miércoles, 24 de junio de 2015

LA CIENCIA COMO PRÁCTICA CULTURAL

La ciencia, un asunto de comunicación social

Por Pablo Esteban


Según la Real Academia Española, la ciencia remite al conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales. Sin embargo, presentada de ese modo –así, sin demasiado brillo, esquemática y fría–, esta definición oculta una multiplicidad de sentidos susceptibles de ser atribuidos. En principio, más vale arrancar por lo básico: la ciencia es una parte esencial de la cultura, en efecto, engloba un conjunto de prácticas que no existen sin seres humanos que las realicen.

Desde este punto de vista, tres asuntos florecen en el barro analítico y asoman por su importancia. Primero, un requisito: la ciencia requiere ser estudiada en contexto; luego, una propuesta metodológica: la ciencia puede ser abordada desde una perspectiva comunicacional, y, por último, una necesidad: tras considerar los puntos anteriores, será esencial la generación de condiciones de acceso que garanticen la participación de toda la sociedad en el proceso productivo y reproductivo de los saberes científicos.

- Los científicos hacen historia (pero) desde la historia. Es imposible comprender las ideas de algún filósofo o científico –que para el caso, son lo mismo– si no se accede al idioma de época; a respirar sus aires y a pasear por sus caminos. No se trata de ponerse en lugar de nadie, ello es imposible; aunque sí de comprender por qué sus pensamientos se impusieron en ese instante y no en otros, y por qué se desarrollaron en determinadas latitudes cuando las coordenadas podrían haber sido bien diferentes. En última instancia, intentar responder a una pregunta tan simple como: ¿por qué las cosas suceden cuando suceden y en el sitio en que suceden?

Proceso: una palabra que resuena con fuerza y que a menudo se vacía de significado, como usualmente ocurre con toda categoría analítica utilizada hasta el cansancio. Cada acontecimiento forma parte de una sucesión de momentos que se acomodan en una línea cronológica imaginaria que avanza a paso firme y jamás se detiene. Cada genio de época leyó libros que escribieron sus antecesores y se alimentó de las ideas que allí pululaban. Personas como Copérnico, Galileo y Kant, sin dudas, estuvieron interpeladas por sus entornos, pues, trabajaron con herramientas sociales y produjeron ideas maravillosas que hicieron historia pero desde la historia.

- La ciencia y la comunicación: una relación que pide matrimonio. La comunicación puede ser definida como un enfoque que permite desentrañar falsas concepciones, percepciones, valoraciones y modos de significación. Una perspectiva novedosa que –con un objetivo similar al de otras ciencias sociales como la antropología– busca penetrar el denso entramado que presentan los escenarios cotidianos, esos que los seres humanos organizados en grupos acostumbran a llamar “realidad”. De aquí que observar a la ciencia con los ojos de la comunicación permite una lectura alternativa que desmitifica la supuesta blancura de un campo que está atravesado por tensiones, luchas de dominación y de poder.

Para ser más explícito, cada vez que una comunidad científica festeja un acontecimiento, ensancha las espaldas de un intelectual y dirige políticas de investigación en direcciones puntuales, lo que está haciendo no es más que velar otros acontecimientos, quebrar otras espaldas y anular otras posibles trayectorias. En definitiva, amordaza otras bocas para callar otras voces que disputan otros sentidos.

Sin embargo, las relaciones entre ciencia y comunicación no descansan en ese escalón. Todavía hay más: la ciencia posee un lenguaje que tiene su gramática, su ortografía y su sintaxis; un lenguaje que es necesario aprender y que sólo los escritores de elite de- sarrollan a medida que peinan sus canas y cuando sus pieles se convierten en pellejos. El gran maestro Leonardo Moledo, a menudo señalaba: “La ciencia es un cuento que la humanidad se cuenta a sí misma. La historia del Universo y las historias del Universo son tan maravillosas como el más maravilloso de los cuentos. Entonces es una falacia total que la ciencia no sea un relato. La ciencia lo es, porque es comunicación y es lenguaje”.

