jueves, 26 de enero de 2023

REFORMAS EDUCATIVAS Y DESPRECIO AL CONOCIMIENTO

La escuela está hoy doblemente amenazada. Por un lado, de privatización (al ponerse al servicio de los intereses de la economía) y por otro de gubernamentalización (al ponerse al servicio de los programas educativos de los gobiernos de turno)
Notas sobre la colonización neoliberal de la escuela

Marta Venceslao | Jorge Larrosa


Quisiéramos plantear algunas consideraciones sobre el marco ideológico de las últimas reformas educativas que, en la línea de sus predecesoras, ahondan en el menosprecio al conocimiento y suponen un vaciamiento todavía mayor del currículum de aquellas materias de estudio que durante siglos nos han invitado a pensar, haciendo de la escuela, entre otras cosas, un lugar para la emancipación. Son muchas las voces que desde la enseñanza secundaria y primaria, pero también desde la universidad, los sindicatos y colectivos de profesorado, han venido señalando que este vaciamiento responde a una operación que sitúa a la escuela, de un modo cada vez más diáfano, al servicio de los requerimientos del capital. Sería ingenuo por nuestra parte no considerar esa función histórica del sistema escolar. Sin negarla en ningún caso, lo que nos parece relevante subrayar en este espacio es que, a diferencia de otros momentos, el colaboracionismo contemporáneo entre las propuestas educativas y el proyecto neoliberal avanza de una forma tan implacable que deja cada vez menos espacio para que la escuela continúe sosteniendo su compromiso pedagógico. Un compromiso que, nos recuerda Jordi Solé a propósito del pensamiento arendtiano, consiste en poner a las nuevas generaciones en contacto con la cultura, despertar el deseo de saber e invitarlas a formar parte del mundo (Solé, 2020: 102). No olvidemos que la escuela pública fue una conquista de la clase obrera en su apuesta por democratizar el acceso a las herencias culturales. La aspiración a universalizar ese acceso ha sido una reivindicación constante de los movimientos de izquierda.

Una revisión de las directrices de instituciones como la OCDE (2016, 2015, 2013, 2010) o la Unión Europea (2012) da cuenta de que lo que hoy se intentaría democratizar no es tanto el conocimiento como la ignorancia. Sus políticas educativas se entroncan abiertamente con los imperativos de la competitividad empresarial y la producción de subjetividades eficientes. En los últimos años ha proliferado una discursividad pedagógica que sostiene la necesidad de ofrecer una formación integral que permita afrontar los desafíos del presente potenciando las competencias y capacidades del alumnado y alimentando su espíritu emprendedor. Como una letanía, insisten en remarcar que la sociedad se enfrenta –de forma aparentemente inevitable– a escenarios inciertos y cambiantes para los que será necesario estar preparado. No es difícil entrever en ese futuro de “cambios veloces y desconocidos” el circunloquio con el que referirse al horizonte de precariedad que dibuja un contexto marcado por la progresiva pérdida de derechos, la precarización de la esfera laboral y la erosión de eso que Marina Garcés ha llamado mundo común (2013).

Este proceso de producción de sujetos flexibles, adaptables y dóciles a las exigencias de la economía podría condensarse en el siguiente enunciado: Nos quieren más tontos, que es precisamente el título del libro que Pilar Carrera y Eduardo Luque dedican al modelo neoliberal de escuela. Y como nos quieren más tontos, es necesario vaciar los centros escolares de un determinado tipo de saberes, de lenguajes y de formas políticas que amenazan la escuela con convertirla en un dispositivo al servicio de la desmovilización intelectual y el atontamiento generalizado. Un atontamiento que, por cierto, llegó con fuerza también a la universidad con el Plan Bolonia (2007), esa gran operación de mercantilización de la enseñanza superior.

¿En qué aspectos podemos observar el menosprecio al conocimiento (Cañadell, Corominas y Hirtt, 2020) del sistema educativo? ¿Qué formas adopta ese vaciamiento de saberes en la escuela? Nos aventuramos a señalar dos elementos, a nuestro juicio, centrales: la pedagogía competencial y el auge de la educación emocional (sin dejar de mencionar, por supuesto, la deriva tecnológica cuyo abordaje excede las pretensiones de este artículo).

Siguiendo a los autores de Escuela o barbarie, puede afirmarse que la imposición progresiva del modelo educativo basado en competencias ha sido la nervadura fundamental del proyecto que sitúa la educación al servicio, exclusivamente, de las necesidades del capital (Fernández Liria et al., 2017: 23-24). Las (sacrosantas) competencias se introdujeron en el sistema educativo –importadas del mercado laboral, cabe recordarlo– con la LOE del año 2006. Las reformas posteriores, la LOMCE y la actual LOMLOE, han contribuido a afianzarlas a pesar de –o acaso por– contar con evidencias sobre el empeoramiento de los resultados académicos entre el alumnado en materias tan relevantes como las ciencias y las matemáticas[01]. Casi dos décadas más tarde, el discurso competencial continúa presentándose como una innovación que posibilita la adquisición de aprendizajes considerados más prácticos y transferibles al mercado de trabajo. Es decir, se defiende sin ningún tipo de ambages la dimensión utilitaria y economicista de la educación en el sentido apuntado por Christian Laval (2004): la escuela como una empresa. Encontramos un ejemplo ilustrativo en la llamada metodología de trabajo por proyectos. Se trata de un enfoque del aprendizaje sin duda interesante, apunta Concha Fernández Martorell (2022: 122), pero que sugiere que esa forma de trabajar será el mejor tipo de contrato (por proyectos) al que puedan aspirar los jóvenes formados en esta propuesta educativa.

