miércoles, 27 de enero de 2016

15 ACCIONES PARA MEJORAR LA DOCENCIA

dynamic youth

15 acciones asequibles para mejorar la docencia

José Blas García, maestro de profesión, propone un conjunto de acciones educativas relativamente sencillas y asequibles, fáciles de aplicar en el aula y con un gran potencial para producir cambios significativos en el aprendizaje de los estudiantes.
Con estas propuestas José Blas García invita a que los docentes vayan ajustando de manera serena su estilo de enseñanza al contexto donde la desarrollan y a las necesidades y demandas educativas de la sociedad actual. Como él dice, son 15 propósitos que le han ayudado a “ser innovador sin morir en el intento”. Como es obvio, siempre es posible ampliarlos, añadir otros nuevos, etc.
  1. Introduce algún pequeño cambio en las formas de agrupar a tu alumnado. Pasa del trabajo individual al trabajo grupal en alguna actividad.  Proponte la organización de pequeños grupos estables o esporádicos. Crea un juego para crear agrupamientos que sean heterogéneos y equilibrados. Déjales un poco de margen, pero vigila que en el grupo puedan haber “intercambios de ayuda”. Asigna roles al grupo y deja que los miembros de cada grupo se organicen. Facilita para ello un pequeño esquema de las responsabilidades de cada rol y anímales a diseñar insignias que les identifiquen. Pídeles que creen sus propias normas.
  2. Planifica, de vez en cuando, actividades con interacción. Sabemos que la interacción es una de las claves de la enseñanza activa e innovadora. Es sencillo. Modifica tus actividades habituales  preparándolas para el trabajo en grupo. Busca y aplica dinámicas cooperativas sencillas. Hay cientos en la red. Crea o adapta alguna dinámica interactiva que obligue a cooperar. Acércate al Aprendizaje Cooperativo.
  3. Sistematiza momentos de socialización rica en tu aula. Invita a “alguien de fuera” a venir e interactuar con tu alumnado (Diseña una actividad apropiada para ello, no lo dejes ala azar). Busca otros foros donde tus alumnos y alumnas actúen, intervengan, expongan o expliquen. Crea proyectos, tareas y/o actividades de Aprendizaje Servicio y obsequia a tu alumnado con la posibilidad de hacer algo por su comunidad.
  4. Sobre todo interrógate mucho. Reflexiona al finalizar la jornada lectiva sobre tu satisfacción con el desarrollo de las sesiones de clase. Verbaliza  o escribe si conseguiste que los alumnos aprendieran lo que te habías propuesto…y analiza lo ocurrido. Toma notas que te ayuden a reconocerlo y así poder cambiarlo. Sistematiza tu trabajo.
  5. Crea evaluaciones sistémicas. Atrévete y pregunta también al alumnado y a sus familias. Consúltales mediante cuestionarios sobre sus deseos, sus sueños, sus necesidades, sus intereses… y haz todo lo posible para que se puedan realizar en tus clases. Hazlos evaluadores de sus actividades y las de los compañeros. Implícales en la mejora que todos desean.
  6. Proponte usar alguna herramienta TIC. Ve seguro. Comienza por herramientas simples y comunes. Aprende poco a poco y comprométete a utilizarlas por lo menos en un par de ejercicios, actividades o tareas de manera continuada en tus programaciones quincenales. Comenta o consulta a compañeros. Busca tutoriales en la red. Verás que no es complejo.
  7. Otorga protagonismo a tu alumnado. Dedica un tiempo  para que los alumnos y alumnas decidan sobre lo que quieren hacer, expresen lo que les interesa aprender o acuerden mejoras  personales o grupales. Verás cómo ese tiempo, lejos de ser perdido, sirve para la mejora exponencial de su implicación, ilusión y aprendizaje.
  8. Interésate en conocer y observar a tus alumnos. Crea espacios en el aula para sus necesidades. Favorece el desarrollo de sus múltiples inteligencias. Asegúrate de no ofrecer una enseñanza estandarizada y plana, sino rica, flexible, variada y personalizada. Ofrece a cada uno lo que necesita; potencia lo que les gusta; magnifica en lo que sobresalen. Es sencillo. Hazlo como lo harías con tus hijos/as.
  9. Aprende de otros y con otros. Observa lo que hacen otros compañeros y adapta a tu aula lo que te guste y ayude a tus alumnos. Establece lazos de colaboración con los compañeros a los que admiras. Busca alianzas internas y externas; próximas y lejanas. Observarás la cantidad de gente que aprecia el valor de tus aportaciones.
  10. Planifica. No dejes nada al azar. Piensa en la utilización de los tiempos de clase y provoca ejercicios que desarrollen el pensamiento sistemático. Empodera a tu alumnado utilizando rutinas y ejercitando métodos ya verificados (científico, histórico…).
  11. Proponte utilizar pequeñas estrategias metodológicas que no habías utilizado antes(Aprendizaje Basado en Proyectos, Aprendizaje Cooperativo, Agrupamientos Flexibles, Rincones de Aprendizaje, Flipped Classroom…) y enriquece tu propia visión de la enseñanza. Amplia tu zona de desarrollo y lánzate a pequeñas aventuras. Disfruta del placer de enseñar lejos de corsés  y ataduras.
  12. Participa en alguna actividad de formación informal en la que te interese profundizar. participa en encuentros docentes, charlas informales, una tertulia café para aprender,…busca la amistad en tus compañeros y compañeras. Esto te dará oportunidad de compartir con otros tus experiencias y formar parte de una comunidad de docentes que opinan como tú. También debes, al menos una vez al año, hacer formación formal. Busca en MOOC, en formación telemática del INTEF; propón un seminario en tu centro o, incluso inscríbete en un curso de tu centro de profesores. Existen muchas opciones y oportunidades.
  13. Elimina las clases dolorosas. Haz de tu clase un placer permanente y compártelo con tu alumnado. Date oportunidad para comprobar que los alumnos y alumnas son capaces de disfrutar y respetar. Es sencillo: Prepara alguna sorpresa por lo menos una vez a la semana; Proponte ser genial por lo menos una vez al mes; Busca historias emocionantes y llévalas a clase, por lo menos una vez al trimestre.
  14. Publica, comenta, comparte tu satisfacción.  Atrévete a salir a foros, congresos. Crea un blog. Escribe en la bitácora de tu centro. Comenta escritos de otros. La satisfacción de sentirte comprendido es la mejor recompensa emocional a los pequeños esfuerzos diarios.
  15. Por último. No tengas miedo a lo que opinen otros. Ve lo bueno donde otros ven lo malo. El mundo cambia con ejemplos, no con opiniones o comentarios. No sufras. No luches. Evita la batalla doméstica,  la presión “claustral”. Si no encuentras apoyo cercano, búscalo  más lejos. Recuerda que, a veces, los árboles no te dejan que puedas ver el bosque. Olvida los grandes cambios. Comienza poco a poco. Dale un respiro a tu seguridad y no te dejes contagiar por el  desánimo y la frustración que,  en ocasiones, nos rodea.
José Blas García, Maestro de Aula Hospitalaria y  Profesor asociado a la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia (UMU), http://acogidayel2.blogspot.com.es/

POR UNA PEDAGOGÍA CIENTÍFICA BASADA EN LA EVIDENCIA

Por una pedagogía científica y basada en la evidencia

Daniel Manzano

En los últimos años he podido complementar mi trabajo de científico con el de profesor, como suele ser habitual. Tuve la suerte también de poder realizar un curso de docencia universitaria muy bueno, el MIT Teaching Certificate Program, donde aprendí muchas cuestiones que aún no sabía sobre aprendizaje activo, nuevas tecnologías en la enseñanza y pedagogía. Desde entonces he escrito por aquí cuestiones sobre pedagogía como el post sobre las evaluaciones del profesorado y el de los exámenes. Creo que está claro que para mí relación entre la ciencia y la enseñanza es bidireccional. Por un lado la didáctica y la pedagogía me ayudan a enseñar mejor. Por otro lado defiendo que los profesores debemos dejar de guiarnos por nuestros instintos o nuestra experiencia para guiarnos por conocimiento sobre el tema que se haya obtenido de la manera más científica posible. 

Tristemente, encuentro en una gran parte del profesorado de ciencias una gran oposición al uso de la ciencia en la enseñanza. La misma gente que hace un análisis crítico de los sistemas de salud, por ejemplo, luego utilizan los mismas falacias para defender desfasados sistemas de docencia. "A mí me funciona...", "mi experiencia dice que...", "esto ha funcionado siempre..." son argumentos que todo el mundo coincide en que no se pueden usar en medicina, pero que algunos utilizan con la misma falta de rigor en pedagogía. Esto no es un tema baladí. Como bien se explica en esta interesante entrada, El peor enemigo de los buenos profesores son sus propios compañeros, muchas veces los intentos de cambiar técnicas de enseñanza por otras demostradas mejores se frustran por la oposición de los propios docentes. Me parece algo muy grave, pero sobre todo me parece incoherente en el caso de que los docentes también sean científicos.

No quiero entrar en el debate de si la pedagogía es en sí una ciencia como lo es la física o la biología. Eso se lo dejo a los filósofos. Lo que creo que no es debatible es que en pedagogía hay argumentos que están más fundamentados en la evidencia que otros. Os pongo dos ejemplos. Hay mucha evidencia que apoya la idea de que la capacidad de atención de los alumnos cae después de los 20 minutos de clases, y que se recupera con dejar 5 minutos de descanso o para realizar alguna actividad (ver Clases magistrales y el aprendizaje activo). Sin embargo, yo tuve clases de dos horas sin descanso. ¿Qué sentido tiene utilizar un modelo de clase que se ha demostrado ineficiente si hay una alternativa? El segundo ejemplo fue una conversación que tuve con unos amigos en Facebook sobre una propuesta política, añadir una clase de "educación emocional" en la enseñanza obligatoria. La conversación se centró bastante en la importancia de educar las emociones, pero nadie pudo darme pruebas de que realmente eso sea útil. ¿Realmente se puede añadir una asignatura y aumentar el nivel de felicidad de los alumnos? No dudo que el interés sea noble, pero me gustaría que cuando se propongan este tipo de cosas se apoyen en evidencia, estudios y teoría que muestren que no vamos a perder el tiempo [1]. 

