Del requerimiento a los paradigmas
Manuel Moncada Fonseca
1era. parte
Eufemismos coloniales: encomienda y requerimiento
¿Cuántas veces se descubrió América?
Hace muchos años, leímos un libro que, con solo su título, lo decía todo: “¿Cuántas veces descubrieron América?”[i].
Lo cierto es que la España colonial, tras la llegada de Cristóbal Colón
a América (el doce octubre de 1492), se jactó y, en gran medida, se
sigue jactando, de haberla “descubierto”.
Pero
como bien dice el libro señalado, hacia el año mil de nuestra era,
llegaron los vikingos a nuestro hemisferio, sin que se ufanaran por
ello. Y miles de años antes que españoles y vikingos o normandos
llegaron a ella culturas humanas plenamente formadas, procedentes de
Asia y de otras partes del orbe, sin jactarse ni ufanarse y sin plantar
bandera alguna, constituyéndose en los primeros seres humanos que la
descubrieron (sin decirlo) y la poblaron a lo largo de muchos siglos
(por todos sus costados); sin que predominara entre ellos sentimiento de
superioridad.
Los
europeos, en cambio, nomás llegando a nuestro hemisferio, plantaron sus
banderas y declararon que como “descubridores”, les correspondía ser
los dueños absolutos de lo que ahora se llama América, nombre a todas
luces de cuño colonial.
Resultó,
así, que Europa no sólo “descubrió” América, sino que se apoderó de sus
tierras, riquezas y su gente, amparándose en la fuerza bruta, el
genocidio, el engaño, la perfidia y la cruz que, sin reparo alguno,
apañó todas sus brutalidades. No en vano, la bula inter caetera de 1493
del Papa Alejandro VI (bula que dividió imaginariamente el mundo desde
los polos) donó hacia el oeste, el continente entero a los católicos,
apostólicos y romanos reyes de España; y todo lo que estuviera hacia el
este, a Portugal. El pretexto para ellos fue la condición idólatra de
los pobladores de Nuestra América.[ii]
Un documento protervo
Los
pretextos del lobo para repartirse el mundo se vieron jurídicamente
fortalecidos a partir del Requerimiento de 1513 del jurista Juan López
Palacios Rubio (1450-1524), documento que sirvió para justificar una
esclavitud abierta (a la par de una encubierta, la encomienda) a los
pueblos originarios de América que desobedecieran los dictados del
Monarca español, aunque en general, por obedientes o desobedientes, se
les esclavizaba.
Conozcamos la parte esencial de ese adefesio jurídico, para luego aterrizar en el presente neoliberal:
“… como
mejor puedo os ruego y requiero que entendáis bien lo que he dicho, y
toméis para entenderlo y deliberar sobre ello el tiempo que fuere justo y
reconozcáis a la Iglesia por Señora y Superiora del universo mundo y al
sumo pontífice llamado Papa en su nombre y al Rey y la Reina nuestros
señores en su lugar como Superiores y Señores y Reyes de esta isla y
tierra firme por virtud de la dicha donación y consintáis en ese lugar a
que estos padres religiosos o declaren los susodichos.
“Si
así lo hicieres te ha de ir bien y aquello a que estas obligado, y sus
altezas en su nombre los recibirán con todo amor y caridad, los dejarán
vuestras mujeres hijos y haciendas libres, sin servidumbre, para que de
ellas y nosotros hagáis libremente lo que quisieres y por bien tuvieres
y no os compelerán a que tornéis cristianos, salvo si vosotros
informados de la verdad quisieres convertir a la religión católica como
lo han hecho casi todos los vecinos de estas islas y además de esto su
Alteza dará muchos privilegios y exenciones que gozarán muchas veces.
“Si
no lo hicieres o en ello dilación maliciosamente pusieres, os certifico
que con la ayuda de Dios entraré poderosamente contra vosotros y os
haré guerra por todas las partes y maneras que tuviere y sujetaré al
yugo y obediencias de la iglesia y de sus Altezas y tomaré vuestras
personas y las de vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos y como
tales los venderé y dispondré de ellos como su Alteza mandare, y os
tomaré vuestros bienes, y os haré todos los males y daños que pudiere
como a vasallos que no obedecen y que no quieren recibir a sus señor y
le resisten y contradicen y protesto de los muertes y daños que de ellos
se registraren serán a culpa vuestra y no de sus Altezas ni mía, ni de
estos caballeros que conmigo vinieron y de cómo lo digo, requiero, pido
al presente Escribano que me lo de como testimonio firmado y a los
presentes ruego que de ello sean testigo”.[iii]
Paradigmas de saqueo y sumisión
¿No
eran acaso paradigmas sangrientos de saqueo y sumisión total de los
nativos de América a la Corona española lo que de fondo encerraba el
Requerimiento, mismo que, por cierto, ha sido presentado como diálogo
por connotados intelectuales conservadores, como lo hace Pablo Antonio
Cuadra en su obra El Nicaragüense? [iv]
¿No significa todo esto obligar a los pueblos originarios de Nuestra
América a que renunciaran a sus propios paradigmas de vida,
idiosincrasia, costumbres, formas de gobierno, religiosidad; relación
con la naturaleza, etc.?
