martes, 9 de julio de 2019

DE LA REVOLUCIÓN POLÍTICA A LA DOMESTICACIÓN CULTURAL

De la revolución política a la domesticación cultural

A propósito de ‘La idiosincrasia como medio de conocimiento. La crítica de la sociedad en la era del intelectual normalizado’, un ensayo de Axel Honneth

Esteban Morales Estrada 

Foto: Bruno-Kreisky-Preis für das Politische Buch / CC BY-SA 2.0

Junto a Jürgen Habermas, Axel Honneth es uno de los representantes vivos más importantes de la llamada Escuela de Frankfurt, aquella heterogénea corriente de pensamiento que según el mismo Honneth se caracteriza por un punto común en medio de la diversidad de perspectivas: “más allá de la disparidad de métodos y objetos, lo que aúna a los diversos autores de la Escuela de Frankfurt es la idea de que las condiciones de vida de las sociedades modernas, capitalistas, generan prácticas sociales, posturas o estructuras de personalidad que se reflejan en una deformación patológica de nuestras facultades racionales”. Dicha escuela desarrolló la llamada Teoría Crítica de la sociedad, y fueron representantes de la misma, figuras como Theodor W Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, y Franz Neumann entre otros.

En este escrito analizaremos el ensayo La idiosincrasia como medio de conocimiento. La crítica de la sociedad en la era del intelectual normalizado de Axel Honneth, haciendo hincapié en la figura del intelectual normalizado como una categoría entre muchas otras para analizar diversos tipos de intelectuales a lo largo de la historia del concepto.

La primera cosa que destaca Honneth en su interesante trabajo es que “un número cada vez mayor de intelectuales participa hoy en día de la formación de una opinión esclarecida sobre un número cada vez mayor de asuntos”. El filósofo alemán también destaca la proliferación de dicha figura en la discusión de temas públicos por medio de los periódicos, la televisión, los foros, la radio o Internet. Lo anterior lo lleva a decir que “en el curso de la expansión social se produjo una normalización del rol del intelectual en sentido tanto cuantitativo como cualitativo”.

Honneth, retoma el trabajo La Sociología del Intelectual de Joseph Schumpeter para mostrar cómo las predicciones de este, se cumplieron solo parcialmente. Schumpeter pronosticó, por un lado, el aumento acelerado del número de intelectuales, como producto de la expansión de la cobertura educativa y de los medios de difusión cultural, por llamarlos de alguna forma. Sin embargo, otro de los pronósticos del autor de La Sociología del Intelectual no se ve reflejado en la actualidad. Este había predicho en palabras de Honneth, “no solo una ampliación de la capa intelectual sino también su radicalización social”, aspecto totalmente revaluado por la misma realidad del capitalismo actual que cada vez omite más la crítica y consolida la figura del intelectual normalizado, dada la inserción de este último en el tratamiento de diversas temáticas de interés mediático. Según Honneth, “la normalización del intelectual observable actualmente en todas partes no es sino un efecto cultural secundario de la intensificación de la opinión pública democrática”.

La domesticación de la tarea del intelectual, se ve en definitiva sustentada en la adecuación de este a reglas específicas para poder opinar respecto a temas puntuales, volviendo a Honneth “la normalización de su rol ha hecho en cierto modo que el intelectual realizara un cambio de posición que lo ha convertido hasta tal punto en agente intelectual en los foros de formación de la voluntad política, que ya es imposible que además se haga cargo de la tarea de la crítica social”.

Honneth, defiende la necesidad de una crítica social y destaca dos particularidades de dicho enfoque para diferenciarlo de las posturas del intelectual normalizado, esta crítica debe ser “realizada desde la perspectiva de un vínculo con un mundo de vida social que a uno se le ha vuelto extraño”. La primera particularidad es que “lo que se cuestiona no es la interpretación predominante de un asunto determinado, la ignorancia pública de las opiniones disidentes o la percepción sólo selectiva de una cuestión pendiente de decisión, sino más bien el entramado de condiciones sociales y culturales que ha permitido que surgieran todos estos procesos de formación de la voluntad”. La segunda tiene que ver con la necesidad de “hacer uso de una teoría que de una u otra manera posea carácter explicativo” ya que “para poder explicar por qué se supone que son cuestionables en su conjunto las prácticas y las convicciones afianzadas, tiene que ofrecer una explicación teórica que haga comprensible la formación de ese dispositivo como consecuencia no deseada de una concatenación de circunstancias o acciones deliberadas”. La crítica de la sociedad es “la mirada hipertrofiada, idiosincrásica, de quien es capaz de reconocer en la cotidianidad entrañable del orden institucional el abismo de una sociedad fallida, en la disputa rutinaria de opiniones, los contornos del engaño colectivo”.

Honneth antepone al llamado intelectual normalizado, la crítica de la sociedad que debe aplicar los postulados que señalamos en el párrafo anterior. El intelectual normalizado está ligado al consenso político, mientras que la crítica social tiene como tarea fundamental cuestionar dicho consenso en sí mismo. Citando a Honneth, “la crítica de la sociedad puede permitirse exageraciones y parcializaciones éticas, el intelectual de hoy se ve obligado a neutralizar todo lo que puede sus vínculos ideológicos porque dentro de lo posible tiene que encontrar aprobación en el espacio público político”.

