querer curarse. Esa es la prueba de su cambio.

Por gruesamente que en tales productos, lo malo y falso esté expuesto en la superficie, no por ello es posible evitar el entrar en su interior y, aún contra lo deseado, tomarlos en serio. Puesto que no aterra a la industria de la cultura el que nada en sus productos pueda tomarse en serio, salvo como mercadería y entretenimiento. De ello ha hecho, desde hace tiempo, parte de su propia ideología. Entre los libretos analizados hay varios que juegan con el conocimiento de ser estéticamente despreciables, engañando al espectador en cuanto no pueden llegar a creerlo tan tonto; de alguna manera se le hace crédito de confianza, halagando su vanidad intelectual. Pero no puede decirse que un hecho despreciable sea mejor, por admitir serlo, y, en consecuencia, correspondería más bien hacer el honor al abuso cometido, tomándolo por su palabra de que pretende infiltrar en el auditor. No hay en ello peligro alguno de que se sancione excesivamente el ejemplo tomado como caso, puesto que cada uno de ellos es pars pro toto, y permite no sólo la referencia al sistema, sino que la exige. Frente al todopoderío de éste, las propuestas de mejoramiento en los detalles tienen algo de ingenuo. La ideología está tan hábilmente integrada a la masa del mecanismo, que cualquier propuesta puede ser puesta de lado como utópica, técnicamente inaceptable y poco práctica. La idiotez del todo reposa en el sano buen sentido de los individuos. No deben sobreestimarse las posibilidades de modificaciones de buena voluntad. La industria de la cultura se encuentra demasiado fundamentalmente comprometida con intereses más poderosos como para admitir que los esfuerzos honestos que se efectúen en su terreno puedan llevar muy lejos. Con un repertorio inagotable de fundamentos, puede justificar su actuación pública, o discutirla triunfalmente. Lo falso y malo atrae magnéticamente a sus beneficiarios, y aun los subalternos adquieren finura de espíritu, mucho más allá de sus posibilidades espirituales, cuando se trata de buscar argumentos a favor de aquéllos que en su fuero íntimo saben que es una falsedad. La ideología procrea sus propios ideólogos, las polémicas, los puntos de vista: tiene grandes posibilidades de poder mantenerse en vida. Tampoco corresponde regodearse en el derrotismo y dejarse aterrorizar por toda tentación interesada hacia lo positivo, que por lo general sólo pretende cambiar la situación. Por de pronto, es mucho más importante tomar conciencia del carácter ideológico de la televisión, y ello no sólo por parte de los que están del lado de la producción, sino sobre todo por parte del público.

Justamente en Alemania, donde las transmisiones no son controladas directamente por intereses económicos, cabe tener alguna esperanza de las tentativas de esclarecimiento. Si la ideología, que se sirve siempre de un número limitado de ideas y subterfugios, es puesta a un nivel inferior, puede ser que se constituya contra ella una oposición abierta a dejarse llevar por la nariz, por contrario que ello sea a las disposiciones socialmente inducidas de innumerables oyentes partidarios de la ideología. Podría pensarse en una especie de vacunación del público contra la ideología propagada por la televisión y sus formas emparentadas. Ello supone, por cierto, investigaciones mucho más extensas. Tendrían que concretarse en normas socialpsicológicas para la producción. En lugar de perseguir, como se suele, a los órganos de autocontrol con agresiones e insultos, los productores debieran tener cuidado en suprimir esas sugerencias y estereotipos, que conducen, según el juicio de muchos sociólogos, psicólogos y educadores, responsables e independientes, a la idiotización, la invalidez psicológica y al oscurecimiento ideológico del público. No es, pues, tan utópico el preocuparse por la implantación de esas normas, como pueda parecer a primera vista, ya que la televisión como ideología no es simplemente cosa de la mala voluntad, ni quizás tampoco asunto de incompetencia de los participantes, sino un producto del antiespíritu objetivo. Con innumerables mecanismos domina hasta a los productores. Un número importante de ellos reconoce la perversión de todo el asunto, quizás no siempre mediante conceptos teóricos, pero sí quizás a través de su sensibilidad estética, sometiéndose sólo bajo la presión económica; por lo general, cabe advertir cuán grande es la mala voluntad existente, al establecer contactos con escri­tores, directores y actores. Sólo la empresa que realiza el negocio y sus lacayos proclaman la existencia de una humana consideración hacia la clientela. Si hay una ciencia que, sin tratarlos de imbéciles y sin despacharlos con vanos ascensos administrativos, sino poniéndose a investigar la ideología misma, respalde a los artistas que son considerados por la industria como infantes en andadores, éstos quizás podrían adquirir un rango mejor frente a sus jefes y controles. Va de suyo que las normas socialpsicológicas no tienen que prescribir qué deba hacer la televisión. Pero como siempre, las pautas de lo negativo no estarían lejos de lo positivo.