- Para el pueblo lo que es del pueblo. El núcleo duro de la ciencia está compuesto por leyes generales, es decir, por enunciados científicos. Desde un enfoque semiótico, las teorías de la enunciación contemporáneas plantean una cuestión central: mientras los enunciados remiten al acto individual de apropiación de una lengua, el proceso de enunciación se caracteriza por la instalación de un “otro” que interpreta –o decodifica, así lo diría el jamaiquino Stuart Hall– el mensaje. Dicho de otro modo, la comunicación es dialógica y el diálogo supone un contexto en el que la práctica comunicativa se desenvuelve. Por tanto, no tiene sentido el hermetismo científico, pues, en definitiva el objetivo de toda investigación debe ser la divulgación; democratizar el acceso y ensanchar el espectro del público alcanzado. La ciencia no es patrimonio de quien “descubre” sino que pertenece a todos aquellos que demuestran curiosidad por aprender sobre un nuevo modo de pensar la vida. En síntesis, el acto hermenéutico de interpretación implica un proceso de resignificación y construcción del que nadie está exento.

- Ideas finales para construir nuevos principios. Resulta imposible, entonces, circunscribir el término –únicamente– al reducido marco de especialistas, uniformados con guardapolvos blancos y rodeados de tubos de ensayo y compuestos químicos multicolores y humeantes. En efecto, la realización de un ejercicio de desmitificación conceptual podría servir para allanar el camino hacia una aplicación más cotidiana y justa del término.

No todo el mundo cree en la existencia de una ciencia unificada que teje relaciones entre disciplinas como pueden ser la Historia, las Matemáticas y la Filosofía –porque para ser más exactos, no todo el mundo posee las necesidades materiales tan satisfechas como para sentarse a reflexionar, con un café en mano, sobre ello–. Y cuanto más se avanza en el tiempo, si es que el tiempo nos permite avanzar y si es que finalmente existe el tiempo (cuestión que habría que consultar tras leer los pensamientos de cráneos talentosos como Norbert Elias o Edward Thompson) la parcialización de los saberes en campos cada vez más y más pequeños es notoria y palpable.

En la actualidad, con mayor recurrencia, los investigadores y los científicos son empujados a realizar análisis acotadísimos y a recortar sus objetos de estudio hasta hacerlos desvanecer por asfixia. Las disciplinas están más disciplinadas que nunca y, en algunos casos, de tanta rigidez terminan por perder el horizonte y el propósito medular, en efecto, que la sociedad alcance un mejor funcionamiento –es decir que logre mayor equidad y autonomía– a partir de la producción de nuevos conocimientos.

En la posmodernidad, se promueven abordajes segmentados pero “profundos” a diferencia de los megaproyectos que los escritores clásicos realizaban en siglos precedentes. Ya no se cree demasiado en las “historias universales” y el polvo mágico de los atlas ha quedado en el camino. Aquellos libros regordetes que parecían encerrar en un puñado de páginas todos los secretos del mundo ya no generan el consenso de antaño. No. Hoy, las narrativas opcionales, los otros relatos, las otras perspectivas y las otras cosmovisiones (que son legítimas pero no están legitimizadas) están en la superficie y conforman la difusa sustancia que definen al viejo nuevo problema del sentido común.

En el siglo XXI, ninguna persona podrá decir que en esta parte del globo no se hace ciencia, luego de conocer, por caso, los impresionantes avances chilenos en materia astronómica, los progresos cubanos en salud pública e inmunología y los progresos costarricenses en producción de energías renovables. En esa línea es que Argentina proyecta el futuro, convencida de tener herramientas suficientes para escribir la historia con un lápiz propio. Sólo será cuestión de sacarle punta y afilar un poco el trazo.

En este marco, la propuesta será pensar en el concepto de ciencia desde un enfoque más flexible: evitar la falsa dicotomía entre las “duras” y las “blandas”, otorgarles a las sociales y a las humanidades un estatus tan digno como merecido y promover desde los medios masivos de comunicación una perspectiva que defina a la ciencia más allá de sus etiquetas. No alcanza con desarrollar satélites y tirarlos al espacio, no basta con aprender a resolver ecuaciones de segundo o tercer grado, así como tampoco es suficiente conocer cuáles son los males que causan pesticidas como el glifosato para el reino animal, vegetal y humano. No, pues, la ciencia no es un elemento aislable ni específico ni nada de eso; la ciencia es una práctica cultural y, como tal, tiene sentido siempre y cuando se involucren las personas.

http://www.pagina12.com.ar/diario/ciencia/19-275591-2015-06-24.html

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