¿No fue por lo mismo que Fray Antonio de Montesinos fustigó a los conquistadores con palabras como éstas?:
“Decid,
¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible
servidumbres aquellos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan
detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y
pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca
oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin
darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos
trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los
matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de
quien los adoctrine y conozcan a su Dios y criador, sean bautizados,
oigan misa, guarden las fiestas y domingos?” [v]
El
o los requerimientos no sólo se presentaban como imposición brutal,
sino también como modelo de ser, pensar, conducta y acción. Los seres
“inferiores·, los “homúnculos”, si querían llegar a ser hombres de
verdad, debían seguirle los pasos a los colonizadores, los “superiores”.
[vi]
Hoy
no hay requerimientos coloniales, propiamente dichos, pero existen
sustitutos muy encubiertos de los mismos: los llamados paradigmas. En
otras palabras, éstos poseen, entre sus muy diversas versiones, una
acepción bastarda que nadie menciona: justamente los requerimientos
(mandatos), solo que bajo los ropajes propios de la modernidad y la
postmodernidad o, sencillamente del sistema capitalista.
[i] Guliáev, V.I. ¿Cuántas veces descubrieron América? Editorial “Znanie”. 1978. Obra en ruso.
[iv] Cuadra, Pablo A. El nicaragüense. EDUCA, Centroamérica. 1978.
[vi] Benzoni, Girolani. Fragmento de su obra Historia del Nuevo Mundo. En: Interpretación económica y social de la Historia de Nicaragua.
Compilación del Doctor Jaime Wheelock Román para la Maestría en
Historia ofrecida por el Departamento de Historia de la UNAN-Managua.
Febrero de 1998. p. 131. (la numeración corresponde al fragmento
indicado).
Eufemismos de la colonialidad neoliberal: paradigmas educativos
Eufemismos
de ayer y hoy.
2da entrega
Eufemismos de la colonialidad neoliberal: paradigmas educativos
Manuel
Moncada Fonseca
Sería interminable y
probablemente muy complejo, abordar el asunto de los “requerimientos modernos”
(paradigmas) desde los diversos aspectos que ello encierra. Nos limitaremos,
por tanto, a examinar lo que hay detrás de los novedosos paradigmas educativos
que quiere imponerle, al mundo entero, esa suerte de Palacios Rubio[i] colectivo llamado UNESCO;
ello visto a través de los Siete saberes necesarios
para la educación del futuro de Edgard Morin, cuya profundidad de
pensamiento nos recuerda, de algún modo, a Eugenio Dühring, que Federico Engels
critica mordazmente en un libro del mismo nombre.[ii] Entrémosle al tema.
Imponiendo paradigmas a todos los pueblos en
aras del pensamiento único
En el prólogo a Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro[iii],
Morin anuncia sus siete requerimientos o
imposiciones a los que vamos a llamarles “paradigmas modernos”:
“Hay siete saberes “fundamentales” que la educación del futuro debería
tratar en cualquier sociedad y en cualquier cultura sin excepción alguna ni
rechazo según los usos y las reglas propias de cada sociedad y de cada
cultura.”[iv]
Por la víspera se
saca el día, reza el adagio. Y, en efecto, ya acá se hace sentir lo que se da
en llamar pensamiento único[v], porque lo dicho concierne y
se aplica, sin apelación, a toda la humanidad, a todas sus sociedades y
culturas sin excepción, sin que pueda rechazarse a partir de los usos y reglas
que unas y otras posean.