Habrá quien diga que la pedagogía es una tontería y que la experiencia es mejor. Eso es una tontería. Como en todas partes hay información más fiable y menos fiable, y reconozco que las ciencia sociales se prestan a que la gente exponga su opinión y la intente pasar por hechos. Sin embargo, en pedagogía hay una investigación muy seria con resultados muy bien fundamentados. Ejemplos son las revistas Economics of Education Review y Learning and Teaching in Higher Education, eso sin contar publicaciones en revistas de ciencia en general que se interesan en la pedagogía, como PNAS (ver por ejemplo el metaestudio Active learning increases student performance in science engineering, and mathematics o el artículo Teaching critical thinking). También hay libros con muchas referencias, como Teaching for Quality Learning at University. Como podéis ver información hay mucha, nuestro trabajo es seleccionarla, analizarla y luego aplicarla a nuestro trabajo.

Siento además ser el que fastidie el ego de algunos, pero la experiencia no es tan buena consejera. En este estudio, The impact of teaching experience, y sus referencias podéis ver que la calidad docente mejora con la experiencia, pero que lo hace cada vez menos a medida que pasan los años. Es decir, que tener algo de experiencia es importante. Tener mucha experiencia no lo es tanto. 

No sólo usemos la educación para trasmitir la ciencia. Usemos la ciencia también para mejorar la educación.
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[1] Entiendo que todo tiene una primera vez, y que si nunca se ha hecho no puede haber experimentos sobre el tema. Ahora bien, si no hay precedentes hay que definir muy bien la propuesta, estudiar la base teórica y relacionarlo con experiencias del pasado aunque no sean exactamente iguales. 
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Daniel Manzano
Postdoctoral researcher at MIT and SUTD. Physicist, alpinist, blogger, amateur writer, born in Algeciras and living in Singapore

Investigador postdoctoral en MIT y SUTD. Físico, alpinista, bloguero, escritor amateur, natural de Algeciras y residente en Singapur

http://entangledapples.blogspot.com.es/2016/01/por-una-ensenanza-cientifica-y-basada.html

martes, 12 de enero de 2016

EL PRAGMATISMO

El Pragmatismo 
 

Este artículo ofrece una síntesis del pragmatismo. Primero analizamos tanto sus orígenes históricos como sus características más generales, destacando la máxima de Peirce por la cual concebir un objeto es concebir sus consecuencias prácticas. En segundo lugar centramos nuestra atención en la teoría de la verdad del pragmatismo. Finalmente exponemos las filosofías de los primeros pragmatistas (Peirce, James, Dewey, Schiller) y valoramos el pragmatismo en la actualidad.

"El pragmatismo", por Sara Barrena
Universidad de Navarra (España)

Pragmatismo: James, Dewey, Peirce, Schiller 

1. Introducción

Se llama pragmatismo a la corriente filosófica iniciada a finales del siglo XIX a raíz de la denominada «máxima pragmática», propuesta por el lógico y científico norteamericano Charles S. Peirce. Lejos de acepciones coloquiales y de interpretaciones erróneas, que ponen el énfasis en lo útil o en lo práctico, el pragmatismo original propugna que la validez de cualquier concepto debe basarse en los efectos experimentales del mismo, en sus consecuencias para la conducta.

La máxima pragmática original no es una teoría del significado o de la verdad, como a veces se piensa, sino un método filosófico para clarificar conceptos a través de sus consecuencias. No busca tampoco un beneficio inmediato e individual, sino un acercamiento progresivo a una representación exacta y verdadera de la realidad.

El pragmatismo llegó a convertirse en la corriente filosófica más importante en Norteamérica durante el último tercio del siglo XIX y el primero del XX, y llegó a incluir diversas formulaciones del significado y de la verdad. Aunque, como el mismo William James afirmaba, el pragmatismo puede ser un “nuevo nombre para viejas maneras de pensar”, y pueden encontrarse algunas de sus principales ideas en autores como Aristóteles o Mill, es también una corriente que responde a circunstancias intelectuales concretas de su época. Constituye además la primera contribución original de Estados Unidos a la filosofía occidental.

El pragmatismo fue desarrollado y difundido por muchos autores, entre los que destacan (además de Peirce) William James, John Dewey y el británico Ferdinand C. S. Schiller. Comprende una pluralidad de doctrinas que, aunque encierran características comunes, tienen también una gran diversidad: desde una forma más metafísica (sostenida por autores como James o Schiller) hasta una forma más metodológica (sostenida por Peirce, Mead y Dewey entre otros). Como decía Lovejoy, la palabra “pragmatismo” se usa para doctrinas diferentes, a veces incluso en conflicto. Es necesario por tanto aclarar qué se entiende por pragmatismo, y acudir a sus orígenes para caracterizar de la forma más exacta posible una corriente filosófica que ha estado sujeta a controversias en distintos ámbitos.

2. Crítica al formalismo y al racionalismo 

2.1 El club metafísico de Cambridge 

El origen del pragmatismo puede situarse en las reuniones del Cambridge Metaphysical Club, que Charles Sanders Peirce (1839-1914) había creado junto a otros intelectuales en Harvard entre 1871 y 1872. Además de Peirce, en esas reuniones participaba William James, junto con otros estudiosos como Joseph Warner, Nicholas St. John Green, Chauncey Wright y Oliver Wendell Holmes Jr. En gran medida, la idea común en torno a la que se desarrollaban las discusiones del Metaphysical Club, como ellos mismos lo denominaban, era la definición de creencia del filósofo y psicólogo escocés Alexander Bain como “aquello a partir de lo cual un hombre está dispuesto a actuar”. De esta definición, diría posteriormente Peirce, se deduce el pragmatismo casi como un corolario. A pesar de ese origen oral del pragmatismo, los primeros textos escritos sobre él no fueron publicados por Peirce hasta 1878, bajo el título genérico de Illustrations of the Logic of Science. Los seis artículos que componen esa serie se consideran como los primeros textos escritos sobre el pragmatismo, aunque en ellos no se menciona ni una sola vez el término “pragmatismo”, ni fue usado por Peirce hasta mucho después, lo que ha sido considerado como un cierto enigma.

2.2 Fuentes del pragmatismo 

Sus primeros defensores no pensaban que el pragmatismo fuera una doctrina o un sistema filosófico cerrado, sino más bien el método filosófico por excelencia practicado desde la antigüedad. Quizá por eso William James puso “Un nombre nuevo para viejas maneras de pensar” como subtítulo de su libro Pragmatismo (1907), y el propio Peirce explicó de manera sencilla la máxima pragmática como una versión actualizada del dicho evangélico “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 16). Ese nombre nuevo, tal como lo denomina James, procede de la palabra griega pragma (acción), de la misma palabra griega, explicaba James, de la que viene “práctico”. Parece sin embargo que Peirce no tenía en mente el griego al hablar de pragmatismo, sino más bien el término alemán kantiano pragmatisch y su distinción con praktisch . El primer término, pragmatisch, se refiere a lo experimental, a lo empírico, al pensamiento que se basa en la experiencia y se aplica a ella. Ese énfasis en la experiencia será una de las características comunes a todos los pragmatistas. En cambio, praktisch, lo práctico, aludiría a la tendencia a hacer de la acción un fin en sí mismo y, en consecuencia, haría referencia a ese ámbito del pensamiento en el que ninguna mente de índole experimental –dice Peirce– puede estar segura de pisar terreno firme. Frente a lo práctico, pragmático enfatiza para Peirce la necesaria relación de la conducta humana con los fines como paso necesario para la clarificación del pensamiento racional.

Evidentemente, como afirmaba William James, el pragmatismo no es del todo nuevo; la novedad de una idea filosófica, afirma Peirce, es precisamente uno de los signos más seguros de que es falsa. Y pueden encontrarse diversas influencias en la aparición del pragmatismo. Peirce afirma tener una deuda con Chauncey Wright (1830-1875), filósofo y matemático americano de espíritu empirista, inspirado a su vez por el examen crítico de Mill del intuicionismo escocés de Hamilton. En general podrían citarse como influencias del pragmatismo dos fuentes principales:

1. El empirismo británico (John Stuart Mill, Alexander Bain, John Venn), y en concreto la noción de experiencia de Bain como regla o hábito de acción. El empirismo ponía el énfasis en el papel de la experiencia en el conocimiento y en el análisis de la creencia como íntimamente unida a la acción. O sostenía, como en el caso de Berkeley, una teoría de la naturaleza práctica e inferencial del conocimiento. 

2. La filosofía alemana moderna: Kant, con sus ideas regulativas que guían el entendimiento; Hegel, con su concepción de desarrollo; y los idealistas románticos, que sostenían que toda razón es práctica al expandir y enriquecer la experiencia humana.

2.3 La “filosofía americana” 

Respecto al origen del pragmatismo, conviene también aclarar que, evidentemente, esta corriente fue influida por las circunstancias históricas y locales, por la experiencia social de la América del siglo XIX, que incluía la rápida expansión de la industria y el comercio, la aparición de las agrupaciones obreras y un trasfondo religioso de que el trabajo duro y virtuoso sería recompensado. Charles Morris señala en su libro The Pragmatic Movement in American Philosophy (1970) cuatro factores históricos que influyeron en el surgimiento del pragmatismo: el auge del método científico, la fuerza del empirismo en la filosofía, la aceptación de la evolución biológica y la aceptación de los ideales de la América democrática.

