Orlando de J. Noreña B.[1]
No cualquier persona podía acceder a la educación durante la colonia; en la práctica, hasta finales del siglo XVIII no existía lo que hoy conocemos como instrucción primaria, que suplía los padres o los preceptores en el hogar. El ingreso a la universidad hacia los doce años, estaba reservada a la llamada “república de blancos”[2], es decir había que demostrar limpieza de sangre y que en la familia no se habían desempeñado oficios manuales, por lo que se infiere que la educación sólo era para unos pocos y seguramente que especializada de acuerdo al proceder social. Quienes se formaban en algunas de las facultades existentes: filosofía, teología, medicina o derecho, se identificaban con la élite, aunque esta no era estrictamente la composición del estudiantado, pues era frecuente encontrar en sus filas a hijos de criollos o blancos pobres. Sin embargo, los estudiantes ocupaban un lugar visible en la esfera pública de la ciudad, así com en toda celebración, fiesta o evento conmemorativo.[3]2
Para entonces Bogotá tenía tres universidades: La Tomística, regentada por los dominicos; la Javeriana, de tradición jesuítica, y el colegio mayor de Nuestra Señora del Rosario; a ellas confluían estudiantes de las ciudades y pueblos principales del virreinato, donde se formaban los futuros funcionarios y aquellos que influirían en los procesos políticos de finales de la colonia.
Muchos historiadores han puesto en duda la acumulación de conocimientos en el nuevo reino, así como la calidad de su producción cultural, debido en buena medida a la ausencia de imprenta, a la dificultad del comercio, a la censura de los libros y finalmente a lo que se leía; de todas maneras, todos estos aspectos no fueron obstáculo para que, desde el siglo XVII y en ciudades como Bogotá, Tunja o Cartagena, el conocimiento y la producción cultural fluyeran de manera oral o a través de libros manuscritos, aunque habría que añadir que no todo circulaba de esta manera, y que la producción desde luego, era pequeña.
La ilustración planteo un cambio radical en relación con los sistemas escolásticos, pero también era el resultado del humanismo medioeval y de la revolución epistemológica que había proclamado Descartes en el siglo XVII; por aquel entonces, las ideas lustradas que irrumpían en Europa, y en particular en Francia, se encontraban en su apogeo.
El estado colonial sólo conoció el concepto de escuela pública elemental en la segunda mitad del siglo XVIII bajo la política ilustrada de los reyes Borbones. En los siglos XVI y XVII, al ordenar el repartimiento de los indígenas en encomienda, la corona española impuso a los encomenderos la obligación de costear cura doctrinero para que, como decían las primeras leyes de indias, les enseñara la doctrina cristiana, les administrara los sacramentos y les acostumbrara a “vivir en polecia”[4]3.
La situación comenzó a modificarse en la segunda mitad del siglo XVIII, gracias al impulso dado a la educación en el reinado de Carlos III, cuando la corona ordenó dedicar a obras pías parte de los bienes de la expatriada obra de la compañía de Jesús. Las escuelas públicas de primeras letras fueron colocadas bajo el control de los cabildos de villas y ciudades y su sostenimiento debía hacerse con las rentas llamadas de propios, aunque estas eran tan exiguas en las mayorías de los poblados y aún en villas y ciudades, que muy pocos podían sufragar el sueldo del maestro y los gastos del local escolar. (Los sueldos de los maestros fluctuaban entre 200 y 300 pesos anuales y los pagos eran completamente irregulares).
Ignoramos como funcionaban las escuelas coloniales de primera letras; los únicos testimonios documentales que se dispone hasta el momento se refieren a solicitudes de fundación, reclamos por los pagos de los sueldos o peticiones de los cabildos y vecinos implorando auxilios virreinales para sufragar los gastos de funcionamiento, pues la penuria de pueblos, villas y ciudades era tal, que no permitía ni fundarlas, ni sostenerlas; de otro modo, la preparación de los maestros era en general bajísima. (Guardadas las proporciones, las épocas y las condiciones, no varía mucho en el acontecer de hoy).
