domingo, 29 de diciembre de 2013

ES POSIBLE SALIR DEL LABERINTO EDUCATIVO

Para salir del laberinto educativo

www.cookingideas.es

Anabel Cervantes Alva*

En 1968, Burrhus Frederic Skinner recibió del presidente estadunidense Lyndon B. Johnson la Medalla Nacional de Ciencia. Cuatro años después, la American Psychological Association lo reconocíó como el Humanista del Año. Esto, por sus aportaciones a la sicología experimental (conductismo), que considera la conducta humana como un instrumento modificable mediante el uso de reforzadores.

El conductismo tuvo sus inicios en 1913 con John B. Watson. Su principal tesis fue resultado de la experimentación con ratas en un laberinto. Las aportaciones de esta corriente tuvieron gran influencia en la sicología considerada como ciencia, por apartarse del estudio de la mente y la conciencia, para hacer uso del método científico, estudiando lo puramente observable. Su éxito se extendió tanto a la terapia sicológica como al aprendizaje escolar.

En lo general, a más de 100 años del nacimiento del conductismo, las aulas escolares siguen pareciendo laberintos de ratas. Sin embargo, se diferencian de ellas en un asunto particular: mientras en los primeros experimentos de esta corriente el reforzador conductual usado en estos laboratorios era un estímulo que agradaba a las ratas (comida), en las escuelas el refuerzo conductual es impuesto más como un condicionante negativo (evaluación-calificación), pasando poco a poco de negativo a neutral. Ello explica, en parte, el porqué de la poca eficacia de los procesos de aprendizaje que siguen estas recetas.

México no es la excepción. Los fundamentos esenciales del modelo educativo actual de educación básica, fundado en competencias, siguen siendo conductistas. En los hechos, el discurso oficial de mejora de la educación no es más que una utopía disfrazada de constructivismo.

Las ratas se graduaron del laberinto y ahora son ellas quienes lo quieren administrar, buscando el queso hasta por debajo de los pupitres.

Afortunadamente, los docentes con verdadera vocación se resisten a educar bajo esta tendencia mecanicista que no da lugar más que al individualismo y egocentrismo. Saben que la conciencia humana no puede compararse a la de una rata de laboratorio que actúa por instinto de supervivencia. Los niños y jóvenes de México tienen un potencial, que puede estimularse aun bajo las oscuras condiciones de su ambiente. Pero, para que esto suceda, se requiere de una verdadera reforma educativa que otorgue un mayor presupuesto y libertad de cátedra, que respete la individualidad y ritmo de aprendizaje, para formar mentes críticas.

La enseñanza debe trascender los muros de la escuela. El constructivismo ve el aprendizaje como un proceso que no radica en el profesor ni en el alumno, sino en el ambiente propicio, donde el aprendizaje se construye y da lugar al conocimiento del sí mismo y del mundo circundante. Se trata de un verdadero laberinto que no reconoce la complejidad de la conducta y potencial humano, y al cual se reprime bajo actividades homogéneas y lineales, inscritas en un programa curricular poco flexible. Un laberinto del que hay que salir.

En todo el país los docentes han buscado la forma de romper con esta trampa. Así se ha hecho, por ejemplo, en la primaria Niños Héroes, de la comunidad de San José de Lourdes, municipio de Fresnillo, Zacatecas.

En una actividad realizada en esta escuela para desarrollar el potencial creativo infantil de alumnos de primer grado de primaria, la maestra les dio material para que, de manera libre, los niños elaboraran cualquier cosa que quisieran. La única consigna fue no repetir lo mismo que sus compañeros hacían y cada día producir algo diferente.

Uno de sus alumnos hacía casas todos los días. En la tercera ocasión en que la maestra lo observó hacer una casa, le sugirió: Está bien que hagas casas, si es lo que quieres hacer, pero quiero que esta casa que ahora haces sea diferente a las que tú conoces. El alumno le respondió: Esta casa es diferente porque tiene muebles y una alacena con comida. La maestra, al conocer el contexto del niño (con resultados, académicamente hablando, muy por debajo respecto al resto del grupo) comprendió al instante su interés por las casas. Su alumno vivía a la orilla de la comunidad, en un cuarto pequeño, con sus padres y tres hermanos, sin baño ni muchos otros servicios.

Desde los parámetros que permitirían a la maestra valorar los productos de las actividades escolares, los trabajos de este alumno no reunían los requisitos de flexibilidad, originalidad ni elaboración. No obstante, la riqueza de su motivación trascendía a las predicciones del sicólogo Abraham Maslow –uno de los principales exponentes de la sicología humanista–, para quien no se puede acceder de manera efectiva al aprendizaje cuando no se satisfacen primero las necesidades básicas. En este caso, la necesidad del alumno fue la principal fuente de motivación para que desarrollara este tipo de actividades. La maestra observó en este estudiante a un posible arquitecto, no obstante que, de haberse atenido exclusivamente a un currículo regular, sólo se le habrían augurado fracaso y problemas de aprendizaje.

La experiencia desarrollada en la escuela Niños Héroes es apenas un botón de muestra de muchas otras más puestas en práctica por los maestros del sistema de educación pública en el país. Desafortunadamente, las voces de los docentes que no han sido escuchadas. Con ellas es posible salir del laberinto educativo.

* Maestra en sicología educativa

DESPERSONALIZACIÓN Y DESHUMANIZACIÓN CAPITALISTA CONLLEVAN A LA ALIENACIÓN

La alienación del trabajo asalariado


Durante el siglo XVII tuvieron lugar una serie de acontecimientos de gran importancia en la política europea que contribuyeron al establecimiento del Estado moderno como forma política dominante. Entre estos acontecimientos decisivos caben destacar aquellos que en el terreno bélico supusieron unas innovaciones tecnológicas que aumentaron la potencia de fuego de los ejércitos, a lo que hay que sumar las nuevas técnicas de combate que significaron un incremento numérico sin precedentes de los efectivos, lo que implicó la formación de la estructura organizativa central del Estado moderno para, así, hacer acopio no solo de los recursos materiales y económicos necesarios para preparar y hacer la guerra sino también para un mayor control de la población.[1] De esta forma el Estado moderno constituyó la respuesta organizativa de las elites dominantes con la que extender su control sobre la sociedad para supeditarla a sus intereses.[2] Todo esto obedecía en última instancia a las exigencias de la esfera internacional del momento en la lucha por la hegemonía mundial, lo que supuso una permanente carrera de armamentos que contribuyó a dejar extenuadas las economías y sociedades de los diferentes países involucrados en estos conflictos.[3]

No cabe duda de que las rivalidades de los diferentes países en su pugna por la hegemonía mundial contribuyeron decisivamente a la aparición y desarrollo del Estado moderno,[4] y con ello a su extensión y consolidación en dos sentidos diferentes: a nivel interno en relación al dominio que ejercen las elites mandantes sobre sus dominados, y a nivel externo con la generalización de este modelo de organización política a partir de la paz de Westfalia en 1648 que dio lugar al actual sistema internacional de Estados. En este sentido el contexto internacional, y sobre todo las fuerzas que presionan desde el exterior a través de la estructura de poder internacional, ha contribuido a la formación del Estado moderno. Ello significó el afianzamiento y expansión de la estructura social de clases que le es inherente, al mismo tiempo que permitió la reorganización general del conjunto de las relaciones sociales. En lo que a esto último se refiere el Estado jugó un papel fundamental en tanto en cuanto dicha reorganización de la sociedad fue puesta en marcha a través de dos procesos íntimamente relacionados: la formación y desarrollo del incipiente capitalismo mediante el establecimiento de la estructura legal e institucional que lo hizo posible,[5] y el proceso de industrialización que proveyó al Estado de los medios materiales, financieros y económicos para hacer la guerra. Entre las principales consecuencias de esta reorganización de las relaciones sociales se encuentran la aparición de la propiedad privada en los medios de producción y el trabajo asalariado.

En la medida en que el Estado se apropió de la capacidad legislativa con la que imponer sus propias leyes también dio lugar a la apropiación económica de la tierra a través de la propiedad privada. La normativa legal, fruto de la desigualdad política que significa la existencia del Estado, fue la que dio origen a la desigualdad económica con la institución del derecho a la propiedad privada que desde entonces recibió la protección del aparato represivo, judicial y burocrático del Estado. El propio Estado, a través del monopolio de la violencia que detenta sobre el territorio de su jurisdicción, se ocupa de supervisar el complimiento de la legislación por él mismo creada y de proveer así de la correspondiente seguridad jurídica que protege la propiedad privada y a la clase capitalista. De este modo las relaciones sociales fueron transformadas completamente a través de la apropiación, primero jurídica y después económica, de la tierra y consecuentemente del conjunto de los medios de producción que hasta ese momento habían pertenecido a la comunidad popular.[6] Con ello apareció el trabajo asalariado como forma de producción predominante en el sistema capitalista que facilitó la monetización de las relaciones sociales, y al mismo tiempo su sometimiento a la lógica del capital.

La propiedad privada en los medios de producción es la base sobre la que se fundan las principales relaciones de explotación inherentes al sistema capitalista, y que encuentran en el trabajo asalariado su más acabada expresión en la medida en que el trabajador o trabajadora pone su fuerza de trabajo al servicio de otros. Esta nueva forma de explotación no se diferencia en nada sustancial de la esclavitud antigua con la única particularidad de que la relación entre el explotador y el explotado se encuentra mediatizada por un salario.

La propiedad privada da poder a la clase explotadora compuesta por los capitalistas, quienes imponen las condiciones económicas y laborales por las que los trabajadores deben vender su fuerza de trabajo. Asimismo, el trabajo asalariado ha significado la extensión y profundización del control de los propios asalariados bajo formas renovadas y perfeccionadas. Mientras que en la antigüedad el esclavista únicamente se limitaba a dar aquellas órdenes que sus esclavos debían cumplir, dejando a estos un margen de maniobra para organizar por sí mismos el trabajo, con el trabajo asalariado el propio capitalista organiza el trabajo que sus empleados deben realizar. De esta forma el control es aún mayor, lo que impide por un lado la reflexión y por otro la iniciativa y el desarrollo de las capacidades propias del trabajador.

La organización de la producción y consecuentemente del trabajo en el seno de la empresa capitalista descansa sobre un modelo autoritario en el que la propiedad privada es su base. La división del trabajo y su parcelación obedece a exigencias de este modelo en el que se busca no sólo la eficiencia y la productividad, sino sobre todo un mejor y mayor control sobre la fuerza de trabajo al quedar los trabajadores a expensas de las órdenes de los patrones y, por tanto, de la propia disciplina impuesta por la empresa. La tendencia del trabajo asalariado es la de nulificar al sujeto al convertirlo en un ser inhábil permanentemente dependiente de las órdenes del patrón de turno que dirige y organiza todo su trabajo. A todo lo anterior ha contribuido sustancialmente el proceso de tecnificación que no ha estado solo dirigido a incrementar la producción y los beneficios de la empresa, sino fundamentalmente a someter al propio trabajador a los ritmos de la máquina, a anular su capacidad reflexiva mediante rutinas igualmente mecánicas que son interiorizadas, y a separar a los propios trabajadores a través de una creciente parcelación y especialización.

Pero el trabajo asalariado ha servido fundamentalmente para una degradación moral del propio sujeto al quedar a expensas de la clase empresarial que le contrata y le impone sus condiciones. La monetización de la relación laboral camina en ese sentido ya que establece una dependencia estructural del trabajador con la clase explotadora que detenta la propiedad de los medios de producción, y por tanto a la que se ve obligado a vender su libertad. La existencia del sujeto queda limitada al ámbito puramente material en tanto en cuanto la necesidad de garantizarse un sustento depende de terceros a cuya merced se encuentra, lo que se convierte en su principal estímulo. Resulta bastante ilustrativa a este respecto la siguiente observación de Proudhon:

“¿Sabe usted lo que es ser un trabajador asalariado? Es trabajar bajo las órdenes de otro, atento a sus prejuicios, incluso más que a sus órdenes. (...) Es no pensar por uno mismo (...) no tener más estímulos que ganar el pan cotidiano y el miedo a perder tu trabajo. El asalariado es un hombre a quien el patrón que le ha contratado le dice: “lo que tienes que hacer no es asunto tuyo, no tienes ningún control sobre ello””.[7]

Por otro lado la dependencia que se manifiesta en el terreno económico y laboral no se circunscribe a estos ámbitos sino que se extiende a todas las demás esferas de la vida. El trabajo asalariado impide que el sujeto se posea a sí mismo en la medida en que genera un contexto social y relacional que moldea su existencia y su forma de ser en el mundo.

