viernes, 16 de mayo de 2025

EL DÍA DEL MAESTRO Y LA URGENCIA DEL SOCIALISMO PARA SALVAR LA EDUCACIÓN Y LA VIDA

Frente a esta alarmante realidad del sistema educativo colombiano, lo que necesitamos no son las políticas privatizadoras que cacarean los congresistas más reaccionarios, lo que necesitamos es lucha y marchar hacia el socialismo


Revolución Obrera

Se me pidió escribir un artículo por el Día del Maestro. Me quedé pensando: ¿cómo se celebra a quien está siendo empujado sistemáticamente al borde del colapso? Recordé algunas lecturas recientes, y entendí que hablar hoy del maestro es hablar no de vocaciones románticas, sino de trabajadores duramente golpeados por un sistema que los superexplota, los agota y luego los desecha.

Una de esas lecturas que hice hablaba del desplome de la natalidad en Colombia: según datos del DANE, entre enero y octubre de 2024, la natalidad en el país disminuyó un 14,5 % en comparación con el mismo período del año anterior. La Cepal —institución funcional al orden capitalista imperialista— confirma que es una tendencia regional: América Latina pasó de una la tasa global de fecundidad de 6 hijos por mujer (en 1960); a 2,1 en el 2015. Es decir: el país ya está por debajo del nivel de reemplazo generacional. Según un nuevo estudio de la Universidad de Shizuoka, Japón, publicado en la revista científica PLOS One, ni siquiera una tasa de 2,1 hijos por mujer es suficiente para evitar el colapso poblacional; esta debería ser, al menos, de 2,7.

Esa baja tasa de natalidad es vista como una amenaza en el actual sistema educativo público; pues, desde las Secretarías de Educación se aprovecha la baja matrícula para «liberar» docentes, moverlos arbitrariamente de sedes o instituciones educativas, y justificar la lógica de hacinamiento en las aulas. Cuando lo que habría que reconocer es que las actuales condiciones de crianza —marcadas por la desatención, la fragmentación del vínculo con las familias, y el daño en la atención y la memoria causado por el uso masivo de dispositivos electrónicos— exigen exactamente lo contrario: aulas con menos estudiantes para poder garantizar una educación personalizada, humana y efectiva. Por eso, para el magisterio y para el pueblo trabajador, la baja natalidad no es un problema: es una oportunidad para dignificar el acto educativo, no una excusa para precarizarlo aún más como pretende el Estado burgués.

A los que sí les alarma la baja natalidad es a la burguesía, pues desde sus intereses de parásita clase explotadora piensan: ¿quién cotizará pensiones y salud para que el capital financiero siga engordando?, ¿quién trabajará en sus fábricas para seguirles garantizando sus elevadas cuotas de ganancia? Por eso despliegan una ofensiva ideológica para culpar a las mujeres que «no quieren tener hijos», sin señalar jamás el verdadero problema: vivir bajo el capitalismo ya es absolutamente insoportable. De allí que, la gente actualmente no tiene hijos porque no puede sostenerlos en medio de la incertidumbre económica, la carestía de la vida, el agotamiento constante, la falta de tiempo para criarlos con presencia y cuidado, y porque vivimos en una podrida sociedad capitalista atravesada por la violencia, la inseguridad y el abuso sistemático contra las infancias y las adolescencias. Y si criar se hace inviable, ¿cómo es enseñar?

Hoy, el maestro es un trabajador en crisis permanente. Los docentes reportan altos niveles de estrés debido a la sobrecarga administrativa, la violencia escolar, la falta de apoyo interinstitucional y los bajos salarios. Según la Unesco las tasas mundiales de abandono entre docentes de primaria casi se duplicaron, pasando del 4,6 % en 2015 al 9 % en 2022. El agotamiento emocional, la falta de reconocimiento y las condiciones laborales precarias —como aulas sobrepobladas— estallan a los docentes.