En: ADORNO, Theodor W. Intervenciones. Nueve modelos de crítica.
Caracas, Monte Ávila Editores, 1969, traducción de Roberto J. Vernengo, pp. 75-89.

sábado, 25 de mayo de 2013

AMENAZAS Y CULTURA REPRESIVA

Las amenazas, la cultura y la coordinación represiva

Néstor Kohan
Rebelión

¿Ya no hay coordinación represiva en Nuestra América? ¿Se acabó el Plan Cóndor? ¿Se disolvieron los aparatos de inteligencia vinculados al terrorismo de estado? ¿Los grupos de ultraderecha son un triste recuerdo del pasado? ¿Vivimos en una democracia plena?

Cada quien responderá esas preguntas como quiera o como pueda.

En estas líneas me limito a hacer públicos y denunciar hechos puntuales que, ¿por qué no admitirlo?, me generan cierta preocupación.

En Argentina estamos acostumbrados a la vigilancia de los aparatos de inteligencia. Ya son parte del “folclore político” doméstico. Nos escuchan los teléfonos, nos leen los correos electrónicos, nos fotografían las asambleas, nos filman en las movilizaciones. Todo el mundo lo sabe. Los recientes casos, tristemente célebres, del oficial de inteligencia de la policía federal Américo Balbuena, infiltrado más de una década en la agencia de noticias alternativa Rodolfo Walsh, así como el “proyecto X” de inteligencia de la Gendarmería sobre organizaciones populares son tan sólo la punta del iceberg. Es lo que apenas salió a la luz. ¿Y todo lo que no se ve? Sólo alguien demasiado ingenuo o completamente desinformado puede imaginar que esto es producto de la “paranoia”.

El aparato de inteligencia y represión del estado opera a través de múltiples vías. Puede consultarse con provecho el libro de Gerardo Yung SIDE, La Argentina secreta (Buenos Aires, Planeta, 2006), donde aparece la descripción del modo de operar del aparato de inteligencia argentino (dirigido y equipado directamente por la CIA de EEUU y el MOSSAD de Israel) sobre el movimiento popular, sus militantes y sus intelectuales. Uno de los tantos departamentos de la central de inteligencia de Argentina está dedicado, obviamente, a la informática. Utilizan tecnología de punta, en gran parte proveniente de Israel. Desde allí interceptan mensajes, escuchan, miran y, ¿por qué no?, arman páginas y blogs en la web.

En ese clima político han aparecido últimamente una serie de páginas de Internet destinadas a contrarrestar a las agencias de información alternativa. Se presentan como gestionadas en forma “amateur” por individuos sueltos o viejitos reaccionarios. Pero por la cantidad de información que manejan, el seguimiento al detalle, día y hora, de movimientos sociales, partidos políticos e incluso individuos, sería imposible que una o dos personas puedan mantenerlas funcionando en forma “amateur”. Es evidente que hay un aparato detrás, una organización de vigilancia colectiva que intenta operar con información de inteligencia sobre la opinión pública. Quien sospeche que esto es “paranoia” que siga disfrutando de su ingenuidad.