El agravamiento de las condiciones de explotación laboral que entraña el trabajo asalariado ha conllevado una creciente absorción del tiempo del sujeto con la prolongación de la jornada laboral más allá de las 8 horas diarias, a lo que hay que sumar el tiempo que se emplea en el transporte cotidiano para llegar al centro de trabajo y que necesariamente también forma parte de ese proceso de explotación.[8] De este modo el sujeto es poseído por su propio trabajo y se convierte en objeto, en un recurso descartable utilizado por la empresa. La vida del trabajador pasa a ser un bucle cerrado que se reproduce infinitamente en una serie de quehaceres desprovistos de mayor significación: trabajar, regresar del trabajo, cenar, dormir, despertarse, desayunar, volver al trabajo, etc… Así es como la vida del trabajador deja de ser su vida para pasar a ser la vida de la empresa para la que trabaja y para la que también vive. De esta forma el trabajador vive la vida que la empresa, y por ende el capitalismo y sus elites dominantes, le impone. Se trata de una vida inauténtica al no haber sido elegida libremente sino impuesta por las circunstancias de escasez general creadas por el contexto social y económico capitalista. El sujeto no vive su vida sino la de otro, la de alguien que resulta funcional para las metas impuestas por el sistema capitalista. Esto explica al mismo tiempo que las metas del sujeto no sean las suyas sino las del capitalismo.

La alienación no consiste únicamente en suplantar la vida del sujeto por aquella que el sistema de opresión en el que vive le impone, sino también en la remodelación, recreación y reproducción de identidades construidas desde el exterior. El sujeto no se autoconstruye con una identidad propia y un proyecto de vida auténtico, sino que por el contrario vive siendo alguien distinto a quien realmente es o desearía ser al mismo tiempo que queda sometido a un proyecto vital que no se corresponde con sus aspiraciones más profundas. Existe, entonces, una contradicción entre el sujeto y el medio que le circunda, entre sus anhelos y lo que en la práctica es, entre el yo ideal y el yo real. Es la completa desposesión del individuo que ya ni siquiera tiene identidad propia al no haber en él nada de auténtico.

La despersonalización y deshumanización que conllevan la alienación pasan a ser completas cuando la identidad y las metas impuestas son asumidas como propias, o en su caso cuando al saber que no son propias se utilizan válvulas de escape con las que evadir la responsabilidad de enfrentarse a esa realidad. La frustración genera estas válvulas de escape que pueden ser sencillamente mundos imaginarios construidos por la infracultura dominante, pero también puede ser la drogadicción, el alcoholismo, el consumismo de todo tipo, etc., que sirven para sobrellevar la forma de vida destructiva inherente al trabajo asalariado y a la desposesión de uno mismo. La consecuencia directa de este proceso es la destrucción del mundo interior del sujeto y del propio sujeto en tanto que tal.

La sociedad capitalista se estructura a través de células organizativas cuya razón de ser es esencialmente pragmática, y por tanto están dirigidas a la consecución de unos objetivos muy claros y determinados: obtener beneficios. Dentro de estas células no hay posibilidad alguna para la coexistencia de otros objetivos distintos de aquellos para los que fueron concebidas, de tal manera que la actividad de todos quienes las integran está dirigida en un mismo sentido al existir en su seno unas jerarquías y unas minorías que establecen las directrices generales.[9] Esto hace que las relaciones sociales estén mediatizadas por el dinero o el interés material, y que no existan espacios para hacer vida en común. Así es como el sometimiento de las relaciones a la lógica del capital contribuye a un paulatino aislamiento del sujeto respecto a los demás, unido a las incompatibilidades horarias que ello acarrea y que inevitablemente contribuyen a alejar a unos de los otros. El sujeto no sólo pierde tiempo para sí mismo debido a la absorción que el trabajo asalariado ejerce sobre su persona, sino que también lo pierde para relacionarse con los demás. En gran medida el trabajo asalariado destruye a la persona al dejarla sin relaciones y vida social, al mismo tiempo que es forzada a pasar más tiempo con desconocidos en los transportes públicos, o simplemente con los compañeros de trabajo con los que tiende a mantener una relación meramente profesional. El deterioro de las relaciones sociales tiene como consecuencia el deterioro del propio sujeto, y la soledad y aislamiento que conllevan significan una mayor vulnerabilidad a la hora de afrontar los desafíos que la propia vida plantea.

La pérdida de la sociabilidad, la anulación de la capacidad reflexiva, la deshumanización que conlleva el ser poseído por el trabajo y las empresas, el carecer de una identidad y de un proyecto de vida auténticos son, en definitiva, el reflejo de un sistema existencialmente opresivo y alienante que convierte a las personas en objetos, en instrumentos a su servicio que son manipulados y dirigidos para la satisfacción de los intereses del propio sistema. Por esta razón la desaparición del trabajo asalariado es lo que puede permitir una regeneración de lo humano que hoy, en las sociedades capitalistas donde impera esta forma de producción, se encuentra en avanzado estado de descomposición. Pero nada de esto es posible sin la destrucción de aquellas instituciones liberticidas que, como la propiedad privada y el Estado, constituyen la base estructural y de poder sobre la que se asienta el trabajo asalariado y que, por tanto, niegan al sujeto su más intrínseca humanidad.

Esteban Vidal
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[1] Los cambios tecnológicos en el ámbito bélico que propiciaron las sucesivas revoluciones militares así como sus consecuencias políticas son abordados en las siguientes obras: Roberts, Michael, “The Military Revolution, 1560-1660” en Clifford J. Rogers (ed.), The Military Revolution Debate: Readings on the Military Transformation of Early Modern Europe, Colorado, Westview Press, 1995, pp. 13-36. Parker, Geoffrey, La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, Madrid, Alianza, 2002. Eltis, David, The Military Revolution in Sixteenth-century Europe, Barnes Noble Books, 1998. Duffy, Michael (ed.), The Military Revolution and the State, 1500-1800, Exeter, University of Exeter, 1980. Knox, McGregor y Williamson Murray (eds.), The Dynamics of Military Revolution, 1300-2050, Cambridge, Cambridge University Press, 2001. En cuanto a la relación entre la guerra y la formación del Estado moderno son destacables los siguientes estudios: Tilly, Charles, Coerción, capital y los Estados europeos, 990-1990, Madrid, 1992. Tilly, Charles, War and the power of warmakers in western Europe and elsewhere, 1600-1980, Michigan, Universidad de Michigan, 1983. Tilly, Charles, “Guerra y construcción del Estado como crimen organizado” en Relaciones internacionales: Revista académica cuatrimestral de publicación electrónica Nº 5, 2007. Finer, Samuel, “State- and Nation-Building in Europe: The Role of the Military” en Charles Tilly (ed.), The Formation of National States in Western Europe, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1975, pp. 84-163. Oppenheimer, Franz, The State, Canadá, Black Rose Books, 2007. Hintze, Otto, “La organización militar y la organización del Estado” en Josetxo Beriain Razquin (coord.), Modernidad y violencia colectiva, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2004, pp. 225-250. Leval, Gastón, El Estado en la historia, Cali, Otra Vuelta de Tuerca. Barclay, Harold, The State, Londres, Freedom Press, 2003.

[2] Sobre el modo en el que la guerra afectó a la organización de la sociedad y a su posterior evolución son reseñables los siguientes estudios sociológicos: Mcneill, William, La búsqueda del poder. Tecnología, fuerzas armadas y sociedad desde el 1000 D.C., Madrid, Siglo XXI, 1998. Hale, J. R., War and society in Renaissance Europe 1450-1620, Guernsey, Sutton Publishing, 1998. Tallett, Frank, War and Society in Early Modern Europe: 1495-1715, Londres, Routledge, 1997. Anderson, M. S., Guerra y sociedad en la Europa del Antiguo Régimen (1618-1789), Madrid, Ministerio de Defensa, 1990. Bond, Brian,Guerra y sociedad en Europa (1870-1970), Madrid, Ministerio de Defensa, 1990.

[3] La íntima relación entre poder económico y poder militar queda perfectamente reflejada en las siguientes obras: Kennedy, Paul, Auge y caída de las grandes potencias, Barcelona, DeBolsillo, 2006. Gilpin, Robert, War and Change in World Politics, Cambridge, Cambridge University Press, 1981. En ellas queda patente la dependencia del poder militar de las potencias con su capacidad económica e industrial, y de cómo esta relación es la que ha dado lugar a cambios en la estructura política internacional cuando determinados Estados ya no disponen de esa capacidad económica necesaria para mantener su posición en el sistema internacional, y por lo tanto para costear los gastos que supone mantener su poderío militar. En una línea similar a las obras antes citadas cabría añadir, aunque con algunos matices, Acemoglu, Daron y James A. Robinson, Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty, Profile Books, 2013.

[4] Hintze, Otto, Historia de las formas políticas, Madrid, Revista de Occidente, 1968. Rodrigo Mora, Félix, La democracia y el triunfo del Estado. Esbozo de una revolución democrática, axiológica y civilizadora, Morata de Tajuña, Editorial Manuscritos, 2011. Waltz, Kenneth, Man, the state and war: a theoretical analysis, Nueva York, Columbia University Press, 1959.

[5] Hintze, Otto, Op. Cit., N. 4. A lo largo de esta obra Otto Hintze realiza diferentes análisis sobre el papel jugado por el Estado en el desarrollo del capitalismo, y cómo sin su intervención no hubiera sido posible su aparición. Cabe apuntar que la tesis de Hintze no consiste en establecer un determinismo en el que el Estado es la causa del capitalismo, sino que deja de manifiesto que constituyó un importante facilitador para su desarrollo como sistema económico y social sin el cual jamás hubiera llegado a ser lo que hoy es. Prueba de ello es que el Estado creó la estructura legal que protege, y por tanto da seguridad, a los dueños de los medios de producción para garantizar la explotación de la mano de obra y la consecución de beneficios.

[6] Rodrigo Mora, Félix, Naturaleza, ruralidad y civilización, Brulot, 2011.


[8] No hay que olvidar la omnipresencia del reloj en las sociedades industriales que ya fue destacada en Mumford, Lewis, Técnica y civilización, Madrid, Alianza, 1992. El factor tiempo ocupa un papel primordial en el control y regulación de la vida de las personas, tanto dentro como fuera del trabajo. Asimismo, la velocidad que ha impreso el desarrollo tecnológico ha dado lugar a la ruptura de las barreras espacio-temporales, lo que ha conllevado una permanente aceleración de los ritmos de vida que son impuestos a la sociedad para satisfacer las exigencias del poder. En este sentido son esclarecedores los ensayos de Virilio, Paul, El cibermundo, la política de lo peor, Madrid, Cátedra, 2005. Virilio, Paul, La bomba informática, Madrid, Cátedra, 1999. Virilio, Paul, Lo que viene, Madrid, Arena Libros, 2005.

[9] Zinoviev, Alexandr, La caída del Imperio del Mal, Valencia, Bellaterra, 1999.

http://www.portaloaca.com/articulos/anticapitalismo/8398-la-alienacion-del-trabajo-asalariado.html

miércoles, 18 de diciembre de 2013

ROBERT CASTEL, EL SOCIÓLOGO QUE DIAGNOSTICÓ EL PRESENTE

ROBERT CASTEL: SOCIOLOGÍA DEL TRABAJO
EL SOCIÓLOGO QUE DIAGNOSTICÓ EL PRESENTE

Robert Castel: Sociología del trabajo

FUNCION LENGUAJE 


Hacia la segunda mitad de la década de 1990 se publicaron tres obras cruciales: La globalización, de Zygmunt Bauman, El fin del trabajo, de Jeremy Rifkin, y Las metamorfosis de la cuestión social, del sociólogo francés Robert Castel (1933-2013), recientemente fallecido. La lectura comparativa de estos libros permite trazar las coordenadas que explican el mundo laboral actual, los efectos sociales de las crisis europeas y aun las ráfagas de optimismo que a ratos soplan sobre América Latina. Castel consideraba que si la sociología tiene algún sentido, éste radica en su capacidad para hacer diagnósticos, como si el sociólogo fuera el médico de ese cuerpo humano colectivo que constituye un pueblo y, al establecer la naturaleza de una enfermedad, abriera un camino posible para su cura. No obstante, en el ejercicio de su arte desconfiaba de este aspecto prescriptivo, que asociaba con la profecía, y la satisfacía sólo a regañadientes, cuando algún periodista u oyente de sus conferencias se empeñaba en pedirle la hipótesis de una solución. A Castel le interesaba la cuestión del trabajo porque afecta al ser humano en uno de sus facetas centrales: su “estatuto de individuo”.

Publica ADN Cultura
Por Verónica Chiaravalli

En 2009 publicó El ascenso de las incertidumbres, libro que reúne textos publicados entre 1995 y 2008. Allí analiza los cambios que se produjeron en el mundo del trabajo en la Europa occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años 70, a partir de la salida del capitalismo industrial y el ingreso en un nuevo régimen capitalista, al que Castel no da nombre, pero que en una nota al pie de página queda emparentado con el concepto de “capitalismo cognitivo” cultivado por Yann Moulier Boutang.

