jueves, 17 de enero de 2019

TIENEN RELACIÓN DAÑO CEREBRAL Y FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO

Daño cerebral y fundamentalismo religioso tienen relación


Investigadores de Northwestern encontraron que existe un vínculo entre el deterioro funcional de la corteza prefrontal y esta conducta

Ferney Yesyd Rodríguez Vargas

Foto: Pixabay

Discutir con fanáticos religiosos puede resultar en una faena agotadora y pocas veces fructífera. Los fundamentalistas de cualquier tinte se caracterizan por una serie de creencias fijas, o dogmas, que suelen defenderse. Nunca se detienen a considerar que sus ideas pueden estar equivocadas especialmente cuando se les presenta evidencia contraria.

Como las creencias derivan en comportamientos sociales ha resultado de particular importancia comprender qué pasa en el cerebro de las personas creyentes. Ese fue el tema de trabajo de Jordan Grafman, de la Universidad Northwestern, y su equipo. Este grupo de investigadores acaban de ver publicado su trabajo en la revista Neuropsychology en el que llegaron a la conclusión de que el fundamentalismo religioso se debe, en parte, al deterioro funcional en una región del cerebro conocida como la corteza prefrontal dorsolateral (dlPFC) y la corteza prefrontal ventromedial (vmPFC). Los investigadores concluyeron que daños en esas áreas particulares puede derivar en fundamentalismo religioso al disminuir la flexibilidad cognitiva y la apertura, un término de psicología que describe un rasgo de personalidad que involucra dimensiones como la curiosidad, la creatividad y la apertura mental.

Para el estudio neuropsicológico Grafman y sus colaboradores analizaron un grupo de veteranos de la guerra de Vietnam de quienes se tenía certeza que habían sufrido lesiones en la corteza prefrontal. De ellos se analizaron tomografías computarizadas, se les aplicó un test de personalidad denominado “Inventario de Personalidad NEO”, así como un cuestionario para determinar su grado de fundamentalismo religioso. Por otra parte, en otro grupo, otros veteranos de guerra sin lesiones cerebrales recibieron los mismos test y encuestas.

Los resultados mostraron que aquellos pacientes que tenían lesiones cerebrales en las regiones anteriormente mencionadas (dlPFC y vmPFC) eran mucho más fanáticos en sus convicciones religiosas, conservadores en términos sociales y reacios a considerar evidencia que contradijera sus puntos de vista.

Grafman y sus colaboradores consideran que estos daños se pueden ocasionar por traumatismos físicos, pero también por traumas psicológicos o adoctrinamiento religioso. Este estudio es uno de los centenares que muestran que la actividad religiosa se puede explicar en términos neurológicos, lo cual es muy interesante.

Personajes que pasaron a la historia de las religiones como el profeta Ezequiel, San Pablo, Mahoma, Juana de Arco, Santa Teresa de Ávila y Elena G. de White tienen en común que vieron visiones muy vívidas en la que Jehová, Jesús o un ángel les hablaba. Para millones de personas y por siglos tales eventos se clasificaron como sobrenaturales. Pero cada vez la ciencia nos muestra que sus experiencias no se originaron en un más allá espiritual, sino en un “más acá”, “más adentro”, dentro de sus cabezas.

En el 2007 se publicó una investigación que del doctor Michael Persinger y su equipo de la Universidad Laurentian en Canadá en el que se usó un dispositivo que estimuló el lóbulo temporal de cientos de personas. Con ello lograron provocar en los sujetos que se sometieron a tales experimentos visiones y sensaciones de sentir la presencia de un espíritu, o sentir que alguien estaba con ellos en el cuarto, cuando, de hecho, no había nadie. Esto se sentía como un estado de revelación de la verdad universal. La estimulación duraba tres minutos, y cada sujeto luego traducía lo que había sentido a su propia cultura y religión, algunos lo llamaban Dios, Buda, o una presencia benéfica. El afectar momentáneamente la actividad eléctrica del cerebro causaba en los pacientes una experiencia que en otras situaciones hubiese sido llamada sobrenatural, místico, una revelación divina, un encuentro con Dios, o sencillamente algo “maravillosamente espiritual”.

Los experimentos que han involucrado la estimulación magnética transcraneal de las estructuras límbicas del lóbulo temporal pueden producir en sujetos sanos experiencias con seres espirituales, que siempre han coincidido con los de su propia religión, nunca de otras.

“Dios no es más místico que una rica cena”, afirmó Michael Persinger. El científico explicó que la religión y la mística tienen bases neurológicas que logran darle placer al cerebro. En algunos casos los éxtasis religiosos pueden alcanzarse por ayuno, dar vueltas, cantos, música o mantras repetidos incesantemente.

El relativamente nuevo campo de la neuroteología nos revela que fundadores de religiones como la señora Elena G. de White, con el adventismo, veía sus visiones gracias a una epilepsia de lóbulo temporal que se desarrolló después de un accidente en la niñez que la dejó con pérdida de conciencia durante días. También es probable que Mahoma, el fundador del islam, una de las grandes religiones mundiales tuviera también este trastorno, así como místicos católicos como Teresa de Ávila. El mundo natural, entendido libre de toda superstición, es sin duda emocionante y apasionante. Bien haríamos como sociedad en promover una sociedad abierta a cuestionar todas las ideas, incluidas las religiosas. Bien le caería a Colombia promover el razonamiento crítico en la educación y en los medios de comunicación, en lugar de tanta superstición y fundamentalismo, más aún cuando encontramos evidencias que estos dogmas se han originado, en gran medida, en mentes con poca flexibilidad cognitiva y carentes de apertura mental.