El pragmatismo fue una filosofía dominante en América y tuvo una amplia influencia en derecho, teoría política y social, arte y religión. Sin embargo, es preciso señalar que el pragmatismo va mucho más allá de ser una mera filosofía nacional, esto es, la expresión filosófica del carácter nacional de los Estados Unidos, entendiendo por tal una glorificación de la acción por la acción y del individualismo. A veces, como decía el propio James, se piensa que el pragmatismo es un movimiento característicamente americano para el hombre de la calle que odia de forma natural la teoría y quiere beneficios inmediatamente. Pero el pragmatismo no es eso, concluye el mismo James. Es cierto que en determinadas ocasiones el tono popular y literario que James adoptó para la divulgación del pragmatismo ante grandes audiencias, así como algunas afirmaciones particulares, quizá en exceso apasionadas, por parte de algunos pragmatistas, contribuyeron a fortalecer ese prejuicio. No obstante, ni el pragmatismo es una manifestación exclusivamente local de una manera de pensar alejada de la discusión filosófica tradicional, ni las acusaciones hacen justicia al propósito consciente y de-liberado de los pragmatistas de ofrecer una filosofía más humana, capaz de combatir la visión corta de miras –«barbárica», la llamó Peirce– dominante después de la guerra de Secesión americana.

Los pragmatistas aceptaban algunos logros americanos, pero criticaban otros aspectos negativos del espíritu nacional, aplicables también en gran medida a la Europa de la época. Por ejemplo, Peirce criticaba lo que denominaba el “evangelio de la avaricia”, esto es, el utilitarismo que se regía por el bien propio, por el egoísmo. Critica la convicción del siglo XIX de que el progreso tiene lugar en virtud de que cada individuo luche por sí mismo con todas sus fuerzas y pise a su vecino cuando tenga oportunidad de hacerlo. Frente a ello, proclama el evangelio del Amor, que afirma que el progreso viene de que la individualidad de cada individuo se funda en simpatía con su prójimo. James, por su parte, criticaba también el imperialismo político de su tiempo. Ni el poder, ni el placer ni las riquezas pueden constituir un fin último para los pragmatistas.

Lejos de ser un pensamiento local, con limitaciones culturales o nacionalistas, el pragmatismo tiene en su mismo centro una vocación universal, tal como muestran las nociones de comunidad, de continuidad y de relación con otros que se encuentran en el mismo centro del pensamiento de muchos pragmatistas. La investigación que propugna el pragmatismo es por supuesto una investigación contextualizada, realizada en un tiempo y lugar, desde un determinado punto de partida. Sin embargo, intenta siempre trascender las limitaciones de ese contexto. El pragmatismo es mucho más que la expresión de unas circunstancias históricas, e incluye preguntas universales por la esencia y el fin del hombre, por su modo de conocer y por su forma de relacionarse con lo que le rodea.

2.4 Definición y características comunes 

No hay criterios estrictos para identificar unas características comunes tras la multiplicidad de enfoques pragmatistas. Es difícil decir qué características comparten los que han sido considerados fundadores del pragmatismo, Peirce y James, y no digamos ya otros representantes.

Schiller decía que hay tantos pragmatismos como pragmatistas. De hecho, la relación de los pragmatistas entre sí se parece más a la diversidad propia de una familia que a un cuerpo homogéneo de doctrinas y vocabularios compartidos. Podría decirse que no hay una esencia pragmatista, sino una serie de características de las que unos toman unas y otros toman otras. Los pragmatistas no son un grupo de discípulos centrados en un maestro, sino un grupo de pensadores creativos interactuando y desarrollando distintas facetas de una misma empresa común.

William James describió gráficamente esa variedad de características con una metáfora del italiano Giovanni Papini. El pragmatismo, dice, viene a ser:

[C]omo un pasillo en un hotel al que dan innumerables habitaciones. En una puede encontrarse a un hombre escribiendo un libro ateo; en la siguiente, alguien de rodillas pidiendo fe y fortaleza; en la tercera, un químico investigando las propiedades de un cuerpo. En la cuarta se está elaborando un sistema de metafísica idealista; en la quinta se demuestra la imposibilidad de la metafísica. Pero el pasillo pertenece a todos, y todos deben pasar por él si quieren encontrar una vía práctica de entrar o salir de sus respectivas habitaciones. (William James, G. Papini y el movimiento pragmatista en Italia, 1906)

Podría decirse que el pasillo del hotel, es decir, el foco común del pragmatismo, estaría en el hombre considerado como un ser activo que busca inteligentemente controlar su futuro en la dirección de sus valores, pero en torno a ese foco unos dan más importancia a unos aspectos que a otros, de modo que de alguna manera podría considerarse como complementario el trabajo de los primeros pragmatistas.

Considérese qué efectos, que pudieran tener concebiblemente repercusiones prácticas, concebimos que tiene el objeto de nuestra concepción. Entonces nuestra concepción de esos efectos es la totalidad de nuestra concepción del objeto. [How to Make our Ideas Clear, 1878]

Para Peirce nuestra idea de algo es nuestra idea de sus efectos sensibles, y el significado de una concepción viene determinado por las consecuencias prácticas de esa concepción. El reconocer un concepto bajo sus distintos disfraces o el mero análisis lógico no es suficiente para su comprensión, sino que es necesario alcanzar un tercer grado de claridad que sólo puede obtenerse a través de los efectos prácticos del concepto. Basado en esa primera máxima, el pragmatismo se convertirá después en una corriente filosófica, o más bien en un estilo de pensamiento con numerosas ramificaciones, a veces bastante alejadas de la idea inicial y que no se limitan a un estudio de la realidad en sentido formal. El pragmatismo no presta atención sólo a los aspectos ideales, sino que aspira a conocer la realidad en sí misma.

¿Bajo qué definición puede encajarse entonces el pragmatismo en general? Podemos tomar una primera definición de la Encyclopedia Britannica. El pragmatismo, nos dice, es una “Escuela de filosofía dominante en Estados Unidos basada en el principio de que la utilidad, la practicidad y el buen funcionamiento de las ideas son los criterios para aceptarlas.” Otra definición, en este caso del diccionario on-line Merriam-Webster, dice: “Movimiento americano de filosofía fundado por Charles Sanders Peirce y William James caracterizado por las doctrinas de que el significado de las concepciones se debe buscar en las repercusiones prácticas, de que la función del pensamiento es guiar la acción y de que la verdad se debe examinar preeminentemente por medio de las consecuencias prácticas de la creencia.”

Según las definiciones, el significado de una noción reside en las consecuencias prácticas o experimentales que resultan de la aplicación de esa noción, y una diferencia en el significado consistirá en una posible diferencia práctica. Serán verdaderas aquellas ideas que sean fortalecidas por las consecuencias en la práctica.

El pragmatismo por tanto sí tiene que ver con lo práctico, pero no se puede equiparar con ello sin más, o al menos hay que hacerlo recordando siempre que lo práctico no es lo útil, lo exitoso o lo que nos permite ejercer un poder con vistas a un objetivo. El pragmatismo no es utilitarista en el sentido común de la palabra; por el contrario, puede decirse que sus principales representantes apelaron a algo que no tiene que ver con el interés ni con lo material: James trató de restaurar la fe religiosa en una época materialista y cientista; Peirce hizo observaciones similares cuando se refirió al materialismo como el evangelio de la avaricia; Dewey prestó mucha atención a la estética.

El pragmatismo tiene que ver con lo práctico en el sentido de lo que es experimental o capaz de ser probado en la acción, de aquello que puede afectar a la conducta, a la acción voluntaria autocontrolada, esto es, controlada por la deliberación adecuada; el pragmatismo tiene que ver con la conducta imbuida de razón; tiene que ver con el modo en que el conocimiento se relaciona con el propósito. Los pragmatistas ven la vida en términos de acción dirigida a fines. El pragmatismo es práctico en el sentido de que da prioridad a la acción sobre la doctrina y a la experiencia sobre los primeros principios prefijados. Tiene el propósito de guiar el pensamiento, un pensamiento que está orientado siempre a la acción y que encuentra en ella su prueba más fiable. Para el pragmatismo el significado y la verdad pueden ser efectivamente definidos en términos relacionados con la acción: La inteligencia no consiste en sentir de una determinada manera, sino en actuar de una determinada manera, afirma Peirce.

Se sostiene así una conexión intrínseca entre significado y acción, pero es una conexión general, que lleva a afirmar que si se producen tales circunstancias sucederá tal cosa. Las ideas toman su significado de las posibles consecuencias y se convierten en planes de acción. La legitimidad de las ideas no se derivará del lugar de donde vienen, sino de lo que podemos llegar a hacer con ellas, y por lo tanto el pragmatista tomará decisiones sopesando las consecuencias y no deduciendo qué hacer a partir de algo precedente.

Sin embargo, esa prioridad de la acción no conlleva una supremacía absoluta de la acción sobre el pensamiento, pues no se trata de la acción por la acción. Los pragmatistas no afirman que el fin sea la acción, sino más bien al revés, que la acción debe tener un fin. Se trata de una idea de la acción, y quizá aquí radica la verdadera revolución pragmatista, que no sólo se refiere a lo actual sino que incluye la manera en que puede desarrollarse la razón. Refiriéndose a su máxima pragmática original:

Todavía puede obtenerse un grado mayor de claridad de pensamiento recordando que el único fin último para el que los hechos prácticos a los que dirige la atención pueden ser útiles es para proseguir el desarrollo de la razonabilidad concreta; de manera que el significado del concepto no reside en absoluto en ninguna reacción individual, sino en la manera en que esas reacciones contribuyen a ese desarrollo (Peirce, CP 5.4, 1902)

Se trata por tanto de la acción no por sí misma sino orientada a un fin superior. En ese sentido no le basta al pragmatista con la claridad del concepto, con aplicar la máxima pragmática, sino que hace falta también ver el concepto en una perspectiva más amplia, ver en qué contribuye a la verdad y al significado que perseguimos en cuanto especie y, en definitiva, al desarrollo de la razonabilidad.