Castel se concentra en los tres sectores en que aquellos cambios son altamente significativos: la organización del trabajo, signada ahora por la desregulación y la precarización; la protección social, que cada vez cubre menos y de manera más asistencialista, y el estatuto del individuo. Según el sociólogo, la degradación del trabajo, tal como se lo conoció hasta la globalización, puede producir una degradación en las personas respecto de “su capacidad de conducirse como individuos íntegros dentro de la sociedad”. “Ese estatuto de individuo está conectado estrechamente a la consistencia de la situación salarial, a la solidez del estatuto del empleo -explicó durante una visita a Buenos Aires-. Cuando ese zócalo se fragiliza, el individuo mismo se fragiliza y en el caso extremo, se anula.” De todos modos, cuando se explicaba, Castel trataba de introducir siempre una nota de optimismo. Y había dado con una simpática verdad de Perogrullo: “Hay que ser realistas pero no fatalistas y no ver esta dinámica como un destino escrito en el cielo. Si bien es cierto que el futuro es incierto, eso quiere decir que también es incierto que vaya a ocurrir lo peor que podemos esperar”. 
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Robert Castel, el sociólogo que diagnosticó el presente

Por Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría *
Publica Viento Sur

Acaba de morir el día 12 de marzo en París, a los 79 años de edad, de un cáncer de pulmón, el sociólogo francés Robert Castel. Tenía un espíritu joven, pues realizó sus análisis en función de posibles cambios sociales que nos ayuden a avanzar hacia sociedades más justas, pero poseía a la vez el don de la sabiduría sedimentada propia de los viejos maestros, pues era reflexivo, prudente, atento a los matices, consciente de que las fuerzas sociales poseen un peso, una inercia heredada, que no se doblega fácilmente mediante actos voluntaristas, y, menos aún, mediante el recurso a la omnipotencia del yo, o apelando a la inteligencia emocional.

Robert Castel fue profesor agregado de filosofía en Lille, en donde estableció una estrecha amistad con Pierre Bourdieu. Fruto de esta amistad fue su entrada en el Centro de Sociología Europea y la edición y presentación, en la colección dirigida por Pierre Bourdieu en las Ediciones de Minuit, de Razón y revolución de Herbert Marcuse, y de Internados de Erving Goffman. Tras mayo del 68 fue, junto con Jean-Claude Passeron, fundador y director del Departamento de Sociología en la recién creada Universidad de París VIII en Vincennes. Allí, junto a Nicos Poulantzas, Michel Lowy, Jacques Donzelot, Daniel Defert, Bernard Conein, María Antonietta Macciocchi, Françoise Duroux, Michel Meyer, y otros, ejerció durante años la docencia y la investigación. Sus concurridos cursos de tarde en los años setenta versaban predominantemente sobre la sociología de las enfermedades mentales, un campo hasta entonces muy poco explorado por los sociólogos, y en esos cursos participaron profesores invitados como David Cooper, Michel Foucault, Ramón García y Franco Basaglia. Entendía la docencia como una enseñanza profesional de calidad al servicio del enriquecimiento intelectual de los estudiantes, y tenía una habilidad especial para convertir preguntas, o comentarios banales, o razonamientos demasiado esquemáticos, en problemas pertinentes. Nunca identificó a los estudiantes con los alumnos, pues los respetaba y los consideraba, al igual que el maestro de Albert Camus, ciudadanos dignos de conocer el mundo.

Robert Castel consideraba que la sociología es una ciencia que debe responder a las demandas sociales de clarificación que plantea la sociedad, o al menos los grupos más oprimidos y desasistidos de la sociedad. Y probó que es posible una alianza entre los sociólogos y los profesionales prácticos para transformar o abolir zonas de sombra de la vida social en donde se acumulan poderes y violencias arbitrarias, como ocurría por ejemplo entonces con las instituciones totales. Fruto de esta alianza fue la creación de la Red europea de alternativa a la psiquiatría que, en paralelo con la Red de información sobre las prisiones, promovida entro otros por Michel Foucault, se movilizó por la aprobación en Italia de la Ley 180 que abolió los manicomios creados por la ley de 1838. Libros colectivos como Los crímenes de la paz vieron entonces la luz. Castel publicó en esta perspectiva libros importantes que desencadenaron vivos debates como El psicoanalismo, (subtitulado El orden psicoanalítico y el poder), así como El orden psiquiátrico y La sociedad psiquiátrica avanzada: el modelo americano. Todos ellos han sido traducidos al español.

Tras la muerte de su compañera Françoise, psiquiatra comprometida en apoyo de los enfermos mentales, la obra sociológica de Robert Castel dio un giro para plantearse el retorno de la cuestión social, coincidiendo con los años de plomo de la ofensiva neoliberal. Fruto de una rigurosa investigación de sociología histórica, metodológicamente impecable, una investigación realizada cuando ya era Director de Estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, fue el libro publicado en 1995, titulado Las metamorfosis de la cuestión social. “Me ha parecido”, escribe en el Prólogo de este libro, “que en estos tiempos de incertidumbre, en los que el pasado se oculta, y el futuro es indeterminado, teníamos que movilizar nuestra memoria para tratar de comprender el presente. (…) La situación actual está marcada por una conmoción que recientemente ha afectado a la condición salarial: el desempleo masivo y la precarización de las situaciones de trabajo, la inadecuación de los sistemas clásicos de protección para cubrir estos estados, la multiplicación de los individuos que ocupan en la sociedad una posición de supernumerarios…” A este libro siguieron otros que enriquecieron el diagnóstico como La inseguridad social, sobre la crisis de las protecciones sociales, La discriminación negativa, sobre los jóvenes del extrarradio de París golpeados por el desempleo, el fracaso escolar, o unas políticas de seguridad que no los reconoce como ciudadanos de pleno derecho. En fin, mas recientemente publicó El aumento de las incertidumbres: trabajo, protecciones, estatuto del individuo. Uno de su últimos escritos es la presentación del libro El futuro de la solidaridad, aún no traducido.

Procedente de una familia obrera de Brest, en Bretaña, Robert Castel estaba destinado a ser un obrero especializado, y de hecho realizó estudios de formación profesional para convertirse en tornero ajustador. Tanto entonces, como hoy, los destinos sociales estaban muy vinculados a los orígenes sociales. Intervino en su salida hacia el liceo, y favoreció el éxito posterior que obtuvo al superar la selectiva oposición a la Agregación, su familia de acogida formada por su hermana y su cuñado, y también el apoyo decidido de un maestro republicano que sobrevivió al campo de Buchenwald. De hecho, frente a los nacionalistas de campanario, siempre reivindicó la legitimidad republicana, el europeísmo, el internacionalismo, la solidaridad democrática que transita, libre como el viento, por encima de las fronteras y de las banderas. Pese a su elevada posición académica nunca renunció a sus raíces populares, lo que explica en parte la radicalidad y la fuerza de su obra sociológica. Buscó la verdad porque amó la justicia.

En su último año de vida, quizás porque era consciente de su enfermedad, pero también alentado por sus amigos, cuestionó algunas consignas fáciles, disfrazadas de reflexiones sociológicas, como “la desaparición del trabajo” que tanto pregonó Jeremy Rifkin, o los conceptos de “sociedad del riesgo global”, que prodigó Ulrich Beck un tanto irresponsablemente, pues a fuerza de amalgamar los riesgos terminó subsumiéndolos en un imaginario del riesgo del que es imposible evadirse, o el tan devaluado concepto de “exclusión social” que renuncia de partida al análisis de las trayectorias sociales diversas que pasan por la precarización y la desafiliación. En la actualidad sindicalistas, sociólogos y trabajadores sociales nos servimos de una terminología que circula de forma anónima, pero que es en buena medida fruto del esfuerzo intelectual de un sociólogo que no renunció a la conceptualización para pensar lo impensado de la vida social, un sociólogo que siempre recurrió a la imaginación sociológica. En una de las últimas entrevistas planteaba algunas reflexiones precisas para romper nuestra perplejidad ante la crisis. La organización racional del trabajo, que limita el tiempo de trabajo, me parece que es una idea progresista, preciosa en la historia de las ideas, y que es fecunda en la actualidad. (…) La solidaridad tiene que ver en cierto modo con el reparto del trabajo, y por tanto, con la regulación del tiempo de trabajo . Los cambios sociales progresistas pasan por trabajar todos, por reducir el tiempo de trabajo para todos, y por trabajar en mejores condiciones laborales, en el marco de una sociedad de semejantes que se sustenta en una solidaridad asegurada por la existencia de la propiedad social.

¡Salud Robert, por la vida! Ya llegaron los abejorros dorados a libar las flores de nuestro balcón. Enviamos a tus hijos Hélène y Philippe, y a todas las amigas y amigos, una rosa de primavera, la rosa roja de los federados fusilados en la Comuna, la de los republicanos españoles que sufrieron el exilio, la de las Columnas internacionales, la de los antifascistas que derrotaron a la barbarie, la de los deportados a los campos de exterminio, la de los estudiantes con los que compartiste tu sueños, la rosa que François Mitterrand depositó en el Panteón en homenaje a los hombres y mujeres ilustres, la de las mujeres y hombres que lucharon por un mundo mejor y murieron, como las arenas del mar, sumergidos en el olvido. Y levantamos por ti una copa de vino en homenaje a tu hospitalidad y generosidad, porque para nosotros sigues vivo. No te permitiremos marchar. Te retenemos en la memoria, y en tus numerosos y preciosos escritos. No te dejaremos irte discretamente en silencio, ni despedirte a la francesa, porque aun tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.

* Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría son catedráticos de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, y autores de Sociología, capitalismo y democracia.
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Recuerdos del sociólogo que diseccionó el trabajo

Por Denis Merklen *
Publica Ñ

Comencé a trabajar con Robert Castel en 1996 cuando llegué a París a realizar un doctorado bajo su dirección. Trabajamos sin interrupción hasta la semana pasada. Sabíamos que quedaba poco tiempo y buscábamos terminar un libro que quedará inconcluso e inédito. El título hubiera sido “Las políticas del individuo” y se lo habíamos prometido a Pierre Rosanvallon para la editorial Le Seuil.

A Castel no le gustaba mucho hablar de sí mismo, pero a lo largo de los años fue dando detalles de su vida a medida que la amistad se consolidaba. Nació en una familia humilde en Saint-Pierre-Quilbignon en 1933, una comuna rural cercana a la ciudad de Brest. Su madre murió de cáncer cuando tenía 10 años y dos años después se suicidó su padre, al que encontró colgando de una cuerda. Así atravesó la infancia en plena Guerra Mundial este hijo del mundo obrero.

Hace pocos años, contó cómo un profesor de matemáticas lo alentó a salir de la formación técnica que lo predestinaba a convertirse en obrero, “Usted tiene pasta para otra cosa” le dijo. Ganó una beca para cursar el liceo y en 1959 devino profesor de filosofía bajo la tutela del filósofo Eric Weil. Hacia 1966-67 conoció en el comedor de la Universidad de Lille a Pierre Bourdieu, de quien sería amigo hasta el final. Cansado de los “conceptos eternos” se acercó a la sociología que estudió en la Sorbona con Raymond Aron. Luego fundó la Universidad de Vincennes (hoy Paris 8) e integró en 1990 la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales.

Hasta principios de los 80 trabajó sobre el psicoanálisis y la psiquiatría convirtiéndose en uno de los primeros sociólogos en abordar el tratamiento social de la locura. Cuando en 1980 le acercó a Michel Foucault el manuscrito de La Gestión de los Riesgos (1981), el filósofo del poder consideró que el texto de Castel ponía fin a su célebre Vigilar y Castigar (1975). Castel anticipaba que los modos de control social y de ejercicio del poder no se harían ya de modo presencial y a través de la vigilancia directa sino por medio de estadísticas y de la definición de “poblaciones en riesgo”. Lo descubrió observando un dispositivo de política social sobre la infancia en riesgo, y es seguramente por ello que tanta aversión le provocaba el modo descuidado e irresponsable con el que muchos sociólogos ceden hoy a temas de moda como el “sentimiento de inseguridad”.