Justamente, pronunciándose
contra este tipo de concepción absolutista o totalitaria que atenta
flagrantemente contra la interculturalidad (aunque de palabra se le reconozca),
Maya Mazorco Rivera y Sergio Arispe
Barrientos señalan:
Para lograr
superar la asimetría existente en las relaciones interculturales, no basta
reducir la interculturalidad a la simple existencia de
diferentes culturas. Por esa vía, el capitalismo busca volver viable la
culminación del proceso de colonización de las culturas que están fuera de
su lógica. No basta, pues, que este sistema diga respetar los pluralismos, si
no es capaz de admitir lo fundamental, el pluralismo filosófico. Por el
contrario, el mismo da por sentado que su base filosófica comprende el conjunto
de espacios de la acción humana, con lo que niega toda posibilidad de aceptar
otras visiones.[vi]
Examinemos ahora las
partes conducentes del primer capítulo de sus Siete saberes:
¿Qué hay tras lo que Morin llama “cegueras del
conocimiento”?
Como descubriendo
América por enésima vez, Morin enseña una verdad consabida: “Todo conocimiento
conlleva el riesgo del error y de la ilusión”, advirtiendo, de paso, que la
educación del futuro debe afrontar estos problemas. Pero aquí viene lo
esencial, aquello que marca de manera sustantiva la obra del autor, su
condición antimarxista y antileninista, de lo que su obra entera está
impregnada. En otras palabras, su anticomunismo que, de por sí, encierra su
adhesión al sistema capitalista.
Examinemos lo que
dice:
“Marx y Engels enunciaron justamente en la Ideología Alemana que los hombres
siempre han elaborado falsas concepciones de ellos mismos, de lo que hacen, de
lo que deben hacer, del mundo donde viven. Pero ni Marx ni Engels escaparon a
estos errores.”[vii]
Así planteadas las
cosas, la razón pareciera estar de parte del autor, quien mantiene el tono
absolutista con que comienza sus Siete saberes. Y, quien no haya leído a Marx
ni a Engels, fácilmente podría caer en esta trampa ideológica que él pretende ofrecer,
como ganga, a todos sus lectores. Mas, el que lo ha leído no se enreda con su
aseveración, porque sabe que carece de todo fundamento. No porque Marx y Engels
fueran infalibles. No es ese el caso. Se trata más bien de la maledicencia de
Morin de atribuirle a ambos pensadores alemanes el haberse creído infalibles. O, peor aún, como que nada de lo que
escribieron tuviera hoy validez o vigencia.
Como reza el Prólogo
a la edición española de Dialéctica de la
naturaleza, así como el Anti Dühring,
Engels insiste en que la verdad es siempre relativa (no relativista), tanto en
las ciencias naturales, como en las ciencias sociales. Se encuentra siempre,
dado el descubrimiento constante de nuevas facetas de la realidad, sujeta a
incesante corrección y modificación. De esta suerte, para él y para Marx, la
verdad no es inmutable, ni suprema, ni definitiva.[viii]
Engels anota: “Si la humanidad […] llegase alguna vez a tal grado de progreso
que sólo operase con verdades eternas, con resultados mentales que pudiesen reivindicar
validez soberana y títulos incondicionales de verdad, habría llegado a un punto
en que la infinitud del mundo intelectual se habría agotado, lo mismo en cuanto
a realidad que en cuanto a posibilidad, dándose con ello el famosísimo milagro
de contar lo innúmero. “[ix]
La relatividad del
conocimiento en general y del conocimiento expuesto por los clásicos en
particular, queda, entonces, fuera de duda o tergiversación. Pero la relatividad
referida nada tiene que ver con el subjetivismo; con un “a mí me parece”, o con
un “el mundo es lo que yo digo”, como lo hace, de hecho, Morin. No es,
entonces, un asunto personal, sino colectivo; responde a una u otra época
histórica y a los límites que ésta, según su nivel de desarrollo, le imponga al conocimiento.
¿Es Morin un filósofo sofista?
Como señala
acertadamente Alfonso Hernández, para Morin, siendo subjetivista, no importa
quién tenga razón, si el que parte de la fe o de la investigación. Sólo le
interesa señalar la existencia de “dos paradigmas con principios supralógicos
distintos.”[x]
De forma semejante, se
expresa el antropólogo Carlos Reynoso, citado por José
Luis Solana Ruiz: “Como filósofo, Morin
debería saber que no hay formas débiles de relativismo epistemológico; una vez
que se abandonan los criterios más básicos de validez y justificación, de la
clase que sea, una idea vale lo mismo que cualquier otra, y todo vale. Y […] si
se impone la premisa de que todo vale, se garantizará que todo siga igual”.[xi]
De esta manera, Morin
se sitúa en el mismo plano que el filósofo Protágoras, quien hablando del ser humano tomado
aisladamente, sostenía: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto que
son, y de las que no son, en cuanto que no son”. [xii]
En consecuencia, pudiéramos
decir que a Morin le ocurre, de algún modo, lo que a los filósofos sofistas
griegos en general (entre los que se cuenta el mismo Protágoras), quienes
negando la verdad como algo general y admitiéndola sólo como verdad particular,
cayeron en el absurdo de creer que su “verdad”, la que niega a todas las demás,
no era negable.
