De la revolución política a la domesticación cultural
A propósito de ‘La idiosincrasia como medio de conocimiento. La crítica de la sociedad en la era del intelectual normalizado’, un ensayo de Axel Honneth
Esteban Morales Estrada
Foto: Bruno-Kreisky-Preis für das Politische Buch / CC BY-SA 2.0
Junto a Jürgen Habermas, Axel Honneth es uno de los representantes vivos más importantes de la llamada Escuela de Frankfurt, aquella heterogénea corriente de pensamiento que según el mismo Honneth se caracteriza por un punto común en medio de la diversidad de perspectivas: “más allá de la disparidad de métodos y objetos, lo que aúna a los diversos autores de la Escuela de Frankfurt es la idea de que las condiciones de vida de las sociedades modernas, capitalistas, generan prácticas sociales, posturas o estructuras de personalidad que se reflejan en una deformación patológica de nuestras facultades racionales”. Dicha escuela desarrolló la llamada Teoría Crítica de la sociedad, y fueron representantes de la misma, figuras como Theodor W Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, y Franz Neumann entre otros.
En este escrito analizaremos el ensayo La idiosincrasia como medio de conocimiento. La crítica de la sociedad en la era del intelectual normalizado de Axel Honneth, haciendo hincapié en la figura del intelectual normalizado como una categoría entre muchas otras para analizar diversos tipos de intelectuales a lo largo de la historia del concepto.
La primera cosa que destaca Honneth en su interesante trabajo es que “un número cada vez mayor de intelectuales participa hoy en día de la formación de una opinión esclarecida sobre un número cada vez mayor de asuntos”. El filósofo alemán también destaca la proliferación de dicha figura en la discusión de temas públicos por medio de los periódicos, la televisión, los foros, la radio o Internet. Lo anterior lo lleva a decir que “en el curso de la expansión social se produjo una normalización del rol del intelectual en sentido tanto cuantitativo como cualitativo”.
Honneth, retoma el trabajo La Sociología del Intelectual de Joseph Schumpeter para mostrar cómo las predicciones de este, se cumplieron solo parcialmente. Schumpeter pronosticó, por un lado, el aumento acelerado del número de intelectuales, como producto de la expansión de la cobertura educativa y de los medios de difusión cultural, por llamarlos de alguna forma. Sin embargo, otro de los pronósticos del autor de La Sociología del Intelectual no se ve reflejado en la actualidad. Este había predicho en palabras de Honneth, “no solo una ampliación de la capa intelectual sino también su radicalización social”, aspecto totalmente revaluado por la misma realidad del capitalismo actual que cada vez omite más la crítica y consolida la figura del intelectual normalizado, dada la inserción de este último en el tratamiento de diversas temáticas de interés mediático. Según Honneth, “la normalización del intelectual observable actualmente en todas partes no es sino un efecto cultural secundario de la intensificación de la opinión pública democrática”.
La domesticación de la tarea del intelectual, se ve en definitiva sustentada en la adecuación de este a reglas específicas para poder opinar respecto a temas puntuales, volviendo a Honneth “la normalización de su rol ha hecho en cierto modo que el intelectual realizara un cambio de posición que lo ha convertido hasta tal punto en agente intelectual en los foros de formación de la voluntad política, que ya es imposible que además se haga cargo de la tarea de la crítica social”.