Parece que lo importante es el aprendizaje no de conocimientos (tachados despectivamente de enciclopédicos[02]), sino de competencias individuales como la creatividad, la flexibilidad, la iniciativa emprendedora, la autonomía o la adaptación frente al cambio. Y, sobre todas ellas, la competencia primordial. Esa que aparece como nuevo imperativo pedagógico: aprender a aprender. La explicación que ofrece el Ministerio de Educación es esclarecedora a este respecto: “La competencia para aprender a aprender requiere conocer y controlar los propios procesos de aprendizaje para ajustarlos a los tiempos y las demandas de las tareas y actividades que conducen al aprendizaje” para lograr que este sea “más eficaz y autónomo”[03].

En otras palabras, hay que sustituir el saber por el saber hacer y orientarlo hacia la optimización de individuos, procesos y conductas. Y además hacerlo de forma autónoma, porque el maestro parece estar convocado a un papel inexorablemente irrelevante. En esta línea se pronunciaba recientemente el secretario de Estado de Educación, José Manuel Bar[04], cuando afirmaba que el profesor como “trasmisor de conocimientos puro y duro es un modelo ya obsoleto”. Y daba dos razones. En primer lugar, “los inputs que reciben los alumnos no se limitan a las clases. Están continuamente en Internet y recibiendo información de mil sitios (…). Eso, a la figura clásica de profesor la deja fuera”. Y en segundo, “el puro embutido de conocimientos no es útil para la vida, no es competencial (…). Los conocimientos tienen que tener una utilidad práctica porque si no el alumnado tampoco estará motivado”.

Queremos hacer notar aquí dos aspectos significativos. El primero se refiere al desplazamiento de una de las nociones fundamentales en el campo educativo, el interés, por el concepto de motivación. Parecería que no se trata tanto de despertar una inclinación o amor al saber, sino de motivar al alumno con la misma lógica que se motiva a trabajadores y consumidores: producir y consumir más y mejor. El segundo aspecto tiene que ver con el ahondamiento y la devaluación progresiva y permanente de un oficio tradicionalmente centrado en eso que ahora las últimas reformas desdeñan, el conocimiento.

Sabemos que no hay educación sin contenidos, esto es, sin materia de estudio. Y que esa materia de estudio en la enseñanza escolar es, como dice el pedagogo Philippe Mierieu (2016), la cultura. La cultura en sus múltiples y variopintas manifestaciones: el álgebra, la biología, el Banquete de Platón o la métrica poética de una canción de hiphop. Despojada de estos saberes, la escuela ya no es el lugar para descubrir el mundo y sus misterios o para despertar interés, sino un lugar para adquirir habilidades transferibles al mercado laboral, esto es, un lugar para hacer de los alumnos capital humano. ¿Para qué instruir en materias de estudio si la producción de sujetos empleables requiere, más bien, de un entrenamiento en habilidades técnicas y, como veremos a continuación, emocionales? La transmisión de la cultura queda así vedada y sustituida por el aprender a aprender… nada.


El segundo aspecto que da cuenta de la devaluación del conocimiento lo encontramos en la ofensiva de la educación emocional. Hemos visto en los últimos años cómo este enfoque privilegia lo emocional sobre lo intelectual y desplaza los contenidos culturales anteponiendo un trabajo sobre la interioridad de los alumnos, y replegándose en ella. Conceptos como necesidades y competencias emocionales, motivación, autoestima, resiliencia o proactividad han pasado a convertirse en contenidos pedagógicos de primer orden, conformando así una nueva cultura escolar más interesada en las competencias emocionales y las habilidades de gestión personal que en la adquisición de conocimientos.

Antes de continuar, tal vez sea necesario aclarar que no estamos negando en ningún caso la importancia de atender el mundo interior de las infancias y adolescencias. Más bien tratamos de cuestionar la centralidad de las emociones en la escuela y la posición ideológica desde la cual se las aborda. O, por utilizar la jerigonza hegemónica, se las gestiona. Y es que la llamada gestión emocional aparece hoy como otro de los nuevos imperativos educativos.

El enfoque más extendido en la educación emocional es el que pertenece a la psicología positiva, definida por Edgar Cabanas y Eva Illouz (2019: 18) como el brazo académico de la ideología neoliberal y el capitalismo de consumo. Sus principales objetivos son el crecimiento personal y la felicidad, postulando que el bienestar no depende de los condicionantes externos, sino de nuestra percepción de la realidad y que, además, es posible cambiarla a base de voluntad. Este discurso, inscrito en lo que algunos autores han denominado ethos terapéutico (Ecclesteon y Hayes, 2009; Illouz, 2007 y 2010), plantea un uso productivo de las emociones en virtud del cual conocer y manejar las propias emociones permite alcanzar no solo el bienestar emocional, sino también el éxito. En esta línea se ubica el documento de la OCDE “Habilidades para el progreso social. El poder de las habilidades sociales y emocionales” (2016: 26) que enfatiza el papel de la educación para “contribuir a aumentar el número de ciudadanos motivados (sic), comprometidos y responsables mediante el fortalecimiento de las habilidades que importan”, y señala que “al controlar las emociones y adaptarse al cambio”, los individuos “pueden estar más preparados para capear las tormentas de la vida, como la pérdida del empleo, la desintegración familiar”, etc. Sin ningún tipo de perífrasis, plantean la educación emocional como una suerte de disciplinamiento social que borra toda dimensión estructural para responsabilizar, cuando no culpabilizar, al sujeto de su situación. Esta invisibilización de las cuestiones estructurales es particularmente inquietante en situaciones de desigualdad social, en las que la desposesión material se afronta ofreciendo competencias emocionales individuales que, en nombre del optimismo y la resiliencia, conminan al alumnado a sostener comportamientos meramente adaptativos.