Fue ese plano de la
sofística lo que llevó a Sócrates (para refutar a los representantes de esa
escuela filosófica de Grecia antigua) a declarar: “Yo sólo sé que no sé nada”.
Con ello daba a entender que, a partir de esta afirmación, en lo esencial irrefutable,
se podía construir una verdad válida para todos los seres humanos.[xiii] Sócrates salvó así a la
verdad del relativismo que la convertía en nada; colocándola en el proceso que
la llevó a transformarse en una verdad relativa a cada época; pero sobre todo, en
conexión infinita con las épocas anteriores y venideras que la tornan en verdad
absoluta, mas como suma no mecánica de verdades relativas; en un proceso
cognitivo que no cesa jamás.
Lenin acota: “…para el materialismo dialéctico no hay una
línea infranqueable de demarcación entre la verdad relativa y la verdad
absoluta.”[xiv]
Y desarrollando esta idea, continúa: “La dialéctica materialista de Marx y
Engels comprende ciertamente el relativismo, pero no se reduce a él, es decir,
reconoce la relatividad de todos nuestros conocimientos, no en el sentido de la
negación de la verdad objetiva, sino en el sentido del condicionamiento
histórico de los límites de la aproximación de nuestro conocimiento a esta
verdad.”[xv]
A nuestro entender,
negando de hecho todo el conocimiento precedente y mostrando sus ideas como
novedosísimas, Morin cae en ese relativismo en que cayó la escuela de los
sofistas griegos, lo que, para la época en que ellos se desenvolvieron, tenía
justificación histórica toda vez que ,con ello, por primera vez, se centraron en
el examen filosófico del conocimiento en sí mismo, como algo relativo al ser
humano.[xvi] Sin embargo, no sucede
igual con Morin, quien en todo caso es comparable con Dühring, jamás con los
sofistas quienes, en verdad, fueron originales.
En lo esencial, el
autor se coloca en un plano nihilista en relación con todo saber pasado y
presente[xvii], pero sobre todo, a
nuestro parecer, con lo que atañe a toda idea progresista y, ya no se diga,
revolucionaria.
La teoría del reflejo
Sigamos con los planteos
de Morin:
“Un conocimiento no
es el espejo de las cosas o del mundo exterior. […]. [El] conocimiento en tanto
traducción y reconstrucción implica la interpretación, lo que introduce el
riesgo de error al interior de la subjetividad del conociente, de su visión del
mundo, de sus principios del conocimiento.”
Veamos: el
conocimiento no es un espejo de las cosas o del mundo, sino traducción y
reconstrucción o interpretación. Pero nos preguntamos: ¿De qué? Lo cierto es
que el autor deja la idea en el aire; lo que, quizá, obedezca a su negativa
para aceptar todo determinismo, sobre
todo, el materialista; o, si no es así, tal vez está introduciendo subrepticiamente su
determinismo idealista. No por
casualidad, como expresa Hernández, “Morin se resiste a
aceptar que hay una realidad independiente de nuestra conciencia, siendo que
este es un presupuesto indispensable para el desarrollo de las ciencias.”[xviii]
Ya iremos
constatando que en el pensamiento de Morin, hay no pocos espacios nebulosos que
se pueden interpretar en más de un sentido.
A contrapelo de las posiciones
inconsecuentes del autor, que las hacen ser poco o nada claras, Lenin sostuvo
en sus concepciones sobre el conocimiento que éste era un reflejo, más o menos
aproximado, de la realidad que circunda al hombre. Mas no expresó nunca que
ello fuera un reflejo mecánico, sino un reflejo más o menos complejo del mundo
externo en el que los seres humanos vivimos insertos.
Así al referirse a
la materia, Lenin sostiene que ésta es, en primer lugar, una categoría
filosófica, mediante la cual los seres humanos designamos “la realidad
objetiva, dada al hombre en sus sensaciones, calcada, fotografiada y reflejada
por nuestras sensaciones y existente independientemente de ellas.”[xix]
Lo que Lenin pone de
relieve es que la existencia de la materia es independiente de las sensaciones
y que ella es primaria con respecto a éstas. Estamos así ante un determinismo
materialista, amparado en la práctica histórica de la humanidad y no en meras
elucubraciones filosóficas.