Fuente artículo traducido: https://www.las2orillas.co/dano-cerebral-y-fundamentalismo-religioso-tienen-relacion/

miércoles, 16 de enero de 2019

EDUCACIÓN MEDIÁTICA, CLAVE PARA COMBATIR LAS NOTICIAS FALSAS (FAKE NEWS)

La alfabetización mediática..., la capacidad de leer críticamente y expresarse responsablemente en los medios, tanto los tradicionales como en las redes sociales.
Educación mediática, la clave para combatir las 'fake news'

La proliferación de la desinformación llegó a dimensiones insospechadas en la era digital. Hoy más que nunca hay la necesidad de desarrollar nuevas competencias para moverse con criterio y estar a salvo de los engaños malintencionados en internet.

Varios actores de la sociedad han prendido las alarmas en busca de una estrategia para detener las noticias falsas Foto: GETTY

Hace cerca de dos años se hizo viral el término“noticias falsas” y ahora no deja de aparecer en las noticias de verdad. De repente, estas mentiras disfrazadas de actualidad se volvieron la preocupación del mundo entero, la amenaza más notoria para la democracia. Y, en buena medida, con razón: aunque no está claro cuánto influyeron, sin duda hicieron parte en la consolidación de la opinión pública en las elecciones del brexit en Reino Unido, de Donald Trump en Estados Unidos y del plebiscito sobre el acuerdo de paz en Colombia.

El interés por el tema es tal que ya varios actores de la sociedad han prendido las alarmas en busca de una estrategia para detenerlas. Entre otras iniciativas, varios medios como la BBC, Vice o Animal Político han liderado campañas dirigidas a promover la verificación de la información y Facebook anunció en enero un nuevo algoritmo que prioriza las noticias de los amigos y disminuye la exposición de los sitios de dudosa reputación. En Reino Unido, el gobierno de Theresa May creó a comienzos de año una Unidad Anti ‘Fake News’ (noticias falsas en inglés) con el único objetivo de combatirlas. Pero pocos se han preocupado por solucionar el problema de raíz: desarrollar el criterio de quienes consumen y reproducen estos mensajes.

Después de todo, las noticias falsas son solo un síntoma de un fenómeno mucho más grande en la que la democratización de los canales de información lleva a menos filtros de veracidad. Hay muchas personas con acceso a información, pero ignorantes de las fuentes de la que esta proviene, de sus intenciones y veracidad. Y, ante eso, difícilmente haya un mejor ‘algoritmo’ que el criterio propio: enseñar a la gente a consumir, producir y reproducir la información responsablemente, igual que se enseña a leer y a escribir. Es solo otro tipo de alfabetización.

Un mundo (más) caótico

Juan Pablo Ortega, profesor del Departamento de Ciencias Sociales en la Universidad Central, tiende a preguntarle a sus alumnos de Enunciación y Análisis del Discurso qué personaje admiran. La interacción sobre los intereses personales de sus estudiantes es algo que, dice, lo ayuda a conectarse más con ellos. Pero, no se esperaba la respuesta de una alumna cuando le contó el suyo:

-Popeye, profe.

-¿El... marino? –, replicó Juan Pablo.

-No, profe, el youtuber.

Popeye, el youtuber, cuyo nombre real es John Jairo Velásquez, fue sicario del Cartel de Medellín y parte del círculo de confianza de Pablo Escobar. Estuvo en la cárcel hasta 2014 cumpliendo una condena de 23 años y ahora se dedica a hacer videos en YouTube, donde promueve la tendencia ultraconservadora y la apología de la vida de Escobar (además de su nueva marca de ropa).

Pero a la estudiante le parecía “muy valiente, no sé, como que se enfrenta a todo”. El profesor tuvo que parar la clase para relatarle a sus alumnos el prontuario de Popeye, autor confeso de cerca de 250 asesinatos, y por qué quizás no es el mejor modelo a seguir. Eventualmente, la estudiante admitió que se encontraba en un error.

Como ella, muchas personas se están informando a través de medios descontextualizados o tendenciosos, fuentes muchas veces de la desinformación. Hoy, todo el conocimiento necesario para informarse a fondo sobre prácticamente cualquier tema (como las atrocidades del Cartel de Medellín) está en la web. Pero, como dijo el periodista de CNN Fareed Zakaria en la Cumbre Mundial para la Innovación en Educación (Wise, por sus siglas en inglés) de 2017, “la tecnología ha hecho muy difícil seleccionar los hechos verídicos de una masa basta de información donde no hay ninguna jerarquía, ni diferencia, entre la mentira y la verdad. De hecho, las falsedades tienen cierta ventaja porque son más sensacionalistas, y eso es más popular que la aburrida realidad”.

Por si fuera poco, la gente lee menos críticamente. Gloria Marciales, psicóloga y magíster en Educación de la Universidad Javeriana, explica que “estudios comparativos entre nativos e inmigrantes digitales demuestran que los primeros tienen muchas más habilidades técnicas para navegar por la red, pero menos competencias en la construcción de sentido a partir de lo que encuentran. Ante una desbordada oferta de información, generalmente no pasan del primer pantallazo que les llega. No le invierten mucho tiempo”.