Cuando lo conocí, Castel acababa de publicar Las Metamorfosis de la Cuestión Social (1995), una obra monumental considerada por muchos como el libro más importante de sociología de los últimos años. Le llevó una década de investigación, buscando entender lo que él consideraba como una “gran transformación” que probablemente cambiaría la morfología de las sociedades occidentales y que amenaza con liquidar la larga construcción que en Europa había dado respuesta a las contradicciones del mundo del trabajo. Puedo imaginarlo hoy como tantas veces lo vi, tan preciso como paciente, redactando aquellas 490 páginas de letra infantil con su birome Bic, con el cigarrillo como única compañía. Así remontó el tiempo hasta que pudo afirmar con un tono apenas provocador: “la cuestión social empieza en 1349”. La peste liquidó entonces las bases sociales de la Edad Media cuando centenas de miles de antiguos campesinos y artesanos perdieron su lugar en la sociedad y comenzaron a errar como vagabundos. Se anuda allí la contradicción fundamental que organiza el presente. El mundo social se divide entre quienes son considerados ineptos para el trabajo y los otros. Mientras que los primeros son eximidos de la carga laboral y pueden esperar los socorros de la asistencia pública, los aptos a trabajar deberán conquistar un lugar en el mundo por medio del empleo y no tendrán derecho a la asistencia. Ese gran integrador que es el trabajo produce así efectos paradójicos toda vez que la coyuntura económica impide trabajar a quienes disponen de sus fuerzas: la figura del desempleado es terrible porque la sociedad no tiene lugar para quien, siendo apto, no trabaja. Se entiende también el principio fundamental que atraviesa nuestras sociedades así estructuradas: sólo el trabajo permite la integración social, pero no siempre el trabajo la produce pues para que el trabajo sea fuente de seguridad y de dignidad, éste debe estar rodeado de protecciones, atravesado por el Derecho y regulado. Sólo bajo esas condiciones se vuelve empleo y da lugar a “cierta independencia social”, de lo contrario el trabajo conduce a la sumisión, a la pobreza y a la indignidad.

Castel produjo una sociología gobernada por un principio de realidad que se imponía a sí mismo con un rigor y una disciplina que no dejaban lugar a la mínima fantasía. En los 70 enfrentó a quienes fantaseaban con el potencial liberador de la locura y en los 90 a quienes soñaban con “el fin del trabajo”. No hay escapatoria al trabajo en nuestra civilización, pero el trabajo sin protección social no es sino opresión. Castel era suficientemente independiente como para entusiasmarse con quienes toman sus deseos por realidades. Así lo vimos durante años escuchar impasible las críticas de quienes lo consideraban anticuado o pesimista. Con una modestia tal vez única, se limitaba a repetir algunas de las preguntas que orientaron su reflexión: ¿cómo sería una sociedad que no estructure el trabajo?, ¿qué ocurre cuando el empleo se desregula y se desprotege al trabajador? Pero también señalaba el brutal costo social que pagan quienes, generalmente contra su voluntad, se ven apartados del mundo del trabajo.

* Sociólogo, Universidad Sorbonne Nouvelle – Paris 3

http://funcionlenguaje.com/pensamiento-contemporaneo/robert-castel-sociologia-del-trabajo.html

jueves, 12 de diciembre de 2013

LA LECTURA, EL CATALIZADOR DE LA INTELIGENCIA

Lectura: el catalizador de la inteligencia humana

"LEER ABSORTOS UN TEXTO NARRATIVO O POÉTICO EQUIVALE A TENER UNA AUTÉNTICA EXPERIENCIA DE REALIDAD VIRTUAL, YA QUE EN NUESTRO CEREBRO SE ACTIVAN LAS MISMAS ÁREAS QUE UTILIZAMOS AL PROCESAR ESTÍMULOS SENSORIALES EN LA VIDA REAL." BRONSTEIN NOS HABLA DE ÉSTE Y OTROS BENEFICIOS QUE CONLLEVA EL ACTO DE LECTURA EN NUESTRA MENTE.

POR: CHRISTIAN BRONSTEIN 

La lectura es a la mente lo que el ejercicio al cuerpo.
-Joseph Addison. 

Instrúyanse porque necesitaremos toda nuestra inteligencia.
Conmuévanse, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo.
Organícense, porque necesitaremos toda nuestra fuerza.
-Antonio Gramsci.


A principios de los años 90, el psicólogo evolutivo Howard Gardner renovó el paradigma de las ciencias cognitivas a partir de su teoría de las inteligencias múltiples. Gardner consideró por primera vez la inteligencia no como una única capacidad, fijada e innata, dada de una vez y para siempre en cada persona, sino como una serie de habilidades cognitivas en distintos campos de la experiencia humana, habilidades que son susceptibles de continuar en proceso de desarrollo durante la totalidad de la vida. De manera inversa, pueden malograrse o permanecer estancadas, como un músculo que nunca o casi nunca se lo trabaja o estimula. Una de las inteligencias principales que Gardner categorizó es la denominada inteligencia lingüístico-verbal; concretamente, la inteligencia relacionada con el pensamiento y el lenguaje. No son pocos los autores que han considerado que, de todas las características que nos separan del reino animal, el lenguaje (la capacidad de “significar”) es la principal.

En un brillante libro sobre la evolución de los circuitos cerebrales humanos, el psicólogo, guerrillero ontológico y profuso escritor Robert Anton Wilson nos deja una concisa definición de inteligencia, que se ajusta muy bien a la inteligencia lingüístico-verbal de Gardner: “La inteligencia es la capacidad de recibir, decodificar y transmitir información de manera eficiente.” (Robert Anton Wilson, Prometeo Ascendiendo, 1983). Basándose en las nociones de Claude Shannon (conocido como “el padre de la teoría de la información”) y del creador de la “semántica general”, Alfred Korzibsy, Wilson nos dice que “información” equivale a cualquier conjunto organizado de datos que implican una novedad significativa para el sistema de creencias y la totalidad de la información previa que tiene interiorizado un sujeto. Nuestro modo central de transmitir y recibir información es a través del lenguaje; es decir, a través signos lingüísticos significativos (palabras que expresan pensamientos, ideas y conceptos). Tanto para Wilson, como para el enfoque constructivista del conocimiento iniciado por Lev Vigotsky, el impacto de la información en el sujeto implica un complejo proceso de integración dentro de su sistema de creencias y datos o “mapa cognitivo”.


Y si la integración y la transmisión de información es inteligencia, como estos autores sostienen, sin duda una de nuestras herramientas más poderosas para desarrollarla individualmente, así como para amplificarla colectivamente, es la lectura. “La lectura [...] es un proceso emergente de construcción de significado que ocurre cuando la información topicalizada por el texto se sintetiza con el conocimiento previo como parte de un proceso general de interacción mediada con el mundo” (Michael Cole y Bárbara Means, Cognición y pensamiento, 1986).

En los últimos años, desde el ámbito de la neurociencia, han surgido fuertes confirmaciones de estas teorías, principalmente a partir del concepto de “plasticidad neuronal”, que implica que nuestro cerebro no es una unidad estática, sino que se trata de un continuo proceso de cambio y adaptación de redes sinápticas, las cuales organizan y reorganizan nuestra cosmovisión y nuestra percepción general del mundo. Para este complejo proceso, el hábito de leer se convierte en uno de sus catalizadores más poderosos.

En un estudio llevado a cabo durante un programa de alfabetización en Colombia, el doctorManuel Carreiras del Centro Vasco de Cognición, Cerebro y Lenguaje comprobó que las personas alfabetizadas mostraron un importante incremento frente a las no alfabetizadas en dos áreas relacionadas con el procesamiento visual, fonológico y semántico de la información en un texto: la materia gris (la densidad neuronal) y la materia blanca (encargada de conectar los dos hemisferios del cerebro).

Guillermo García Ribas, Coordinador del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología (SEN), concluyó que “la lectura es una de las actividades más beneficiosas para la salud, puesto que se ha demostrado que estimula la actividad cerebral y fortalece las conexiones neuronales”. La lectura constante y prolongada mejora nuestra capacidad de razonamiento, nuestra agilidad mental, nuestra concentración y nuestra memoria, al tiempo que amplía nuestros recursos lingüísticos y la profundidad de nuestras ideas.

La lectura no sólo nos hace pensar, sino que nos permite pensar en términos nuevos o más complejos para nosotros. Y una de las formas en que lo hace es ampliando considerablemente nuestro vocabulario, al ir incorporando palabras o expresiones nuevas que antes no usábamos. El escritor argentino Héctor Tizón no hablaba metafóricamente cuando sentenció: “el empobrecimiento del lenguaje es el empobrecimiento de las ideas.” Al leer, nuestro cerebro dialoga constantemente con el texto, se encuentra con nuevas concepciones de la realidad, piensa y considera en la profundidad del lenguaje y del pensamiento del autor, relacionando continuamente este pensamiento con el suyo propio, complejizándolo o poniéndolo en cuestión.

Otra escritora argentina, Mori Ponsowy, rescata el valor único de los textos literarios, al preguntarse en voz alta: 

¿Por qué leer? Para huir de las grandes abstracciones y las palabras simples. A diferencia del derecho, las ciencias y la política, la buena literatura está hecha de profundidad, de detalles [...] pues, antes que nosotros, el escritor se tomó el trabajo de buscar lo que realmente importa en medio del desorden informe de nuestras vidas, y de encontrar las palabras exactas para desplegarlo ante nuestros ojos, iluminando detalles y matices que nos despiertan del letargo y la costumbre […] ¿Por qué leer? Para sumergirse en lo particular y único de cada vida. Para huir de los prejuicios de las grandes palabras… Leer en serio es un modo de negarse a ser ovejas en un rebaño, ovejas que no están muy seguras de qué piensan o en qué creen -o que. si lo están, es porque otros se lo han dicho-, para convertirnos en individuos con rasgos peculiares, con claridad de pensamiento, con ideas propias y precisas… ¿Por qué leer? Para descubrir quiénes somos. ¿Por qué leer? Para poder pensar.


En una investigación realizada mediante escaneos de actividad cerebral durante la lectura de textos literarios, el doctor Jeffrey Zacks, director del Laboratorio de Cognición Dinámica de la Universidad de Washington, concluyó que leer literatura es una forma de ampliar nuestro espectro de experiencias sensoriales. Leer absortos un texto narrativo o poético equivale a tener una auténtica experiencia de realidad virtual, ya que en nuestro cerebro se activan las mismas áreas que utilizamos al procesar estímulos sensoriales en la vida real. Nuestro cerebro crea (imagina) una simulación mental vívida de sonidos, imágenes, sabores y sensaciones que enriquecen nuestra relación con el mundo. “Solemos pensar que la realidad virtual es algo que involucra computadoras, cascos y dispositivos extravagantes pero, en un sentido bastante serio, contarnos historias a través de la escritura y la lectura, es una forma de realidad virtual […], al leer adquirimos experiencias virtuales que después pueden formar la base para asimilar otras experiencias y otras lecturas”, afirma Zacks.

Ampliando esta idea, el multifacético artista chileno, y autodenominado “psicomago”, Alejandro Jodorowsky declara: “La novela es una literatura inmensa que contiene todo… es como presentar un mundo paralelo. Para mí, todas las novelas, por muy realistas que sean, son de ciencia ficción, son de lo imaginario. No se puede crear un mundo real a través de la literatura, es la diferencia entre un mundo real, con paisajes, y un mundo de mapas. La literatura es un mundo de mapas de la realidad. Entonces cada cual crea un mundo y a nosotros nos enriquece. Una novela… te va presentar otra posibilidad del mundo, otro punto de vista. Cada ser humano tiene un punto de vista diferente de la realidad y cada ser humano vive en una realidad diferente. Un novelista muestra esa realidad diferente”.

Todo esto vuelve evidente, también, que cualquier texto no tendrá el mismo efecto o será igualmente enriquecedor para cada uno de nosotros, por lo que lógicamente no es comparable el impacto de un texto que nos resulte profundamente significativo con la suma de muchos de los textos que, saltando de un vínculo a otro, consumimos diariamente a través de Internet. Sin embargo, obviamente tampoco deberíamos subestimar el efecto que el hábito de la continua lectura virtual podría significar en la complejización colectiva de la mente humana.

La información, plantea Robert Anton Wilson, “se acelera más rápido en la evolución humana que en la evolución pre-humana porque a través del circuito semántico (la cultura) y sus símbolos (palabras, mapas, ecuaciones, etc.) somos capaces de pasar información (entropía negativa, coherencia) de generación en generación.” (Ibid, 1983). Lo que puede considerarse, en términos generales, un proceso dialéctico que conduce gradualmente a un desarrollo evolutivo de la inteligencia humana. Primero con la escritura, luego con la imprenta, y actualmente con la prácticamente ilimitada virtualidad, este proceso se ha venido acelerado cada vez más.