Con relación a este último aspecto, vale la pena volver a insistir en el modo en que la educación emocional se ha sumado a la estrategia de conformación de subjetividades neoliberales (Laval y Dardot, 2013), atravesadas por nuevas formas de individualización y despolitización. La propuesta emocional no solo supone un repliegue al mundo interior, sino también un entrenamiento para que los alumnos cambien sus percepciones antes que sus condiciones de vida. Se trata de generar nuevas formas de conformismo social. La premisa de partida es sencilla: no existen problemas estructurales, sino deficiencias psicológicas individuales. El nuevo antídoto ante la desposesión cultural y material es la papilla emocional.

Ilustremos esta lógica con el programa de inteligencia emocional “Educación responsable”, analizado por Ani Pérez (2022: 36-37). Impulsado por la Fundación Botín –vinculada al Banco Santander, el principal inversor mundial en el filantrocapitalismo educativo–, dice tener como propósito el crecimiento emocional, social y creativo de niños y jóvenes, y la mejora de la convivencia en los centros escolares a partir del trabajo con docentes, alumnado y familias. El programa se ha implementado en unas 230 escuelas, algunas de ellas ubicadas en barrios depauperados, en los que el alumnado realizó dibujos que representaban el miedo a ser desalojados de sus casas. Si consideramos que el Banco Santander es responsable de decenas de miles de desahucios, de los cuales más de un 80% los sufren familias con al menos un menor a cargo, “poco se puede añadir –dice la autora– ante la desfachatez de quien con una mano echa a niños de sus casas y con la otra presume de ayudarles con su miedo a ser desahuciados”.

No quisiéramos concluir este apartado sin realizar una breve consideración sobre el lugar al que esta dimensión psicologizante de la educación convoca al profesorado. Ya en los inicios de la década de los 90, Tomás Pollán (1991: 34) escribía a propósito de la LOGSE que la figura del profesor quedaba relegada a la de “padre espiritual”. Las últimas reformas han avanzado en estos derroteros para terminar concibiendo al maestro como una suerte de terapeuta, alejado de las funciones que lo constituyen: provocar curiosidad por el mundo y las cosas que lo conforman, y conservar y trasmitir de modo crítico el legado de las generaciones anteriores. De esta suerte, no podemos sino mirar con inquietud la penetración paulatina en las escuelas de dispositivos promovidos por la cultura neoliberal, como el mindfulness o el coaching, que suponen un paso más en el proceso de mercantilización del sistema educativo y de su puesta al servicio del mundo empresarial.


Pensar las formas de resistencia requiere, como apuntó Gilles Deleuze (1995: 284), de un conocimiento acerca de los modos en los que se está llevando a cabo la instalación progresiva y dispersa de este nuevo régimen de dominación. Es urgente analizar las formas en las que la racionalidad neoliberal de las competencias y la educación emocional socavan el sentido de lo educativo y reconfiguran (radicalmente) la concepción, los fines y los métodos de la escuela. Y, con ellos, las conceptualizaciones de la enseñanza, el aprendizaje y los propios sujetos de la educación.

La escuela está hoy doblemente amenazada. Por un lado, de privatización (al ponerse al servicio de los intereses de la economía) y por otro de gubernamentalización (al ponerse al servicio de los programas educativos de los gobiernos de turno). La privatización y la gubernamentalización son las dos caras de la misma moneda. El Estado, y más en materia educativa, ya es inseparable del capital. Las nuevas reformas educativas son harto elocuentes en ese sentido. Sin embargo, el ideal de la escuela moderna fue un ideal republicano (en el viejo y cada vez menos vigente sentido de res publica, de interés común) que, tal vez, sea interesante repensar y recuperar. Nos parece necesario, desde ahí, proteger la escuela de la economía y de la instrumentalización política para que siga siendo escuela. Es decir, un espacio y un tiempo libres y liberados para el mundo, para la atención y el cuidado del mundo, para el saber del mundo o, si se quiere, para la democratización y la redistribución de las herencias culturales.

La educación escolar tiene que ver con abrir el mundo, con hacerlo interesante, con hacerlo significativo, con conocerlo y transformarlo. No hay emancipación ni pensamiento sin conocimiento. No hay república sin escuela. A no ser que empecemos a llamar escuela a un inmenso mecanismo de coaching para gestionar la estabilidad emocional de una población condenada a la precariedad, o a un gigantesco mecanismo cognitivo para desarrollar competencias flexibles y adaptables (es decir, vacías) para una economía en transformación acelerada.