No deja de ser interesante lo que sucedió con la nota “Estudio: 70 por ciento de los usuarios de Facebook solo leen el titular de las notas de ciencias antes de comentarlas”, publicada por el Science Post en junio de 2016. Esta fue compartida por 46.000 personas en menos de una semana, pero al darle clic solo abría una caja de texto, “lorem ipsum”, sin ningún contenido, una prueba clara de la lectura fácil y crédula que criticaba el engañoso titular.

Vulnerables

Ante este escenario, no sorprende la vulnerabilidad generalizada de las personas frente a la desinformación. Es difícil probar qué tanto, pero al menos el 75 por ciento de los adultos ‘caen’ frente a un titular falso, según una investigación realizada por Ipsos en Estados Unidos.

Incluso los nativos digitales son demasiado crédulos con el contenido que encuentran en internet. Un estudio de la Universidad de Stanford puso a algunos estudiantes de la reconocida institución a distinguir entre un tuit real de Fox News y uno falso, y solo un cuarto de ellos reconoció el significado del sello azul que certifica en Twitter a una cuenta oficial. A más del 30 por ciento le pareció que la cuenta falsa era la original. Lo que es más grave: en una prueba similar, ocho de cada diez pensó que un publirreportaje, identificado con un pequeño texto como “contenido patrocinado”, era una noticia real.

Y si a esas falencias de lecturabilidad se le suman titulares escandalosos hechos para ser virales, como “Hillary Clinton maneja un negocio de tráfico sexual infantil”, "El papa apoya la candidatura de Donald Trump” o “Así intentaron robarse el plebiscito”, es la mezcla perfecta para un boom de noticias falsas y virales.

Como diría Zakaria en Wise 2017, “en este nuevo mundo, la tecnología está jugando un rol pernicioso. Nos lleva a la idea de que no hay hechos comprobables sino realidades relativas, donde nadie, no importa lo que haga, puede ser probado de cometer un error. Eso para mí es el declive de la civilización. Lo único que puede pararlo es que rescatemos la importancia de los hechos y de la educación”.

El papel de la educación

Hay un concepto que no se usa mucho, pero que lleva un buen tiempo rondado el escenario educativo: la alfabetización mediática. Es decir, la capacidad de leer críticamente y expresarse responsablemente en los medios, tanto los tradicionales como en las redes sociales.

En sí, el concepto no es nuevo. Desde los años noventa se empezó a hablar de ella (junto con las otras alfabetizaciones del siglo XXI), principalmente con el fin de instruir a los alumnos en las herramientas manipuladoras de la publicidad que veían en televisión. Aunque su campo de acción se amplió mucho con la llegada de las redes sociales. En 2011, la Unesco publicó un currículo de alfabetización mediática, llamando la atención a nivel internacional sobre la necesidad de desarrollar estas competencias desde la escuela.

Lastimosamente, este poco se había adoptado en los colegios y universidades. Pero ahora, con la creciente popularidad de las noticias falsas en Internet, está tomando un nuevo aliento.

En 2017, la Universidad de Washington introdujo una clase llamada Calling Bullshit in the Digital Age (algo así como: Identificando las mentiras en la era digital). No sorprende que haya sido un éxito entre los alumnos. En solo un minuto de la apertura de las inscripciones, ya había llegado a su cupo máximo con 160 inscritos.

Los pocos afortunados que alcanzaron a entrar aprenden a identificar las noticias falsas en las redes sociales mediante ejemplos, unos que analizan en clase y otros que los propios alumnos encuentran por su cuenta. El ánimo por participar y ‘pescar’ a los mentirosos fue tal que los profesores Carl Bergstrom y Jevin West abrieron una cuenta de Twitter (@callin_bull) en la que ‘cuelgan’ todos los casos. El curso se volvió así una suerte de veeduría social para todo el mundo.

Otras universidades, como la de Michigan, Georgetown, Stanford, Columbia y Oxford, han implementado programas similares. En el College de Brooklyn de la Universidad de Nueva York han tomado una aproximación más lúdica: estudiantes, profesores y funcionarios se reúnen una vez al año en el auditorio para participar en un juego formato concurso de televisión en el que votan cuáles noticias son falsas y cuáles no.

“Lo más interesante es que los estudiantes se vuelven conscientes del gran rol que juegan los medios en sus vidas. Antes de enseñarles a analizar los mensajes, la mayoría ni siquiera sentían cuánto los influían”, asegura Julie Smith, profesora y autora de Master the Media: How Teaching Media Literacy Can Save Our Plugged-In World.

Por eso, dice Smith, es una buena técnica empezar por el conocimiento previo que ya llevan los alumnos de los medios para contrastarlo con la teoría. En la misma dirección, Alfabetización mediática en la era de la información, de Robert Kubey, señala tres etapas del desarrollo de esta competencia: legitimar las experiencias y el conocimiento de los alumnos de los medios, formalizar este saber con teorías y conceptos de los medios y, finalmente, asistir a los estudiantes para que evalúen y critiquen tanto el comportamiento de los medios como el de ellos mismos.