Pero este desarrollo encuentra sus trabas, nos dice también Wilson, en el ejercicio de la censura y el poder concentrado:

Estamos sobre una ola del aumento de conciencia y de la expansión de la inteligencia que se está acelerando, nos guste o no. En general, a la mayoría de la gente (y especialmente las élites gobernantes) no les ha gustado este factor de aceleración [...] En todas partes y en todas las épocas, los gobernantes de la sociedad han tratado de poner un freno al circuito semántico, para desacelerar la función de aceleración, para establecer límites en lo que se puede imprimir, discutir, o incluso pensar. El mito griego de Prometeo encadenado (el titán que trajo la luz a la humanidad y que es eternamente castigado por ello) es la sinécdoque, el símbolo perfecto de cómo el circuito semántico ha sido manejado en la mayoría de las sociedades humanas. (Ibid, 1983)


A partir del siglo XX, podemos ver este desarrollo de la inteligencia colectiva cada vez más eclipsado con el avance paralelo de los medios masivos de comunicación y su “secuestro” o concentración en manos de poderes económicos y políticos, que han venido empleándolos para colonizar la subjetividad de las masas y adecuarla a sus intereses. “Podríamos decir que en otras épocas la colonización se ejercía sobre los cuerpos, como en la esclavitud. Hoy lo que se coloniza y domina son nuestras mentes. Es nuestra psicología la que está ocupada, es nuestro inconsciente el que se alinea con los intereses que nos perjudican. Si hablamos de los viejos imperialismos, hay que decir que la conquista ya no pasa tanto por la posesión u ocupación de territorios sino por el control de las ideas, el pensamiento de los pueblos y sus voluntades. Sin tantas armas, ahora se trata de ejercer el control de las almas […] Los medios de comunicación aparecen, de esta manera, como los nuevos disciplinantes de la comunidad. Superada la etapa en la que los poderes tradicionales avasallaban a los pueblos a través de la vía militar, la televisión y los diarios, los canales de noticias y las emisoras radiales son hoy por hoy las nuevas fuerzas de ocupación… Porque ocupan nuestras mentes para imponernos sus modelos, sus relatos, sus ‘próceres’ y sus desvalores.” (Claudio Díaz, “El papel de los medios como nuevos disciplinantes sociales”).

La clase dominante, como nos dice tan claramente el político español Julio Anguita, “tan sólo recurre a la coacción física -policía, ejército, fascismo- cuando falla la coacción ideológica”. La televisión y los nuevos medios digitales en creciente expansión, no parecen haber venido funcionado colectivamente como un complemento de la riqueza de los textos escritos, sino como su trágico reemplazo. En irónica alusión a su novela Fahrenheit 451, Ray Bradbury comentaba: “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee”.

Es en este mismo sentido que la poeta y lingüista Ivonne Bordelois exclamó: “Si la palabra está bajo fuego enemigo es porque la fuerza y el poder de la palabra son temibles, y de allí la necesidad de aniquilarla. De la palabra nacen el espíritu crítico y la inspiración creadora… Y si se la quiere destruir con tanto ahínco es porque se necesita una sordomudez fundamental para aceptar la inmensa cantidad de chatarra política, comercial y mental que nos rodea y nos asfixia sin cesar”. 

Surfear en el océano de la información, aprendiendo a distinguir lo significativo de lo intrascendente y lo auténtico de lo espurio; volvernos lectores activos de la información, no receptáculos pasivos de los discursos monolíticos del poder; volvernos lectores críticos, profundos, abiertos, poéticos; cultivar nuestro pensamiento, nuestro lenguaje y nuestra inteligencia discursiva… quizás sean algunos de los mayores desafíos y de las mayores esperanzas de nuestro tiempo. La lectura, con su infinito abanico de desconocidos mundos e impensadas perspectivas, sigue siendo uno de nuestros principales recursos para lograrlo.

http://pijamasurf.com/2013/12/lectura-el-catalizador-de-la-inteligencia-humana/

miércoles, 11 de diciembre de 2013

BIENES CULTURALES SON CONCEBIDOS PARA EL CONSUMO POR EL CAPITALISMO

LOS BIENES CULTURALES EN LA SOCIEDAD ACTUAL SON CONCEBIDOS PARA EL CONSUMO Y DURAN INSTANTES

Por Cristina Bulacio
LA GACETA – Tucumán.

La cultura, hoy, busca seducir con bienes “deseables”. Los bienes culturales en la sociedad actual, desde la moda, la literatura, el deporte, la música y hasta el arte, son concebidos para el consumo y duran sólo instantes. La flexibilidad de preferencias es la insignia de pertenencia a una elite cultural: la máxima tolerancia y el mínimo rechazo.

Mientras leía el último libro de Zygmunt Bauman, La cultura en el mundo de la modernidad líquida, vi por televisión una entrevista –de hace pocos días– al Papa Francisco. Llamó poderosamente mi atención la coincidencia de ideas que encontré entre ellos. Ambos dicen lo mismo. El Papa, con gran sencillez e inteligencia, recurrió al concepto de cultura del descarte; el otro, con un importante bagaje de conceptos filosóficos, habla de una cultura líquida.

Bauman es uno de los principales referentes en el debate contemporáneo sobre las sociedades de la información en un mundo global. Su caracterización de la cultura en la “modernidad líquida” –término acuñado por él– sostiene que “ninguna de las formas sociales puede permanecer durante un tiempo prolongado”. La “disolución de todo lo sólido” ha sido la característica distintiva del mundo actual. Esa capacidad de disolución -o licuación- se ha acentuado sobremanera: ninguna estructura cultural, ningún valor, ninguna conquista espiritual, hoy, es permanente. Todo se transforma en obsoleto y debe ser descartado para dejar lugar a otra cosa.

El Papa Francisco –a su vez– habló de la cultura como la siembra del hombre en la naturaleza, y de la incultura que le sigue; es decir, de la asombrosa capacidad de destrucción –que tiene el hombre– de su propia obra. La cultura del “descarte” es para Francisco, más allá de los objetos, la exclusión y aniquilación del hombre mismo. Señala el riesgo de ignorar los dos pilares de una sociedad saludable: los jóvenes, que son el porvenir (los jóvenes ni; ni trabajan ni estudian), y los viejos, que siendo la memoria y la sabiduría de un pueblo son dejados de lado por esta cultura “líquida” que se devora a sí misma en la fugacidad de sus logros. 

Recordemos que el concepto tradicional de cultura que viene del siglo XVIII –desde la Ilustración– era una fuerza civilizadora. La cultura fue asociada a una especie de misión social que consistía en educar a las masas a fin de conducir al pueblo a sus más altos logros. Semejaba una especie de rayo de luz que ilumina la oscuridad e ignorancia de los menos favorecidos socialmente, de allí la importancia de la educación por la que tanto luchó Sarmiento. 

Cultura, que viene de cultivar, tenía que ver con sembrar costumbres, principios y valores en los espíritus. Este proyecto de la Ilustración fue muy útil en su momento como herramienta para la construcción del Estado nación que se consolidaba históricamente. Más tarde, la cultura pierde este perfil dinámico y se transforma en un conjunto de normas coercitivas de la sociedad, lo que también ha fracasado. La idea de cultura como el medio de mantener el equilibrio del sistema social ha llegado a su fin. 

Elite omnívora

Si bien no ha desaparecido la elite cultural, ésta, hoy en día, no es “elitista”; es decir, no discrimina entre asistir a una ópera de Verdi o ir a un concierto de heavy metal: ambos son de su interés y son consumidos indiferentemente. Esta elite cultural es omnívora: acepta y digiere todo tipo de acontecimiento cultural sin distinciones de alta o baja cultura, lo que en apariencia es algo positivo, pero la fugacidad de los hechos culturales hace que nada tenga valor.

Hoy se acentúa a grados inusuales el individualismo; si bien se fomenta la libertad de elección, ya no hay paradigmas que marquen rumbos claros ni a la sociedad ni a los sujetos. Se ha cambiado la cultura como norma, como sistema de prohibiciones o modelos, por un espacio social donde se privilegian las ofertas; cada cual elige la suya. La cultura, actualmente, busca seducir con bienes “deseables”. En esta sociedad de consumo, los bienes culturales, desde la moda, la literatura, el deporte, la música y hasta el arte, son concebidos para el consumo y duran sólo instantes. La flexibilidad de preferencias es, justamente, la insignia de pertenencia a una elite cultural: la máxima tolerancia y el mínimo rechazo.

Naturalmente, la economía entra en los bienes culturales que se han licuado. Orientada al consumo, fomenta la rápida obsolescencia de todo. Un corto televisivo muestra letreros que dicencomprar–tirar–comprar–tirar–comprar–tirar repetidos muchas veces. Somos clientes de una gigantesca tienda dónde cada objeto es “imprescindible”, pero también “instantáneo”, porque deberá ser reemplazado por otros, y otros y otros, y así indefinidamente. En este proceso de cambio constante entran otros asuntos de mayor envergadura, como la identidad personal y el poder. Buscamos ocupaciones urgentes y banales que nos impidan pensar sobre nosotros mismos; a su vez el poder –la política– no se involucra en los problemas sociales y toma distancia de los individuos. La tolerancia se transforma en indiferencia y ello permite vivir juntos sólo en apariencia. El orden social que imponía la cultura ha desaparecido. Hoy la modernidad líquida no acepta orden ni estructuras permanentes. 

Esta imagen del mundo actual parece ser acertada; tanto el Papa como Bauman lo creen. De ser así, ella explicaría la incertidumbre y el desasosiego que anida en el corazón de los hombres, quienes se encuentran con las manos vacías de tantas cosas inútiles que pusieron en ellas. 

Cristina Bulacio - Doctora en Filosofía, profesora consulta de la UNT.

http://ssociologos.com/2013/12/11/los-bienes-culturales-en-la-sociedad-actual-son-concebidos-para-el-consumo-y-duran-instantes/

martes, 10 de diciembre de 2013

EL CRISTIANISMO Y EL SEXO, RUSSELL

El cristianismo y el sexo – Bertrand Russell


Publicado en 1927, Russell retrata a la perfección la visión que tiene el cristianismo sobre algo tan natural como el sexo, convirtiéndolo en algo incómodo y a la mujer en un mero objeto al uso. Además de como han provocado, gracias al veto moralista a informarse sobre el sexo, las ETS y los métodos anticonceptivos: que esta sea una sociedad enferma (con indices altos de gente infectada con ETSs) donde se producen embarazos durante la adolescencia; donde el SIDA, entre otras enfermedades, campa tanto a sus anchas que incluso hay grupos negando que exista e ignorantes siguiendo y promulgando las afirmaciones de estos grupos (de tendencia e intenciones claramente definidas) como si de una doctrina se tratase; y donde, irónicamente, se ha convertido a algo tan natural y placentero en algo abominable, y en donde, en cambio, hablar de matar o discriminar a alguien por no seguir tus dogmas, está socialmente aceptado.

A pesar de la época de publicación, lo expresado en el texto sigue estando presente. Lo dicho en él puede perfectamente ser un retrato actual del asunto. (demostrando así la visión arcaica e inadaptada de las religiones)

La actitud de la religión cristiana ante el sexo es tan morbosa y antinatural que sólo puede comprenderse si la relacionamos con la enfermedad que atacó el mundo civilizado cuando decayó el Imperio Romano.

A veces se oye comentar que el cristianismo ha mejorado la condición de las mujeres; está es una de las tergiversaciones de la historia más groseras que puedan hacerse. En una sociedad que considera de la máxima importancia que las mujeres sigan a rajatabla un código moral muy estricto, es muy difícil que puedan disfrutar de una posición tolerable.

Los sacerdotes han considerado siempre a la mujer como la tentadora, la inspiradora de deseos impuros. La enseñanza tradicional de la Iglesia ha sido y sigue siendo que la castidad es lo mejor, aunque para quienes esto les resulte imposible dejan la posibilidad del matrimonio, porque “más vale casarse que abrasarse”, como brutalmente afirma San Pablo. Haciendo indisoluble el matrimonio e imposibilitando todo conocimiento del Ars Amandi, la Iglesia logró que la única forma de sexualidad permitida fuera dolorosa, en vez de placentera.

La oposición al control de la natalidad parece obedecer al mismo motivo: si una mujer tiene un hijo por año hasta que muere agotada, no es esperable que vaya a encontrar mucho placer en el matrimonio. El concepto de pecado, tal como lo presenta la ética cristiana, provoca un enorme daño: ofrece a la gente una vía de escape para su sadismo considerada legítima e incluso noble. Pongamos como ejemplo el asunto de la prevención de la sífilis.1 Se sabe que si se toman algunas precauciones el peligro de contraer la enfermedad es mínimo; sin embargo, los cristianos se oponen a la difusión de estos conocimientos médicos porque sostienen que los pecadores deben ser castigados. Mantienen su actitud hasta tal punto que están dispuestos a que el castigo se extienda a las esposas y a los hijos de los pecadores.