En una de esas páginas, titulada CATAPULTA, me acusan con nombre y apellido, incluyendo fotografías de mi persona y tapa de mis libros, de ser un “escritor guerrillero” aduciendo como prueba haber publicado un libro sobre EL CAPITAL de Karl Marx y mi participación durante una década en la Universidad Popular que promovieron las Madres de Plaza de Mayo. Cada vez que publican artículos o notas sobre Néstor Kohan las ubican en la sección CONOCIENDO AL ENEMIGO. En una de ellas pretenden señalarme como “brazo político de las FARC” (referencia a la insurgencia de Colombia, hoy en diálogos de paz en la Habana, Cuba) junto al profesor de economía Jorge Beinstein, ya que ambos pertenecemos al Movimiento Continental Bolivariano (MCB). Véase http://www.catapulta.com.ar/?p=2629

Esta página de ultraderecha argentina disfraza su tarea incluyendo “notas color” donde acusan a la Iglesia del Vaticano de ser “demasiado liberal” y otras tonterías similares, pero el eje habitual de sus informaciones son, invariablemente, el seguimiento al detalle de las actividades de la izquierda y de las organizaciones populares.

“Acostumbrado” a nuestra ultraderecha criolla y a sus servicios de inteligencia siempre rodeándonos, dejé pasar esas publicaciones, no sin cierta preocupación.

Un tiempo después de que apareciera mi fotografía en la sección “CONOCIENDO AL ENEMIGO” de Catapulta, viajé a México a un seminario internacional organizado por el Partido del Trabajo (un partido legal e institucional, con representación parlamentaria) y al llegar al aeropuerto de México oficiales de INTERPOL me retuvieron el pasaporte y me llevaron a su oficina. No pasó nada grave. Me devolvieron el pasaporte. ¿Para qué hicieron eso? Nunca lo supe.

Luego fui a Santiago de Chile a presentar la edición chilena de mi último libro sobre el pensamiento teórico del Che Guevara y sus cuadernos de lectura marxista. En el aeropuerto de Santiago, a la hora de sellarme los documentos, comenzó un extenso interrogatorio sobre el contenido de mis clases, los amigos chilenos que me irían a recibir, mis contactos políticos y una serie infinita de preguntas policiales muy detalladas. Me exigían datos sobre las universidades que visitaría. Salí de ese interrogatorio y les pregunté a otros pasajeros si les habían hecho preguntas. Nadie que tomó el mismo vuelo que yo había sido interrogado.

Y ahora me encuentro, de pura casualidad, buscando información en Internet, con una nueva y amarga “sorpresa”.

Aparece una página, claramente de la inteligencia colombiana (por la cantidad de información y de notas diarias dedicadas a la insurgencia y al movimiento popular colombiano), titulada Colombiaopina's Blog donde los editores publican la siguiente nota: “CONOCER A LOS APOLOGISTAS DE LAS FARC: NESTOR KOHAN”. Véase: http://colombiaopina.wordpress.com/2012/12/14/conocer-a-los-apologistas-de-las-farc-nestor-kohan/conocer-a-los-apologistas-de-las-farc/

Allí utilizan una fotografía mía donde estoy dando una conferencia sobre Karl Marx en Europa. Estos agentes de inteligencia la retocan y la trucan, al peor estilo del stalinismo (que retocaba las fotos donde Trotsky aparecía al lado de Lenin, borrándolo), reemplazando los símbolos de una organización política de Santiago de Compostela (Galiza, estado español) por el escudo de las FARC-EP de Colombia.

Todo el mundo sabe que en Colombia las amenazas de muerte y los asesinatos políticos selectivos estuvieron y están a la orden del día. El caso del profesor Renan Vega Cantor, autor de una gran cantidad de libros sobre historia y Premio Libertador en Venezuela ha sido uno de los más recientes (hasta donde tenemos noticias). Renan Vega vino a la Argentina escapando de ese acoso político y esas amenazas de muerte y recibió la solidaridad de muchísimas personalidades políticas, intelectuales, revistas, cátedras y organizaciones estudiantiles. Lo mencionamos porque es el más cercano y el más reciente del que tenemos memoria.

También sabemos que la clase dominante colombiana no sólo ha amenazado, asesinado y reprimido dentro de su propio territorio nacional. No hace demasiado tiempo el intelectual y dirigente político Narciso Isa Conde, también integrante del Movimiento Continental Bolivariano, recibió un atentado —afortunadamente frustrado— en su país, República Dominicana. Como hacían los militares argentinos de Videla o los chilenos de Pinochet, esta gente vigila, amenaza, mata y asesina incluso más allá de sus fronteras.