2.5 Anti-racionalismo 

El fundador del pragmatismo, Charles S. Peirce, manifestó abiertamente sus diferencias hacia otros pragmatistas. En numerosas ocasiones expresó su desaprobación del carácter nominalista que estaban adquiriendo las posiciones de algunos de sus colegas, a los que reprochaba su escaso conocimiento de lógica. Era, según Peirce, en ese ámbito restringido donde debía probarse la utilidad y el provecho de la máxima pragmática. Aunque la idea central del pragmatismo peirceano quedaba establecida en 1878, sin embargo, a lo largo de la vida de Peirce el pragmatismo fue sufriendo una serie de transformaciones y necesitaba, según él, una definición más exacta para enfrentarse a ciertas objeciones y evitar algunas aplicaciones erróneas. Peirce se desmarcó explícitamente del camino que el pragmatismo había tomado en manos de James, de Ferdinand Schiller y de otros que habían popularizado esa doctrina, y en sus últimos años de vida hizo un enorme esfuerzo por clarificar el significado de la máxima original. Por ese motivo, en 1905 se sintió obligado a cambiar el nombre de “pragmatismo” por el de “pragmaticismo”, una palabra “suficientemente fea como para estar a salvo de secuestradores”.

En su esfuerzo por perfilar correctamente el pragmatismo, Peirce explica los tres puntos que según él caracterizan al pragmaticismo. En su texto 'Qué es el pragmatismo' (1905) afirma Peirce que se caracteriza por retener sólo los problemas capaces de investigación mediante métodos de observación, por aceptar nuestras creencias instintivas, esto es, que no debemos abandonar lo que ya sabemos, y por no rechazar la metafísica. Precisamente son esos tres puntos los que, a pesar de las diferencias evidentes entre sus representantes, pueden señalarse como puntos comunes a diversas vertientes de la teoría pragmatista: el rechazo sólo a una peculiar metafísica —al racionalismo representado principalmente por el cartesianismo— y no a toda ella, la importancia de la experiencia, es decir, la continuidad entre nuestro saber instintivo, lo que percibimos a través de los sentidos y la teoría, y el énfasis en la ciencia y su método.

En primer lugar, para comprender de forma acertada el contexto en el que aparece el pragmatismo, es preciso señalar que surge frente al trasfondo de la filosofía cartesiana, y como reacción a cerrados sistemas idealistas que interpretaban la realidad en categorías fijas y abstractas. Los pragmatistas tienen en común la idea de liberar a la filosofía de excesos metafísicos, y en concreto de los límites artificiales de la teoría cartesiana. La ciencia en auge en el siglo XIX y la teoría de la evolución, recién formulada, demandaban una nueva interpretación de la naturaleza y de la razón que, más allá de las pretensiones absolutistas de Descartes, admitiera el hecho del crecimiento y del cambio.

Hay evidentes diferencias y oposiciones entre Descartes y el pragmatismo, aunque paradójicamente los dos parten de un deseo común, el de encontrar un método adecuado de investigación que supere el método de autoridad que caracteriza a mucha de la filosofía medieval. Existen también puntos de contacto en el origen de ese método. Algunos pragmatistas, como Peirce, afirman al igual que Descartes que el punto de partida del método científico y adecuado de investigación es la duda, pero a diferencia de Descartes no puede ser una duda fingida y metódica. Peirce afirma en “Algunas consecuencias de cuatro incapacidades” que no podemos dudar en filosofía de aquello que no dudamos en nuestros corazones. La mente sólo puede partir del estado en el que se encuentra realmente en el momento en el que parte, un estado en el que ya hay una gran cantidad de conocimiento de la que uno no puede desprenderse a voluntad. Dice Peirce: “¿Llama usted dudar a escribir en un pedazo de papel que duda?” (Peirce, CP 5.416, 1905).

La duda universal de Descartes no es experiencialmente posible —no se puede dudar de todo—, y por lo tanto no es aceptable para los pragmatistas. La duda auténtica, en cambio, surge en un contexto específico, aunque a veces sea también buscada, pues forma parte de la actividad del investigador el cuestionarse lo que hace y el buscar anomalías. Sin embargo, la duda real es involuntaria e incómoda, y no autoimpuesta por sistema. Cuando se produce esa duda genuina, el organismo trata de volver a su equilibrio mediante un proceso de búsqueda que se detiene cuando se forma un hábito, una creencia verdadera y revisada. Para que el conocimiento avance hace falta dudar y reconocer que no se sabe, sin que eso signifique caer en una duda absoluta y paralizante.

Por otra parte, en el pragmatismo hay un constante cuestionamiento de la filosofía moderna y de su pretensión de unos fundamentos necesarios para el conocimiento. Los pragmatistas no buscan un sistema total y completo, un sistema que contenga en sí sus propios fundamentos. Van contra los absolutos y las verdades eternas, y buscan una concepción del conocimiento más acorde a lo que somos. Para los pragmatistas no es necesario que las ideas descansen sobre fundamentos seguros. La investigación desde el punto de vista pragmático no requiere un fundamento último, sin que por ello conduzca a un relativismo. Lo que el pragmatismo afirma es más bien el carácter falible, pluralista y finito de toda investigación, pues sin un fundamento necesario toda investigación puede ser errónea, y sólo nos conducirá a la verdad entre errores y aciertos. Se abandona todo propósito de razón infalible, aunque no la aspiración a una razonabilidad que pueda ser articulada y públicamente discutida. Se trata de aprender a vivir y a pensar con la contingencia y el error.

A diferencia de Descartes, los pragmatistas no admiten la intuición, un conocimiento infalible e interno al individuo, separado de las consecuencias en el mundo real. Para ellos tampoco hay introspección, autoconocimiento intuitivo. La intuición cartesiana no se corresponde con las prácticas científicas reales que propugna el pragmatismo, ni con la idea de investigación como tarea en comunidad que sostienen algunos de sus representantes. El investigador pragmatista no puede ser el pensador aislado de Descartes, separado del mundo y de los demás individuos.

El rechazo de la intuición y de la certeza supone también el rechazo pragmatista del dualismo cartesiano, de esa separación entre mente y mundo, entre cuerpo y espíritu, derivada del aislamiento al que el yo se ve sometido en su búsqueda de un fundamento cierto. Frente a las tendencias dualistas de la filosofía moderna, Peirce proclamó su sinejismo, una tendencia a considerar todo como un continuo. El sinejismo no significa uniformidad ni unicidad, sigue habiendo varios, sigue habiendo pluralidad, sigue habiendo diferencias; sin embargo, entre los diversos elementos hay siempre continuidades subyacentes. La naturaleza y el hombre no están aislados. El hombre puede acceder al entorno que le rodea. La experiencia le permite a la mente, como afirma Dewey, penetrar en la naturaleza:

Naturaleza y experiencia no son [...] enemigos. La experiencia no es un velo que aísle al hombre de la naturaleza. Es un medio de llegar continuamente más lejos en el corazón de la naturaleza. (Dewey, The Later Works 1: 5)

Por último, el ser humano puede también comunicarse con otras personas. Puede —y de hecho necesita, como se ve en el caso de la ciencia para Peirce— formar comunidades que son algo más que agregados de individuos aislados. Dice Peirce: “En primer lugar, tus vecinos son, en cierta manera, tú mismo, podemos estar en omunicación con ellos” (Peirce, CP 7.571, 1893). Otros pragmatistas, como Mead, han señalado también que el yo se constituye sólo en interacción con otros individuos, llegando a ser autoconsciente a través de la interacción, tomando las perspectivas de otros. Habría así intereses comunes, a la vez que se preserva la identidad de cada uno.

Por lo tanto, puede concluirse que el pragmatismo desarrolla el hábito de pensar en términos de continuidad y ofrece una alternativa a los dualismos. Desde el punto de vista cartesiano, el hombre sería una cosa pensante a la que se le añade un cuerpo. Sin embargo, la persona es para los pragmatistas una continuidad, una coordinación de ideas. El cuerpo es una parte natural del yo, que no llega al mundo terminado sino que crece y se desarrolla, y está sujeto a una auto-realización.

Para los pragmatistas, por lo tanto, no son aceptables los dualismos tradicionales sujeto-objeto, mente-mundo, teoría-práctica, sino que los conceptos tienen una continuidad con la experiencia, constituyendo ésta como se verá a continuación otro de los pilares básicos de esta forma de pensamiento.

3. Conocimiento y verdad

3.1 El énfasis en la experiencia 


Como se ha dicho ya, los pragmatistas consideran que hay una continuidad entre la mente y el mundo que nos rodea a través de la experiencia. No aceptan una separación absoluta entre pensamiento y acción, sino que esa continuidad es precisamente la clave de sus teorías. Para ellos la actividad experimental se combina en el conocimiento con la especulación teórica.

El mundo para los pragmatistas es un mundo al que reaccionamos, un mundo de acciones y reacciones reales, que tiene que ver con sensaciones y con transacciones, con los resultados de las ideas, y no sólo con sus orígenes, que es lo que preocupaba a Descartes. Mientras que para Descartes el problema es cómo inferir desde el conocimiento intuitivo la existencia de otras mentes y objetos, para los pragmatistas se parte precisamente de la existencia de otros a través de la experiencia, una experiencia que el hombre transforma. Si el conocimiento sólo tuviera que ver con ideas eternas o con sensaciones que estuvieran más allá de su control, nunca podría descubrirse nada nuevo, lo cual es opuesto al espíritu del pragmatismo.

