Imposición del 20 de julio y el 7 de agosto es otro acto ventajoso del centralismo político bogotano
¿Haber oficializado una historia mentirosa podría explicar nuestros conflictos?
Detrás del 20 de julio y el 7 de agosto hay muchas cosas que ignoramos. ¿Será esa la razón por la que repetimos una y otra vez los mismos errores?
Edward Torres Ruidiaz
El 20 de julio de 1810 fue impuesto como fecha de “independencia” por el Congreso mediante la ley 39 de 1907 y en 1913 se sumó el 7 de agosto como celebración nacional. Los antecedentes hablan de enfrentamientos entre los diversos territorios por exaltar lo que cada uno consideraba su aporte a la lucha independentista, entre otros Cartagena, Ciénaga, Mompox y Pamplona.
Los hechos muestran que el 20 de julio de 1810 de Bogotá no fue el “primer” levantamiento de independencia, de hecho ni siquiera la proclamaba, y que el 7 de agosto de 1819 tampoco fue la última y definitiva batalla para consolidarla. Entonces, ¿cómo lograron introducir al imaginario colectivo de los colombianos la celebración de estas fiestas patrias que hoy día se celebran mecánicamente?
El 20 de julio no fue la primera
En 1907, en el diario El Tiempo, algunos intelectuales cartageneros, retando la imposición del 20 de julio de la ley 39 de 1907, exaltaron el 22 de mayo de 1810, fecha de la deposición del brigadier Montes, gobernador de Cartagena, y el establecimiento de un gobierno provisorio, como la verdadera y primera “voz de libertad” (Román, 2005).
El debate se trasladó a la prensa cartagenera, donde su Alcalde minimizaba el 20 de julio como la “independencia de Bogotá” recordando que esa ciudad reconoció fidelidad al “muy amado Fernando VII” y que su independencia sólo fue hasta el 16 de julio de 1813 (diario El Porvenir de Cartagena, 25 de mayo de 1910).
En respuesta a la polémica, el presidente Gonzales Valencia en su discurso del 20 de julio de 1910 exaltó el protagonismo exclusivo de Bogotá y Boyacá, sellando el mito de la independencia que regiría del siglo XX en adelante, marginando las memorias locales regionales. (Román, 2005). Las celebraciones fueron complementadas con una dinámica exhibición de bustos y símbolos patrios, la mayor parte andinos, con el objetivo de “construir” la maltrecha memoria histórica del país.
La discusión no era nueva. En 1882 Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro reclamaron en favor de Cartagena y en 1841 Tomás Cipriano de Mosquera respondió a una invitación de celebración del 20 de julio aclarando “no reconocer esa fecha como independencia sino el 1809 de Quito o, si acaso, el 22 de mayo de Cartagena e, incluso, el 4 de julio de Pamplona”, pidiendo que “no se adultere la historia”. (Villegas. 2005)
Históricamente también se reclamaba el 2 de julio de 1810 de Mompox cuando expulsan al comandante español Talledo y el 6 de agosto de 1810 cuando esa ciudad fue la primera en declararse independiente; en Cali se firmó un acta de gobierno propio y de separación de Popayán el 3 de julio; los comuneros en El Socorro derrotaron a la tropa realista el 10 de julio. Todas fechas anteriores al 20 de julio bogotano.
Fabio Villegas, de la Academia de Historia Antioqueña, defendió los antecedentes jurídicos del 20 de julio como fecha oficial de independencia mediante la ley 60 de 1873 mientras critica al 7 de agosto por carecer de ello y resalta la importancia del 20 de julio como “hilo conductor” de los demás procesos.
Posteriormente, la Ley 149 de 1896 intentó una propuesta más incluyente exaltando, no solo un día sino “como período de la Independencia, el comprendido entre los años de 1810 y 1826 inclusive o hasta 1827”, pero no tuvo trascendencia.
Y el 7 de agosto de 1819 tampoco fue la definitiva
Hasta 1820 continuaban bajo el mando español algunos reductos del territorio nacional como Cartagena. El 10 de octubre de 1821, luego de la valiente campaña de Padilla, se embarcaría hacia Cuba al último gobernador español al lado de su tropa y funcionarios, para nunca más volver (Sourdis, Alexandra, 2009). Por ello el Caribe reclama esa fecha como el real y legítimo inicio de la vida autónoma de nuestra República. Al final, el 11 de noviembre Cartagenero fue elevado a fiesta nacional, pero cuidándose de llamarlo independencia “de Cartagena”, no de Colombia.
A la polémica se sumó Ciénaga, exigiendo la misma importancia para el 20 de noviembre de 1820 cuando en la batalla de San Juan de Ciénaga se da el verdadero establecimiento de la república y la exaltación para héroes Caribes como Maza y Padilla, recibiendo pleno respaldo de los alcaldes de Santa Marta y Barranquilla (Román, 2005).
Y lo que hoy es una orgullosa fiesta nacional, en su época no fue un concepto unánime. La Junta Suprema de Riohacha el 17 de septiembre de 1810 reiteró su fidelidad a la monarquía española, igual que Bogotá según su acta, mientras Santa Marta también se consolidó como bastión realista.
Así, la imposición del 20 de julio y el 7 de agosto es otro acto ventajoso del centralismo político bogotano, que luego pasó a los libros de historia que nos enseñan desde hace 150 años otras cosas como que Pablo Morillo no era un genocida sino un “pacificador”. Los mismos que blanquearon y luego desaparecieron la foto de Nieto, nuestro presidente negro.
Por eso cuando hoy vemos en las excitadas trincheras de “izquierdas contra derechas” repetirse los mismos odios de las paredes bogotanas que en 1829 le gritaban “longanizo” a Bolívar en su último viaje o las fogosas peleas de “liberales contra conservadores” de nuestros abuelos, entendemos que estemos repitiendo nuestra historia: tal vez porque la que nos enseñaron es mentira.
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