La vigencia de Estanislao Zuleta en la Colombia del siglo XXI
Por pinedaruiz
El presente texto, corresponde a la ponencia presentada el jueves 19 de febrero, durante el evento homenaje al maestro Estanislao Zuleta, a raíz de los 25 años de su fallecimiento y 80 años de su natalicio. Dicho acto tuvo como invitado principal al connotado escritor colombiano William Ospina.
En años recientes he percibido que la vida entera de Estanislao Zuleta está revestida de un aura especial: son pocos los seres en Colombia que, sin haber cursado estudios universitarios, hayan doblegado a todos los círculos académicos para enseñarles algo que no hace parte de sus arrogantes diccionarios: las nociones del desaprendizaje.
Zuleta, en ese continuo proceso de búsqueda y reflexión, nunca permitió que sus hijos mayores estudiaran en colegios. No creía que los claustros fueran lugares aptos para el desarrollo de un excepcional aprendizaje. Su principal reparo a la educación de la época era que carecía de sentido práctico al situar la repetición por encima de la racionalidad.
El dogmatismo y la sumisión eran otros aspectos principales de su feroz crítica al método de aprendizaje que regía en la Colombia de aquellos días. Al respecto, en su ensayo “La participación democrática y su relación con la educación”, sostiene: “Somos dogmáticos cuando no hacemos el esfuerzo por demostrar. La demostración es una gran exigencia de la democracia porque implica la igualdad: se le demuestra a un igual; a un inferior se le intimida, se le ordena, se le impone; a un superior se le suplica, se le seduce o se le obedece. La demostración es una lección práctica de tratar a los hombres como nuestros iguales desde la infancia”(1) .
Estanislao, conocido a través de la inercia de los años como “El Maestro Zuleta”, supo labrar dicho título por el extraordinario uso que le daba a la palabra y gracias a su abanico amplio de conocimientos en áreas sociales como la filosofía, el psicoanálisis, la economía, el derecho, el arte, la literatura entre muchas otras.
No se le consideraba maestro por la variedad de saberes, más sí por la profundidad de cada uno de los conocimientos que supo atesorar. Era maestro por considerar que el proceso de aprendizaje tenía que estar mediado por la diversión, lo cual lo llevaba a concluir, con bastante desdén, que el aula apagaba la chispa creativa de los alumnos.
El catolicismo arraigado en la sociedad antioqueña – colmado de formas y condicionamientos, miedos y limitantes que mantienen a la pujante región suspendida en una ruralidad no superada de orden patriarcal y clerical – creó a Estanislao el rebelde, de personalidad insurrecta, libre, desprovista de formas, colmada de ideas y posiciones libertarias, que le valieron la marginalidad, no solo en Antioquia sino en la Colombia de la época.
Los “malos modales” de Zuleta y de Fernando Vallejo, otro ilustre rebelde, abrieron las heridas del statu quo paisa, que los confinó eternamente al ostracismo. Su ser cosmopolita, cercano a la zorra elevada a la condición de diva y lejano del erizo conservador, tomando la expresiva metáfora de Isaiah Berlin, traslucía la tensión entre el burgués de origen y el sujeto político comprometido por convicción.
Una pieza fundamental, en ese rompecabezas intelectual que Zuleta supo armar durante décadas, es su contacto cercano con Fernando González, “el brujo de otraparte”, referente de primera mano de lo que después se conocería como nadaísmo, González intentaba más que aleccionarlo, incursionar en su mundo por medio de preguntas y observaciones en un diálogo constante con las cosas, la naturaleza, el entorno
Elucubrar y encontrar explicaciones más certeras sobre la muerte, la vida, los dogmas y el libre albedrío fueron algunas de las asignaturas principales de la obra de Zuleta, quien nunca olvido la experiencia vivida con su mentor. Aunque disímiles en sus ejes de pensamiento, González más aproximado a la lógica, la intuición y el misticismo y Zuleta obsesionado por la política, la filosofía y el psicoanálisis, ambos lograron un grado de complicidad que rompía la rígida relación común entre maestro y alumno.
De allí surgieron las nociones de lo que se convertiría en máxima de su obra: “pensar por sí mismo”, lo cual en su caso no obedecía simplemente a reafirmar una posición egoísta, insolidaria y fría. Era algo más, casi una declaración de principios.