Por otro lado, según el organismo imperialista OCDE, los docentes de educación primaria en Colombia imparten 940 horas de clase directa al año, cifra significativamente superior a la de países con mejores índices de bienestar docente como: Alemania (691 horas), Finlandia (673 horas) y Grecia (661 horas). Esto implica que un docente colombiano trabaja entre 250 y 280 horas más al año solo en docencia directa, sin contar tareas administrativas, planeación, o atención a padres y estudiantes.

Como si no fuera suficiente, también está la cantidad de estudiantes (30, 40, 45 en el aula), muchos de los cuales presentan problemas de salud mental en aumento: en Colombia, según Unicef, el 44,7 % de los niños y niñas sufren afectaciones en su salud mental; los datos de Medicina Legal mostraron que en 2023 hubo 230 suicidios de niños, niñas y adolescentes. A esto se suman los problemas de salud física, como la desnutrición. Solo en el año 2024, la Procuraduría registró 21.867 casos de enfermedades asociadas a la desnutrición en niños y niñas de todo el país, de sobrepeso (35 % de los estudiantes, ENSIN, 2021), y enfermedades prevenibles no tratadas como problemas visuales o auditivos, que afectan directamente su aprendizaje. Asimismo, está la pobreza que empuja a más de 311.000 niños, niñas y adolescentes en Colombia a combinar el estudio con el trabajo o, en muchos casos, a abandonar la escuela para generar ingresos (DANE, Mercado laboral – Trabajo infantil, oct-dic 2024).

Y la situación es aún más preocupante cuando se habla de inclusión educativa: el 79 % de los estudiantes con discapacidad registrados en el Sistema Integrado de Matrícula aún no cuenta con certificación del Registro de Localización y Caracterización (RLCPD), lo que dificulta una adecuada asignación de recursos. Aunque se supone que se asigna un 20 % adicional de financiación para atender esta población, la Contraloría ha advertido que estos fondos no se estarían utilizando de manera efectiva debido, en gran parte, a barreras de infraestructura. A esto se agregan las barreras para estudiantes migrantes, indígenas o afrodescendientes: la falta de materiales en lenguas propias, docentes no capacitados en pedagogías étnicas, el racismo estructural y la exclusión, etc.

Todas estas dificultades recaen sobre los hombros del docente, sin asistentes, sin herramientas tecnológicas, sin acompañamiento psicosocial ni interinstitucional, con salarios indignos. Todo ello hace que el resultado en educación sea devastador: Colombia ocupa los peores puestos en las homogeneizadoras pruebas PISA, y no es porque falte compromiso, como pretenden hacer ver quienes quieren privatizar la educación a través de bonos escolares —tal como ya lo hicieron con la salud— sino porque lo que sobra son las condiciones infrahumanas que hacen casi imposible enseñar y aprender en las escuelas y los colegios colombianos.

Frente a esta alarmante realidad del sistema educativo colombiano, lo que necesitamos no son las políticas privatizadoras que cacarean los congresistas más reaccionarios, lo que necesitamos es lucha y marchar hacia el socialismo.

Necesitamos el socialismo como un sistema que no pone la ganancia por encima de la vida y la educación; que reconoce en la educación no una mercancía, sino como un derecho y un deber social, un proyecto colectivo de humanidad.

Necesitamos el socialismo para tener una educación que deje de formar para el capital y pase a formar para la emancipación; que integre el trabajo manual, el pensamiento científico, el arte y la historia desde una perspectiva de las clases trabajadoras.

Necesitamos el socialismo para tener instituciones educativas con menos estudiantes por aula, con materiales suficientes, con equipos interdisciplinarios de salud y bienestar, con infraestructura digna, con alimentación escolar de calidad, con tiempo y condiciones reales para enseñar y aprender.

Necesitamos el socialismo para integrar escuelas con centros médicos, que atiendan de inmediato las dificultades de salud física o mental que afectan el aprendizaje, sin depender de EPS que solo mercantilizan el dolor y la muerte.