Por eso dejé pasar las (falsas) notas acusatorias de los servicios de inteligencia de CATAPULTA. No le di mayor importancia a las “anécdotas” de INTERPOL en México y al rarísimo e inesperado interrogatorio de la policía en Chile. Pero cuando me encuentro ahora con esta burda maniobra de la inteligencia militar colombiana, creo que es hora de hacerlo público. Porque acá hay una coordinación represiva. Estas “coincidencias” no son casuales. Exactamente la misma información (falsa, trucada) y el mismo montaje comienza a aparecer en fuerzas represivas de países distintos.

En la acusación fraguada, malintencionada y pérfida a la que hago referencia, los agentes de inteligencia colombianos pretenden señalarme como “uno de los principales ideólogos de las FARC en este momento”. ¡Qué delirio, Dios mío! Estos fascistas no sólo son reaccionarios de ultraderecha, además tienen graves problemas mentales. ¿Cómo se imaginan que alguien que vive en Argentina, a miles de kilómetros de Colombia, puede ser un ideólogo de una organización de otro país? Como se han quedado sin los viejos cuentos del “comunismo que viene de Moscú o de Pekín”, ahora inventan ideólogos… argentinos. No puedo menos que reírme. Parece un chiste (malo) de argentinos. Los argentinos no sólo han puesto un Papa en el Vaticano, también controlan a las FARC de Colombia. ¡Qué delirantes!

Y no sólo eso, me acusan afirmando lo siguiente “y desde las páginas electrónicas de la organización narcoterrorista “tira línea” [Néstor Kohan] sobre lo que debe ser el comportamiento de los terroristas en el proceso de La Habana”. ¡Qué subestimación tiene esta gente de la insurgencia colombiana! ¿Un movimiento social y político con miles de integrantes, que hace 60 años que lucha en su país, necesitaría que alguien “le tire línea” sobre los problemas colombianos? Ni siquiera tengo datos empíricos de la economía colombiana, de la propiedad de su territorio, del desarrollo de su industria, de los niveles de su comercio exterior. No conozco ni siquiera las provincias colombianas. ¿Cómo “tirar línea” sin vivir ahí ni conocer a fondo un país? ¡Qué delirantes!

En su nota macartista y fraudulenta no se ahorran nada. Me acusan de “terrorista” por haber colaborado durante muchos años con el Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil. ¿Quién en su sano juicio piensa hoy que los campesinos brasileños son “terroristas”? ¿Detrás de estas acusaciones no estará la inteligencia de EEUU?

Los milicos de CATAPULTA me acusan de “terrorista” y “guerrillero” por haber colaborado durante una década con las madres de plaza de mayo (colaboración absolutamente gratuita, agrego… para evitar malentendidos, jamás cobré un solo peso).

Los milicos de Colombia me acusan de “terrorista” por haber trabajado junto a los campesinos de Brasil y por sugerir que lograr la paz en Colombia es muy difícil debido al terrorismo de estado de su clase dominante.

Como “pruebas” incluyen dos notas mías, pequeñísimas. (Estos lúmpenes a sueldo del estado ni siquiera se tomaron el trabajo de leer los libros míos que ellos citan como un pecado gravísimo). Una es sobre la paz en Colombia —que ellos rechazan, pues apuestan a la guerra y a la solución militar del conflicto— y otra es sobre una vieja biografía del escritor Arturo Alape del que hice una reseña bibliográfica hace 15 años.

Sobre la primera nota, “La paz en Colombia”, ni siquiera me había enterado que la agencia de noticias alternativa anncol la había publicado. Tuve que pinchar el link de los fachos para enterarme… porque el original salió en una página española. Si anncol rebotó esa nota, ¿qué problema hay? ¿Es pecado?

Sobre la segunda nota, citan un pequeñísimo texto que escribí en los años 90 sobre una biografía de Arturo Alape sobre Marulanda (buenísima, la recomiendo, la publicó editorial Planeta) que un dirigente sindical argentino nos había regalado, hace como 15 años, a mi padre y a mí. Una biografía literaria que hasta incluye elementos de ficción. La biografía se titula Tirofijo: Los sueños y las montañas. Este texto sobre la biografía de Alape fue escrito en la década del ’90 y lo incorporé al libro Pensar a contramano. Las armas de la crítica y la crítica de las armas. Buenos Aires, Nuestra América, 2007.pp.289-290. Como los fachos no leen libros gordos, porque es mucho trabajo, se tomaron de ese texto donde comparo a las FARC-EP de Colombia con el EZLN de México, trazando analogías y diferencias. Sí, también viajé a México y participé en un encuentro del zapatismo (EZLN) en 1996. ¡Qué pecado mortal!