En Colombia es raro encontrar experiencias educativas enfocadas en estos componentes. Muchos colegios los incluyen de alguna manera dentro de la formación en Ciudadanía Digital o en Literatura (como están parcialmente en los DBA). Iniciativas periodísticas, por otra parte, se han enfocado en enseñar a identificar las noticias falsas, como es el caso de No Coma Cuento, una campaña impulsada por un grupo de jóvenes para promover el consumo crítico de información, que ha llevado talleres a la Universidad de Cartagena, la Icesi de Cali, la Sergio Arboleda, la Uniminuto, la Javeriana y la Jorge Tadeo Lozano.

Por su lado, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) cuenta con el proyecto Convivencias en Red, que ofrece herramientas para entender la desinformación existente on line, aprender a contar historias y construir espacios de respeto y de construcción colectiva en las redes. “Empezamos el año pasado, pero ya tenemos conversaciones con algunas Secretarías de Educación para llevarlo a los colegios. Eso es algo que tenemos en mente”, asegura Ricardo Corredor, director del FNPI. Estos recursos digitales se pueden encontrar en la página web del Centro Gabo.

Empezar por los mayores

Silvia Rosenthal, autora del libro Making Thinking Visible, Meaningful, Shareable, and Amplified, siempre le pregunta a los demás profesores si saben cómo leer un tuit, que tiene un hashtag, que los dirige a una conversación de TED, que tiene un ‘meme’ sacado de un blog en su sección de comentarios. “¿No? ¿Ustedes no saben cómo leer y contribuir en ese flujo? Entonces son unos analfabetas digitales, o están en camino de serlo”, dice.

Y es que es muy difícil enseñar a los alumnos a leer y escribir en los nuevos códigos de los medios si el maestro no sabe cómo. Conforme ha venido señalando Semana Educación, que sean nativos digitales no significa que sean expertos en el uso de la red. “Los chicos tienen la facilidad de usar la tecnología para moverse socialmente. No le temen a oprimir un botón y ver qué pasa. Pero no saben cómo usarla para aprender”, señala Rosenthal.

Por eso, el primer reto es que los maestros aprendan, también, el lenguaje de las redes sociales. Que el 45 por ciento de los centennials diga que YouTube es su medio preferido para el aprendizaje y el 47 por ciento de ellos pase más de tres horas diarias en esta plataforma –como encontró un estudio reciente de Pearson–, es un llamado a que los educadores investiguen cuáles son las herramientas retóricas que lo hacen tan atrayente para los niños (y las sepan incluir en su clase), y que los padres conozcan qué youtubers (y por qué) ve su hijo.

Es un proceso. Hasta ahora, los ejemplos de instituciones educativas en todo el mundo que abordan a fondo este tipo de alfabetización se cuentan casi con las manos. En especial en los colegios, donde el hecho de que sea un componente transversal contribuye a que se difumine o se fusione en otros programas de ciudadanía digital. Pero cada vez cobran más fuerza.

“Yo estoy optimista”, dice Smith, “pienso que el fenómeno de las noticias falsas ha avanzado la discusión sobre la alfabetización mediática en todo el mundo. La desinformación ha rondando siempre, pero ahora viaja a la velocidad de la luz y aparenta ser legítima. La responsabilidad queda sobre nosotros. ¡El mejor filtro ante las noticias falsas lo tenemos nosotros mismos entre oreja y oreja!”.

Recomendaciones

1. Busque la fuente

Revise que las citas y referencias en una noticias sean reales. Muchas fábricas de noticias falsas usan un URL casi idéntico al de medios conocidos. Por otro lado, páginas como Wikipedia pueden tener contenido valioso siempre y cuando coteje que tenga fuentes suficientes y fiables. 

2. Lea más allá

No hay que quedarse solo con el titular. Antes de compartir u opinar sobre una nota, léala completa.

3. Verifique la fecha

Mucha información, especialmente fotos y videos, vuelve a surgir descontextualizada tiempo después en las redes sociales. Por eso, asegúrese de que sea reciente. En páginas como Google Images puede subir una foto y encontrar si ya se ha usado en otros sitios.

4. Acuda al que sabe

Hay páginas de verificación, como el detector de mentiras de La Silla Vacía, y extensiones para el navegador, como Media Bias o B.S. Detector, que ayudan a identificar los sitios de contenido dudoso y el sesgo ideológico de diferentes portales en Internet.

5. Revise quién escribe

¿Es un autor o un medio reconocido? Lo más probable es que un portal con muchas visitas y una trayectoria reconocida cuide más la veracidad de sus fuentes. Las fábricas de noticias tienden a cerrarse y volverse a abrir con regularidad.

6. ¿Solo una?

Si la noticia es real lo más probable es que varios portales hablen de ella. Si lee algo que le llame la atención, búsquelo también en otras partes. Puede que encuentre otros enfoques o que no es verdad.

7. Cuidado con los chistes

¡Pilas! Muchas páginas como Actualidad Panamericana se dedican al contenido humorístico. Si es demasiado extravagante para ser verdad, lo más probable es que no lo sea.

8. Considere su sesgo

Tenga en cuenta que sus creencias pueden alterar su opinión.Despréndanse, busque opiniones, noticias y enfoques que contradigan lo que ya sabe. La confrontación de ideas solo enriquece el debate.
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Este artículo hace parte de la edición 35 de la revista Semana

Fuente: https://www.semana.com/educacion/articulo/conozca-como-prevenir-la-desinformacion-mediatica/597870

lunes, 14 de enero de 2019

EL BULLYING ALTERA LA ESTRUCTURA CEREBRAL, CONCLUYE ESTUDIO

El bullying altera la estructura del cerebro
  
Según un nuevo estudio, el acoso escolar o bullying puede aumentar el riesgo de enfermedad mental.