Finalmente, después de mostrar cómo el concepto de “industria cultural” acuñado por Horkheimer y Adorno, tuvo importantes consecuencias en la vida cultural y editorial alemana, ya que despertó “mayores reservas aún con respecto a las tendencias económicas que amenazaban seriamente los estándares culturales de la producción radiofónica, televisiva y editorial”, Axel Honneth concluye el ensayo dejando claro que “en comparación con el flujo de producción del intelectual normalizado, los raros productos de la crítica de la sociedad requieren un largo período antes de poder desplegar su efecto en forma de una modificación de las percepciones sociales; pero el cambio de orientación que promueven de manera subcutánea es de una persistencia y duración incomparablemente mayor que lo que jamás podrían lograr los posicionamientos intelectuales de la actualidad”.

En pocas palabras, Honneth nos pone a reflexionar sobre la cosificación del pensamiento crítico en las sociedades actuales, en donde la búsqueda de consensos políticos ha ido afectando seriamente el cuestionamiento de los consensos en sí mismos. El tipo de crítica que Honneth remarca como de primera importancia en las sociedades actuales no es la crítica de posturas dentro del campo de la opinión pública, es la crítica de los fundamentos mismos de dicha opinión y del campo en el que esta se mueve. No es la crítica dentro de parámetros y en espacios determinados para tal efecto, es la crítica de esos mismos parámetros y esos espacios en sí mismos. No es la crítica amañada desde el escritorio de la oficina en un diario específico, es la crítica de las condiciones mismas de las relaciones de poder en la sociedad que cuestiona la naturalización de dichas condiciones palpables. Sin duda, el interesante ensayo de Honneth hace un llamado de atención respecto a los diversos tipos de crítica y cataloga al intelectual normalizado como un hombre que pone su conocimiento al servicio de la perpetuación del estado de cosas, limitando su crítica a las fronteras de los espacios de consenso político.

Este proceso sin duda es visible en la apatía de muchos intelectuales por las realidades del país, en las relaciones de poder existentes dentro de la academia, en la ausencia de crítica real y certera y en la búsqueda constante de consensos, evasiones y coexistencia pacífica a nivel conceptual. El intelectual contra el Estado, el Poder o el Partido tan de moda en el pasado, parece haberse esfumado o estar en vías de desaparición y declive con la extinción de la utopía socialista soviética o con su inserción en la burocracia institucionalizada. Su papel ya no es cuestionar la estructura social y económica en sí misma, sino consolidar su existencia, homogeneidad, funcionamiento y perdurabilidad, aceptando sus normas.

En síntesis, la supuesta antinomia entre una academia objetiva-neutral y la política diaria-cotidiana es irreal, ficticia.

domingo, 7 de julio de 2019

URGE PROMOVER LA CULTURA CIENTÍFICA

La urgente necesidad de promover la cultura científica

En la sociedad actual es de vital relevancia la construcción de un debate informado erigido sobre la evidencia y no sobre la especulación

Por: Julian Alfredo Fernandez Niño y Miguel Ángel Fernández Niño

 
Foto: Pixabay

Una de las tareas que tenemos los investigadores es promover el desarrollo una cultura científica. Una sociedad con cultura científica no requiere que todos las personas tengan un conocimiento especializado técnico, pero sí unas competencias mínimas que les permitan: Identificar fuentes de información confiables; conocer los principios subyacentes al razonamiento científico; comprender la búsqueda de la verdad como una necesidad básica y siempre perfectible del ser humano; evaluar críticamente la evidencia (o saber reconocer que esa lectura crítica es siempre necesaria); y entender que la incertidumbre sobre la realidad nunca desaparece del todo.

Sobre este último punto, el físico Richard Feynman explicaba que no hay nada que sepamos de forma absoluta, sino afirmaciones sobre las cuáles tenemos diversos grados de incertidumbre. Sobre algunas relaciones de la naturaleza tenemos una casi total certeza, sobre otras tenemos modelos que son representaciones que explican mejor los hechos observables conocidos. La ciencia moderna reconoce que su empresa consiste en someter continuamente a prueba las hipótesis, siendo su carácter auto-revisionista su principal fortaleza. De este modo no teme reevaluar lo que da por cierto cuando los hechos ya no corresponden o cuando nuevos hechos emergen. Sin una cultura científica, señaló Carl Sagan en su última entrevista, estamos a la merced de charlatanes políticos.

En una época en que la “posverdad” y el fanatismo autoritario prevalecen, las personas parecen valorar más las falsas certezas que la incertidumbre, dado que dichas “certezas” les permite empoderarse más decididamente en sus empresas proselitistas, o sus excesos doctrinarios. En contraste, una persona que acepta la incertidumbre no podrá ser nunca un fanático y las consecuencias de sus equivocaciones serán menores. Dicha persona no abrazará algo como cierto hasta tanto haya evidencia suficiente, pero podrá cambiar de opinión cuando la evidencia se le presente, ya que de lo contrario no sería un escéptico, sino un negacionista. El problema es que ciertamente no siempre es fácil determinar cuánta certidumbre se necesita para tomar una decisión en el mundo real, traducido por ejemplo a una decisión política.