Hubo una vez en que en las plazas se gritaba “le dicen democracia y no lo es”. Lo que viene es una escuela que no lo es. De ahí que, para la tarea inexcusable, desde la izquierda, de defender la escuela pública, sea preciso pensar, otra vez, qué quiere decir escuela y qué significa pública.

Defender la escuela orientada al mundo, es decir, al conocimiento, es también defenderla de su desprestigio y de su degradación. De ese runrún de que es una institución caduca y rancia, una antigualla, de ese runrún de que la enseñanza es un paquete indigesto de contenidos inútiles y carentes de sentido. En la escuela no hay contenidos sino materias de estudio, es decir, esos pedazos de mundo y de formas de nombrar y de conocer el mundo que decidimos que son lo suficientemente interesantes como para ser transmitidos, compartidos y renovados.

Terminamos con unas palabras de Hannah Arendt (2003: 301):

La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, (…) de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable”. Y continúa, “también mediante la educación decidimos si amamos lo suficiente a nuestros niños para no apartarlos de nuestro mundo ni abandonarlos a sí mismos, (…) y, en cambio, prepararlos de antemano para la tarea de renovar un mundo común.

Marta Venceslao es profesora en la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona y miembro del Grup de Recerca sobre Exclusió i Control Social (GRECS) de la misma universidad. Jorge Larrosa es profesor jubilado de Filosofía de la Educación en la Universidad de Barcelona y miembro del Grup de Recerca sobre Exclusió i Control Social (GRECS)

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Referencias

Arendt, Hannah (1996) Entre el pasado y el futuro. Barcelona: Península.

Cabanas, Edgar e Illouz, Eva (2019) Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. Barcelona: Paidós.

Cañadell, Rosa; Corominas, Albert y Hirtt, Nico (2020) El menosprecio al conocimiento. Barcelona: Icaria.

Carrera, Pilar y Luque, Eduardo (2016) Nos quieren más tontos: la escuela según la economía neoliberal. Barcelona: El Viejo Topo.

Consejo Europeo (2012) Conclusiones del Consejo, de 26 de noviembre de 2012, sobre la educación y la formación en Europa 2020 – La contribución de la educación y la formación a la recuperación económica, al crecimiento y al empleo.

Deleuze, Gilles (1995) Conversaciones. Valencia: Pre-Textos.

Fernández Liria, Carlos; García Fernández, Olga; Galindo Ferrández, Enrique (2017) Escuela o barbarie: entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda. Madrid: Akal.

Garcés, Marina (2013) Un mundo común. Barcelona: Bellaterra.

Laval, Christian (2004). La escuela no es una empresa: el ataque neoliberal a la enseñanza pública. Barcelona: Paidós.

Laval, Christian y Dardot, Pierre (2013) La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Barcelona: Gedisa.

Meirieu, Phillipe (2016). Recuperar la pedagogía. De lugares comunes a conceptos claves. Buenos Aires: Paidós Argentina.

OCDE (2015). Estrategia de competencias de la OCDE: construyendo una estrategia de competencias eficaz para España. Disponible en: https://www.oecd.org/skills/nationalskillsstrategies/Spain_DR_Executive_Summary_Espagnol.pdf

(2013). Mejores competencias, mejores empleos, mejores condiciones de vida. Un enfoque estratégico de las políticas de competencias. Madrid, OCDE/Santillana.

(2010). Habilidades y competencias del siglo XXI para los aprendices del nuevo milenio en los países de la OCDE. Madrid: Instituto de Tecnologías Educativas/MECD.

Pérez Rueda, Ani (2022) Las falsas alternativas. Pedagogía libertaria y nueva educación. Barcelona: Virus.

Pollán, Tomás (1991) “Aprender para nada”, Archipiélago, 6, pp. 33-37.

Solé, Jordi (2020) “El cambio educativo ante la innovación tecnológica, la pedagogía de las competencias y el discurso de la educación emocional. Una mirada crítica”, Teri, 32, 1, pp. 101-121.

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miércoles, 25 de enero de 2023

LA EDUCACIÓN, SEGÚN MARÍA DE MAEZTU

La educación, según María de Maeztu

«Hemos partido en nuestras tareas del principio, hoy indiscutible, de que el niño no es un hombre en pequeño», es uno de los doce puntos que resumen la educación según María de Maeztu. En este texto le acompañan once más, componiendo un panorama de máxima actualidad.

 
EDUCACIÓN DEL CARÁCTER


«Hemos partido en nuestras tareas del principio, hoy indiscutible, de que el niño no es un hombre en pequeño», es uno de los doce puntos que resumen la educación según María de Maeztu. En este texto le acompañan once más, componiendo un panorama de máxima actualidad.

Por Pilar Gómez Rodríguez

La historia de María de Maeztu (en la imagen, en su despacho de la Residencia de Estudiantes de la calle Miguel Ángel, 8, en Madrid) está ligada a la educación desde que nació, desde la cuna y la casa, pues allí comenzó su formación, en la familia acomodada, cosmopolita y liberal que le vio nacer en Vitoria, el 18 de julio de 1881. Junto con sus tres hermanos, fue educada en la igualdad, ya que ante la prematura muerte del padre, la madre ofreció a sus dos hijos y a sus dos hijas las mismas posibilidades de desarrollo, «un horizonte intelectual y vital abierto y estimulante, infrecuente en la España de entonces, que resultó especialmente innovador en el caso de las hijas», se lee en el Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia.