Actualmente hay en el mundo muchos miles de niños con sífilis congénita que nunca deberían haber nacido, de no haber sido por ese deseo de los cristianos de ver castigados a los pecadores. No comprendo como este tipo de doctrinas promotoras de la más diabólica crueldad pueden ser consideradas moralmente beneficiosas. La actitud de los cristianos respecto al conocimiento de los temas sexuales es sumamente peligrosa para el bienestar humano. Toda persona que considere esta cuestión sin prejuicios sabe que la ignorancia artificial impuesta por los cristianos ortodoxos a los jóvenes es extremadamente dañina para su salud física y mental; además, la mayoría de los niños, cuya única posibilidad es informarse mediante conversaciones indecentes, acaba considerando la sexualidad como algo malo y ridículo. No se puede defender que ningún tipo de conocimiento sea indeseable; por eso, yo no pondría ninguna barrera a la libre adquisición de información sexual. Es probable que una persona actúe con menos prudencia cuando se mantiene en la ignorancia que cuando está instruida, por lo cual es absurdo despertar en los jóvenes una sensación de pecado cuando muestran su curiosidad natural acerca de un asunto tan importante.

A todos los jóvenes, por ejemplo, les interesan los trenes. Vamos a suponer que se les dice que ese interés por los trenes es malo; imaginemos que se les venda los ojos cada vez que se encuentran en un tren o en una estación de ferrocarril; supongamos que se impide que se mencione la palabra “tren” en su presencia, y se crea un misterio impenetrable en
torno a los medios de transporte. El resultado no sería hacer que disminuyera su interés por ellos, sino muy por el contrario, los trenes les atraerían más aún, pero con la morbosa sensación del pecado y de lo indecente. Todo muchacho de inteligencia despierta podría llegar a convertirse de ese modo en un neurasténico. Esto es lo que ocurre con la sexualidad, pero como el sexo es mucho más interesante que los trenes el resultado es aún peor. Casi todos los adultos que pertenecen a una comunidad cristiana tienen alguna enfermedad nerviosa que es el resultado del tabú que imperaba en torno al sexo cuando eran niños o adolescentes. Este sentimiento de pecado que les fue implantado artificialmente es una de las causas de la crueldad, la timidez y la estupidez que muestran en etapas posteriores de la vida. No existe ningún motivo racional para impedir a ningún niño que se informe de los asuntos que le interesan, sean sexuales o de cualquier otro tipo. No tendremos jamás una población sana hasta que esto no se lleve a la práctica, lo cual es imposible mientras las Iglesias dominen la política educativa. Es evidente que las doctrinas fundamentales del cristianismo exigen un elevado grado de perversión ética antes de poder ser aceptadas. El mundo, según nos dicen, fue creado por un Dios que es a la vez bueno y omnipotente. Un Dios que antes de crear el mundo previó todo el dolor y la miseria que iba a contener y que, por tanto, es responsable de ello. Es inútil pensar que el dolor del mundo se debe al pecado; esto simplemente no es cierto, ya que el pecado no produce ni las inundaciones ni las erupciones volcánicas, y aún cuando fuera verdad no serviría de nada. Si yo fuera a engendrar a un hijo sabiendo que iba a ser un maniaco violento, yo sería el responsable de sus crímenes. Si Dios sabía de antemano los crímenes que iban a cometer los seres humanos, y a pesar de todo decidió crearlos, Él es el responsable de las consecuencias negativas que han traído los pecados humanos. Lo que dicen habitualmente los cristianos es que el sufrimiento es un medio para purificarse del pecado, y que por tanto el sufrimiento es bueno. Esto es, evidentemente, una racionalización del sadismo, y en todo caso es un argumento muy pobre. Yo invitaría a cualquier cristiano a la sala para niños de algún hospital para que presenciara los sufrimientos que padecen allí, y luego le pediría que insistiera en su idea de que esos niños merecen sufrir. Para poder afirmar algo así, un hombre tiene que destruir todo sentimiento de piedad y de compasión, haciéndose, en suma, tan cruel como el Dios en el que cree. Nadie que piense que los sufrimientos de este mundo son por nuestro bien puede tener intactos sus valores éticos, porque siempre está tratando de hallar escusas para el dolor y la miseria.



Notas:

1.- La sífilis era una de las enfermedades de transmisión sexual que más preocupaba en 1929. El SIDA no fue descubierto hasta 1981.

http://www.ateoyagnostico.com/2013/01/19/el-cristianismo-y-el-sexo-bertrand-russell/

lunes, 9 de diciembre de 2013

MOTIVAR INTERÉS POR LAS MATEMÁTICAS

Cómo motivar el interés por las matemáticas

Referencia: Science.Daily.com, 5 de diciembre 2013La falta de interés en las matemáticas o las ciencias naturales es una de las causas que con mayor frecuencia expresan la preocupación en este debate en el entorno educativo, al menos en Alemania. Se ha visto una y otra vez que los alumnos pierden su entusiasmo por la física, la química y las matemáticas, una vez que llegan a octavo o noveno curso. Pero, ¿es inevitable? Si no, ¿cómo pueden los maestros proseguir su enseñanza por un camino diferente?


Los investigadores en la educación de TUM, han estado investigando los diálogos en las aulas, las formas en que los profesores y alumnos se comunican entre sí. "Los estudios han demostrado que la mayoría de los profesores de matemáticas y ciencias utilizan un estilo rígido de comunicación con su materia", señala la profesora Tina Seidel, de la Facultad de Educación de la TUM. "Sus métodos de enseñanza incluyen cuestiones cerradas y casi nunca alientan el debate entre los alumnos. Además, rara vez dan la posibilidad de comentarios críticos."

Los profesores se sitúan en una posición confortable de control

El reconocimiento y la corrección de estos patrones tan bien establecidos de comportamiento, son muy difíciles para los maestros, dada la naturaleza estresante y compleja de su trabajo. Por esta razón, los investigadores de TUM han formado equipo con sus compañeros de la Universidad de Stanford, para desarrollar un programa de capacitación de más de 20 horas que se lleve a cabo a lo largo de un año. Un grupo de profesores de matemáticas y física para los alumnos de octavo y noveno curso de la enseñanza secundaria alemana aprendieron a abrir diálogos en el aula, participando con el mayor número posible de alumnos y al mismo tiempo darles la atención individual.

La herramienta de formación más importante son las grabaciones de vídeo de los seminarios y de las horas de clase real, que los participantes utilizan para analizar su rendimiento. "Al final del curso, los profesores estaban relajados en su posición confortable de control, incluso en los temas difíciles", continúa Seidel . "Fueron capaces de decir a los alumnos en clase dónde lo estaban haciendo bien y en qué áreas necesitaban trabajar. "

El contenido de los talleres de un día se olvida rápidamente

A su vez, un grupo de control de los maestros asistieron a cursos de formación profesional tradicional sobre el mismo tema. Se entrevistó a los alumnos de todos los profesores participantes. La pregunta exploraba el interés básico de los alumnos y la fuerza con que se percibe en cada materia, al comienzo y al final del año. También se pidió a los alumnos que comentaran cómo salían de motivados al final de cada clase y evaluaran su nivel de competencia.

La investigación demostró que el interés por el tema, la motivación y el nivel de competencia percibida aumentó en la mayoría de los alumnos cuyos maestros habían participado en el nuevo programa de desarrollo profesional. Para la mayoría de alumnos cuyos maestros pertenecían al grupo control, los niveles de interés y motivación cayeron, como suele ser el caso entre los escolares asistentes a estos grados.

Estos investigadores de la educación ahora recomiendan un formato diferente para los cursos de desarrollo profesional en la enseñanza. "En nuestra opinión, uno de los factores clave del éxito fue el hecho de que el grupo trabajó en conjunto sobre un tema durante un período largo de tiempo y fue capaz de aplicar sus aprendizajes a una situación concreta en el aula", comentó Seidel . "Esto fue mucho más eficaz que los talleres aislados de un día cada dos meses, cuyo contenido se olvida rápidamente dadas las presiones diarias del entorno de la enseñanza."

Los maestros del futuro tienen poca preparación para el tiempo de clase

En la facultad de Educación de TUM ya ha cambiado su propia formación de docentes: los estudiantes de maestros aprenden unos de otros en juegos de rol y analizan su rendimiento observándose en grabaciones de vídeo. "Los cursos de formación de maestros en Alemania no necesariamente dan a los estudiantes la oportunidad de adquirir experiencia en condiciones controladas fuera de la práctica docente", señala Seidel. "Este tipo de microenseñanza les proporciona mucha más comentarios críticos para ayudarles a perfeccionar sus habilidades."

Los investigadores desarrollaron unidades de capacitación estandarizados para que los estudiantes a profesores de las diferentes disciplinas aprendieran juntos y pudiesen comparar sus técnicas. En su papel de maestro, los estudiantes tienen que enseñar a sus compañeros participantes el juego de Monopoly o los detalles del sistema de transporte de Munich. Los estudiantes que juegan el papel de los alumnos adoptan diferentes actitudes, desde atentos a desinteresados. Este enfoque estandarizado ayuda a los futuros maestros a analizar su propio desarrollo a medida que continúan su formación.

Previamente habían ideado una prueba que permitía a los estudiantes comprobar regularmente su capacidad de evaluar situaciones complejas en el aula. Esto es importante para que puedan aplicar correctamente la teoría a la práctica en un escenario real en el aula. El test de "Observador", desarrollado por investigadores de la TUM, se utiliza ahora en los cursos de formación del profesorado en unas 25 universidades de Alemania y Suiza.
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- Imagen: interactuando con alumnos. 

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viernes, 6 de diciembre de 2013

EL ÚLTIMO ARISTOTÉLICO

El último aristotélico 
(entrevista a Mario Bunge)

RAFAEL TORIZ DIALOGA CON EL FILÓSOFO Y CIENTÍFICO MARIO BUNGE, QUIEN, A TRAVÉS DE ESTAS LÍNEAS, REVELA SU TRANSPARENTE Y COMPROMETIDA FILOSOFÍA DE VIDA.
POR: RAFAEL TORIZ 


Entre la vasta gama pensadores del siglo XX, Mario Bunge (1919) destaca con luz propia debido una singularísima excepción. Y es que, a diferencia de los encargados de ejercer la filosofía –poniendo de lado a la lógica analítica– la gran mayoría de los filósofos suelen provenir del campo de las humanidades, mientras que Bunge es un científico duro en toda la extensión de la palabra.

Doctorado hace más de sesenta años en ciencias físico-matemáticas, ha sido un defensor tenaz del método científico en la práctica filosófica. De ahí su combate sostenido contra todo aquello que no encuentra un correlato específico en los métodos de la ciencia.

Durante casi ocho décadas, ha destacado globalmente por ser una presencia crítica, sólida y ecuménica que no ha temido enfrentarse contra lo establecido –hasta el día de hoy considera a Heidegger y Wittgenstein dos infames impostores– y, sobre todo, por refrendar la aproximación rigurosa con la ciencia. Bunge es un investigador con el que puede y debe discreparse, pero en quien la experiencia del pensar es siempre un desafío (y cuya obra por escrito constituye todo un firmamento).

Como persona formada en las artes y humanidades, no han sido pocas las veces en que estuve en desacuerdo con sus perspectivas, pero jamás con sus métodos. Y es que, si bien una parte de mi temperamento se inclina por el pensamiento metafórico, otra me indica que en la tradición hispanoamericana es fácil despeñarse en la sensibilidad, el facilismo y una distendida forma de la holgazanería que se revela en la falta de autocrítica y la debilidad de articular con solidez teórica y conocimiento empírico un argumento.

Ahora, en un tiempo en el que la discusión filosófica es escasa y triunfa la opionología chabacana en la mayoría de los medios, su figura recobra un inusitado fulgor. Ahí donde rige la ley del menor esfuerzo y destaca por estúpida la vanidad intelectual, Bunge es un desafío que invita a analizar y construir pensamiento por cuenta propia. Sin mayores aspavientos. No ahondaré en la trayectoria, reconocimiento y prestigio que justifican el lugar de su opinión (en la red podrá cotejarse su carrera como científico y educador, pensador y maestro). Para contrarrestarlo, el realismo científico exigiría una respuesta precisa en sus propios términos.

Heredero brillante de Aristóteles, el suyo ha constituido un notabilísimo esfuerzo por construir una una teoría del conocimiento desde la ciencia misma y su método. Una filosofía científica capaz de dar cuenta del universo.

La siguiente charla recrea un instante con el guardián de tres de los valores más nobles del pensamiento: la transparencia, la curiosidad y la vocación del esfuerzo.

Antes que nada, quisiera preguntarle, después de su verdaderamente largo peregrinar por la ciencia y la filosofía, ¿tiene alguna relevancia asumirse como un intelectual argentino, como escritor latinoamericano, o le resulta absolutamente indiferente?

No, yo creo que la nacionalidad no tiene nada qué ver cuándo se trata de ciencia y de filosofía, que son internacionales. No tienen nacionalidad ni sexo. En cambio, en literatura es otra cosa. En literatura hay que pintar la atmósfera del lugar y esos lugares son siempre locales, por supuesto. A mí me importa poco la nacionalidad, pero desde luego siento mucha más afinidad con mi país de origen que con otros. Sin embargo, también me siento ciudadano español, italiano, alemán, danés o suizo, porque he vivido largo tiempo en esos países. Creo que la “argentinidad” no tiene nada qué ver.