¡Néstor Kohan defiende la rebeldía del pueblo colombiano! ¡Gravísimo! ¡Llamen a la Inquisición! También defiende a los campesinos de Brasil y a los indígenas de México y estuvo muchos años junto a las madres de plaza de mayo. Podrían haber agregado otros “pecados mortales”. Tuve el honor de conocer a Fidel Castro y a Hugo Chávez. También pude entrevistar a Evo Morales. Michael Löwy (brasileño, de inspiración trotskista-guevarista) prologó dos libros míos. Armando Hart Dávalos (cubano, fundador del Movimiento 26 de julio junto a Fidel) prologó otro texto mío. Osvaldo Bayer (argentino y anarquista) también prologó un libro mío. ¿Y qué? ¿Piensan identificar, marcar y amenazar de muerte a todos ellos? Soy amigo de muchos marxistas de España, Francia e Italia. ¿Piensan cruzar el mar e ir a “marcarlos” al otro lado del agua?

En las acusaciones de estos militares y agentes de inteligencia hay solo un dato cierto. Formo parte del Movimiento Continental Bolivariano… Es verdad. ¡Y a mucha honra! Es más, acabo de escribir un libro entero dedicado a Simón Bolívar y nuestra independencia (Una lectura latinoamericana). ¿Está mal? ¿Tanto miedo le tienen al fantasma de Simón Bolívar? 

Como parte del Movimiento Continental Bolivariano hemos compartido un montón de clases y seminarios de estudio con la bandera de Simón Bolívar detrás nuestro (y del Che Guevara, ya que nuestra Cátedra de Formación Política lleva su nombre). Clases donde han participado muchos jóvenes estudiantes, trabajadores de fábricas recuperadas, piqueteros, y militantes populares compartiendo el conocimiento con profesores, escritores, intelectuales y pensadores como Osvaldo Bayer, Vicente Zito Lema, Atilio Boron, Jorge Beinstein, Claudio Katz, el embajador de Palestina en Argentina y varios dirigentes piqueteros. También participaron profesores brasileños, uruguayos, bolivianos, cubanos, venezolanos y chilenos. Las fotografías de esas clases y debates con estos profesores e intelectuales están en Internet. Nunca las ocultamos. ¡Todas clases públicas! ¿Piensan “marcarlos” y callarlos a todos?

Más allá de lo personal, quiero hacer una reflexión mínima sobre las preguntas del comienzo. ¿Desapareció el Plan Cóndor? ¿Ya no hay coordinación represiva a escala continental? ¿Los servicios de inteligencia y los aparatos de “seguridad” (qué palabra engañosa…) no se pasan información, no coordinan la vigilancia, no articulan el seguimiento y la represión?

Sus concepciones, que lamentablemente no quedaron recluidas en el pasado, continúan operando con objetivos precisos:

(1) Aniquilar por la fuerza a todo movimiento social rebelde, desde los tímidos movimientos urbanos y rurales que sólo se proponen reformas puntuales, hasta la insurgencia. TODOS SON ENEMIGOS. Para ellos todos son “terroristas”.

(2) Aislar a los rebeldes: el famoso “sacarle el agua al pez” que en los ’60 promovieron los franceses en Argelia y los norteamericanos en Vietnam, doctrinas que luego se aplicaron a rajatabla en Nuestra América. Que los rebeldes se queden solitos, aislados, sin que nadie opine, sin que nadie hable, sin que nadie vea nada.

(3) Golpear a la cultura de la rebeldía y al pensamiento crítico, considerados como “núcleo central del adoctrinamiento subversivo-terrorista” (según el teórico militar argentino Osiris G. Villegas: Guerra revolucionaria comunista [Buenos Aires, Pleamar, 1963; primera edición de la Biblioteca del Oficial del Círculo Militar Argentino, 1962]). La cultura es el germen de las revoluciones… por eso en ese espacio hay que vigilar, amedrentar, golpear y si es posible, aniquilar.