María de Maeztu investida honorary degree in law (Ll.D.), doctora honoris causa en Derecho por Smith College, Northampton, 17 de junio de 1919. © Archivo de la Fundación Ortega-Marañón

De modo que María de Maeztu fue a la universidad, aprendió idiomas, viajó, enseñó y se convirtió en una pionera de los métodos de enseñanza y de las instituciones docentes. Ligada a los distintos proyectos de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), dirigió la Residencia de Señoritas desde su apertura, en octubre de 1915, trabajando de manera infatigable por la educación y emancipación de la mujer: fue un éxito rotundo. Enseñanza de la excelencia, responsabilidad social y conciencia de punta de lanza son los valores que, en un reciente artículo sobre esta institución, destacaba la profesora de Historia en la Universidad Complutense de Madrid —e investigadora de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón— Margarita Márquez Padorno. En dicha institución, por cierto, se inaugura en estos días la la exposición Motor de igualdad, dedicada a la Residencia de Señoritas y donde la figura de María de Maeztu tiene un especial protagonismo.

«La nueva educación», catálogo de la exposición del mismo nombre, editado por la Fundación Giner de los Ríos.

Los mencionados valores pedagógicos los trasladó, de igual manera, a la Sección Preparatoria del Instituto-Escuela, que dirigió también, desde 1918 hasta 1934. Fue en este contexto en el que, en 1925, María de Maeztu redactó un ensayo, una nota donde se resumen las bases pedagógicas de esas instituciones. El texto formó parte de los apéndices del catálogo La nueva educación, elaborado por el centenario del Instituto-Escuela y editado por la Fundación Francisco Giner de los Ríos. Su actualidad es sorprendente: casi cien años después se siguen revisando los mismos aspectos, algunos de ellos controversiales como el papel del maestro, el valor del juego, la necesidad (o no) de la disciplina e incluso el uso de materiales como libros o cuadernos. Todo ello está presente en el texto titulado Nota preliminar a Instituto-Escuela de Segunda Enseñanza. enseñanza y Métodos. Sección preparatoria, 1925. En ella se concentra la base de aquella pedagogía revolucionaria y exitosa que aquí concentramos en doce puntos. Esta es la educación según María de Maeztu.

1 Ayudarse a sí mismo. «En efecto, el primer principio educador consiste en inducir al alumno a la actividad de sus propias fuerzas, no dándole hecho nada que pueda hacer por sí mismo. Lo único que en realidad educa es lo que el educando hace por sí. La mejor enseñanza es aquella que coloca el discípulo en disposición de alcanzar el conocimiento por el ejercicio y sus facultades naturales; la más valiosa ayuda que el maestro puede prestar al alumno es aquella que le induce a ayudarse a sí mismo».

2 Despertar el entusiasmo, despertar las preguntas. «El maestro que despierta entusiasmo, y una vez despierto lo guía y satisface, hace más por sus discípulos que si se limita a darles conocimientos, ciencia, saber. El que enseña no debe anticiparse a la alegría que tiene todo entendimiento cuando encuentra la verdad por sí mismo».

3 En contacto con las cosas. «Toda la enseñanza pone al niño en contacto con las cosas y no solo con las palabras, que son su mera representación; se le incita a que piense, que reflexione, que mida sus fuerzas, que investigue, que anhele, que dude, para rendirse, al fin, a la evidencia de la verdad».

4 Los mitos, primero. «Si la educación es una intervención reflexiva que pretende sistematizar la vitalidad espontánea del niño para aumentarla, equilibrarla y corregir sus deformaciones, habrá que comenzar por desenvolver ciertas cualidades psíquicas generales, como son la emoción y el sentimiento. Los hechos deben ser el final de la educación; lo primero es todo aquello que puede poblar el mundo de su fantasía como, por ejemplo, los mitos y las leyendas».

5 No son personas pequeñitas. «Hemos partido en nuestras tareas del principio, hoy indiscutible, de que el niño no es un hombre en pequeño. Su manera de observar, de atender, de imaginar y crear es absolutamente distinta de la del hombre. El niño observa basándose en la percepción sensible y no en la razón; atiende a lo que le interesa, y no le interesa más que lo irreal y fantástico; su imaginación se complace en descomponer la realidad para fabricar una nueva y mejor con sus elementos selectos; su actividad es esencialmente creadora […]».

6 Despertar la curiosidad. «En los primeros años se le pide un esfuerzo mental mínimo; se despierta su curiosidad, se excita su interés, y una vez dueño de sus ideas, el alumno las expone con confianza, sin temor; muy respetuoso, pero libre en la afirmación de sus juicios, sabe que no es delito exponerlos frente a la maestra con sinceridad».

7 La libertad, el derecho más sagrado. «La libertad del niño constituye en nuestra escuela el primero y más sagrado de sus derechos. Pero como la libertad, en sentido pleno, no es más que la sumisión a la ley, el niño puede usar de ella acomodándose, obediente, a la marcha regular de la labor educadora».

8 Una sana disciplina. «No hemos olvidado que la escuela, para merecer tal nombre, ha de abarcar toda la conducta del alumno dentro de una sana y vigorosa disciplina, que se apodera de él desde el primer momento y no le abandona hasta el día en que traspasa sus umbrales. No se trata de esa disciplina absurda, que obliga la quietud y favorece la vanidad y la mentira, sino de la inquebrantable regulación de la actividad, que encuentra en el recinto escolar su clima adecuado […]. La obediencia que la disciplina exige no significa negación de la voluntad propia; consiste simplemente en someterse a la voluntad del guía porque es el que mejor conoce el camino».

