viernes, 2 de abril de 2010

Maestro es ser un inductor y un promotor del deseo



 “No puedo comprender que una mano pura pueda tocar un periódico sin estremecerse de disgusto”
Charles baudelaire


El “pintor de la vida cotidiana” como solía llamarse Baudelaire, rompió los esquemas burgueses del siglo XIX e hizo de los antihéroes un asunto de arte. Sacó las lacras del capitalismo a contraluz y él mismo fue su expresión marchita. Su vida es una consecuencia y a la vez una diatriba al capitalismo, una personificación de la intensidad y el descontento. Fue un explorador, generador y maestro de la cotidianidad y de lo urbano, con él se ejemplifica lo vivencial y contradictorio.



Vale la pena traer a colación una reflexión ilustrativa de Estanislao Zuleta sobre  Baudelaire y lo que representa ser maestro:


Hay dos maneras de ser maestro. Una es ser un policía de la cultura; la otra es ser un inductor y un promotor del deseo. Ambas cosas son contradictorias. Un tipo de maestro es aquel que me califica, pero sin consultar la vivencia que yo tengo de la vida. Otro tipo de maestro, al que no le pagan ni lo nombran, es aquel que consulta mi vivencia de la vida. Ambas figuras podrían ilustrarse en persona de Baudelaire o en la imagen del “hombre enfundado” que describe Chejov. Hay allí dos maneras de ser maestro. “El hombre enfundado” se basa en esta premisa: todo debe ser previsto, porque de lo contrario no se sabe qué puede pasar. Este tipo de maestro trataría de que los alumnos no vayan a hacer nada que perjudique a sus patronos o a los gobernantes; que sean eficaces sin aspirar ni luchar por nada. Es un poco difícil decir en qué medida los maestros son en sí mismos “hombres enfundados”. No hay duda de que los maestros de este tipo le ayudan al sistema.


Baudelaire es un maestro en el segundo sentido. Nos enseña a ver el mundo en que vivimos de una manera por la cual nadie le pagaría nada. Es un hombre capaz de identificarse con todo lo que la ciudad rechaza, con lo que él llamó “el vómito inmenso del inmenso París”, pero que en cambio no se podría identificar con lo que en la ciudad es respetable. Se identificó con las viejecitas que van por las calles y “danzan sin querer danzar, como campanas”. Se identificó con los alcohólicos, con el vino de los zarrapastrosos, que “vienen con sus blancos bigotes como viejas banderas de derrota y chocan contra el mundo como poetas, y mientras los esperan horribles tragedias hogareñas expanden su corazón en gloriosos proyectos”. Este es otro tipo de maestro. Un maestro nuevo. Un maestro difícil de encontrar, ciertamente. Pero si los maestros, institucionales o comunes y corrientes, quieren enseñar no solo poesía, tienen que enseñar a Baudelaire, es decir, entrar en contradicción con las exigencias del sistema en que vivimos.


Necesitamos un tipo de maestro que sea capaz de darle al alumno el juego y la oportunidad para que sea él mismo, para que se identifique con los fracasados, para que no decida por los exitosos. Baudelaire nunca escribió un poema sobre un general. Este tipo de maestro hace que el alumno sea probablemente un mal empleado bancario, pero un buen hombre.


Un tipo de maestro como Baudelaire es un hombre que puede indicarnos la dirección. Él mismo lo dice de la manera más dura: Embriágate con la poesía con la religión con el alcohol con lo que quieras pero no estés nunca sobrio. Embriágate, es decir, busca algo más grande, lucha por algo más grande.



Tomado de “Conversaciones con Estanislao Zuleta. Fundación Estanislao Zuleta. Cali. 1997. Feriva, ed. Entrevista con Hernán Suárez en el apartado “La educación un campo de combate”. Pág. 262

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