Honneth, defiende la necesidad de una crítica social y destaca dos particularidades de dicho enfoque para diferenciarlo de las posturas del intelectual normalizado, esta crítica debe ser “realizada desde la perspectiva de un vínculo con un mundo de vida social que a uno se le ha vuelto extraño”. La primera particularidad es que “lo que se cuestiona no es la interpretación predominante de un asunto determinado, la ignorancia pública de las opiniones disidentes o la percepción sólo selectiva de una cuestión pendiente de decisión, sino más bien el entramado de condiciones sociales y culturales que ha permitido que surgieran todos estos procesos de formación de la voluntad”. La segunda tiene que ver con la necesidad de “hacer uso de una teoría que de una u otra manera posea carácter explicativo” ya que “para poder explicar por qué se supone que son cuestionables en su conjunto las prácticas y las convicciones afianzadas, tiene que ofrecer una explicación teórica que haga comprensible la formación de ese dispositivo como consecuencia no deseada de una concatenación de circunstancias o acciones deliberadas”. La crítica de la sociedad es “la mirada hipertrofiada, idiosincrásica, de quien es capaz de reconocer en la cotidianidad entrañable del orden institucional el abismo de una sociedad fallida, en la disputa rutinaria de opiniones, los contornos del engaño colectivo”.
Honneth antepone al llamado intelectual normalizado, la crítica de la sociedad que debe aplicar los postulados que señalamos en el párrafo anterior. El intelectual normalizado está ligado al consenso político, mientras que la crítica social tiene como tarea fundamental cuestionar dicho consenso en sí mismo. Citando a Honneth, “la crítica de la sociedad puede permitirse exageraciones y parcializaciones éticas, el intelectual de hoy se ve obligado a neutralizar todo lo que puede sus vínculos ideológicos porque dentro de lo posible tiene que encontrar aprobación en el espacio público político”.
Finalmente, después de mostrar cómo el concepto de “industria cultural” acuñado por Horkheimer y Adorno, tuvo importantes consecuencias en la vida cultural y editorial alemana, ya que despertó “mayores reservas aún con respecto a las tendencias económicas que amenazaban seriamente los estándares culturales de la producción radiofónica, televisiva y editorial”, Axel Honneth concluye el ensayo dejando claro que “en comparación con el flujo de producción del intelectual normalizado, los raros productos de la crítica de la sociedad requieren un largo período antes de poder desplegar su efecto en forma de una modificación de las percepciones sociales; pero el cambio de orientación que promueven de manera subcutánea es de una persistencia y duración incomparablemente mayor que lo que jamás podrían lograr los posicionamientos intelectuales de la actualidad”.
En pocas palabras, Honneth nos pone a reflexionar sobre la cosificación del pensamiento crítico en las sociedades actuales, en donde la búsqueda de consensos políticos ha ido afectando seriamente el cuestionamiento de los consensos en sí mismos. El tipo de crítica que Honneth remarca como de primera importancia en las sociedades actuales no es la crítica de posturas dentro del campo de la opinión pública, es la crítica de los fundamentos mismos de dicha opinión y del campo en el que esta se mueve. No es la crítica dentro de parámetros y en espacios determinados para tal efecto, es la crítica de esos mismos parámetros y esos espacios en sí mismos. No es la crítica amañada desde el escritorio de la oficina en un diario específico, es la crítica de las condiciones mismas de las relaciones de poder en la sociedad que cuestiona la naturalización de dichas condiciones palpables. Sin duda, el interesante ensayo de Honneth hace un llamado de atención respecto a los diversos tipos de crítica y cataloga al intelectual normalizado como un hombre que pone su conocimiento al servicio de la perpetuación del estado de cosas, limitando su crítica a las fronteras de los espacios de consenso político.
Este proceso sin duda es visible en la apatía de muchos intelectuales por las realidades del país, en las relaciones de poder existentes dentro de la academia, en la ausencia de crítica real y certera y en la búsqueda constante de consensos, evasiones y coexistencia pacífica a nivel conceptual. El intelectual contra el Estado, el Poder o el Partido tan de moda en el pasado, parece haberse esfumado o estar en vías de desaparición y declive con la extinción de la utopía socialista soviética o con su inserción en la burocracia institucionalizada. Su papel ya no es cuestionar la estructura social y económica en sí misma, sino consolidar su existencia, homogeneidad, funcionamiento y perdurabilidad, aceptando sus normas.
En síntesis, la supuesta antinomia entre una academia objetiva-neutral y la política diaria-cotidiana es irreal, ficticia.