Sigue Morin:
“Se podría creer en
la posibilidad de eliminar el riesgo de error rechazando cualquier afectividad.
[…] pero el desarrollo de la inteligencia es inseparable del de la afectividad,
es decir de la curiosidad, de la pasión, que son, a su vez, de la competencia
de la investigación filosófica o científica. La afectividad puede asfixiar el
conocimiento pero también puede fortalecerlo.”[xx]
Aunque, ciertamente,
parte de que el conocimiento es traducción, reconstrucción o simplemente
interpretación (supongamos, por ahora, que de la realidad material), acá el
autor -y, pese a que no está diciendo, aparentemente, nada cuestionable- pone
de relieve lo subjetivo, la afectividad, la curiosidad y la pasión, obviando
con fuerza, o colocando en segundo plano, la realidad material como fuente del
conocimiento.
No asombra así que,
muy al contrario de la tesis que coloca a la práctica como criterio supremo de
la verdad (tesis innumerables veces afirmada por la realidad), Morin sostenga este
dogma de fe: “[…] la racionalidad es la que corrige. / “La
racionalidad es el mejor pretil contra el error y la ilusión.”[xxi]
¿No es esto, acaso,
determinismo idealista; es decir, algo cuya presencia no es del todo admisible
en alguien que, como él, niega en
redondo todo determinismo? Se trata,
además, de un determinismo que se pretende imponer a la realidad, pues no es
otra cosa la que sugiere el autor cuando sostiene: “La verdadera racionalidad,
abierta por naturaleza, dialoga con una realidad que se le resiste.”[xxii] Más aún, estamos ante un
determinismo que se erige como intermediario entre lo lógico y lo empírico, precisamente, a
lo que él llama la “verdadera racionalidad”.
Y,
en tanto que esa
racionalidad va y viene entre lo lógico y lo empírico está, en cierto
sentido, por
encima de una y otra de estas esferas y, por tanto, se engendra a sí
misma; sin
que por ello deje de negociar con “lo irracionalizado, lo oscuro, lo
irracionalizable” siendo, como es, no sólo crítica, sino también
autocrítica.[xxiii] En último término, es
ella, pues, la que hace la distinción entre lo que es cierto y lo que es iluso
o erróneo. Ello, repárese en este asunto, sin “negociar” para nada con la
realidad, a la que el autor silencia por completo. De esta suerte, es ella sóla,
la racionalidad, la que tiene la última palabra, al poseer la capacidad para
corregirse a sí misma.[xxiv]
A nuestro parecer, la
racionalidad permanece, así, en una suerte de esfera de la que jamás puede
salir; y por cuanto permanece en sí misma, pierde todo contacto inicial con la
realidad que, lo quiera o no Morín, ejerce primacía sobre ella.
¿Es Morin seguidor de la concepción platónica
de las ideas?
¿Adónde nos lleva
esta racionalidad que se nos antoja basada en la teoría platónica de las ideas,
mismas que, según el mismo creador de esta concepción (Platón), existen unas
frente a las otras y establecen relaciones que, a su vez, hasta el infinito, se
constituyen en otras ideas y relaciones que existen por sí mismas?[xxv]
¿No dibuja Morin una
racionalidad que existe por sí misma aunque entre en interrelación con la
instancia lógica y la instancia empírica, toda vez que afirma que esa
racionalidad “es el fruto del debate de un sistema de las ideas y no la
propiedad de un sistema de ideas”? [xxvi] Su mención inicial de la
realidad, puede evidenciarse, se aleja cada vez más de sus planteos.
Las ideas,
dialogando entre sí, sin conexión con la realidad circundante, dan origen a la
racionalidad, pero esto, en realidad, significa que la racionalidad se encierra
en sí misma. Así las ideas que dialogan entre sí y la última llegan a ser la
misma cosa.
Identificación con la civilización occidental
Viene ahora algo de
mayor importancia, dado que encierra un sofisma tras el cual se oculta una
identificación encubierta de Morin con la civilización occidental, a la que,
sin fundamento real de por medio, libera
de su permanente afán para disponer la racionalidad en monopolio.