(4) Demonizar, satanizar y generar TERROR entre la juventud, el estudiantado, la intelectualidad, los periodistas, las abogadas, los profesores y las profesoras. ¡Qué nadie hable! ¡Qué los escritores no se animen a escribir! ¡Qué nadie investigue nada! ¡Qué los libros no circulen ni se lean!

(5) Sentar las bases de los futuros asesinatos selectivos. En Colombia lo vienen haciendo desde hace décadas. La Triple A argentina (Alianza Anticomunista Argentina) comenzó igual, señalando futuras víctimas. Amenazando. “Identificando”. Marcando.

No quiero ser pesimista. Tengo ganas, tengo deseos que las cosas cambien. No me gusta la cultura “dark” ni hago el culto de la melancolía. Pero tampoco soy ingenuo.

No creo que los aparatos de represión de este continente se hayan transformado en dulces monjitas o inocentes carmelitas descalzas. En Argentina, con formas “democráticas” desapareció Julio Lopez, testigo contra los asesinos militares. Hasta el día de hoy… “nadie sabe nada”.

No creo en la sonrisa hipócrita del presidente Obama. Cuanto más sonríe, más golpes de estado hay. ¿Qué pasó en Honduras? ¿Y en Paraguay? ¿Se desmantelaron las nuevas bases militares estadounidenses en Colombia? No, no le creo a Obama. Es un rubio disfrazado de afrodescendiente. Es más de lo mismo. Su multiculturalismo es una mercancía de shopping que nada tiene que ver con el totalitarismo de su american way of life que nos pretende imponer de mil maneras, cada día más sutiles, vigilancia, control y represión incluida.

No le creo al presidente Santos ni al ex presidente Uribe. Parece que entre ellos están peleados. La página de inteligencia militar que me “marca”, me señala y amenaza, critica a Santos, seguramente a favor de Uribe. No conozco esa interna política de Colombia ni me interesa. Los nazis también se peleaban entre ellos pero a la hora de matar, asesinaban todos juntos.

Cuando me encuentro ante estas publicaciones amenazantes me acuerdo de algunos viejos, queridos y admirados desde mi adolescencia.

Jean-Paul Sartre, por ejemplo, en medio de la histeria colonialista francesa y europea, se animó a defender los derechos a la rebeldía y a la insurgencia del pueblo de Argelia. No eran demonios, tenían derechos, dijo Sastre fumando su pipa. No merecían ser torturados, violados, asesinados. Sartre se puso en contra a todo el mundo, pero continuó defendiendo a los rebeldes. ¡Y bien que hizo!

Bertrand Russell, viejito, arrugado, completamente canoso, admirador de Leibniz, amante de la matemática y la lógica simbólica, se sobrepuso a las amenazas y no dejó un minuto de condenar la injusta guerra de Vietnam. Incluso lo metieron preso, pero siguió ejerciendo la solidaridad con la gente humilde y los pueblos rebeldes, brutalmente quemados y arrasados por el NAPALM de los marines norteamericanos.

Eric Hobsbawm, viejito judío rodeado de la flema y la neblina inglesa, al hablar de la insurgencia colombiana y el pueblo de Marulanda, no dudó en escribir que “En Colombia se vive la movilización campesina más grande de todo el hemisferio occidental”. No los nombraba como “terroristas” sino como campesinos movilizados.

Noam Chomsky, neurótico obsesivo fascinado por las estructuras del lenguaje y las formas de racionalidad humana, escribió en su libro Estados Canallas. El imperio de la fuerza en los asuntos mundiales (Cambridge, South End Press, 2000; Buenos Aires, Paidos, 2001) que la insurgencia colombiana no constituye una banda de delincuentes, secuestradores, bandoleros y forajidos y, menos que nada, una “narcoguerrilla terrorista” sin ideología. ¿También lo van a marcar e identificar como “apologista de las FARC”? ¿También lo van a amenazar? ¿Van a ir a fotografiarlo hasta su casa en Estados Unidos?