9 La educación no es un juego. «Frente a la teoría blanda y cómoda de los que afirman que la educación es un juego y que se debe enseñar deleitando, hemos mantenido la del esfuerzo, más áspera, ciertamente; más difícil cuando se tropieza con naturalezas rebeldes, muy dolorosa cuando hay que llegar hasta la coacción y el castigo, pero la única, en último término, que despierta la conciencia de la responsabilidad con respeto a los derechos de la pequeña comunidad escolar en que el niño se mueve y vive».

10 Libros, no; cuadernos, sí. «Hemos suprimido en la Sección Primaria el libro de texto y lo hemos sustituido por una colección de cuadernos que los niños llevan —uno por cada asignatura— y donde escriben el resumen de la explicación que la maestra hace en cada clase. De este modo, desde los primeros años de la vida escolar se acostumbran a interpretar el sentido de las cosas que oyen, a reconstruir las ideas recibidas, a estudiar y pensar por sí mismos […]. El estudiante deja de ser mero receptor de la verdad; su obra no es pasiva sino activa».
[…]
«La supresión del libro de texto no quiere decir que hayamos prescindido del uso del libro. Se emplea en las clases de lectura y en las horas de recreo, cuando el mal tiempo impide salir al campo de juego; aparte de los muchos que el niño maneja de nuestra biblioteca infantil, siempre a su disposición, y que se le permite llevar a casa. La única diferencia es que en vez de usar un solo libro se acostumbra a consultar varios. De este modo se le educa en un ambiente amplio, total […] y va adquiriendo esa reflexiva serenidad de pensamiento que solo se obtiene mediante una visión repetida de muchas cosas, muchos libros y muchos hombres, resultado de una comprensión compleja y total de la realidad».

11 El juego, lo más esencial. «Hemos concedido a los juegos todo el tiempo que dentro del horario escolar es compatible con las exigencias de las asignaturas que forman el plan de estudios y les hemos dedicado, dentro de los límites impuestos, la mayor atención, porque en el problema educativo los juegos son, no sólo el medio más eficaz en la formación física y moral, sino la mejor manera de acrecentar la corriente vital de donde emanan las primeras energías creadoras. El juego durante los años del período escolar deja de ser para el niño un mero entretenimiento y se convierte en lo más esencial de su vida».

12 Ni preparación para la vida, ni la vida misma. «Y por último hemos procurado huir de ese tópico vulgar, tan repetido, que pretende que la escuela debe ser, por un lado, la prolongación de la familia y, por otro, la preparación para la vida; más aún, la vida misma […]. La escuela no es el hogar donde se cumplen las actividades instintivas; no es tampoco la vida en el sentido amplio de actividad libre; su principio generador es distinto: supone regulación y norma; es lo racional frente a lo espontáneo; en ella la educación realiza una función vital específica que consiste en reobrar sobre el resto de la vida para conformarla. Y en este principio, hoy admitido casi unánimemente, hemos procurado inspirarnos al tratar de definir y fijar el sentido de nuestra labor educadora».

Pilar Gómez Rodríguez
Periodista cultural

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miércoles, 11 de enero de 2023

EL APRENDIZAJE DE LA RACIONALIDAD

Emilio Lledó: El aprendizaje de la racionalidad

El filósofo y académico Emilio Lledó destaca la importancia de la formación con palabras de Kant: «El hombre no es nada más que lo que la educación hace de él».


Emilio Lledó, medalla al mérito en investigación 

Como suele ser habitual, todo empezó en la Grecia clásica. Allí comenzó a elaborarse ese concepto de educación que no es solo un chorro de conocimientos vertidos sobre el vacío de un recipiente, no. La educación es algo activo, en lo que decisivamente interviene el que se educa. Así lo subraya Emilio Lledó: «El concepto de educación platónico comprende dos elementos fundamentales: los contenidos de aquello que estructura la persona del educando y, sobre todo, el interés, el amor, la pasión por aquello que se hace. Los contenidos vinieron, en principio, por aquella reflexión sobre el lenguaje y por el análisis y crítica de sus significados. Esta original perspectiva de los griegos ante el lenguaje, como lo más característico de los seres humanos, hizo posible que las palabras que lo constituyen no fueran solo cristales a través de los cuales se veía el mundo, sino que esa estructura lingüística que nos constituía era, más bien, un espejo en el que vernos, descubrirnos, interpretarnos a nosotros mismos». Más adelante, Lledó vuelve a hacer hincapié en los dos elementos fundamentales de la educación platónica: «los contenidos (trophé [τροφή]) de aquello que estructura la persona del educando y, sobre todo, el interés, el amor (érôs [ἔρος]), la pasión por aquello que se hace».