Sin embargo, la idea pragmatista de experiencia es peculiar. No equivale a un experimentalismo. El pragmatismo rechaza la noción de experiencia como primeras impresiones de los sentidos, que, como decía Peirce, no serían sino creaciones hipotéticas de la metafísica nominalista. La experiencia surge cuando se presta atención a la relación entre distintas sensaciones o ideas, esto es, no sólo a lo inmediatamente presente sino también a las posibilidades a las que esos elementos juntos pueden dar lugar. El significado de un concepto no son sólo sus efectos sensoriales, no es sólo un acto o experiencia singular, sino que tiene que ver con lo que puede suceder. El pragmatismo no tiene que ver tanto con la percepción actual sino con la concebilidad. Se trata de una experiencia más amplia de lo que se entiende a veces. Como escribía Peirce en su artículo “Un argumento olvidado en favor de la realidad de Dios”:

Por experiencia debe entenderse la producción mental completa. Algunos psicólogos a los que respeto me pararán aquí para decir que, aunque ellos admiten que la experiencia es más que la mera sensación, no pueden extenderla a toda la producción mental, ya que eso incluiría alucinaciones, engaños, imaginaciones supersticiosas y falacias de todo tipo; y que ellos limitarían la experiencia a las percepciones de los sentidos. Pero yo respondo que mi afirmación es la única lógica. Las alucinaciones, los engaños, las imaginaciones supersticiosas y las falacias de todo tipo son experiencias, pero experiencias malentendidas; mientras que decir que todo nuestro conocimiento se relaciona meramente con la percepción sensorial es decir que no podemos conocer nada —ni siquiera equivocadamente— sobre cuestiones más altas, como el honor, las aspiraciones y el amor. (Peirce, CP 6.492, 1908)

Que nuestra idea de una cosa sea nuestra idea de sus efectos sensibles o experimentales no implica que el significado resida en una experiencia sensorial particular. El significado está relacionado con posibles experiencias futuras, con cómo afecta a la conducta deliberada, con cómo los efectos prácticos contribuyen al desarrollo de la razón y de las ideas. Un experimento no es una operación particular sobre algo particular, sino lo que le pasaría a todo el mundo dadas ciertas condiciones.

La experiencia pragmatista tiene una importancia fundamental, y podría llegar a decirse que de alguna manera el pragmatismo es la forma que ha adoptado el empirismo en la filosofía contemporánea, pues la experiencia viene a ser para los pragmatistas la única fuente segura para juzgar nuestras creencias. Sin embargo, así como el empirismo hacía referencia fundamentalmente a una experiencia pasada, concebida como algo cerrado, como un dominio privado mental, para el pragmatismo la experiencia es sustancialmente apertura hacia el futuro, pues no se trata del inventario de algo acumulado, sino de la anticipación de posibles desarrollos. Las ideas derivadas de la experiencia son susceptibles de usos posibles en el futuro: la determinación de las condiciones, límites y efectos de esas posibles consecuencias constituye propiamente la verdad para el pragmatismo.

El pragmatismo por tanto insiste en una experiencia plural y más amplia, rechazando las dicotomías fijas, lo a priori, lo mental, privado y subjetivo de la experiencia empirista. Los pragmatistas sostienen una noción de experiencia que no es un ámbito mental diferente del resto del cosmos, sino que forma parte de él y es continuo con él. Como escribe William James:

El pragmatista rechaza la abstracción y la insuficiencia, las soluciones verbales, las malas razones a priori, los principios fijos, los sistemas cerrados y los pretendidos orígenes y absolutos. Se vuelve hacia lo concreto y lo adecuado, hacia los hechos, hacia la acción …se refiere al aire libre y a las posibilidades de la naturaleza como contrarias al dogma, a la artificialidad. (James, Pragmatismo, II)

Para los pragmatistas es necesario descartar lo que pragmáticamente no tiene un significado, es decir, aquello que no tiene un efecto práctico y experimental (en el peculiar sentido que ellos le dan a experimental), pero eso no quiere decir que se descarte toda filosofía o toda metafísica. Este énfasis en la experiencia —en una experiencia que es más amplia que lo sensorial— no significa que los pragmatistas caigan en un experimentalismo o en un positivismo científico. La experiencia puede ser aplicada a otras áreas que no son la ciencia, por ejemplo a la filosofía o la cosmología. Muchos de los representantes pragmatistas admiten una filosofía científica que parte de la experiencia: Peirce por ejemplo sostiene numerosas teorías metafísicas y cosmológicas, y para Dewey toda la filosofía está orientada a enriquecer y dar dirección a la experiencia humana.

3.2 La noción de investigación científica 

El conocimiento en los pragmatistas está marcado por la gran relevancia que conceden a la investigación científica y por la confianza que tienen en ella, en gran parte debido al espíritu cientista que dominaba la sociedad estadounidense de la época. En el ambiente intelectual norteamericano de principios del siglo XIX se experimentaba la fuerte influencia del realismo escocés y de la inducción baconiana, y se vivía un creciente entusiasmo hacia la ciencia natural.

La ciencia es para los pragmatistas una cosa viva, una actividad que tiene que ver con conjeturas que se prueban, se aceptan o se rechazan. Más que un conjunto de conocimientos sistematizados o una metodología rígida y muerta, la ciencia sería algo vivo que permitiría el continuo crecimiento del pensamiento hacia la verdad. Lo que es esencial para el pragmatista es el espíritu científico, que está determinado a no descansar satisfecho con las opiniones vigentes, sino a continuar hasta llegar a la verdad real de la naturaleza.

La ciencia es algo que se va construyendo, un proceso que lleva a cambiar un estado de duda real por otro de creencia. El método científico es el único que nos permite conocer esa realidad externa que afecta a nuestros sentidos siguiendo leyes regulares, es el único que nos permite avanzar desde hechos conocidos y observados hacia lo desconocido, a través de la observación y el razonamiento. En el método científico pragmatista hay lugar para el razonamiento formal y para la investigación empírica, para el racionalismo y para el empirismo. El conocimiento no es, como se ha visto, intuición cartesiana, ni tampoco una síntesis a priori kantiana, sino una búsqueda que parte de la duda real y que avanza mediante el método científico. En ese proceso, los juicios perceptuales de la experiencia se acomodan en un entorno explicativo. El pragmatismo, por lo tanto, intrínsecamente unido al método de la ciencia que nos permite investigar las repercusiones prácticas de las ideas, supone una guía para el pensamiento y nos ayuda a clarificarlo.

Por otra parte, en el mismo centro de esa noción de investigación está la idea de una comunidad crítica de investigadores. La ciencia no es algo que pueda desarrollar uno solo. Como afirma Peirce, el investigador es sólo alguien que contribuye a una vasta empresa que al ser continuada a lo largo de generaciones alcanzará la verdad, ya que la adaptación evolutiva ha dotado a los seres humanos de un instinto para adivinar correctamente. Para Peirce la verdad sería el resultado final de la investigación científica en comunidad si se continúa indefinidamente. De modo que en la misma esencia del pragmatismo está la apertura, la necesaria relación con los demás, que nos permite crecer y hace que se desarrolle el conocimiento.

La noción de ciencia tiene por tanto una importancia fundamental para el pragmatismo, pero se trata de una forma no reductiva de considerar la práctica científica. No es que la ciencia por sí misma resuelva todos los problemas, pero proporciona conocimientos necesarios y ofrece un método que puede utilizarse para tratar con los problemas. La ciencia no lo es todo, simplemente nos muestra una forma exitosa de investigar que puede aplicarse a otros ámbitos. Para el pragmatista la inteligencia humana es “científica” porque tiene sus raíces en las conductas instintivas y porque es capaz de aprender de la experiencia, porque la mente está dotada de plasticidad, y esa inteligencia científica ha de aplicarse en todos los ámbitos.

Puede concluirse este apartado diciendo que el pragmatismo no es propiamente un cuerpo de doctrinas, ni puede considerarse una teoría de la verdad. La unión de lo verdadero a lo práctico y experimental sería una consecuencia, más que su característica definitoria. El pragmatismo es más bien una manera de concebir la investigación, una manera común (científica) de enfrentarse a los problemas, examinando las posibles consecuencias de forma creativa, y uniendo de esa manera la teoría a la acción.

El pragmatismo es una actitud de búsqueda, es, como escribía William James, una disposición a apartar la mirada de las cosas primeras, de los principios, de las categorías y de las pretendidas necesidades para contemplar en cambio las cosas últimas, los resultados, las consecuencias y los hechos. El pragmatismo consiste en una actitud hacia los problemas filosóficos, una actitud que se aleja de abstracciones y tiene en cuenta los propósitos y los contextos de la acción, una actitud de anclar la razón en la experiencia y en la vida práctica. Que el pragmatismo sea principalmente una actitud no le resta importancia, pues con esa manera de pensar podemos enfrentarnos a los principales problemas del pensamiento y repensar conceptos claves como el de verdad o mente. Lo novedoso de la metodología pragmática es el intento de tratar con los problemas tradicionales de una forma nueva, dentro del contexto de una teoría de la investigación.

4. Panorámica del pragmatismo: de Dewey a Rorty 


Charles S. Peirce (1839-1914) nació en Cambridge (Massachusetts) en 1839. Aunque la formación académica de Charles Peirce fue eminentemente científica, demostró sin embargo a lo largo de toda su vida una constante fascinación por las cuestiones filosóficas, a las que se introdujo principalmente a través de la filosofía kantiana y de la filosofía escocesa del sentido común. Entre 1865 y 1891, Peirce desarrolló su actividad profesional en la United Coast and Geodetic Survey yrealizó aportaciones de interés en diversos ámbitos científicos. Aunque pronunció numerosas series de conferencias, sólo durante cinco años tuvo un puesto como docente en una universidad: entre 1879 y 1884 explicó lógica en la Johns Hopkins University, de donde fue despedido después de varios conflictos. Tras su despido también de la Geodetic Survey cuando tenía 48 años, se retiró con su segunda esposa a Milford, Pennsylvania, donde vivió a lo largo de veintisiete años. Durante ese tiempo, Peirce trabajó y escribió afanosamente, aunque la mayor parte de lo que escribía no llegaba a ser publicado. Peirce falleció en 1914, dejando más de 80.000 páginas de manuscritos, en su mayor parte inéditos, que fueron vendidos ese mismo año a la Universidad de Harvard.