Leamos: “Durante mucho tiempo, el Occidente europeo
se creyó dueño de la racionalidad, sólo veía errores, ilusiones y retrasos en
las otras culturas y juzgaba cualquier cultura en la medida de los resultados
tecnológicos.” [xxvii]
¿Acaso el mundo
occidental, Europa, EEUU y otras fuerzas imperiales han dejado de monopolizar
la racionalidad o, al menos, de pretenderla con mucha fuerza y con total
bestialidad?
Si esto no es así: ¿Por
qué el llamado mundo desarrollado está empeñado en imponer su cultura a todas
las demás; su pensamiento a todas las naciones del mundo y su dominio a la
humanidad en su conjunto? Y las guerras genocidas, desatadas bajo la envoltura
falaz e hipócrita de guerras humanitarias ¿no son la muestra más brutal de esas
aviesas intenciones y, más que eso, de esas prácticas que buscan dominio total sobre
riquezas, territorios y personas?
El criterio supremo de la verdad
Ahora bien, si para
Morin el criterio último de la verdad es la “verdadera racionalidad”, para
Marx, Engels y Lenin, al igual que para sus seguidores, este papel lo
juega la práctica, como ya quedó expresado más arriba.
Marx escribe al respecto:
“El problema de si
al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un
problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre
tiene que demostrar la verdad, es decir la realidad y el poderío, la terrenalidad
de su pensamiento.”[xxviii] Pero la práctica para
él no sólo son las cosas, la realidad, la sensoriedad, ni es una mera forma de
objeto o de contemplación, sino actividad sensorial práctica, algo subjetivo.[xxix]
Marx no plantea así
un determinismo absoluto entre lo material y lo espiritual, entre lo objetivo y
lo subjetivo, sino que los descubre interactuando como un todo en la práctica,
con la salvedad que atribuye a lo material, a lo objetivo, la primacía.
Rematemos la idea
sobre la práctica como criterio supremo de la verdad, recurriendo nuevamente a
Engels:
“Hoy todos estamos
conscientes en que toda ciencia, sea natural o histórica, tiene que partir de
los hechos dados y, por lo tanto,
tratándose de ciencias naturales, de las diversas formas objetivas y dinámicas
de la materia; en que, por consiguiente, en las ciencias naturales teóricas,
las concatenaciones no deben construirse e imponerse a los hechos, sino
descubrirse en éstos y, una vez descubiertas, demostrarse empíricamente, hasta
donde sea posible.”[xxx]
Dándole la “razón” a Marx
Sigamos: ¿Da Morin
razón a Marx cuando sostiene que éste con certeza plantea: “[Allí] los
productos del cerebro del hombre tienen el aspecto de seres independientes,
dotados con cuerpos particulares, comunicados con los seres humanos y entre sí”?[xxxi]
Separada de lo que
viene y de lo que está antes, la cita de Marx queda incompleta, mutilada,
sacada fuera de contexto; con lo que fácilmente se le puede manipular, como lo
hace Morin. Y con lo que viene después, también omitido por éste, Marx desenvuelve
su planteo:
“
Así mismo sucede con los productos realizados por la
mano del hombre en el mundo mercantil. Esto es lo que se puede llamar el
fetichismo atado a los productos del trabajo, desde que ellos se presentan como
mercancías, fetichismo inseparable de este modo de producción.” [xxxii]
Cuando Marx dice “Allí” (elemento que Morin borra del mapa por completo,
pero que nosotros hemos puesto entre corchetes) está hablando de “la región
nebulosa del mundo religioso”; es decir, de un mundo imaginario y no de uno
real, como pretende Morin. Peor aún, éste soslaya por completo que a lo que Marx
se refiriere es al carácter fetichista de la mercancía. Es decir, a ese
mundo en el que, aparentemente, las mercancías se relacionan unas con otras por
sí mismas y no por las relaciones sociales que los hombres establecen entre sí
en el intercambio, como sucede en realidad. Por ello, Marx concluye que el
fetichismo de las mercancías es “inseparable de este modo de producción”, el
capitalista; algo que está por completo fuera de la óptica de Morin.