Emilio Lledó
IDENTIDAD Y AMISTAD: Palabras para un mundo posible
Taurus 2022
192 páginas

POSIBILITAR LA LIBERTAD

Con esos mimbres ya se puede ir levantando el edificio interior, algo que «había sido ya entrevisto en la República platónica, como una forma de refugio ideal, hacia el que mirar, hacia el que pensar. La construcción de esa ciudad interior tenía que encontrar sus verdaderos fundamentos en la educación (paideía [παιδεία]). Era, realmente, un refugio, pero tenía que irse construyendo con ese instrumento de la educación, el gran invento sin el que la ética griega no podía levantarse». La obra debía comenzar pronto, en la infancia porque es en esta época «donde nuestras neuronas son capaces de adquirir la suficiente fluidez para pensar, para entender lo pensado, para crear». Y además porque la empresa es enorme y ambiciosa: se trata de la búsqueda de esa libertad interior. No está exenta de riesgos y Lledó resume y recuerda: «La educación es, pues, la invención y el cultivo de la libertad. Por eso, los que han pretendido dominar la mente de los ciudadanos y convertirlos en súbitos entontecidos, han intentado, con éxito a veces, controlar y manipular la educación».

La educación es, pues, la invención y el cultivo de la libertad. Por eso, los que han pretendido dominar la mente de los ciudadanos y convertirlos en súbitos entontecidos, han intentado, con éxito a veces, controlar y manipular la educación

Lledó advierte contra una «escuela que, en los casos de educación sectaria, destroza la posibilidad de libertad, de sentido crítico, de inteligencia que pretende deshacerse del impacto asfixiante de las frases irracionales, de los estereotipos mentales con que esos enseñantes se apoderan de la mente y de la vida de los individuos desde la infancia. Pero en este caso ya no se trata de un saber que buscamos». Junto a esta escuela que no enseña —y más bien lo contrario—, Lledó concibe otro gran riesgo para el pensamiento «el bombardeo educativo de los medios de comunicación».

EL ENDURECIMIENTO DE LAS PALABRAS

«Tal vez el concepto más problemático de nuestro tiempo», para Lledó, «tan lleno de palabras problemáticas, sea el de ‘ética’, que, junto con ‘democracia’, ‘libertad’, ‘derechos humanos’, ‘verdad’, ‘educación’ y algunos otros no menos importantes, forma un espacio ideal por el que, muchas veces a ciegas, va caminando la sociedad. La repetición usual de estos términos, que configuran buena parte de los discursos políticos y de los comentarios, análisis, interpretaciones de los desbordantes medios de comunicación, los ha convertido, por el roce continuo con los intereses más o menos conscientes de quienes los emplean, en conceptos petrificados, inmóviles, incapaces de unir un supuesto, verdadero, significado ideal con la praxis correspondiente».

En este endurecimiento de las palabras, Lledó ve un obstáculo para el progreso de la inteligencia individual, en primer término, pero también de la sociedad, como se verá después: «Por una serie de fenómenos que tienen que ver con la educación, o sea, con el proceso mental que determina la manera de ser de cada individuo, el lenguaje, que vive de la libertad y de la posibilidad, se puede convertir en un muro que comprime y cerca el cerebro humano impidiéndole pensar. Nada más opuesto, pues, a la esencial constitución de ese ser que se hace humano por las palabras que es capaz de entender, de sentir y de comunicar».

Tal endurecimiento es casi un estado natural en las personas, algo que sobreviene casi como el deterioro físico y para cuyo combate hay que estar preparado. Y ¿cómo se lucha? Con palabras. El lenguaje es la respuesta porque al endurecimiento sobrevenido, a la «incapacidad para desarrollar el pensamiento en posibilidad y libertad, contribuye, como decía, la forma en la que hayan aprendido a manejar las palabras y a hacer algo con ellas». Y prosigue el pensador: «La forma necesaria del aprendizaje de la libertad mental es un proceso de educación que ha de comenzar, como nos enseñó la democracia griega, en el aire limpio y creativo que tiene que ventilar la escuela en los primeros años del proceso pedagógico y, posteriormente, en todo el proceso de formación del individuo (…). El lenguaje que somos fluye y se desplaza hacia nuestros semejantes. Este proceso de reflexión, de reconocimiento, es una forma de unirnos a los otros. Pero las posibilidades de encuentros con los otros se reducen a los espacios en que tales encuentros se realizan. Tal vez un lugar de encuentro privilegiado, junto con el familiar, es el de la escuela, el del magisterio. Fuera de la casa, donde predominan, en principio, las relaciones afectivas, las palabras adquieren una nueva resonancia en el ámbito de la educación, en la enseñanza de determinadas materias, en la búsqueda de interpretaciones, de realidades, de comportamientos (…). El aprendizaje de la racionalidad se tiene que dar juntamente con el de la sensibilidad, con todo ese inabarcable mundo de la amistad. Una racionalidad que nada tiene que ver con el simple adiestramiento mecánico, alienante e improductivo de los múltiples utensilios que el manejo de la seudorracionalidad moderna requiere. Ese manejo, con todas las imprescindibles excepciones, es un camino de irracionalidad y de esterilidad».

LA ELABORACIÓN DEL INDIVIDUO

Lledó examina en profundidad el caso de una de esas palabras importantes (de dos, como enseguida se verá) y, por ello, manoseadas: «‘Democracia’ quiere decir libertad, y ejercicio de la libertad solo es posible tras la liberación. Esta entraña un proceso que implica conducción, guía, salida, escape, fluencia, continuidad, y en eso se basa la educación: en la elaboración del individuo, frente a la paralización y deformación que sufre desde el momento en que se lo somete a la repetición de frases irracionales, de manipulaciones sistemáticas, de engaño». Es un proceso largo, necesita práctica, entrenamiento: «Es la consciencia, la posibilidad de ver y entender, de percibir e interpretar, lo que caracteriza el principio de humanización del ‘animal que tiene lógos’, del ‘animal que habla’. Y eso se logra en el largo proceso en el que la humanización se realiza y que tiene lugar en la educación. Tal vez este proceso pedagógico que los griegos descubrieron como compañía imprescindible para que fuera posible la democracia sea el fundamento que la sustenta».