Aunque el pragmatismo de William James puede considerarse el más afortunado de su época, quizá es el de Peirce el que más influencia ha continuado ejerciendo a la larga y ha de considerarse sin duda como el pragmatismo original, tal y como el mismo William James reconocía en 1900. “¿Quién originó el término pragmatismo, tú o yo? ¿Qué entiendes tú por él?” (Peirce, CP 8.253), le escribe Peirce a James cuando recibe una petición de J. M. Baldwin, editor del Dictionary of Philosophy and Psychology, para redactar las definiciones del diccionario correspondientes a las cuestiones lógicas. James le respondió entonces que ya hacía tiempo le había dado todo el crédito por su invención.

El pragmatismo de Peirce es parte de una amplia teoría del pensamiento y de los signos, una teoría que comprende una metodología científica y una semiótica. La metodología científica nos ayuda a producir creencias verdaderas, que son comprobadas en la práctica. La semiótica, según la cual todo lo que existe es un signo, hace del pragmatismo un método para traducir cierta clase de signos en signos más claros determinando sus efectos o consecuencias. El pragmatismo de Peirce llega por tanto a ser una teoría del significado que emerge de su trabajo científico y de su concepción de la lógica, y que se basa en la convicción de que la función de la investigación no es sólo representar la realidad sino permitirnos actuar de forma más efectiva.

Como ya se ha mencionado anteriormente, Peirce formuló la máxima original del pragmatismo en 1878, según la cual el significado de los conceptos no es sino la suma de sus consecuencias prácticas. El significado de algo viene a ser un conjunto de hipótesis condicionales, lo que sucedería si se dieran tales circunstancias, y ese conjunto para Peirce está siempre abierto, pueden descubrirse nuevas condiciones, nuevas posibles consecuencias. De este modo, y quizá es éste el punto central del pragmatismo peirceano, podemos decir que el significado crece en tanto que nuestro conocimiento se hace mayor. Esta característica será decisiva a la hora de comprender al ser humano, a quien Peirce considera también como un signo y por lo tanto siempre abierto y en constante crecimiento.

Por otra parte, el pragmatismo se convierte para Peirce en la prueba definitiva de su peculiar concepción de ciencia. Según Peirce, el proceso científico envuelve tres pasos que conforman el método encaminado al descubrimiento de la verdad: la abducción, la deducción y la inducción. Los tres son igualmente necesarios, aunque la distinción de los pasos del método científico no es estrictamente temporal. Se trata de clases de razonamiento que no discurren de modo independiente o paralelo, sino integrados y cooperando en las fases sucesivas del método científico. La abducción incluye todas esas operaciones por las que los conceptos y las teorías son engendrados; la deducción debe revisar las posibles consecuencias experienciales que se seguirían de la verdad de la hipótesis, y la inducción a su vez incluye las pruebas para expresar un juicio final sobre el resultado total. La abducción constituye para Peirce el punto central del método: sería imposible tener ningún conocimiento nuevo si no fuera por ella, pues es la única operación lógica que introduce una idea nueva. La máxima pragmática de Peirce permite diferenciar las hipótesis significativas, es decir, aquellas que tienen consecuencias empíricamente probables, de las que no lo son. El pragmatismo se constituirá de ese modo en la prueba final de la hipótesis, ya que la última prueba reside en la vuelta a la experiencia. En este sentido, Peirce considera el pragmatismo no como una doctrina filosófica sino como la expresión del método científico genuino, en el que todo conocimiento parte de la experiencia y tiene en la práctica su confirmación última.


William James (1842-1910) nació en Nueva York el 11 de enero de 1842. En 1864 ingresa en la Facultad de Medicina de Harvard, donde completará sus estudios de medicina después de varias interrupciones. La formación científica de James en la universidad se alternaba con su estudio e interés por la filosofía, alentado por sus propias lecturas y por el contacto con algunas de sus amistades. Realizó además numerosos viajes a Europa que fueron decisivos para su desarrollo intelectual y vocacional. William James fue un intelectual reconocido en su tiempo. No sólo se le conoce por ser el más destacado divulgador de la filosofía pragmatista sino también por ser el primer americano en reconocer la psicología como una disciplina independiente. William James es quizá el pragmatista clásico mas conocido. Aunque ya se ha visto cómo él mismo daba el crédito del pragmatismo a Peirce, James fue sin embargo el primero en usar la palabra “pragmatismo” de forma impresa: el 26 de agosto de 1898 la empleó en una conferencia ante la Philosophical Union of Berkeley University que después apareció publicada en The University Chronicle bajo el título “Philosophical Conceptions and Practical Results”, un texto en el que James daba su versión de la máxima original de Peirce.

En William James el pragmatismo tomó una forma psicológica, moral y religiosa que Peirce no pretendía. Mientras que Peirce se fija en el significado en general, James presta más atención a las contribuciones que las creencias y las ideas hacen a las formas específicas de la experiencia humana. Su versión de la máxima pragmática hace hincapié en la praxis. Mientras que Peirce habla de consecuencias concebibles y no quiere subordinar el concepto al acto ni el saber al hacer, para James las consecuencias de una creencia no son sólo las consecuencias de la verdad de la proposición creída, sino también las consecuencias de que la persona lo crea. De ese modo, hay creencias, por ejemplo religiosas, que aunque no pueden ser verificadas se legitiman por su efecto beneficioso en la vida del que cree, mientras que para Peirce sería un crimen contra la integridad de la razón justificar una creencia sólo porque es agradable o buena, y no mediante observación y razonamiento.

Para James el pragmatismo no es principalmente un método lógico sino una teoría del significado y de la verdad, una teoría ligada al uso de las ideas, a la diferencia que hacen en la experiencia, algo más amplio que se extiende a la evaluación de creencias particulares, incluyendo tanto la adopción de hipótesis en la ciencia como el compromiso con las creencias morales y religiosas. De esta manera James da una importancia central a las consideraciones de valor y satisfacción: es verdadero lo que tiene efectos positivos en nuestras vidas, lo que nos permite avanzar, lo que nos permite tener una relación satisfactoria con las demás partes de la experiencia. James llama a su filosofía “empirismo radical” y afirma que las únicas cosas que deben ser consideradas por los filósofos son las cosas definibles en términos obtenidos de la experiencia; no pueden eliminar ni pasar por alto nada que haya sido confirmado por la experiencia. Lo que no es experimentable no tiene significado, algo que Peirce comparte, pero James entiende por efecto experimentable el efecto de creer una proposición en la vida del que cree.

Es decir, la aplicación de la máxima pragmática por parte de James encerraba también una teoría más amplia de la verdad no en términos de adecuación o correspondencia con la realidad, sino en términos de la utilidad que reporta al sujeto, de aquello que resulta conveniente o beneficioso para la acción. La verdad no es para él una representación exacta de cómo son las cosas en sí mismas, sino “lo conveniente en el camino de nuestro pensamiento”, lo que funciona. “Lo verdadero, dicho brevemente, es sólo lo ventajoso en nuestro modo de pensar, de igual forma que lo justo es sólo lo ventajoso en el modo de conducirnos” (El significado de la verdad, prefacio). Las creencias, más que copias o representaciones de objetos externos, son instrumentos plásticos y modificables que deben proporcionar un beneficio moral y psicológico al que cree. La experiencia personal, de algún modo, se convierte en fuente y prueba suficiente de la verdad.

James concibe por tanto la verdad en términos de guía, lo que es una clara característica pragmatista —el acuerdo con la realidad es el ser guiados por ella—, pero esa teoría de la verdad adquiere en él claros tintes nominalistas: las ideas tienen su significado en su ocurrencia particular existente. Para Peirce, en cambio, lo general es tan real como lo concreto. James se fija en lo particular, en verdades específicas y satisfactorias, en proposiciones ahora confirmadas más que en la verdad como tal. De este modo concede más relevancia a la aportación del individuo, mientras que Peirce da más importancia al papel de la comunidad.

Algunas de las consecuencias de la fusión de la máxima pragmática con el empirismo radical de James son, en primer lugar, su oposición al dualismo cartesiano a través de la corriente continua que para él es la experiencia. La experiencia pura no es ni mental ni física, no se pueden separar consciencia y contenido, cognoscente y objeto. Se conoce algo si nos permite actuar con éxito. En segundo lugar, hay una defensa a ultranza del pluralismo en oposición al monismo metafísico de los racionalistas. Así, si ciertas creencias conducen a consecuencias que constituyen, en última instancia, una diferencia práctica en la conducta concreta de los individuos, no hay evidencia más allá de esa experiencia radicalmente plural y personal que legitime la adopción definitiva de una u otra creencia. En consecuencia, y dado que estamos siempre obligados a actuar, James reclamó el derecho de cada ser humano a elegir y adoptar sus creencias, siempre y cuando supusieran una diferencia práctica en la experiencia. Para James no tenemos derecho a excluir los problemas metafísicos y religiosos de la discusión filosófica, pues pueden suponer una diferencia práctica real.


John Dewey (1859-1952) nació en Burlington, Vermont. Formado en la Johns Hopkins University fue después profesor en las universidades de Chicago y Columbia. Filósofo y pedagogo, luchó incansablemente por una mejora en la educación, y se le conoce como una de las figuras más relevantes de la pedagogía progresista en Estados Unidos. Dewey reformuló el pragmatismo de Peirce y James reajustando algunas de sus doctrinas en conflicto. La gran intuición de Dewey frente a otros pragmatistas fue aplicar la inteligencia, la razón humana —la misma que se había aplicado con éxito a la ciencia— a las cuestiones éticas y sociales, y en concreto a la educación. Para Dewey el problema más profundo de la vida moderna era integrar las creencias del hombre sobre el mundo y sus creencias sobre los valores y propósitos que deberían dirigir su conducta. Tenía la convicción de que, mientras que en los siglos XVII, XVIII y XIX el papel de los filósofos era favorecer la investigación científica, en el siglo XX su papel era extender esa investigación al estudio del hombre.

Dewey aplica por tanto su orientación metodológica, y en concreto la máxima pragmática, a un universo más amplio, al campo de los valores, y ejemplifica la parte social y política del pragmatismo. Para Dewey —como para Peirce— el pragmatismo es también un método, y éste ha de llevarse de la ciencia a otros ámbitos, de forma que se aplique del modo más amplio posible.