El escritor venezolano Luis José Silva Michelena, más conocido como Ludovico Silva, quien se dio a conocer a nivel hispanoamericano por su crítica al marxismo, solía repetir un chiste que dio algunas vueltas en aquella época “Si los loros fueran marxistas, serían marxistas ortodoxos”. Seguramente, si Estanislao viviese en esta época no dudaría en reformular el chiste y afirmar “Si los loros fueran católicos, serían uribistas devotos”.
Estanislao Zuleta no se situaba en ese numeroso bando de administradores de ideas ajenas, al que se adscribe la inmensa mayoría de intelectuales, intelectualoides e “iluminatis” que circulan por los claustros como damas arrogantes, desfilando por pasarelas que observan transeúntes sentados en balcones colmados de certidumbre. Zuleta prefería la ruta difícil, como los salmones navegando en sentido contrario, optaba por cruzar sin salvavidas las aguas poco mansas, los cauces turbulentos.
“Estanis”, como le decían con cariño los más allegados, no era un intelectual de esos que fabrica en serie la mecánica académica; se situaba unos escalones bastante más arriba para apañárselas con su papel de arquitecto y juez de sus propias palabras, que eran tan poderosas que cobraban un enorme significado para todos sus interlocutores.
Se diferenciaba del montón por su claridad y sencillez, era maestro para los campesinos, para los iletrados, para los letrados, las amas de casa, los marxistas, los conversos y para quienes más lo miraban de reojo: las hienas de los círculos intelectuales. Estanislao no cargaba con los grilletes de ser un simple sabelotodo, él desplegaba las alas para situarse en la categoría de pensador.
Zuleta no solo predicaba la igualdad desde el plano estrictamente académico, sino que destilaba igualdad en su día a día. Zuleta no escribía, coloquialmente parlaba y evitaba establecer con sus interlocutores relaciones de tipo reverencial. Su ruptura con el mundo que lo rodeaba consistía precisamente en eso: en romper durante cada conversación los esquemas de sumisión que caracterizaban las relaciones entre alumno y maestro, entre intelectual y personas del común.
Aquella pulsión incesante entre el conocimiento y los sentidos, lo llevó siempre a desafiar su propia racionalidad, fuertemente influida por los tres pilares de lo racional esgrimidos por Kant y adoptados como desafío propio: pensar por sí mismo, ponerse en el lugar del otro y ser consecuente.
A través de ese principio inicial, pensar por sí mismo, Zuleta supo darle un sentido orgánico a los otros dos elementos, situándolos siempre en el terreno del diálogo entre iguales. Solía decir “El principio “pensar por sí mismo” tiene como su equivalente inmediato, dejar que el otro piense también por sí mismo..”(2).
También lograba, desde aquella orilla del libre pensamiento, hacerse cargo de lo que decía. En este turbulento siglo XXI en donde la “simulación” precede a la representación, el pensamiento de Estanislao se hace carne y verbo, parafraseando al recién fallecido Gustavo Cerati.
En una era mediada por la desaparición de los “referentes fijos”, en donde los límites entre lo real y lo imaginario desaparecen, como bien lo recalca Jean Baudrillard en su célebre obra “simulacro y simulaciones”(3), Zuleta se destacó por desenmascarar a los culpables de la ausencia de democracia en nuestro país.
En su ensayo “Los conflictos de la democracia” no titubea en denunciar la negación de la democracia para las mayorías por parte de una ínfima minoría al resaltar de manera sarcástica como “los opositores de la democracia, las mayorías ni siquiera saben o entienden; entienden los expertos, los ilustres, los padres de la patria, los tecnócratas… y se preguntan ¿para qué un plebiscito si el pueblo no sabe de qué está opinando? Pan y circo, a lo sumo. No, no es una idea rara de Platón, es una corriente antidemocrática en el presente”(4).
La paz y la democracia fueron algunos de los tópicos que marcaron el derrotero académico principal de los últimos años de existencia de Estanislao Zuleta.