La iglesia goza de un dominio absoluto en el campo de la educación. Funda, rige y orienta los establecimientos educativos, decide acerca del método y del plan de estudios. El poder civil solo no pudo sostener colegios; todos los centros de enseñanza de la Nueva Granada, desde las escuelas de gramática hasta las universidades estuvieron a cargo de eclesiásticos entre quienes correspondió el monopolio entre dominicos y jesuitas.
Los establecimientos de enseñanza coloniales aplican rigurosamente las disposiciones dadas en materia educativa por el concilio de Trento, de manera que el tipo de educación que recibe la élite criolla está determinada por la ideología de la contrarreforma; la enseñanza que se imparte tanto en colegios como en universidades continua, además, patrones medievales: en la organización de las escuelas, en el plan de estudios centrado en la filosofía escolástica y en la retórica, en los métodos de enseñanza basados en la “dictatio”[5]. En la aplicación del método silogístico y en el criterio de autoridad que tenía a Aristóteles y a Santo Tomas como maestros indiscutibles.
Para muchos autores el pensamiento ilustrado se inauguró en el virreinato con la figura de José Celestino Mutis, quien en el colegio del Rosario, abrió la cátedra de matemáticas,(1763). Era la primera vez que se enseñaba la física de Newton y las teorías astronómicas de Copérnico en el territorio de lo que hoy es Colombia, y a partir de entonces se conformaron dos generaciones de ilustrados neogranadinos: la primera, hija del despotismo lustrado, buscó poner en práctica el desarrollo de las ciencias naturales e impulsar la actividad industrial y económica del reino, siendo uno de sus principales representantes el mismo Mutis; La segunda generación estuvo determinada e integrada por criollos autodidáctas, o educados en los colegios de enseñanza superior, que absorbieron las ideas ilustradas por su propia disciplina de trabajo y que, en no pocas ocasiones, habían realizado extensos viajes por Europa; entre estos debían de nombrarse a: Pedro Fermín de Vargas, Ignacio y Manuel de Pombo, Francisco José de Caldas, Jorge Tadeo Lozano, Francisco Antonio Zea, Fray Diego Padilla, Antonio Nariño, quienes entraron en contacto con numerosos intelectuales y políticos del viejo continente que muchas veces les prometieron ayuda para lograr la independencia.
En este contexto se llevó a cabo uno de los acontecimientos más importantes de la lustración neogranadina: LA EXPEDICIÓN BOTÁNICA, dirigida por el presbítero JOSE CELESTINO MUTIS, que tenía por objetivo conocer la riqueza natural del territorio para proceder a explotarlo de una manera racional; la segunda generación de criollos ilustrados que se ha mencionado heredó en buena medida estos nuevos pasos en el conocimiento que auspiciaron los virreyes de la Nueva Granada; muchos de estos criollos vivieron y sintieron los efectos de los ideales de la revolución francesa (1.789), que no cabía en el ideario monárquico español; en este contexto se entiende a un Antonio Nariño, el aristócrata que poseía ese raro artefacto, una imprenta, que traducía e imprimía LOS DERECHOS DEL HOMBRE.
La educación entonces, en la Nueva Granada, fundamentalmente la superior, durante el proceso independentista, sintió ligeramente el impacto de la confrontación de las nuevas ideas de la ilustración que trataban en Europa de modificar la educación escolástica.