El rasgo principal del pragmatismo no es para Dewey la identificación entre pensamiento y acción, sino la conexión inseparable entre cognición y propósito racional. La acción humana, racional, es siempre una acción que persigue un fin y que —al igual que sostenía Peirce— está sujeta a autocontrol. Para Dewey es fundamental la noción de acción inteligente, y los valores son precisamente placeres que son consecuencia de la acción inteligente.

Dewey sostiene también la idea de utilidad presente en James, distinta de un puro interés: “Un concepto de la verdad que hace de ella un simple instrumento de ambición y exaltación privada es tan repulsivo que causa asombro que haya críticos que hayan atribuido ese concepto a unos hombres en su sano juicio”. Para Dewey, la utilidad se refiere a aquello que sirve para organizar el modo de pensar. Este es el peculiar instrumentalismo de Dewey, surgido de su reajuste del pragmatismo, que trataba de abarcar a la vez sus aspectos lógicos y humanistas. Según el instrumentalismo, el pensamiento da lugar a actos que modifican los hechos futuros haciéndolos más razonables y adecuados a los fines que nos proponemos. En realidad, verdad como utilidad significa que las ideas y las teorías contribuyen a la reorganización de la experiencia para que se ajuste mejor a sus propósitos. No se mide la utilidad de una carretera, afirma Dewey, por el grado en que se presta a los designios de un salteador de caminos. Se mide por cómo funciona en la realidad como tal carretera, como medio fácil y eficaz de transporte y de comunicación pública. Lo mismo ocurre con la aprovechabilidad de una idea o de una hipótesis como medida de su verdad.
La verdad, por tanto, está para Dewey, como buen pragmatista, en el futuro, en las consecuencias, en aquello que puede ser descubierto y verificado, en una manera de emplear la inteligencia para mejorar el mundo.

Por otra parte, Dewey rechaza, al igual que los demás pragmatistas, la búsqueda de certeza cartesiana y la necesidad de unos fundamentos primeros. Para él, al igual que para Peirce, la verdad es el resultado de la investigación competente, una investigación que se desarrolla determinando experimentalmente las consecuencias futuras. Dewey tiene, al igual que Peirce, una lógica amplia, una teoría de la investigación, aunque Peirce le critica que su teoría es sólo descriptiva, una historia de la investigación. Sin embargo, las nociones de investigación de los dos pensadores son en el fondo muy similares. Los dos están de acuerdo en que es necesario actuar sobre las hipótesis para verificarlas, y en que en el desarrollo de la investigación, que es un proceso, pueden generarse nuevos problemas. Ese proceso supone una superación de las viejas dicotomías, y defiende la relación intrínseca entre experiencia y razón.

El pragmatismo de Dewey, al igual que el de Peirce, va en contra de una racionalidad separada: la verdad es algo intrínseco a la investigación, no algo trascendente: no se puede separar el conocimiento del contexto en el que surge, sino que tiene que ver siempre con la situación. Sin embargo, el pragmatismo de Dewey, aunque situado en un contexto social, es más individualista que el de Peirce. Y así, en su idea de investigación Dewey tiende a enfatizar más la situación específica en la que se produce y la necesidad de que esa situación deje de ser problemática, mientras que Peirce enfatiza más el papel de la comunidad y la continuidad indefinida de la investigación. Para Dewey, el individuo es el sujeto del pensamiento creativo y el autor de la acción.

En esa investigación, los ideales y los fines funcionan para Dewey como medios que guían el proceso deliberativo para controlar la experiencia y obtener futuros bienes, el crecimiento en sí mismo, el human flourishing, aparece como el único fin moral de ese proceso. Es esa importancia del crecimiento algo que también comparte Peirce, quien sostiene que el crecimiento de la racionalidad es lo único deseable por sí mismo, y por tanto el fin último al que todas las actividades humanas deben aspirar.

El método de investigación de Dewey, un proceso auto-correctivo de crecimiento, se aplica en la ciencia, pero es también el paradigma de la actividad moral. El ideal del crecimiento se sitúa en Dewey en un contexto social y educativo: ese proceso de crecimiento es lo que ha de conducir a la clase de vida humana que es posible en una sociedad libre, democrática, tolerante, igualitaria, una sociedad en la que las ciencias y las artes proliferen y haya progreso, una sociedad que trate de ir más allá de sus límites. La investigación no sólo nos lleva a encontrar lo que hay, sino también a averiguar qué necesidades tenemos, qué pueden llegar a ser los seres humanos.


El pragmatismo no se quedó sólo en un fenómeno estadounidense, sino que traspasó las fronteras y se extendió por otros lugares. Podemos destacar a Ferdinand Cunning Scott Schiller (1864- 1937) como el pragmatista más famoso nacido en Europa, aunque vivió también en Estados Unidos y fue profesor en las Universidades de Cornell y California.

Nacido el 16 de agosto de 1864 en Altona, cerca de Hamburgo, Schiller considera su propio pensamiento, al que denominaba humanismo, como un pragmatismo más amplio, que se extiende a todas las disciplinas filosóficas. Como los demás pragmatistas clásicos, Schiller sostiene que la verdad depende de las consecuencias prácticas, pero para él los fines de la vida mental son los del hombre, y todo conocimiento queda subordinado a la naturaleza humana y a sus necesidades fundamentales. El humanismo, dice Schiller, es simplemente la comprensión de que el problema filosófico concierne a seres humanos que intentan comprender un mundo de experiencia humana con los recursos de la mente humana.

Schiller era un humanista en el sentido de que tanto la realidad como el conocimiento eran para él reflejos de la actividad humana. Entiende que transformamos realmente las realidades mediante nuestros esfuerzos cognitivos, y que, por tanto, nuestros deseos e ideas son fuerzas reales en la configuración del mundo. Ha de suprimirse, sostiene, una razón pura separada de las exigencias de la acción. Así, tanto la realidad como la verdad son plásticas, están hechas por el hombre y son relativas a los propósitos privados de una persona particular.

La verdad depende de nosotros y es mutable, al igual que la realidad. Para Schiller, como para Protágoras, el hombre es la medida de todas las cosas, construye para llegar a un resultado satisfactorio, y toda la ciencia se deriva y está guiada por el proceso psicológico del pensamiento humano: hay una identificación de verdad y verificación. De esta manera, Schiller transformó el pragmatismo en un relativismo revolucionario.

4.5 Otros pragmatistas

El pragmatismo se extendió rápidamente, y podemos mencionar otros miembros de lo que llegó a ser una extensa familia. Entre los pragmatistas americanos podemos destacar en primer lugar a George H. Mead (1863-1931), que desarrolló un pragmatismo orientado a la psicología social y una de las teorías pragmatistas más completas de la mente. Para él la auto-consciencia emerge de las interacciones sociales a través del uso de símbolos. A través del acto social se dirigen las actividades y se controla el futuro, y así Mead coincide con Dewey en que el individuo y la comunidad son correlativos. Entre los pragmatistas americanos podemos destacar también a Clarence Irving Lewis (1883-1964), que desarrolló una teoría del pragmatismo conceptual. Lewis se fija en los conceptos y categorías a través de los cuales se interpreta la experiencia. Esos conceptos constituyen un elemento a priori del conocimiento, que tiene sin embargo una finalidad.

En Europa, uno de los movimientos pragmatistas más importantes tuvo lugar en Italia, defendido por autores como Giovanni Papini y Prezzolini, que veían el pragmatismo como una ruptura radical con el positivismo, o Mario Calderoni y Giovanni Vailati, que lo veían como una extensión y mejora del positivismo. Todos ellos eran colaboradores de la revista Leonardo, en la que también escribieron Peirce, James y Schiller. Papini, quizá el más conocido de todos los pragmatistas italianos, sostiene un pragmatismo mágico y lleva a cabo una exaltación romántica de la acción: a través de la acción creativa, sumergiéndose en la realidad e identificándose con ella, no sólo describiendo la realidad como es sino también conformándola de acuerdo a nuestros ideales, el hombre lograría una especie de divinidad.

Durante las dos primeras décadas del siglo XX, el pragmatismo fue objeto de notable interés en los círculos intelectuales europeos, e incluso llegó a atraer la simpatía de personalidades filosóficas muy dispares, entre las que podría incluirse en España a Miguel de Unamuno y Eugenio d’Ors. Obtendremos sabiduría de nuestros actos y no de nuestras contemplaciones, escribió Unamuno.

Puede señalarse que otras corrientes de sello muy diverso han sido caracterizadas como tendencias pragmatistas: desde los movimientos antiintelectualistas de Bergson, Blondel o Spengler, el biologismo epistemológico o intento de interpretar los procesos cognoscitivos en términos de actividad y sobre todo de utilidad biológica, hasta los trabajos semióticos de Charles Morris o el llamado totalismo u holismo pragmático de Quine, para quien algunos aspectos de la evolución, organización y funcionamiento de la estructura conceptual de la ciencia son cercanos a Schiller, James y Dewey. Se ha llegado incluso a identificar en la segunda etapa de Ludwig Wittgenstein algunas afinidades con la tradición pragmatista.

4.6 El pragmatismo en nuestros días

Tras los pragmatistas clásicos, el pragmatismo se estancó en la década de los 30, a medida que se fue implantando en las universidades la filosofía analítica. Sin embargo, esa visión aceptada de que la filosofía analítica rompía profundamente con el pragmatismo americano clásico ha sido cuestionada. Richard Berstein ha señalado que existen tendencias pragmatistas en algunos representantes de la filosofía analítica como Quine o Sellars, llegando a constituir el movimiento analítico un legado pragmático que no ha cesado. Sea como sea, puede decirse que el pragmatismo clásico revive después del positivismo, de la fenomenología, del análisis lógico, de la epistemología naturalista y de la deconstrucción. A finales del siglo XX el pragmatismo volvió a recibir una atención destacada gracias a la renovación pragmatista que algunos autores llevaron a cabo en el seno de la tradición analítica, y al trabajo de Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas en la filosofía continental europea.