En uno de sus últimos libros, Colombia, violencia, Democracia y Derechos Humanos, editado al fragor de la constitución de 1991, Estanislao planteaba la necesidad del conflicto como elemento principal para tramitar las pequeñas y grandes oposiciones de manera no violenta al interior de la sociedad. Dice: “Se deben dejar aflorar los conflictos para darles un tratamiento y eso lleva implícito un Estado que dé un espacio legal donde el ciudadano tenga derecho a pensar por sí mismo y defender sus creencias”. Para luego añadir “Los conflictos no son una mala cosa, ellos deben ser la base sobre la que se levanta la sociedad”(5).
Redondeaba tamaña visión, que en la dinámica actual de negociaciones de paz entre el Gobierno y las insurgencias mantiene vigencia plena, con una frase lacónica “Una sociedad no conflictiva es algo tan absurdo como un individuo sin angustias y fantasmas: la sociedad no puede seguir pensándose como una armonía de idilios sin sombras”.
Estas oraciones reafirman hoy en día algo que resulta necesario aclarar: el armisticio no es el fin del conflicto, el conflicto seguirá en el corazón de la sociedad.
Por ello, en tiempos de facilismo, de inmediatez, de “éxito exprés”, de “invasiones exprés” y de “paz exprés”, en donde andar con la cabeza baja y tres tarjetas de “crédito exprés” en la mano parece ser el credo, una de sus principales obras, el bienquerido “elogio a la dificultad” cobra total vigencia.
En uno de sus apartes, no duda en poner en la palestra una reveladora premonición sobre el mundo del siglo XXI: “En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido”(6).
Aquello del “pensar por sí mismo”, de reformular lo existente, de escarbar y darle rienda suelta a lo que R.W. Fassbinder, el incomprendido cineasta alemán, denominaba “la anarquía de la imaginación” es lo que nos tiene reunidos a un grupo de jóvenes hastiados de comulgar con las ideas cancinas, agotadas, de las viejas iglesias de la izquierda y la derecha.
Jóvenes, mujeres y hombres, que a las primeras de cambio encontramos afinidades sobre cómo el concepto de Somos Ciudadanos remite a un nosotros no totalizante, de cómo la palabra Somos alberga la pluralidad y la búsqueda continua.
En este proceso nos dimos cuenta que la idea de pensar y sentir en colectivo, es lo que alimenta nuestro deseo de construir una nueva ciudadanía, más autónoma y libertaria pensada desde la necesidad del conflicto democrático. La política es el mayor ejemplo de pugna democrática. La política en este país es un monopolio secuestrado por un 1% de los nacionales.
Nos hicieron creer, ellos, los de la sociedad del 1% más acaudalada y poderosa, que vivir en estado de insularidad, como seres totalmente desconectados los unos a los otros, era lo más saludable, para que ellos, los expertos en la política y la economía siguieran con sus fechorías. Secuestraron nuestro pensamiento para desarticular nuestro somos colectivo.
Recluyeron nuestra lógica para deshumanizarnos, para romper con nuestros instintos de solidaridad, fraternidad, amor, compasión. Nos hicieron creer que salvarse por cuenta propia, sin importarnos ni cómo ni por qué, era la mejor manera de vivir. Que el limpiavidrios, el malabarista, la señora desplazada o el mimo de la calle son personas que se merecen su suerte por querer vivir por debajo de sus posibilidades, algunas veces tildándolos de “vagos”, “inservibles”, “desechables”
Estanislao era humanidad en todo el sentido de la palabra, sensibilidad, filantropía y ausencia de etiqueta: su crítica desobligante apuntaba tano a los marxistas momificados como a las élites conservaduristas del statu quo por igual.
Por ello tuvo que sufrir un ostracismo parcial por parte de la clase política, que sin embargo se convertía en un efecto boomerang en la juventud: decenas de jóvenes sin proponérselo, lo elevaban a la altura de mito viviente, de tótem alimentado por la razón.
Su pelea contra los “áulicos políticos”, contra las “capillas”, contra los clérigos, llámese dirigentes políticos, mediáticos, eclesiásticos, que tomaban por asalto la razón de las mayorías sociales, lo llevaban a establecer una relación clara entre los rituales y creencias del marxismo y las del catolicismo.
Con respecto al dogmatismo e inflexibilidad del comunismo colombiano, Zuleta no dudaba en afirmar que “Son los dogmas de la iglesia, que los comunistas han adoptado y a quienes les da pena, desde luego, llamarlos con ese nombre y, entonces, los denominan principios”.