Creo que las claves de su obra, al menos la claves que a algunos nos interesan de su obra, radican no sólo en el dominio científico, sino en el humanismo ecuménico que la atraviesa. ¿Cree que su obra puede ser leída bajo el rubro de historia de la cultura, como un ensayo de teoría de la cultura?

No. Yo no hago historia y no soy historiador. Yo soy consumidor de historias pero no produzco historia. A mí me interesa lo sistemático y lo teórico. Ya le digo, para mí la historia es un instrumento y nada más. En cambio, la Argentina tiene obsesión por el pasado. Parecería que la gente no se anima a enfrentar el presente porque es mucho más duro. Es el único lugar del mundo donde hay una revista que se llama Todo es historia; el único lugar del mundo donde los únicos científicos sociales son los historiadores. No hay sociología, no hay ciencia política y la economía que se enseña es la economía estándar que fue fabricada hace un siglo y medio. Los argentinos viven en tercera porque viven en el pasado. Argentina es un país no solamente del tercer mundo sino también es un país muy conservador, donde es muy difícil introducir cambios importantes. La gente es conservadora, se resiste al cambio y se deja llevar por consignas fáciles, se deja arrastrar por caciques. Fíjese: en la última campaña electoral, no había programas y no había ideas, salvo las de los socialistas de Santa Fe. ¿Qué decían los líderes? Lo que decía Menem: “¡Síganme!” ¿Y por qué le voy a seguir? No daban razones, no daban programas. La gente no estudia la realidad social. No hay facultades, y la facultad de ciencias sociales, que fue tomada hace poco en la UBA, revela lo evidente: los estudiantes no toman libros, toman facultades, porque es más fácil. Los dirigentes, los profesores y las autoridades de esas facultades, de ciencia política y ciencias sociales, si no me equivoco, no cuentan con doctorado. Ninguno de ellos ha hecho un trabajo de investigación. Eso es totalmente nuevo en la Argentina.

¿A qué atribuye usted esa disposición temperamental de sus paisanos por el pasado?

Es que es más fácil; es mucho más fácil leer documentos que construir cooperativas o sociedades de educación. Es más fácil y lo fácil y entretenido, como la historia, resulta tremendamente seductor. No requiere ningún esfuerzo. Como yo no soy historiador, yo lo leo como una novela. Es mucho más difícil salir a la calle, entrevistar a la gente y meterse en las casas para ver cómo vive realmente la gente. Hacer estadística. Hay muy poco uso de los números, de las estadísticas en cuestiones sociales, para estudiar si hay mucha pobreza o cosas por el estilo. Sobre todo, la gente de izquierda, que se llaman a sí mismos socialistas, siguen haciendo ideología en lugar de sociología. Es mucho más fácil repetir una consigna que ir a un barrio obrero y averiguar por qué en el conurbano la educación se ha venido al suelo; por qué estudia mucho menos gente en el conurbano que en el resto del país. El informe que da hoy la prensa es aterrador. El conurbano tiene la menor cantidad de graduados secundarios del país y la matrícula de ese nivel es muy baja según este informe ¿Por qué?, ¿por qué es así? Parecería que la gente del conurbano tiene un nivel económico algo más elevado que el de las clases bajas de La Rioja o Río Negro. Sin embargo, la educación es más baja en esta zona y yo no sé por qué. Tendría que haber un sociólogo de la educación qué explique el porqué.

Para seguir bordeando los confines del subdesarrollo y no circunscribirnos únicamente a la Argentina, ¿cree, dado el panorama del presente, que en América Latina estamos condenados a hacer divulgación de la ciencia?

Aquí hay buena ciencia, ha habido ciencia excelente. La Argentina ha producido dos premios Nobel: Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir, gente de alto nivel que ha tenido muchos discípulos. Se puede hacer ciencia en el tercer mundo, en particular en la Argentina, y el ministro actual del Ministerio de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, lo ha comprendido perfectamente. El gobierno de los Kirchner, con todas sus fallas, ha impulsado la investigación científica. Éste es el primer gobierno, en la historia de Argentina, que ha comprendido la importancia de la ciencia. Tendrán miles de fallas, no lo niego, pero eso hay que reconocerlo. Y es algo importante no solamente para la ciencia universal; es importante porque los científicos enseñan después en universidades, en escuelas secundarias y a su vez enseñan a quienes enseñan en escuelas primarias y levantan el nivel cultural. Tradicionalmente, la cultura hispanoamericana es literaria e histórica, una cultura, digamos, medieval. La cultura moderna se centra en la ciencia, la ciencia es el motor de la cultura moderna, la ciencia y la técnica. Pero, ¿qué pasa? La matriculación en las facultades de ciencias es bajísima, los estudiantes prefieren carreras fáciles, pavadas como comunicación y cosas así. ¿Por qué? Porque estudiar ciencia cuesta más trabajo. Las facultades de ingeniería producen algunos buenos ingenieros pero al graduarse resulta que no tienen trabajo, no hay trabajo debido a que el nivel tecnológico de la industria argentina es bajo, sigue siendo un país esencialmente agropecuario. La gente piensa más en soja, que en productos industriales. El cultivo de la soja, además de deteriorar la calidad del suelo, ha estado desplazando al cultivo de las legumbres, es decir, estamos produciendo comida para cerdos, no comida para gente.

Cerdos chinos.

Es tremendo. En todo caso, por más que haga esfuerzos el gobierno por apoyar a la tecnología, si los empresarios no se animan a instalar industrias de alto nivel tecnológico, la tecnología no avanzará, porque no hay empleos calificados. Los industriales argentinos no son precisamente aventureros ni atrevidos. No corren riesgos. Además socialmente acá siempre ha lucido más tener vacas, tener estancias, tener campo, que tener una modesta curtiembre o un modesto taller mecánico. Los dueños de campo alternan con la llamada alta sociedad, en cambio el dueño de un taller mecánico o de una fábrica de conservas no tiene esperanzas, no tiene “prestigio virtual”. En muchos aspectos, ésta es una sociedad colonial. Por lo tanto no es cuestión de echarle la culpa al gobierno, puesto que el gobierno hace lo posible en ese renglón. Sin embargo, bajo este panorama, en este país, el gobierno está actuando en el vacío.

Como parte de su biografía intelectual, y en el entendido de que se trata de una sociedad distinta, ¿ha sido Canadá un lugar fecundo para el ejercicio de sus inquietudes e intereses?

Al menos me han dejado tranquilo, me han dejado hacer lo que yo quería y me han dado la oportunidad de tener un trabajo estable, de enseñar lo que yo quería, de aprender lo que yo quería y de no tener miedo. No estar con la zozobra de que cualquier noche me allanen la casa. Yo he contado más de una vez este cuento. Una vez, en Montreal hace muchos años, se aparecen de pronto en nuestro dormitorio dos enormes policías y no me asusté. En Argentina me habría asustado porque sabría que iban a detenerme y tal vez a patearme.

-¿Qué pasa?- pregunté.

-Usted dejó la puerta de su cochera abierta.

-No, la cerré.

Lo que sucedió es que había pasado un avión que emitía una señal de radio de la misma frecuencia que la que usted usa para abrir su puerta cochera. Me pidieron que la cerrara y se marcharon. Eso es inconcebible en un país del tercer mundo.

Inconcebible. Hay que haberlo vivido porque una escena como esa, en nuestros países, parecería una fantasía.

Inconcebible. Uno sabe que los policías no torturan, no apalean.

No extorsionan.

No extorsionan, exactamente. Yo ni siquiera los acompañé a la puerta. Apagaron la luz, cerraron la puerta y se fueron por donde habían venido deseando buenas noches.

En ese sentido, ¿qué se le puede recomendar a las nuevas generaciones interesadas en hacer ciencia, a los recién egresados? ¿que también se vayan al extranjero? ¿que se queden a bregar por una causa que parece perdida?

No sabría responder. Yo me fui porque temía por mi vida y porque necesitaba un lugar tranquilo para poder realizar mi proyecto de largo alcance. Creo que hay que intentar quedarse en su lugar de origen y vincularse con los grupos científicos de ciencias básicas que hacen cosas importantes. Por ejemplo, acá, desde hace unos diez años, empezó finalmente a haber psicología científica en la Argentina.

¿Psicología científica?

Claro, remplazando al macaneo freudiano y lacaniano, charlatanerías que tanto daño han hecho a la cultura y a los enfermos mentales. Aquí se puede hacer psicología científica. Es difícil, mucho más difícil hacer trabajo serio aquí que en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Japón o incluso China, donde en este momento la ciencia está avanzando rápidamente. Pero ¿qué pasa con los tecnólogos? Ahora es posible que se junten jóvenes egresados con proyectos de posible salida al mercado y al consumo, algo útil y novedoso. Hoy día cualquier industria vieja tiene que afrontar la competencia de China, y eso es dificilísimo porque los chinos producen a muy bajo costo. Hay que hallar algo que los chinos no produzcan, y para eso hay que hacer averiguaciones donde se conjunten ingenieros, economistas, antropólogos y sociólogos para averiguar qué pueden hacer los países con sus recursos propios. Talento en la Argentina hay, pero no está aprovechado. Tenemos una vieja tradición, desde 1930, de regalarle cerebros a otros países. Hay miles de médicos que han estudiado en la Argentina y que ejercen en otros países, como Estados Unidos. Aquí no aprovecha el talento que se forma a sí mismo. Fabricamos profesionales para consumo externo, para que los aprovechen otros, lo que es completamente absurdo.

Dado el prestigio que siempre ha tenido América Latina a nivel artístico y literario, ¿cuál es podría ser un aliciente para no decantarse por el estudio de las humanidades sino bregar por el conocimiento científico y tecnológico, que parecería imperante?

No, no es transferible el prestigio de un Vargas Llosa o de un García Márquez o de un Borges; no son transferibles a la ciencia y a la técnica. Son dos campos distintos y apenas se tocan. El buen escritor no es necesariamente un buen pensador.

Empero, a veces pasa, y eso es precisamente lo que el humanismo transversal pretende, una tercera cultura donde humanistas y científicos pudiéramos estar en diálogo permanente en pos de una alfabetización común.

Pueden enterarse, pero no producir. La producción científica requiere estudios muy largos, muy especializados y muy duros. No es lo mismo hacer un paper publicable para una revista arbitrada internacional que escribir un cuento. Básicamente todos hemos escrito en la escuela secundaria, yo he escrito muchos cuentos y ensayos sin tener ninguna formación. La buena literatura es tan difícil como la buena ciencia, como la buena técnica y como el buen arte, por supuesto. Pero escribir algo, y que se lo publique un amigo en una revista ocasional o de estudiantes, es facilísimo. Y ese es uno de nuestros grandes vicios, el facilismo. Fíjese usted en los planes de estudio de la mayoría de las universidades recientes. Estaba analizando el otro día el plan de estudios de laUniversidad Tres de Febrero: no hay ni una sola carrera seria que demande esfuerzo. Son todas carreras, como dirían los americanos, ¡Micky Mouse! Nada de matemáticas, física, química, ingeniería o biología.

Pero no podemos culpar de eso a las humanidades, sino a visiones y programas distorsionadas y sectarias de la dimensión educativa.

Eso es verdad, ya que si hubiera filósofos sería muy interesante que dieran cursos en facultades de ciencias y técnicas porque los estudiantes están interesados. A los estudiantes de ciencia les interesa la historia de la ciencia, a los estudiantes de ingeniería les interesa la historia de la tecnología. Pero ¿dónde están los filósofos? Me refiero a los filósofos creadores, filósofos productivos. Hay buenos expositores de Kant, de Descartes o de Aristóteles, pero ¿creadores, dónde están?

¿Qué diría usted a sus detractores cuando lo tachan de cientificista?

¡Que estoy muy orgulloso de no ser oscurantista como ellos! La acusación de cientificista me enorgullece. El cientificista es un tipo que sostiene que todo lo cognoscible se puede conocer mejor utilizando el método científico en lugar de la improvisación o de la especulación desenfrenada. Los anticientificistas son oscurantistas que se oponen no solamente a esta filosofía, sino que se oponen a la ciencia porque le tienen miedo, porque se han quedado atrás, porque no saben qué es, porque se sienten inferiores y se sienten inferiores porque lo son.

¿No dejaría usted ninguna parte –pensando poéticamente, si lo desea– librada al misterio?