Al enterarme que estos milicos, policías y aparatos de inteligencia me señalan con nombre, apellido y fotografías, me cuesta dormir. Mentiría si dijera que no tengo miedo. Sería una bravuconada tonta. Sólo alguien delirante puede no aferrarse al principio de realidad. Si quieren generar miedo, lo logran. La cuestión es qué hacemos nosotros con nuestros miedos. ¿Nos sometemos? ¿Nos anulamos como sujetos? ¿Dejamos de ser quienes somos? ¿Dejamos de escribir? ¿Abandonamos las clases de formación política? ¿Nos callamos la boca frente a la larga mano del terrorismo de estado?

Max Horkheimer decía “La lealtad a la filosofía significa no permitir que el miedo disminuya nuestra capacidad de pensar”. Y tiene razón. Todavía hoy tiene razón. Hegel, otro gigante del pensamiento, en su Fenomenología del espírituescribió que “Solo si se pone en juego la vida, se conserva la libertad”. Y nuestro querido Rodolfo Walsh cerraba su carta a los mugrientos asesinos, terroristas de estado: “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”. Por la misma época de Rodolfo Walsh, en plena dictadura militar de Videla, mi padre fue amenazado de muerte, tuvo que irse de la casa y andar escondido. Nunca dejó de ser quiera era. No pudieron con él.

Así que no dejaremos de hacer lo que hacemos. Seguiremos estudiando y escribiendo, continuaremos con las clases itinerantes de formación política, no dejaremos de investigar ni de denunciar los crímenes del terrorismo de estado.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=168690

COLOMBIA ENFRENTA ALARMANTE BRECHA EDUCATIVA GENERADA POR EXCLUSIÓN Y DESIGUALDADES ECONÓMICAS

Colombia enfrenta una alarmante brecha en la calidad educativa

fondep.gob.pe

ANDREA LINARES GÓMEZ |

Niños de zonas urbanas, colegios privados y madres de mayor escolaridad tienen mejor aprendizaje.

Vivir en una ciudad, asistir a un colegio privado, ser hijo de padres con buen nivel educativo y recibir más horas de clase favorece el aprendizaje de los niños y jóvenes matriculados en la educación básica y media en Colombia.

Todo lo contrario ocurre cuando los estudiantes son de estratos bajos, residen en áreas distantes de los centros urbanos o incluso estudian en media jornada.

Así lo revela un estudio realizado por docentes de las universidades de Harvard, Los Andes y del Rosario, que analiza la calidad de la educación colombiana a partir de los resultados que muestran las pruebas Pisa y Saber, y que señala que las desigualdades económicas y sociales están generando preocupantes brechas en la calidad de la educación que reciben los casi 11 millones de niños de básica y media en el país.

La investigación ‘Calidad de la Educación Básica y Media en Colombia: Diagnóstico y Propuestas’ fue elaborada por los docentes Catherine Rodríguez, Darío Maldonado y Felipe Barrera, y financiada por Planeación Nacional, en el marco de la Misión de Movilidad Social y Equidad en Colombia.

De acuerdo con el estudio, presentado esta semana en un conversatorio organizado por la alianza Educación Compromiso de Todos, sobre calidad educativa desde los resultados de las pruebas, mientras en las pruebas Saber 11, los estudiantes de estrato alto y de colegios privados obtienen en inglés 65 puntos, en promedio, los de nivel socioeconómico bajo apenas logran 42 puntos.

En el caso de los que viven en zonas urbanas obtienen, en promedio, 306 puntos en lenguaje en la prueba Saber 9, pero sus similares del área rural alcanzan 274 puntos.

Sin embargo, la docente Catherine Rodríguez, de la Facultad de Economía de Los Andes, va más allá y dice que el papel de las madres y su nivel de educación también es determinante en el desempeño del joven.

“Si dos niñas asisten a la misma escuela y tienen el mismo profesor, el hecho de que una de ellas tenga una madre educada, su aprendizaje va a ser diferente”, dijo.

Colegios privados jalonan

El docente de la U. del Rosario Darío Maldonado destaca que el país mejoró sus resultados en las pruebas Pisa 2009 (evalúan a estudiantes de 15 años en 65 países), frente a las de 2006, pero asegura que “los altos puntajes fueron jalonados por estudiantes de colegios privados, hijos de mujeres educadas y de ciudades más grandes”.