Esa pugna con el comunismo criollo se prolongó hasta el final de sus días. De aquel desencuentro con la colectividad de la hoz y el martillo vino una nueva experiencia en la vida del Zuleta político: su militancia en el Partido de la Revolución Socialista (PRS), una agrupación que fugazmente intentó, en el primer lustro de los 60, romper con los esquemas preestablecidos mediante la influencia de asignaturas tales como la psiquiatría, la filosofía y el derecho.
Al lado de Zuleta se embarcaron en dicha experiencia Jorge Villegas, Mario Arrubla, Humberto Molina, Guillermo Mina, Jorge Orlando Melo, en un viaje que intentaba irrumpir mediante la fuerza de las ideas por encima de la de las armas, tan en boga en aquellos años influenciados por la revolución cubana.
Dicha experiencia, es reseñada en la biografía de Estanislao Zuleta realizada por Jorge Vallejo Morillo:“La mera perspectiva de la violencia era repudiada por estos arcángeles platónicos. Las armas y la violencia, creían, tal vez puedan llegar a ser definitivas hacia el final del proceso, cuando ya la crisis del sistema lo hiciera reventar. Sería cosa de darle un empujoncito”(7). Cincuenta años después, agotada la aventura armada, se diría que los hechos les han dado la razón.
Es importante sacar del baúl de los recuerdos al Zuleta pensador, aquel que se imaginaba siempre transitando por senderos de pluralidad. Es sustancial rescatar al Zuleta político, que imaginaba siempre una Colombia más libre, democrática y menos sumisa. Es trascendente recuperar al Zuleta orgánico, que establecía conexidades profundas entre cada una de las áreas objeto de sus estudios para establecer un todo. Es relevante recuperar al Zuleta visionario, que se anticipó en el tiempo a lo que hoy se conoce como la ciencia de la complejidad.
Menciono lo anterior ya que los círculos académicos nacionales, los medios especializados y algunos centros de pensamiento han buscado, de manera ladina, desvertebrar al Zuleta orgánico y separar premeditadamente las diferentes áreas de estudio en las que Zuleta incursionó para quitarle fuerza al Zuleta rebelde, para neutralizar al Zuleta revolucionario.
Zuleta, en su perspectiva de intelectual orgánico no puede desligarse del Zuleta que nunca renuncia a la visión de sujeto plural. Sobre la pluralidad acostumbraba decir “Hay que aprender a amar la pluralidad y esto, reconozcámoslo, es difícil. Estamos acostumbrados a creer en nuestra idea como la única verdadera, no cuestionable no enriquecible. Estamos acostumbrados a declarar herejes o revisionistas, o cualquier cosa, al que difiere de nuestra idea. Estamos acostumbrados a pensar en términos de buenos y malos, a organizar partidos fanáticos que producen naturalmente – así como el hígado produce bilis – sus ortodoxos y sus herejes”(8).
Bogotá, 19 de febrero de 2015.
Twitter: @pineda0ruiz
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* Felipe Pineda Ruiz, publicista egresado del Politécnico Grancolombiano, activista social y colaborador de la Fundación Democracia Hoy.
Notas:
1 Zuleta, Estanislao (2001), La participación democrática y su relación con la educación, en Revista de la Universidad Bolivariana Volumen 1 Número 2. Fuente: http://alturl.com/ntu7k
2 Zuleta, Estanislao (1991), Democracia y participación en Colombia. Fuente: http://alturl.com/gxcrn
3 Baudrillard, Jean (1981), Simulacros y simulaciones, Galilée, Paris, p. 10.
4 Zuleta, Estanislao (1991), Los conflictos de la democracia, recopilación realizada por Rafael Vergara. Fuente: http://alturl.com/uxt5a
5 Zuleta, Estanislao (1991), Colombia: Violencia, Democracia y Derechos Humanos, Altamir, Bogotá, p. 20 y 21.
6 Zuleta, Estanislao (1994), Elogio a la dificultad, Fundación Estanislao Zuleta, Cali.
7 Vallejo Morillo, Jorge (2006), La rebelión de un burgués: Estanislao Zuleta, su vida, Norma, Bogotá.
8 Conferencia De Estanislao Zuleta, Santo Domingo (Cauca), Campamento del M-19,
14 De mayo de 1989. Fuente: http://alturl.com/umqmr
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