Sarah Romero

El estudio sugiere que puede haber diferencias estructurales físicas en los cerebros de los adolescentes que son acosados habitualmente.

El bullying tiene graves efectos en la salud

Una investigación previa reveló que el acoso infantil tiene consecuencias negativas para la salud y puede generar costos significativos para las personas, sus familias y la sociedad en general.

El nuevo trabajo, publicado en la revista Molecular Psychiatry sugiere que, además, la intimidación puede causar cambios físicos en el cerebro y aumentar la probabilidad de una enfermedad mental.

Erin Burke Quinlan, del King's College London (Reino Unido) y su equipo, contaron con la participación de más de 600 jóvenes de diferentes países de Europa a los que entregaron un cuestionario y realizaron escaneos cerebrales.

¿Usamos el 10% del cerebro?

Los participantes formaban parte del proyecto IMAGEN. El objetivo del estudio fue evaluar el desarrollo cerebral y la salud mental de los adultos jóvenes a través de cuestionarios y exploraciones cerebrales de alta resolución, tomadas cuando los participantes tenían 14 y 19 años de edad.

Los científicos descubrieron que más de 30 de los participantes habían experimentado bullyingcrónico. Luego, compararon los datos con los de jóvenes que no habían sido víctimas de bullying crónico. El análisis mostró que la intimidación severa estaba relacionada con cambios en el volumen cerebral y los niveles de ansiedad a los 19 años.

Cambios en el cerebro

El estudio confirma los resultados de investigaciones anteriores que vincularon la intimidación con problemas de salud mental, pero también reveló algo nuevo: El acoso escolar puede disminuir el volumen de partes del cerebro llamadas núcleo caudado y putamen.

El caudado desempeña un papel crucial en la forma en que el cerebro aprende, específicamente cómo procesa los recuerdos. Esta parte del cerebro utiliza información de experiencias pasadas para influir en acciones y decisiones futuras. El putamen regula los movimientos y afecta el aprendizaje.

Los autores afirman que los cambios físicos en los cerebros de los adolescentes que fueron acosados constantemente explican -en parte- la relación entre la victimización entre iguales y los altos niveles de ansiedad a los 19 años.

"Aunque clásicamente no se considera relevante para la ansiedad, la importancia de los cambios estructurales en el putamen y el caudado para el desarrollo de la ansiedad probablemente reside en su contribución a los comportamientos relacionados, como la sensibilidad de la recompensa, la motivación, el acondicionamiento, la atención y el procesamiento emocional", aclara Erin Burke, líder del trabajo.

Los investigadores esperan ver más esfuerzos para luchar contra la intimidación en el futuro, ya que la victimización entre pares se está convirtiendo en un problema global que podría llevar a cambios físicos en el cerebro, ansiedad generalizada y a altos costos para la sociedad.
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Referencia: Peer victimization and its impact on adolescent brain development and psychopathology. Erin Burke Quinlan, Edward D. Barker, et al. IMAGEN Consortium. Molecular Psychiatry (2018) | DOI: https://doi.org/10.1038/s41380-018-0297-9

Fuente: https://www.muyinteresante.es/salud/articulo/el-bullying-altera-la-estructura-del-cerebro-741547456221?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Muyinteresantees+%28MuyInteresante.es%29

viernes, 11 de enero de 2019

¿CÓMO PUEDEN LOS PADRES PREPARAR A SUS HIJOS ANTE LOS PELIGROS DE LA COMUNICACIÓN MÓVIL?

La distracción es, con diferencia, el inconveniente más común relacionado con el uso del teléfono móvil. En este aspecto, los niños y jóvenes apenas se diferencian de los adultos...
El teléfono inteligente, ¿un peligro?

La mayoría de los adolescentes de entre 12 y 13 años ya tienen su propio teléfono inteligente y, con ello, acceso a contenidos problemáticos en la Red. ¿Cómo pueden los padres preparar a sus hijos ante los peligros de la ­comunicación móvil?

Retzbach, Joachim

Getty Images / RawPixel / iStock

En síntesis

Cerca del 10 por ciento de los jóvenes con edades comprendidas entre los 12 y los 13 años han estado en contacto, a través del teléfono inteligente, con contenidos sexuales o de violencia.

La distracción continua a causa del móvil puede producir problemas de sueño y comporta un riesgo elevado de desarrollar depresión o trastornos de ansiedad.

La mejor medida para evitar los peligros es hablar con los niños de los posibles problemas que puede causar la inadecuada utilización del teléfono inteligente. Establecer una especie de «contrato de uso del móvil» puede ayudar.

Internet, macrodatos y el nuevo mundo digitalEl auge de Internet y la capacidad para almacenar y procesar ingentes cantidades de datos han cambiado en muy pocos años la manera en que nos relacionamos, trabajamos, aprendemos e innovamos. El futuro de esta revolución tecnológica y social dependerá de las decisiones que tomemos hoy. Pero ¿conocemos realmente este mundo hiperconectado que estamos creando? El presente monográfico analiza la manera en que Internet, las redes sociales y los macrodatos (big data) están transformando nuestras sociedades, nuestra noción de privacidad e incluso nuestra psicología.