Los científicos no reconocen misterios, solamente los religiosos. A los científicos les gustan los problemas no resueltos, problemas nuevos. Alguien que piensa en misterios es tildado de tonto o de ignorante por un científico. La ciencia consiste en abordar el problema. Y el misterio es por definición un problema insoluble. Por ejemplo, se creyó hasta hace poco que la existencia y naturaleza de la mente era un misterio. Ya no lo es. Se sabe desde hace tiempo que lo mental es cerebral, y entonces para entender los procesos mentales se hace neurociencia junto con psicología. En suma, lo de los misterios queda para los que viven de los misterios. Los científicos viven de problemas, no de misterios.

¿Recibió usted alguna formación religiosa en la niñez?

Mi padre era ateo y mi madre era luterana, pero ambos sostenían que la educación debería ser laica, de estar en manos de gente que sabe, no de gente que promulga dogmas y misterios. La educación debe estar en manos de profesionales y educadores, y los religiosos no han sido entrenados como educadores sino como predicadores, lo que es muy diferente: educar no es predicar. Educar es suscitar curiosidad, duda y responder.

¿Cree usted que existe un horizonte promisorio para América Latina?

América Latina ha mejorado mucho. En los últimos 10 años ha habido algo nuevo, hay varios países que se han animado a enfrentarse al Gran Monstruo, a la potencia única de los Estados Unidos. Antes eran muy sumisos, y ahora ya no lo son, son más confiados y eso es algo completamente nuevo. Hoy existe mayor conciencia de que las grandes potencias siempre se han aprovechado y despojado a las demás naciones. Ahora hay deseo de no ser víctimas de agresiones militares cuya única finalidad es apoderarse de los recursos naturales, por ejemplo del petróleo. En América Latina hay algo nuevo a partir de este nuevo siglo. Hay rebeldía y algo que le hubiera gustado mucho a Simón Bolívar: hay una tendencia a unirse de América Latina, para defenderse de las depredaciones del gran imperio. Ahora es más fácil, porque Estados Unidos está pasando por una crisis tremenda, y no me refiero sólo a una crisis económica, sino a una crisis política. Hay una banda, una pequeña banda de aproximadamente cuarenta fanáticos –el Tea Party– que han paralizado el Estado. Eso no se ha visto en ninguna parte del mundo. ¡No son más que una pequeña minoría de extremistas y radicales a quienes les importan un pito los servicios públicos que tiene que rendir el Estado! El Estado está para proteger y administrar el bien común, esa es su función. El Estado no está para servir a los privilegiados, aunque en muchas partes lo hace. Mire sino lo bien que funcionan las democracias nórdicas, escandinavas e incluso lo bien que funciona el estado en Francia, en Alemania o en Inglaterra. Las funciones básicas como educación, salud y defensa del territorio están cubiertas. No es necesario ser socialista para defender a un Estado que dé servicios; no el Estado depredador y opresivo, sino el Estado sirviente. Por algo en Inglaterra y Estados Unidos los empleados públicos se llaman public servants, sirvientes públicos. Están, en principio, al servicio de la población. El que no siempre lo estén, es otra cosa. Pero la gente sabe eso y por eso puede exigirles y llamarlos a rendir cuentas.

Volviendo a su biografía, ¿tuvo usted claro desde joven los alcances que deseaba hacer con su proyecto intelectual? ¿Encaró desde temprano un desafío de esta magnitud?

Sí, hice un plan a los 17 años y lo he ido cumpliendo. El plan era construir una filosofía científica, una filosofía cercana a la ciencia. Y aprender además la ciencia necesaria para hacerlo. En mi tiempo, la ciencia más sexy era la física, por eso estudié física. Hoy día estudiaría neurociencia cognitiva. Mi hija es profesora de esta disciplina en University of California, Berkeley y en el ránking internacional es la segunda o tercera del mundo, yo la orienté a eso. Cuando se dice que yo soy enemigo de la psicología es una calumnia, calumnia basada en la ignorancia, la ignorancia de creer que la psicología es psicoanálisis, cuando no tiene nada qué ver. Una es investigación y lo otro son mitos y cuentos tontos.

Para alguien que esté interesado, desde un país emergente como puede ser México o la Argentina, ¿qué le recomendaría a alguien con una intención parecida a la suya, alguien con la necesidad de construir una vasta catedral de pensamiento, una carrera articulada de en pos de la vocación científica? Sólo de pensarlo se manifiesta el vértigo, el vértigo del desafío.

Primero, hay que disciplinarse. Hay que aprender una cantidad de cosas que son difíciles de aprender: matemáticas, biología o sociología. Y hacer investigaciones, no solamente aprender lo que ya se ha hecho, o parte de lo que se ha hecho, sino también contribuir a ese saber, escribir papers y someterlos a publicaciones de circulación internacional. Someterse al juicio de los pares o de los maestros. Y plantearse problemas filosóficos, que no es lo mismo que buscar en Aristóteles o en Descartes o en Bertrand Russell o en Hegel las solucionas ya hechas. Eso lo puede hacer cualquiera. Lo importante es saber cuáles son los problemas filosóficos que todavía no han sido bien resueltos o que ni siquiera se han planteado y contribuir a resolverlos, sabiendo que cualquier solución será temporal.

Para atender a la separación hecha por Borges, cuando sostuvo que los hombres, al nacer, se dividen en platónicos y aristotélicos, ¿podríamos decir que usted es todo un aristotélico?

Yo respeto a Platón por dos motivos. Primero, porque fue el inventor del diálogo filosófico, de la argumentación racional. Y segundo, por haberse dado cuenta antes que nadie de que los objetos matemáticos no son sensibles sino que son ideables, que la matemática es muy diferente de las ciencias de hechos. Creo que la filosofía de la matemática de Platón en eso es válida. No es válida su idea de que los objetos matemáticos preceden al matemático, de que el matemático lo único que hace es agarrarlos, aprehenderlos porque ya están ahí, en el reino de la ideas. Eso es absurdo. Platón fue un gran tipo, pero aún mayor fue Aristóteles, él abarcó todas las disciplinas conocidas en su tiempo, hizo de todo, menos arte… Fue el más gran lógico de la antigüedad, el iniciador de la biología marina, fue uno de los iniciadores de la ciencia política, hizo de todo, bueno, historia no hizo, la hicieron otros, como Tucídides, que es casi contemporáneo, bueno, en realidad es anterior. En todo caso creo que Aristóteles además nos enseñó algo: se conoce en la medida en que se investiga, no se conoce leyendo libros viejos, sino investigando. Fue un grandísimo investigador.

Eso lo empataría con la tradición del vitalismo filosófico.

¿De Nietzsche?

Yo pensaba en Spinoza, es decir, en cierta lectura de Spinoza.

No, Spinoza no era vitalista, Spinoza era materialista, aunque suele decirse que era panteísta. Lo que pasa es que él identificó a Dios con la naturaleza, que era una manera de salvarse de la hoguera, pero era materialista. Tuvo discípulos importantes en el siglo XVIII. De alguna manera, los ilustrados fueron discípulos de Spinoza. Por ejemplo, D’Holbach, Diderot, LaMettrie. Todos ellos fueron de alguna manera discípulos de Spinoza. El vitalismo vino con Nietzsche recién, que es la idea según la cual sólo vale y sólo hay que procurar aquello que propenda a la vida, lo que es una forma de utilitarismo. Desdeña el conocimiento por sí mismo.

Desde esa perspectiva no tendrían ningún sentido todos los estudios universitarios de epistemología en o sobre Nietzsche.

Nietzsche era contrario a la ciencia porque la ciencia es objetiva y porque la ciencia estudia no solamente lo que propende a la vida sino que investiga todo. Por ejemplo, la vida de los sapos y el saber cómo viven los sapos no mejora nuestra calidad de vida, pero es importante para la biología y teóricamente para la medicina. Nietzsche es enemigo de la razón, enemigo de la ciencia y por eso en la facultad de filosofía se exige a los estudiantes que lean a Nietzsche, porque las facultades de filosofía están tomadas por oscurantistas. En la facultad no se hace filosofía, sino que se difunden pseudofilosofías como la de Nietzsche, el existencialismo, etcétera. Yo las llamo “fobosofías”, es decir, miedo y odio al saber.

Asumo por descontado que usted incluye en esta lista a Michel Foucault.

¡Pero claro, es uno de los principales delincuentes! Mentiroso y oscurantista que ha distorsionado completamente la historia de la psiquiatría, entre otras cosas no menos graves. Y después los nuevos sociólogos de la ciencia.

Entre los libros de un tipo como Richard Dawkins y Stephen Jay Gould ¿tiene alguna predilección?

No. A mí me gustan las críticas que hace Dawkins al creacionismo, pero la idea de Dawkins de que todo está en los genes es completamente falsa. No es así. Dos individuos, por ejemplo, dos gemelos idénticos puestos en ambientes diferentes se van a convertir en personas bien diferentes. Dawkins no es investigador, como usted sabe, es divulgador. Además su genética es falsa. Él cree que el ADN se replica independientemente por sí mismo y no es cierto. Para dividirlo hacen falta enzimas. Es un mal científico, es un buen crítico de la religión y su idea de los seres vivos como meros puentes entre una generación y otra es ridícula. Él habla incluso de que el organismo es paradójico, porque no es más que un puente entre una generación y otra ¿pero generación de qué? ¡generación de organismos! No se da cuenta, es mal pensador. Por eso precisamente es que es tan popular.

Imagino que a lo largo de su vida usted se debe haber topado con muchísimos charlatanes.

Los he evitado, pero sí, me los he topado. El principal y más dañino de todos ha sido Hegel, por supuesto no lo conocí personalmente, pero creo que ha hecho mucho daño. Ha confundido a la gente, en particular los confundió a Marx y a Engels, que creyeron que era un gran pensador cuando de hecho era un gran charlatán.

¿Estaría de acuerdo si dijéramos que su vida es un vínculo entre la transparencia y la vocación del pensamiento?

Sí, pero yo también soy hombre de familia, y he invertido mucho tiempo en educar a cuatro hijos. Los cuatro han sido profesores universitarios, tres de ellos científicos y uno arquitecto. También he procurado difundir el conocimiento. Cuando ingresé en la universidad organicé la Universidad Obrera Argentina, que no era una universidad en realidad, sino una escuela de formación profesional con orientación en asuntos sociales, para capacitar a los militantes sindicales. Ahí enseñábamos química industrial, metalurgia, ingeniería mecánica y eléctrica. También enseñábamos historia argentina, historia universal, legislación obrera e historia del movimiento obrero. Me he dedicado a la enseñanza y a pensar.

Si pudiera en este momento de su vida pedir un único deseo a un improbable científico del universo, ¿pediría algo?

Yo no pido. No pido más que información y consejo cuando lo necesito. Yo no creo en la lámpara de Aladino, que flotando va a satisfacer mis deseos. Pero sí tengo deseos. Deseo de entender qué es la llamada materia y energía negra; tengo deseos de saber por qué no hay una teoría cuántica de la carga eléctrica; tengo deseo de que se resucite la escuela francesa de los Annales de la historia, de la historia total; tengo deseos de que el gobierno de Estados Unidos se democratice, de que sean derrotados los republicanos de una vez por todas y de que el partido demócrata se convierta en demócrata y deje de ser republicano; tengo deseos de que la Argentina se normalice y de que existan finalmente partidos políticos con programas orientados a mejorar la calidad de vida y no meras consignas electorales.

Para terminar esta conversación, ¿cree usted que exista vida, vida inteligente en otros planetas?

Seguro, seguro que debe haber. Se han encontrado muchísimos planetas, centenares de sistemas planetarios parecidos al nuestro y de planetas con condiciones físicas parecidas. Hay una hipótesis, de tipo todavía filosófico, pero que se viene investigando desde hace casi 100 años, acerca de la producción o emergencia espontánea de células a partir de materia inerte. Seguro que hay otros planetas con vida. Más aún, la expedición de Apolo se hizo basándose sobre esa superstición, superstición de que en Marte podría haber vida o en otro lugar. Eso sería un desastre para las creencias religiosas. Imagínese, si hay seres racionales tiene que haber muchos Cristos, muchas resurrecciones, muchas inquisiciones, muchos arrepentimientos. Se multiplican entonces las teologías, pero para un ateo como yo eso no plantea ningún problema.

¿Nunca pensó radicarse en los Estados Unidos?

Sí lo pensé, en los sesenta y tuve múltiples invitaciones cuando trabajaba en el país, pero estaba entonces en la guerra de Vietnam, y junto con mi compañera decidimos no darle un soldadito al imperio.

Si tuviera que definir la vida con un adjetivo, ¿cuál sería?

¡Ah! Es linda de ser vivida, pero también es necesario, para quien disfrute de la vida, hacer algo por los demás. La máxima de mi sistema ético es “disfruta de la vida y ayuda a vivir”. Todo derecho comporta una obligación y todo deber comporta un derecho.

http://pijamasurf.com/2013/12/el-ultimo-aristotelico-entrevista-a-mario-bunge/

 
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