Mientras estos obtuvieron en promedio 430 puntos en matemáticas y 468 puntos en lectura, los de los públicos alcanzaron 369 y 400 puntos, respectivamente.

A este panorama se suma que existe una alta inequidad en las horas de clase que reciben los estudiantes, “factor que puede estar correlacionado con la calidad de la educación que terminan adquiriendo”, dice el estudio.

La Ley General de Educación establece que la educación pública se debe ofrecer en una única jornada, pero en la realidad ese esquema solo cubre al 10 por ciento de los estudiantes. En los privados es el 45 por ciento.

Además de las inequidades económicas y sociales, el estudio advierte la preocupación porque los alumnos con el menor puntaje promedio en las pruebas Saber 11 son los que ingresan a estudiar una licenciatura.

“Es muy triste pensar que los que están estudiando para convertirse en los futuros docentes sean hoy los estudiantes con las menores habilidades cognitivas, y entre más bajo sea el resultado en la prueba Saber 11, más posibilidades hay de que el joven estudie una licenciatura”, explica Rodríguez.

Aunque la investigación no precisa las regiones donde más se presenta desigualdad, sí advierte esta situación. Particularmente –según otros estudios– las zonas más afectadas por el conflicto armado. “Obviamente, la calidad de los docentes, medida por su nivel de experiencia y educación, es peor en estas zonas”, agrega.

Ministerio dice que ya trabaja en la calidad

La directora de Calidad de la Educación Preescolar, Básica y Media del Ministerio de Educación, Mónica Figueroa, dijo durante la presentación del estudio que parte de la brecha en calidad de la educación es la ruralidad y la dispersión, y que el Ministerio está enfocado en cerrarla.

“Nuestra política educativa está enmarcada en el mejoramiento de la calidad... Queremos pasar de la transmisión de conocimientos al desarrollo de competencias básicas y ciudadanas”, agregó.

La funcionaria recalcó que con el programa Todos a Aprender, focalizado en mejorar los desempeños de los niños de primaria en las áreas de matemáticas y lenguaje, están llegando a las zonas rurales dispersas. Hoy, cobija a 2’365.000 estudiantes en 22.400 sedes educativas (57 por ciento de la matrícula oficial).

Respecto a la preocupación de los investigadores sobre la unificación del estatuto docente, que actualmente se discute con la Federación Colombiana de Educadores (Fecode), Figueroa reiteró que el sistema de evaluación a los maestros para el ingreso, ascenso, reubicación y permanencia se mantendrá, pues este es un punto “innegociable”.

Cambios que propone el estudio

1. Aumentar la jornada escolar de 6 a 8 horas diarias, que estén a cargo, por ejemplo, de instructores del Ministerio de Cultura.

2.Ofrecer cada año 2.500 becas-créditos para licenciaturas a los estudiantes que demuestren excelencia académica.

3. Conformar una comisión internacional para evaluar el trabajo de las universidades que ofrecen licenciaturas en Colombia.

4. Fortalecer y ampliar de manera periódica el examen de competencias de docentes para que haya la posibilidad de avanzar en el escalafón docente.

5. Destinar recursos para la bonificación de docentes que cumplan con indicadores específicos de calidad y permanencia.

6. Fomentar la participación privada en la educación básica y secundaria. Puede ser con bonos o con colegios por concesión.

7. Realizar pruebas Saber 5 y 9 de forma controlada en todos los colegios y no en una muestra, para reducir el riesgo de fraude.

8. Los resultados de las pruebas no queden en la página web del Icfes sino que se instaure una ley que obligue a los colegios a publicar en un lugar visible.

9. Más descentralización, para que los colegios públicos puedan tomar sus decisiones y que los recursos lleguen directamente a ellos.

10. Fortalecer programas exitosos, como Paces, PER, bonos para secundaria y subsidios condicionados a la asistencia y excelencia.

11. Crear la Superintendencia de la Educación para que reciba las quejas –llegan a las secretarías– y supervise al sector.

ANDREA LINARES GÓMEZ
http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/educacion/la-brecha-en-la-calidad-educativa_12822612-4

 
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