En el vídeo de decapitación del Estado Islámico no hay nada pixelado o tapado. Se ve con toda claridad cómo los terroristas decapitan a varios prisioneros con un machete. En un instituto de Fráncfort, un alumno de sexto envió el vídeo por WhatsApp a todos sus compañeros de clase. Algunos lo reenviaron a otros ami­gos. Al final, entre 70 y 80 niños vieron el vídeo.

«No fue hasta seis semanas más tarde cuando los primeros padres empezaron a enterarse de algo», explica Günter Steppich. «Sus hijos tenían pesadillas a causa de esas imágenes». Además de profesor de un instituto de Wiesbaden, Steppich es conferenciante del Departa­mento para la Protección de Menores ante los Medios de Comunicación, entidad que depende del Ministerio de Cultura de Hesse. En sus charlas habla, sobre todo, de los riesgos y los peligros que comportan para los jóvenes los teléfonos móviles inteligentes, entre ellos, los mensajes no deseados con contenido problemático, como vídeos en los que se ve cómo se torturan animales o personas, escenas de películas de terror o pornografía. En 2016, en el estudio KIM (siglas en alemán para «Infancia, Internet, Medios») llevado a cabo por las instituciones de control de los medios de comunicación de Baden-Wurtemberg y Renania-Palatinado, un 6 por ciento de los encuestados con edades comprendidas entre los 6 y 13 años afirmaron que en su círculo de amigos habían surgido alguna vez problemas con mensajes inadecuados propagados por Internet o a través de alguna aplicación móvil. En el grupo de edad de 12 a 13 años, el porcentaje aumentaba a un 10 por ciento.

¿Representa el teléfono móvil un peligro para los niños y los jóvenes? En 2015, un equipo dirigido por Karin Knop, de la Universidad de Mannheim, presentó un estudio en el que unos 570 niños, de 8 a 14 años, y cerca de 520 padres participaron en diversas entrevistas y cumplimentaron varios cuestionarios. De modo general, constataron muchos aspectos positivos en el uso del teléfono móvil por parte los menores de edad. Junto con la gran cantidad de opciones de entretenimiento (juegos, vídeos o música), que entusiasmaban a todos los grupos de edad por igual, los participantes más mayores también utilizaban los móviles para buscar información, consultar los horarios del autobús y de la escuela u obtener información sobre la predicción del tiempo. Con todo, las posibilidades de comunicación ocupaban un puesto destacado. «Nuestras conversaciones con los niños nos revelaron que lo que más valoran de los teléfonos inteligentes es la conectividad con los demás», explica Knop. «Con un mensaje, en cualquier momento puedes comunicarle a tu mejor amiga que piensas en ella o que le deseas suerte para un examen.»

Además, estos dispositivos facilitan la organización del día a día en muchos aspectos: la mensajería instantánea permite planear encuentros con un grupo grande de personas, y los mensajes de texto facilitan la tarea de informar a los padres de que una clase se ha suspendido y que su hijo llegará antes a casa. La otra cara de la moneda es que, de los participantes que disponían de un teléfono móvil con conexión a Internet, uno de cada cinco había estado en contacto, al menos una vez, con páginas no aptas para menores. Otros tantos habían recibido alguno de esos vídeos denominados «paliza feliz» (happy slapping). Se trata de grabaciones en las que se muestran ataques o agresiones a desconocidos o a compañeros de clase y que se propagan por Internet.

¿Quién me escribe?

Un problema que atemoriza a los padres es que su hijo entre en contacto con desconocidos. Según el resultado del equipo de Knop, un 27 por ciento de los usuarios de entre 8 y 14 años han recibido mensajes de personas que no conocen. Aunque es cierto que la mayoría de los encuestados parecen estar sensibilizados sobre el tema y saben el modo de bloquear la entrada de mensajes de estos usuarios, siempre hay algún niño que se deja seducir y explica información personal, envía grabaciones suyas o se cita con el individuo que ha conocido por Internet.

«Las intrusiones pedófilas todavía son una epidemia en Internet», advierte Steppich. Antes, los autores de este tipo de actos solían utilizar sobre todo páginas de chat para entablar contacto con los menores. En la época del teléfono móvil inteligente, emplean cada vez más la función de mensajería que ofrecen los juegos preferidos de los niños, entre estos, QuizReto (entretenimiento de preguntas y respuestas) o Clash of Clans(videojuego de estrategia y construcción de aldeas). Steppich invita a aquellos padres que duden de esa posibilidad a que hagan ellos mismos la prueba: tan solo necesitan utilizar un nombre de usuario que parezca propio de una menor de edad para recibir, al cabo de pocos minutos, mensajes de desconocidos. En estos casos, la única ayuda radica en enseñar a los niños que nunca deben dar información personal ni enviar fotografías propias a extraños.

Más complicado es el caso del llamado «sexteo» (sexting), es decir, el envío de mensajes sexuales. Se trata de imágenes o grabaciones eróticas, a veces incluso pornográficas, que realizan los mismos jóvenes y que envían a los demás a través de aplicaciones de mensajería como WhatsApp. Después de mucho tiempo sin saber cuán extendido estaba este fenómeno, el estudio de Knop y sus colegas proporciona datos representativos: al menos un 4 por ciento de los usuarios de teléfono móvil de 11 a 14 años declara haberse hecho alguna vez fotos o vídeos en los que ellos mismos aparecían desnudos o semidesnudos y haberlos difundido. Los problemas surgían cuando los destinatarios de las imágenes las enseñaban a su círculo de amigos o las reenviaban. Este tipo de contenido lo han recibido un 13 por ciento de los encuestados.