Los principales pragmatistas de nuestros días, Hilary Putnam y Richard Rorty, niegan la verdad absoluta para hacer sitio a una ciencia y a una moral humanizadas. No hay verdades absolutas esperando ser descubiertas, no hay fundamentos absolutos para las disciplinas, algo que rescatan de los pragmatistas clásicos, particularmente de Peirce y de la importancia que concede al error. Sin embargo, aparecen claras diferencias entre los dos pensadores: Putnam sostiene un realismo pragmático y moral, y pone el énfasis en la razón; en algún sentido podría situarse dentro de una línea pragmatista religiosa —presente en los pragmatistas clásicos como Peirce, James o Dewey— que afirma que para vivir plenamente como ser humano es preciso elegir cómo vivir. Putnam sostiene un pluralismo derivado de oponerse a la noción de verdad como correspondencia: no hay una única descripción del mundo. Por su parte, Rorty es un materialista. Para él todo es producto del tiempo y del azar, y puede decirse que en general su pensamiento tiene carácter escéptico. Pone el énfasis en los valores de la vida individual y privada. Para Rorty, de modo similar a Schiller, la filosofía no es una forma de investigación sino algo literario, simplemente una continuación de la conversación de la cultura occidental, algo convencional, conversacional.

Pueden mencionarse brevemente otros representantes del pragmatismo en nuestros días: Stanley Fish, que convierte en central para su teoría pragmática la noción peirceana de comunidad interpretativa, aunque a diferencia de Peirce afirma que la verdad está enteramente constituida por la comunidad, no dejando lugar para nada fuera de la interpretación. Al igual que Rorty, Fish tiende a un pragmatismo idealista en el que el mundo desaparece en una multitud de perspectivas, sin que haya nada que nos guíe para movernos entre ellas; Nelson Goodman, fallecido en 1998, desarrolló un pragmatismo metodológico y un relativismo en cuestiones ontológicas. Para él la realidad tenía carácter plástico y era expresable en una variedad de sistemas de símbolos. No se puede buscar la naturaleza de los objetos, sino que realidad es todo lo que se dice verdaderamente que es, en cualquier lenguaje o sistema de símbolos; Sydney Hook ha desarrollado técnicas críticas de análisis de algunas ideologías.

Un ala más científica del pragmatismo contemporáneo —o podríamos mejor decir cientista, pues es fuertemente reduccionista— cuenta con representantes como Paul y Patricia Churchland o Stephen Stich, y afirma que la verdad no es el fin de la investigación, sino que tiene un carácter meramente instrumental. Otros, como Joseph Margolis, tratan de hacer una reconciliación, lo que denominan un “pragmatismo sin fundamentos”, en el que los elementos plausibles del realismo se reconcilien con los elementos plausibles del relativismo.

En todo caso puede afirmarse que surgen en el siglo XX nuevas formas de pensar acerca de los problemas filosóficos en las que aparece lo práctico y lo humano, y que por lo tanto tienen las características centrales del pragmatismo. Aparecen nuevas formas de pensamiento que tratan de reconciliar lo real con un falibilismo y un pluralismo, de encontrar un punto medio entre dogmatismo y escepticismo, de llegar a una noción de verdad a la que se pueda aspirar, que no sea inalcanzable y que a la vez responda a ese nombre. El pragmatismo ha cambiado la escena filosófica, que ya no busca sistemas de verdades eternas, y nos ha enseñado a confiar en una razón de relativo valor, falible, pero humana y eficaz. El pragmatismo es la noción de una filosofía que avanza hacia el futuro con confianza.

4.7 Una filosofía de la imaginación y del crecimiento

Aunque se inicia como un método lógico para clarificar conceptos, el pragmatismo llega a ser toda una manera de concebir la investigación, el conocimiento y el avance del ser humano hacia la verdad. En esa concepción, nos encontramos con que ni el universo ni la vida humana son algo ya realizado o terminado, sino algo abierto que ha de desarrollarse en el futuro. Para los pragmatistas el significado reside en el futuro. El significado de una idea reside exclusivamente en su efecto concebible sobre la conducta, y la única conducta sobre la que podemos influir es la futura. El significado no está en un experimento o una práctica determinada, sino en los “fenómenos experimentales”, en algo de carácter general, en el instaurarse un hábito de acción, en lo que sucederá en el futuro si llega a actuarse de una cierta manera, en la forma en que una proposición deviene aplicable a la conducta humana.

Para entender el significado de un concepto hay que ver por lo tanto las consecuencias posibles a las que daría lugar. El significado no consiste sólo en aquellas consecuencias que realmente tiene el comportamiento, sino en todas aquellas que pudiera concebiblemente tener. El énfasis en el orden de lo posible lleva a la comprensión del pragmatismo no sólo como una teoría de lo práctico, sino como una teoría que abre posibilidades de acción. Se rechaza así un determinismo mecánico moderno y se deja espacio para algo que es más acorde a nuestra propia experiencia: los seres humanos pueden influir en su propio destino.

El pragmatismo deja abierta la posibilidad y la legitimidad de muy creativos métodos de investigación y descubrimiento. Tiene que ver con el examen y la creación de posibilidades, con los vuelos de la imaginación, que está en el centro mismo del pragmatismo, puesto que es necesaria para investigar las consecuencias posibles y para idear los cursos de acción. El pensamiento tiene una función constructiva, creativa, orientada al futuro. Somos participantes activos en un universo inacabado. Hay un continuo entre la mente y el entorno que experimentamos, un proceso temporal y creativo. Existe una respuesta creativa de la mente al mundo que le rodea. Las ideas no son copias del mundo sino maneras de organizarlo.

Se ha visto que el pragmatismo no es una mera exaltación de la acción por la acción, ni es tampoco un mero positivismo o un principio de verificación. Lejos de limitarse a unas intuiciones iniciales, propugna un desarrollo constante de nuevos cursos prácticos de acción que sirven para probar o desechar hipótesis, para aumentar la inteligibilidad del universo y determinar la opinión que culmine la investigación. El pragmatismo tiene que ver con el futuro vivo y establece una continuidad entre teoría y práctica, entre ciencia y vida.

Las implicaciones del pragmatismo son por tanto mucho más profundas de lo que puede parecer a primera vista, y parece un modo de pensar más adecuado a nuestra naturaleza y a nuestra experiencia que el absolutismo moderno. Su concepción plástica del universo y del pensamiento humano suponen una respuesta a posiciones idealistas, fijas, con pretensión de ser absolutas. La acción y el cambio se convierten en ingredientes esenciales de la realidad.

5. Conclusión

Se han recorrido las características del pragmatismo y las peculiaridades de los principales pragmatistas. Con su unión de conocimiento y acción y su flexibilidad conceptual sin perder de vista la realidad, con su correspondencia del individuo con lo social y su noción de continuidad, el pragmatismo está bien preparado para los retos de nuestra época. Su legado, afirma Richard Bernstein, tiene riqueza, diversidad y vitalidad para ayudar a clarificar y resolver problemas con los que nos enfrentamos actualmente. El pragmatismo puede verse por tanto como una conversación que no ha cesado en la que hay voces diferentes e incluso disonantes, y que puede conducir más allá de muchos de los debates estériles de la modernidad y la postmodernidad. La tradición pragmática no es una tradición honrada y embalsamada sino que sigue viva, es constantemente reinterpretada y proporciona nuevas fuentes de inspiración.
Referencias

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- Factótum 12, 2014, pp. 1-18, 21-05-2014. Licencia CC BY-NC-SA 3.0 ES (2014)
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- Recursos Electrónicos 
* Grupo de Estudios Peirceanos: http://www.unav.es/gep/
Creado en 1994 en la Universidad de Navarra, este Grupo tiene como objetivo difundir en el mundo hispánico la obra de Peirce y de los principales pragmatistas. En su web están accesibles traducciones al castellano de una amplia selección de escritos, numerosos artículos sobre Peirce y el pragmatismo, así como bibliografía primaria y secundaria.
* Institute for Studies in Pragmaticism: http://www.pragmaticism.net/
Perteneciente a la Texas Tech University, ofrece información y bibliografía para el estudio de Charles S. Peirce.
* Peirce Edition Project: http://www.iupui.edu/~peirce/
Centro perteneciente a la Indiana University que lleva a cabo la edición cronológica de los escritos de Peirce. En su web pueden encontrarse distintos recursos para el estudio de Peirce, como la versión electrónica del índice de R. Robin de los manuscritos de Peirce, Annotated Catalogue, e información detallada sobre el trabajo de la edición cronológica.
* The John Dewey Society: http://doe.concordia.ca/jds/
Sociedad fundada en 1935. Su página web incluye información bibliográfica y otros recursos para el estudio de Dewey.
* The Pragmatism Cybrary: http://www.pragmatism.org/
Sitio web coordinado por John Shook en el que puede encontrarse mucha información sobre el pragmatismo americano, bibliografías de los pragmatistas americanos, enlaces a otros proyectos y universidades, novedades bibliográficas, etc.
* William James Society: http://www.wjsociety.org/
Web de la Sociedad fundada por Randall Allbright para el estudio de la figura y el pensamiento de William James. Incluye artículos y bibliografía
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- Factótum 12, 2014, pp. 1-18, 21-05-2014. Licencia CC BY-NC-SA 3.0 ES (2014)
- Reconocimientos: Artículo basado en “Tema 75: El pragmatismo”, que iba a publicarse en Julio Ostalé (dir.). Temario de Oposiciones para Secundaria. Rama de Filosofía (Temarios de 2011), Centro de Estudios Académicos S.A., Madrid, 2012. El libro no llegó a publicarse. El temario que desarrollaba, aprobado en BOE 278 (Orden EDU/3138/2011, de 15 de noviembre), se anuló en BOE 32 (Orden ECD/191/2012, de 6 de febrero)

PUBLICADO POR: PEDRO DONAIRE PUBLICADO EN FECHA: 1/12/2016 05:16:00 P. M. / 

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