En el área de la salud, para determinar un hecho concreto como la seguridad de un herbicida, listamos algunas consideraciones generales, que deberían promoverse en las escuelas de periodismo pero también en la sociedad en general:

1) La causalidad es un problema complicado. Para establecer que un factor puede ser causa de otro se requiere idealmente tener una aproximación contrafactual. Esto es poder observar lo que habría pasado en presencia y ausencia del factor, y comparar ambos escenarios. La mejor aproximación que tenemos a esto en epidemiología, son los ensayos clínicos, que son lo más parecido a los experimentos de laboratorio, donde todo está controlado. Sin embargo, en aspectos tales como los efectos tóxicos de un producto en particular sobre la salud humana no es ético hacerlo, por lo que la mejor aproximación que tenemos son los estudios observacionales analíticos. En dichos estudios, el investigador es capaz de estimar efectos puntuales mediante la observación, evaluación y aislamiento del efecto real, del de otras variables extrañas asociadas. Muchos hallazgos como la asociación entre tabaquismo y cáncer, dieta y diabetes, o asbesto y mesotelioma, derivan de estudios observacionales. La literatura científica está llena de estos ejemplos. El rigor de los estudios implica aproximarse lo más posible al experimento mediante el control por diseño o estadístico de esas otras variables, la calidad de información, la garantía de la temporalidad causa->desenlace, y en general, la minimización de la fuente de error.

2) La causalidad no solo es algo que se deriva de las conclusiones de los estudios en seres humanos sino también de otros estudios que contribuyen a hacer plausible dicha relación (ensayos in vitro, modelación in silico, etc), y deberían ser coherentes con el conocimiento científico previo.

3) Todo estudio tiene limitaciones. Sus resultados pueden ser explicados por: azar, sesgo (problemas de validez del estudio) o modificación de efecto. El azar y el error están presentes en cualquier estudio. Un buen estudio es el que ha considerado las fuentes de error, y ha cuidado prevenirla, o controlarla. Pero no hay estudio sin error. Los errores son diferentes a los fraudes de mala fe, y son intrínsecos a nuestra dificultad para observar la realidad.

Por eso mismo, difícilmente se puede llegar a una conclusión a partir de un solo estudio. Es importante reconocer que históricamente se ha mostrado que puede tomar tiempo adquirir suficiente evidencia para tener claridad sobre un efecto.

4) La consistencia de los resultados nos permite sugerir que un efecto es real. Esto significa observar un mismo resultado en diversos contextos. Desde que un mismo error no esté siendo replicado, es más probable que un hallazgo sea verdadero si se observa repetidamente. Sin embargo, ante la inconsistencia, la solución no es escoger los artículos que más nos gusten o corroboren nuestros prejuicios, o simplemente contar cuántos sí y cuántos no, ya que no todos tienen la misma validez, sino ponderar su nivel de evidencia. Esto lo hacen las revisiones sistemáticas que acopian muchos estudios, aun así, a veces no son conclusivas, especialmente si no hay trazabilidad entre sus métodos.

5) Es una realidad que, en salud pública, así como en otras áreas de la toma de decisiones en ciencias sociales, no podemos esperar a tener toda la evidencia para tomar decisiones. Así que a la pregunta científica de la existencia de un efecto se suma la consideración de cuál decisión es más racional ante un escenario de incertidumbre. Es decir, en caso de que esté equivocado: ¿cuál escenario es peor?, ¿qué es preferible: prohibir el glifosato siendo seguro o no prohibirlo siendo tóxico?

De esta manera, como explicó el exministro de Salud y Protección Social Alejandro Gaviria, el debate, por ejemplo, con relación a la aspersión aérea con glifosato tiene una dimensión ética y política. En Salud Pública se apela al principio de precaución, pero ciertamente puede ser difícil saber qué tanta incertidumbre debemos tener para tomar una decisión, y sin duda depende de sopesar los potenciales riesgos con los beneficios. De esta manera, las dimensiones éticas y políticas pueden llegar a primar cuando la evidencia todavía no es clara o consistente. Así que un principio ético como no someter a un riesgo incierto a una población vulnerable, cuando la evidencia no es del todo consistente, debe ser incorporada en el análisis junto con la evidencia científica. Aunque hay que decir que los promotores de la aspersión no suelen ser los más competentes lectores de la evidencia.

En este sentido se han expresado los expertos sobre el tema del glifosato. Sin embargo, parece ser otra la postura de algunos periodistas, que evidentemente necesitan apropiarse más de una cultura científica objetiva. Una afirmación que compare el tinte para cabello con un herbicida es una clara evidencia de la falta de cultura científica dentro de algunos sectores del periodismo. Esperamos que este breve texto contribuya a la construcción de un debate más informado erigido sobre la evidencia científica y no sobre la especulación.

 
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