El proceso educativo es el más importante frente a la pura animalización a que los instintos, manipulados por la falsificación de la racionalidad, pueden llevarnos

La otra palabra sobre la que Lledó pone el acento es, obviamente, educación: «se ha convertido en una especie de eslogan repetido hasta la saciedad, en una palabra hecha, tal vez deshecha. Y, sin embargo, el proceso educativo es el más importante frente a la pura animalización a que los instintos, manipulados por la falsificación de la racionalidad, pueden llevarnos. La ‘humanización’ no quiere decir otra cosa que el cultivo de la racionalidad en un territorio abonado por los ideales, aparentemente utópicos, que los seres humanos, en sus mejores sueños, establecieron y propusieron ante nuestros ojos (…). Es cierto que esos ideales tienen que desarrollarse en un mundo en el que los seres humanos viven enajenaciones, alteraciones, enemistades: la pobreza crónica, la ignorancia, la bestialidad, el fanatismo, la degeneración mental, la agresividad fomentada por la injusticia, por la aterrorizada lucha por la vida, provocan un estado de sumisión ante estas formas patológicas del realismo, en el que hablar de ideales democráticos parece casi una ofensa. Pero vivir es, a pesar de todo, no renunciar a ellos y no aceptar tampoco su falsificación».


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Texto elaborado a partir de extractos de la voz «educación» en Emilio Lledó: Identidad y amistad. Palabras para un mundo posible. Madrid, Taurus, 2022.

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viernes, 6 de enero de 2023

UNA DE LAS PRINCIPALES CONSIGNAS DE LA DECONSTRUCCIÓN DERRIDIANA ES DENUNCIAR LOS ERRORES... DEL SABER OCCIDENTAL

Lo ilegible

José Cueli

http://periodismohoy.com/wp-content/uploads/2020/03/DEconstruccion.jpg

Jacques Derrida, el filósofo francés, me permite articular el pensamiento freudiano y el quijotesco de acuerdo con sus propuestas. El lenguaje no se limita o circunscribe a un fenómeno físico: conjunto de cadenas sonoras o conjunto parasitario de marcas gráficas, que simplemente se corresponden con el mundo o con unos significados que los hablantes poseen en su interioridad. No hay significado único, son múltiples; es decir, los significantes adquieren significado dependiendo del contexto en que se dan; tiempo, espacio, etcétera.

Derrida irrumpe con La gramatología y La diseminación para denunciar y rechazar el logofonofalocentrismo, heredado de la metafísica tradicional occidental. En la concepción derridiana lo que existe es un texto plural diseminado. Texto o escritura que no se dejan regir por la ley del sentido, del pensamiento y del ser, sino que se despliegan en la heterogeneidad del espacio y el tiempo en un lenguaje múltiple, diseminado, en una serie infinita de nuevos significantes. En la lectura que Derrida hace de Freud nos confirma que nos encontramos ante un discurso deducido de su dispersión.

Una de las principales consignas de la deconstrucción derridiana es denunciar los errores en que se ha cimentado el saber occidental. Éste se produce a partir de la escritura fonética, que la convierte en mera técnica auxiliar de la significación y privilegia la voz como depositaria única del poder del sentido. Logofonofalocentrismo que viene a ser la metafísica de la escritura fonética, que se instaura en la necesidad de una destitución de la escritura gráfica, que llega actualmente a un agotamiento mediante la anunciada muerte del libro y, paradójicamente, anuncia la muerte del habla. Una nueva mutación de la historia de la escritura en la historia como escritura.

La progresiva inversión de la prohibición de la escritura será el positivo balance de la gramatología derridiana como ciencia general de la escritura. Ciencia que ya había sido anunciada por Sigmund Freud.

La propuesta derridiana indica la extensión de un acontecimiento que tematiza la situación presente como etapa final de la época de la metafísica logocéntrica y vislumbra que el lenguaje progresivamente viene a invadir el campo problemático universal y a desdoblar sus límites seculares.

El propósito de la deconstrucción derridiana se perfila siguiendo el hilo conductor de los antecedentes discursivos de Freud, Nietzsche y Heidegger. ¿Así como Miguel Cervantes en su Quijote de la Mancha?

Derrida propone en su lectura de Freud lo que no está presente en el discurso y que, por así decirlo, consiste, paradójicamente, en su efectividad. Propone buscar las a-tesis y la restancia y no la presencia del discurso, su objeto oblicuo intentando así atrapar la escena de la escritura interna en que se mueve Freud, el sistema de los gestos de dicha escritura.

Indudablemente, la escritura de la que trata la gramatología derridiana se refiere a la escritura que trabaja en el juego, en el movimiento de la différence: diferir. No es una estructura ordinaria, corriente, es archiescritura que conecta con el concepto de huella.

(Ver Cueli, José. El Quijote torero, editorial La Jornada.)

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