Por consiguiente, afirmando
que Marx tiene razón en este punto, Morin aunque aparentemente niegue su tesis
de que es “es la racionalidad la que corrige”, subrepticiamente la rescata cuando
vuelve a contradecirlo, al sostener seguidamente lo que sigue como si estuviera
siguiendo el hilo lógico de lo que el primero ha planteado:
“Es más, las creencias y las ideas no sólo son productos de la mente,
también son seres mentales que tienen vida y poder. De esta manera, ellas
pueden poseernos”.[xxxiii]
Lejos, pues, de
retomar consecuentemente a Marx, Morin lo adultera para sostener su idealismo;
su tesis de que creencias e ideas son productos netos de la mente y,
además, que como seres mentales, tienen vida y poder propios. Dicho en otros términos, lo que Morin
interpreta de Marx es por completo antojadizo. El autor de El Capital no dice, para nada, que los productos del cerebro humano
sean efectivamente seres independientes dotados de cuerpos particulares; lo que
en verdad dice es que tienen el aspecto, la apariencia de ser seres
independientes y nada más; apariencia, insistimos, que es inseparable o
resultado inevitable del modo de producción capitalista.
Un virulento ataque contra Lenin
Morin, que ya antes
descalificó a Marx y Engels y después quiso manipular al primero (en aras de
darle fuerza a sus tesis idealistas), viene ahora con un ataque virulento
contra Lenin, anotando:
“Una idea o una teoría no debería ser pura y simplemente
instrumentalizada, ni imponer sus verdades de manera autoritaria, ella debería
relativizarse y domesticarse.”
Y a renglón seguido
va al grano:
“Lenin dijo que los hechos eran inflexibles. Él no había visto que la
idea fija y la idea-fuerza, o sea las suyas, eran aún más inflexibles.”
La descalificación
que hace Morin de Lenin carece de todo fundamento, toda vez que deja al lector
sin conocer dónde Lenin expresa eso, ni cómo lo expresa, ni el contexto en que
lo hace, si es que, en verdad, lo hace. Es de sospechar que así como trató de
tergiversar a Marx para legitimarse a sí mismo, quiera ahora presentarnos a
Lenin de forma también tergiversada para descalificarlo, como lo han hecho
siempre los ideólogos del capitalismo; del cual, sin duda, él también forma
parte inseparable.
No se asoma, en todo
lo leído hasta ahora, ninguna crítica a los teóricos burgueses; al sistema que
éstos defienden, pero olímpicamente se ataca a los clásicos del marxismo, a los
que se descalifica totalmente. Por el contrario, el autor comienza a utilizar
una palabra muy presente en la médula del sistema capitalista. Porque, al menos
para nosotros, es más que claro que hablar de “cualquier empresa de
conocimiento”[xxxiv],
hecho que no es del todo inocente, es una forma de acostumbrar al lector al
utillaje difundido por el sistema de “libre empresa”; igual hablará más tarde
de capitales como el “natural”, con lo que, insistimos, se coloca al lado de
dicho sistema opresor.
Pero dos asuntos
llaman por ahora sobremanera nuestra atención:
1. “En
general, debemos intentar jugar con la doble enajenación, la de las ideas por
nuestra mente, la de nuestra mente por las ideas para lograr formas donde la
esclavitud mutua mejoraría la convivencia.”[xxxv]
Ya dijimos cómo Morin
descarta a Marx, Engels y Lenin; lo que es propio de los partidarios del
capitalismo. Pero de pronto, se puede aspirar a que, entre las ideas y la mente,
se establezca una esclavitud mutuamente conveniente, en aras, óigase bien, de
mejorar la convivencia.
¿Estamos, acaso,
ante una “verdadera racionalidad” que niega la realidad como su fuente de
origen por creerse un autoengendro de sí misma, capaz por tanto de ofrecerle al
mundo una esclavitud benigna toda vez que sea mutua? ¿De dónde surge semejante
disparate filosófico?
Concluyendo el
examen de esta parte de los Siete saberes, veamos cómo, de forma soterrada, se
descalifica en esta obra al socialismo, para hacer apología aún encubierta del
capitalismo.
2. “¡Cuantos
sufrimientos y desorientaciones se han causado por los errores y las ilusiones
a lo largo de la historia humana y de manera aterradora en el siglo XX!”.
(Constataremos,
en otra entrega de este escrito, que lo de los errores e ilusiones, está
dirigido contra el socialismo.
Y, por el contrario,
a continuación viene la idealización aún tímida que el autor hace del mundo
capitalista: “Si pudiera haber un
progreso básico en el siglo XXI sería que ni los hombres ni las mujeres
siguieran siendo juguetes inconscientes de sus ideas y de sus propias
mentiras”.[xxxvi]
Como puede
percibirse fácilmente, Morin rehúye la mención de todo sistema social. ¿Pero no ha sido el capitalismo el que, desde
siempre (aunque mucho más ahora que nunca), se ha esmerado en hacer de los
seres humanos juguetes inconscientes de las ideas y mentiras que el mismo crea,
difunde y multiplica, valiéndose de sus ingentes recursos?
