lunes, 20 de febrero de 2017

LAS CONSECUENCIAS NEFASTAS DE UN CADÁVER, LA METAFÍSICA

Las nefastas consecuencias de la metafísica

Carlos Eduardo Maldonado


La metafísica murió como ciencia, pero permanece aún como estilo de vida y de pensamiento. Y se cuela por las rendijas de la cultura y las disciplinas, haciéndole, finalmente, todos los favores que los violentos, los superficiales (mafiosos de todo tipo, por ejemplo) y los detentadores del poder desean.

La metafísica es un asunto que aparentemente interesa sólo a los filósofos, pero cuyas consecuencias se sienten en toda la sociedad y por toda la cultura.

La metafísica instaura, ya en los comienzos de esta civilización occidental, la división entre teoría y práctica. Y de consuno, enseña a pensar en términos analíticos —esto es, mediante división, segmentación, fragmentación—, así como a clasificar y jerarquizar el conocimiento y a la naturaleza entera. Entonces la sociedad aprendió a clasificar y a categorizar todas las cosas. Como si fuera algo natural.

Más allá de las particularizaciones técnicas de la metafísica —por ejemplo la preocupación por el to on he ion, o acaso también por el to ti en einai—; más allá de los accidentes que afirman que la metafísica se debe a un capricho de un tal Andrónico de Rodas; más allá de que los filósofos hayan afirmado durante milenios que la metafísica es el tronco del árbol del conocimiento —lo cierto es que todas las áreas que alguna vez formaron parte de la misma se han independizado con el curso de los tiempos.

Así, por ejemplo, nació la lógica sin metafísica (una expresión precisa de E. Nagel, un lógico conspicuo); nacieron todas las ciencias sociales y humanas, y la propia física y las ciencias naturales, la última vez que usaron el mote fue justamente con Newton cuando habló de una “filosofía de la naturaleza”. Nació la estética y también la historia al margen de la metafísica y la ontología, y adquirieron, todas, un estatuto social y un estatuto epistemológico propios. En fin, todos los campos que alguna vez formaron parte de la filosofía, sin más, se independizaron de la misma. (Todos menos uno: la ética; pero esto es tema de otro texto aparte). Sin embargo, el estilo de pensamiento (mindset) de la metafísica permaneció.

Todo comenzó antes de Aristóteles, con Platón. En su lucha, siempre bien justificada, contra los sofistas, la palabra más repetida en toda la obra de Platón es horismós; esto es, distinción, distingamos. Y se establecieron distinciones de conceptos, de planos, de contextos.

Al fin y al cabo los sofistas —cuya expresión contemporánea son los populistas, los de izquierda o los de derecha— siempre han mezclado todo, hacen un batiburrillo mental, tienen una inmensa capacidad retórica y van confundiendo a las gentes con cosas que nada tienen que ver unas con otras, mezclando lo que se puede mezclar, uniendo lo que no tiene el caso unificar.

Y entonces Sócrates–Platón insiste: separemos, distingamos, no confundamos, vayamos por partes. Las tiranías y dictaduras de toda clase siempre han encontrado en las funciones del lenguaje armas más idóneas y han armado guerras y conflictos, y alcanzado o conservado el poder a fuerza de palabras que–no–dicen–cosas, alterando los hechos, torciendo los fenómenos y la realidad. Al fin y al cabo, las gentes, incautas, siempre han confundido retórica y verbalidad con inteligencia; pues así fueron acostumbrados desde hace mucho tiempo.

La metafísica murió como ciencia, pero permanece aún como estilo de vida y de pensamiento. Y se cuela por las rendijas de la cultura y las disciplinas, haciéndole, finalmente, todos los favores que los violentos, los superficiales (mafiosos de todo tipo, por ejemplo) y los detentadores del poder desean.

En el mundo de la ciencia, permea la metafísica al distinguir entre investigación básica e investigación experimental o aplicada; o al creer que el análisis es la forma natural del pensamiento humano, olvidando las síntesis, y los juegos libres; o al insistir, de tantas maneras y con tantos mecanismos, que el mundo, la realidad, la naturaleza y la sociedad deben jerarquizarse y clasificarse en compartimentos —con cualesquiera denominaciones y justificaciones. Como si la vida misma fuera un aparataje de vitrales y mosaicos, por ejemplo, y la luz de la naturaleza fueran esos artificios de vitrales.

Y entonces se establecieron, de manera consolidada, las divisiones de géneros literarios, y se afirmó que había formas de conocimiento, de expresión y de pensamiento más dignos que otros. Cuando, en realidad, las divisiones y clasificaciones del conocimiento se traducían en verdad en clasificaciones y divisiones entre los seres humanos. Como si, ulteriormente, hubiera unos seres humanos más dignos que otros; a saber: justamente aquellos que disponían de los conocimientos mejores y más elevados.

En consecuencia, se le enseñó a toda la tradición a pensar en términos de fundamentos. Y es que en eso exactamente consiste la metafísica. Como dicen los filósofos técnicos: meditationes de prima philosophia. Y todos los saberes y conocimientos buscaron y demandaron de fundamentos. Por definición, fundamentos absolutos, de los cuales no cupiera dudar. La metafísica hizo fundamentalistas a los seres humanos. Y la historia subsiguiente ya es conocida, hasta la fecha.
Y toda la historia desde entonces se asumió en los términos mencionados; justamente, como algo normal, algo que va de suyo: categorizar, fundamentar, clasificar, separar, dividir, jerarquizar. Y, sobre todo, identificar la esencia de la apariencia. Lo demás fue compartimentar todos los conocimientos, saberes, prácticas y, por tanto, formas de vida.

No obstante, lo apasionante de la ciencia y el conocimiento de punta en el mundo es que estamos aprendiendo a reconocer la insubsistencia de esa tradición y aseveraciones. En suma, estamos aprendiendo a pensar y a vivir sin metafísica, ni siquiera como estilo de pensamiento. En esto consiste, exactamente, la revolución científica y cultural en curso, incipiente, pero segura; joven, pero aventada. Vivimos los albores de nuevos estilos, formas, modos y contenidos de pensamiento. Y, por tanto, de vida y de relaciones con el mundo y la naturaleza. Los indicios son claros, los signos son contundentes, los trazos están definidos, aunque inacabados.

Pensar y vivir sin metafísica, en toda la línea de la palabra, significa vivir y pensar sin deudas con el pasado. Sin deudas que no son, por lo demás, nuestras, sino heredadas de tradiciones cada vez más distantes. Los mayores han pagado las deudas que, por lo demás, no les correspondían; los jóvenes pueden lanzarse a soñar, imaginar y crear mundo nuevos y mejores. ¿Y la metafísica? Quedará como una palabra, un referente que ya no es, en modo alguno, necesario hacia futuro.

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