Ya que muchos niños tienen amigos fuera del colegio (por ejemplo, amistades que han hecho en asociaciones o clubes), solo es necesaria una tarde para que una imagen de alguien desnudo llegue a todas las escuelas de una ciudad, continua Steppich. La única manera de evitar este fenómeno es a través de la prevención. «En la mayoría de los casos habría sido suficiente con que alguien hubiera hablado con el niño alguna vez sobre el tema», afirma el investigador. Por otro lado, las fotos en sí mismas no son el problema; más bien se trata de un asunto relacionado con preguntas básicas de confianza y respeto.

Nicola Döring, psicóloga de medios de comunicación de la Universidad Técnica de Ilmenau, piensa igual. Al menos a partir de la pubertad, muchos jóvenes consideran que la práctica del sexteo de común acuerdo es una forma de expresión sexual, sobre todo cuando tiene lugar dentro de una relación romántica. Es importante que acontezca un cambio de opinión en torno al sexting practicado por jóvenes, escribe Döring en su página web de la universidad medienbewusst.de. Por un lado, más chicas que chicos sufren acoso por ello y tienen que luchar contra calificativos despectivos como «puta». Por otro, los que obran de manera equivocada son aquellos que difunden fotografías privadas de otras personas sin su consentimiento. «En el caso del abuso corporal, ya se ha extendido la idea de que la víctima no tiene la culpa. En relación con el abuso de fotos personales, todavía no hemos llegado tan lejos», indica Döring.

La violencia y las experiencias sexuales indeseadas, así como el acoso, son, por tanto, amenazas reales cuando los niños y los jóvenes utilizan el teléfono inteligente. Pero, según Knop, existen otros dos posibles efectos del teléfono móvil que tienen más importancia en el día a día y que casi todos los usuarios conocen: la distracción constante y el miedo a perderse algo. Este temor recibe el nombre de FOMO (acrónimo de la expresión inglesa fear of missing out). A los jóvenes siempre les ha importado saber qué hacen sus amigos, comenta Knop. No obstante, cuando ese interés y el miedo a ser excluido de los encuentros o de las conversaciones aumentan en exceso, ello lleva a los adolescentes a utilizar el móvil con demasiada frecuencia y de manera descontrolada. De acuerdo con un estudio del equipo de Andrew Przybylski, de la Universidad británica de Essex, todas las personas poco autónomas y que se sienten marginadas socialmente son propensas a sufrir FOMO [véase «FOMO o el miedo a perderse algo», por Theodor Schaarschmidt en Mente y Cerebro n.o 93, 2018].

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Atención sin pausa

La distracción es, con diferencia, el inconveniente más común relacionado con el uso del teléfono móvil. En este aspecto, los niños y jóvenes apenas se diferencian de los adultos. Las aplicaciones de noticias, medios de comunicación y juegos requieren una atención constante. Para los escolares, ello no solo supone un problema cuando intentan terminar los deberes, sino que también comporta dificultades para conciliar el sueño. Numerosos estudios demuestran que los niños y jóvenes que pasan más tiempo con el teléfono móvil van a dormir más tarde y la duración de su descanso es menor en comparación con los sujetos de la misma edad que no invierten tantas horas con el teléfono móvil. La falta de sueño no solo puede mermar el rendimiento escolar; también aumenta el riesgo de sufrir una depresión o un trastorno de ansiedad. Al parecer, las personas que utilizan el dispositivo móvil con mayor frecuencia son más propensas a sufrir estos problemas. Sin embargo, todavía no está claro que el teléfono móvil sea el culpable de ello.

La habilidad más importante que los niños y jóvenes requieren para el manejo del teléfono inteligente es la autorregulación, sostiene Knop. Han de saber postergar sus necesidades. Esta capacidad es, por un lado, una característica de la personalidad que favorece, por ejemplo, el éxito académico; por otro, se desarrolla con el paso del tiempo. Pero durante la pubertad ocurre un cambio relevante: incluso los niños que destacaban por saber esperar una recompensa se comportan de forma más impulsiva. La falta de autocontrol alberga el peligro de que el móvil los pueda llegar a dominar, afirma Knop. «En esos casos, la persona está pendiente de cada mensaje entrante. Incluso cuando [el móvil] no suena, no se logra permanecer ni cinco minutos sin comprobar si habrá pasado algo».

Con todo, la adicción al móvil todavía resulta un tema controvertido para los investigadores. Pero no cabe duda de que incluso algunos adultos prestan más atención a su teléfono inteligente que a las personas que tienen alrededor. Esta conducta influye en los más jóvenes. De hecho, la función de modelo que el adulto desempeña para los niños empieza en el cajón de arena. En el parque, si los padres tienen los ojos puestos en el móvil, no resulta extraño que el hijo de dos años desarrolle un gran interés por las pantallas táctiles. «Es muy normal que los niños quieran imitar el comportamiento de sus padres. Sobre todo, cuando estos hacen algo con frecuencia y entusiasmo», explica Markus Appel, psicólogo de la Universidad de Wurzburgo.