[ii] “Cuando se está
en posesión de la verdad definitiva y sin apelación, como del único método
científico riguroso, no hay para qué decir que se está henchido de desprecio para
el resto de la humanidad, sumida en el error. No nos maravillamos, pues, si el
señor Dühring habla con el mayor desdén de sus predecesores, y si ante su
profundidad radical sólo algunos grandes hombres, a los cuales excepcionalmente
da este nombre, encuentran gracia para
él.” Engels, Federico. El Anti Dühring. Editorial Claridad, S. A. Argentina,
1972. p. 37.
[iii]. Morín, Edgard. Los siete saberes
necesarios para la educación del futuro.
Organización
de las Naciones Unidas para la Educación, la ciencia y la Cultura (UNESCO)
1999. Versión fotostática de la Dirección de Docencia de la UNA.
[v] “Algunos damos ese nombre a
la ideología del neoliberalismo económico. Una ideología que defiende no ya la
supremacía de la propiedad privada, sino su superioridad moral; que es hostil
por principio a la intervención del Estado y a la regulación de las relaciones
sociales y que ve con entusiasmo y patrocina el actual proceso de globalización
de la economía, en la que él mismo participa./ “Aunque sus consecuencias principales
se expresen en los planos económico y social, el pensamiento único no sólo
tiene recetas económicas: es toda una concepción del mundo, que entroniza el
individualismo más exacerbado y recela de cualquier planteamiento colectivo.
[…]. / El pensamiento único es una ideología, un modo de ver la realidad
política, económica y social, pero se niega a presentarse como tal. Aquellos
que lo sustentan no creen que el suyo sea un modo de ver el mundo, sino el
único modo sensato de verlo. Para ellos, quien no considera la realidad a su
manera es, sencillamente, o un idiota o un insensato, si es que no un
embaucador.” Ortiz, Javier. Medios de comunicación y pensamiento único. http://www.nodo50.org/eltransito/articulosrobados/ortiz.htm
[vi] Y, a renglón
seguido, para justamente explicitar lo que se entiende por pluralismo
filosófico, los citados autores agregan: “La
verdadera pluralidad radica en reconocer que existe otra visión de mundo, que
no es la occidental, y es portadora de su propia filosofía, a la que
denominaremos: filosofía originaria. Para ella la dicotomía cultura-naturaleza,
que le da al ser humano superioridad sobre la naturaleza, desaparece en tanto
se concibe a todos los seres de la realidad como seres vivos con la capacidad
de ser en, por y para sí mismos.” Rivera Mazorco, Maya; Arispe Barrientos, Sergio. “Desarrollo versus bienestar humano”. http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2008072406
[vii] Morín, Edgard. Ob. cit. p. 69
[viii]. Engels,
Federico. Dialéctica
de la naturaleza. México. Editorial Grijalbo, 1961, p. XX.
[xii] 1. Protágoras.
http://cibernous.com/autores/sofistas/teoria/protagoras.html
[xiii]. Dzhojadzhe, D.V. Etapas fundamentales del desarrollo de la
antigua filosofía. Editorial Nauka, 1977.
pp. 80-85.
[xiv] Lenin, V.I. Materialismo y empirocriticismo. Obras escogidas en
doce tomos. Tomo IV. Editorial Progreso, Moscú, 1976. pp. 125.
[xvi] Dzhojadzhe, D.V. Ob. cit. pp. 69-75.
[xvii] Hernández,
Alfonso. Ob. cit.
[xix] Lenin. V.I. Ob. cit. p. 119.
[xx] Morín, Edgard. Ob. cit. p. 69.
[xxv] Dzhojadzhe, D.V. Ob. cit.
pp. 95-124.
[xxvi] Morín,
Edgard. Ob. cit. p. 70.
[xxviii] Marx, C. “Tesis sobre Feuerbach”. En Marx, C; Engels, F.
Obras escogidas, en tres tomos. Tomo I. Editorial Progreso, Moscú, 1974. p.
7.
[xxx] Engels, Federico. El Anti Dühring. Ob. cit.
p. 13.
[xxxi].
Marx, Carlos. El capital. Tomo I.
Editorial Librerías Allende, S.A. p. 87. Nota: en la cita que hace Morín de
esta oración, se omite “Allí”, como inicio de la misma, lo que, desde luego, es
intencionado. Morin,
ob. cit. p. 73
¿Hacia dónde quiere llevarnos Morin con sus principios de un conocimiento pertinente?
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