En 1768 se expulsó a los jesuitas y se cerró la universidad javeriana; sin embargo subsistió el colegio de San Bartolomé. En Santafé quedaron dos universidades, el colegio mayor del Rosario y la universidad de Santo Tomas. En Popayán estaba el seminario San Francisco de Asís. El número total de estudiantes era de 489; en el colegio de San Bartolomé había 278, la universidad de Santo Tomás tenía 165, el Rosario 73, y San Francisco de Asís 52. La población total de la Nueva Granada en 1.810 se estimaba en un millón de habitantes.[6]
Se enseñaba gramática, filosofía, teología y jurisprudencia; en cosmología se enseñaba el sistema geocéntrico, es decir la tierra inmóvil como centro del universo. El sistema heliocéntrico, la tierra y los planetas girando alrededor del sol propuesto por Copérnico era inaceptable.”La tesis del sistema Copérnico era indefensible como tesis, intolerable y prohibida por la iglesia y su inquisición”.
Mutis expuso posteriormente en el colegio del Rosario la tesis Newtoniana y, de acuerdo con Copérnico, Mutis dijo en la lección inaugural: “La tierra se mueve como los demás planetas permaneciendo el sol y las estrellas en quietud”. Sólo en 1.882 el santo oficio permitió la divulgación de las obras favorables al sistema heliocéntrico. Mutis fue acusado ante la inquisición pero logro eludir la sanción.
El fiscal Antonio Moreno y Escandón, preocupado por el bajo nivel de la enseñanza y las dificultades para acceder a la universidad de quienes no abrazaban la carrera religiosa y ante la falta de enseñanza de aritmética, derecho y administración, propuso la creación de una universidad pública y una modernización al plan de estudios (1.768).[7] Se utilizarían los bienes dejados por los jesuitas; para su financiación se haría uso del quinto arzobispal. El arzobispo de Santafé y el virrey aceptaron la idea. Casi al día siguiente se produjo una cruza
Da liderada por la universidad de Santo Tomas contra le arzobispo y contra Moreno y Escandón. Aquel se retractó. Sus directivas acudieron a los tribunales coloniales y españoles, Moreno y Escandón contraatacó alegando que los religiosos tenían enemistad a los avances de la ciencia y de la filosofía “útil”; afirmaba que los graduados de la universidad de Santo Tomás “aún no saben leer y escribir con perfección, ni entienden el idioma latino”. El plan de estudios se plicó durante algunos años, pero en 1779 se enterró la idea del fiscal; ganaron los religiosos con el apoyo de los estudiantes del colegio del Rosario, quienes consideraban que el estudio de la aritmética, la geometría y una filosofía moral significaba el “exterminio de las letras”.[8]7
A pesar del triunfo de la escolástica contra el asomo de la modernidad, es interesante notar que en plena inquisición y poder monárquico absoluto, se produjeron confrontaciones entre la escuela y el estado (Gobierno)
BIBLIOGRAFÍA.
1. Historia de Colombia. Varios autores. Editorial Taurus. Bogotá. 2006
2. Manual de historia de Colombia. Tomo I. Edición II. Círculo de lectores.
3. Manual de historia de Colombia. Tomo III. Instituto Colombiano de cultura.
4. José Fernando Isaza D. Periódico El Espectador. Columna de opinión.
Ilustracion R.P.N.E. de: http://www.monografias.com/trabajos32/historia-educacion-peru/Image5130.gif
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[1] ORLANDO DE JESÚS NOREÑA BENITEZ. Licenciado Ciencias Sociales U.T. Especialista en Docencia de las Ciencias Sociales U.T. Profesor Tiempo Completo I.E. Liceo Nacional. Profesor Catedrático de U.T. Profesor integrante Colectivo: Espacio y Tiempo en Sociedad Y Revista Pedagógica Nueva Escuela.
[2] Renan Silva. La vida cotidiana universitaria en el nuevo reino de Granada. en Beatriz Castro; Historia de la vida cotidiana en Colombia. Bogotá. Norma. 1996
[4] Jaime Jaramillo Uribe. Manual de Historia de Colombia. Tomo III. Instituto Colombiano de Cultura
[5] Maria Teresa Cristina. Manual de Historia de Colombia. Tomo I. Círculo de lectores. Segunda edición. 1983
[7] Ibidem.
[8] Ibidem
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