Pero ¿deben los niños de preescolar y los de primaria utilizar los medios digitales? Lo más importante es que solo vean contenidos adecuados a su edad, señala Appel. «Algunos padres piensan que los pequeños todavía no entienden ciertas cosas. A partir de investigaciones relacionadas con el uso de la televisión se sabe que, aunque no entienden algunas palabras y ciertos detalles, comprenden gran parte de lo que aparece en la pantalla». Si las aplicaciones son las adecuadas para su edad, los medios digitales no tienen por qué ser más problemáticos que los analógicos, indica el psicólogo. Una excepción podrían ser, como máximo, los libros infantiles para los más pequeños, ya que a menudo disponen de elementos táctiles. Difícilmente, una pantalla digital podrá reproducir esa propiedad.

Cuando un niño de parvulario quiere ver diez veces seguidas el vídeo en el que aparece tirándose por el tobogán, no es ningún síntoma de principio de adicción al teléfono móvil, señala Appel. Por un lado, los vídeos llaman más su atención que las escenas estáticas, fenómeno que también les sucede a los adultos. Por otro, les encanta volver a ver algo que ya conocen. «Los niños de preescolar necesitan más tiempo para reconocer estructuras; aprenden, sobre todo, a través de la repetición», explica el psicólogo. De igual manera sucede con los libros infantiles; en cambio, a nadie se le ocurriría pensar en una «adicción a los libros».

Según los investigadores, los padres con hijos de 10 años también deben controlar qué hace el niño con el móvil, los contenidos que consume y cuánto tiempo pasa con el dispositivo. Pero ¿a qué edad se supone que un móvil ya no comporta riesgos para los jóvenes? No existe una única respuesta.

La importancia de hablar sobre los peligros

Con frecuencia se escucha la explicación de que el uso de los medios digitales prepara a los niños y jóvenes para las exigencias de la vida laboral futura. La afirmación es cierta, pero solo en parte. En 2012, Appel comprobó que los jóvenes que usan a menudo las redes sociales poseen mayores conocimientos informáticos, pero no se requieren unas competencias técnicas muy amplias para saber colgar selfies en Instagram o entretenerse con un videojuego en el móvil. Dicho de otro modo, los conocimientos prácticos sobre cómo se utilizan estas aplicaciones móviles distan mucho de los que se les exigirán como empleados o programadores.

El peligro de mutar hacia «un zombi solitario del teléfono móvil» es, señalan los investigadores, bajo. «Por suerte, la mayoría de los niños todavía juegan en el exterior, incluso cuando tienen un teléfono móvil», explica Knop. «Naturalmente, los medios digitales no deben ser la única actividad recreativa y siempre debería haber espacios de tiempo sin el móvil. Pero si cuatro jóvenes se sientan juntos en la piscina con el teléfono inteligente en la mano, a menudo es porque están hablando por WhatsApp entre ellos y con otros compañeros que se han quedado en casa.» No existe ninguna prueba concluyente de que el uso de los medios digitales en sí perjudique el desarrollo, añade Appel. Las tesis alarmistas, por el contrario, podrían amedrentar a muchos padres, de tal manera que estos no se formarían una opinión propia sobre el tema ni desarrollarían sus propias competencias en relación con las nuevas tecnologías. Como consecuencia, no serían capaces de ayudar a sus hijos en este ámbito.

Pero Steppich no es, ni mucho menos, un enemigo acérrimo de las nuevas tecnologías. Con sus propias manos ha dotado a la escuela de una red local inalámbrica; también utiliza tableta en la clase y tiene varias páginas web. Según observa, la mayoría de los casos relacionados con un uso irresponsable de Internet se registran en alumnos que aún no han llegado a tercero de secundaria. Por esa razón, en las reuniones de padres aconseja que los escolares dispongan de móvil a partir de los 14 años. No obstante, sabe que la realidad es otra: en el estudio KIM de 2016, el 43 por ciento de los niños de entre 10 y 11 años ya disponían de móvil, porcentaje que se elevaba a un 61 por ciento entre los alumnos de 12 y 13 años. El punto más importante, dicen los expertos, radica en hablar con los niños de los posibles problemas que puede causar la utilización inadecuada del teléfono móvil. En este contexto, establecer una especie de «contrato de uso del móvil» puede ayudar.

Steppich continuará luchando, según sus palabras, contra molinos de viento. Siguiendo su iniciativa, el departamento del Ministerio de Educación de Wiesbaden envió una carta a todos los padres de los niños que iban a empezar la escolarización en una de las 55 escuelas de secundaria de la ciudad alemana en agosto de 2017. En ella se explicaba que el departamento del Ministerio de Educación y la dirección del colegio correspondiente desaconsejaban que los alumnos de 11 y 12 años dispusieran de un teléfono móvil. Dos padres le mandaron un correo electrónico a Steppich burlándose de su ingenuidad. Pero más de cien le escribieron dándole las gracias. Muchos se alegraban de poder argumentar a su hijo por qué no debía disponer aún de un teléfono móvil inteligente.

Fuente: https://www.investigacionyciencia.es/revistas/mente-y-cerebro/psicologa-para-la-paz-758/el-telfono-inteligente-un-peligro-17106?utm_source=boletin&utm_medium=email&utm_campaign=Sumario+MyC+Enero%2FFebrero+2019

 
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