Necesitamos el socialismo para que la formación no dependa solo de un aula: para que bibliotecas, centros culturales y deportivos, escuelas de arte, jardines botánicos, museos, teatros, etc. estén abiertos todo el año, con programación permanente, con salarios dignos para sus trabajadores, que también son educadores.

Necesitamos el socialismo para que la educación no encierre al estudiante en un aula, sino que lo vincule con la realidad productiva y social de su país, un país que cuente con que las calles sean seguras para que los niños y los jóvenes puedan moverse por sus ciudades y campos y aprehenderlos.

Necesitamos el socialismo para que el arte y los artistas formen parte de la vida cotidiana de las escuelas, ayudando a las infancias y las juventudes a encontrar su talento y ponerlo al servicio del pueblo.

Necesitamos el socialismo para que podamos tener una educación impartida en lenguas y culturas propias, sin imponer solo idiomas y saberes «globales».

Necesitamos el socialismo para que los docentes puedan trabajar con dignidad, que se invierta masivamente en su formación y sus condiciones de trabajo; y que los niños y jóvenes puedan crecer con sentido, sin cargar desde la infancia la resignación de un mundo que solo los quiere para enriquecer el capital.

Por todo esto, en este Día del Maestro, no basta con conmemorar: es necesario levantar la voz y organizar la lucha. Llamamos a los docentes a hacer de esta prensa una tribuna de denuncia y agitación, un instrumento para visibilizar las condiciones infrahumanas en que se enseña y se aprende en Colombia. Convocamos a que se impulsen Asambleas Populares donde se definan las reivindicaciones concretas e inmediatas que deben tomarse como bandera de lucha en las calles: por una educación gratuita, de calidad y al servicio de los intereses del pueblo trabajador.

Es también momento de reestructurar los sindicatos, instrumentos de lucha de los trabajadores de la educación; de crear una nueva federación que no solo actúe como herramienta de defensa real de los derechos del magisterio, sino también de unidad con padres, madres, estudiantes y trabajadores del sector educativo. Necesitamos una federación que no sea correa de transmisión del régimen burgués, sino parte activa de la transformación revolucionaria del sistema educativo.

Y más allá de eso, reafirmamos que no hay solución real sin socialismo, y que no hay socialismo sin un partido revolucionario. Por eso, llamamos a los maestros a organizarse políticamente, a formar parte de la restauración del Partido del proletariado en Colombia, dispositivo estratégico indispensable para dirigir y consolidar la lucha por la conquista del poder y por una educación verdaderamente liberadora al servicio de la emancipación del pueblo.

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LA EMERGENCIA SOCIOEDUCATIVA Y EL PAPEL DE LOS PADRES HOY

Los nuevos modos de producción, inaugurados por la Revolución Industrial y luego incrementados por el desarrollo del neocapitalismo, afectan profundamente el equilibrio de la familia, sometida a una fuerte transformación que la vacía de su papel original...
Los padres quedan así degradados de educadores a meros distribuidores de atención, de cuidados y de objetos
Estamos asistiendo a un declive de la autoridad
 

Por Angela Fais para AntiDiplomatico
15-05-2025

Cada vez con mayor frecuencia, llegan a la opinión pública noticias que impactan por sus atrocidades y su cinismo, y por la superficialidad con que están cometidas. No es incorrecto afirmar que nuestra sociedad vive actualmente una emergencia socioeducativa crónica y extremadamente alarmante.

La institución de la familia es puesta periódicamente en tela de juicio en los procesos contra aquellos que son “moralmente responsables”. Incluso en nuestra Carta Constitucional, artículos 29, 30, 31 se le reconoce un papel fundador, un pilar sustentador de la sociedad. Pero desde hace algún tiempo también atraviesa una profunda crisis, presentándose como una institución en decadencia, una agencia educativa carente de toda autoridad. En realidad, hoy estamos cosechando los resultados de un proceso complejo que comenzó hace mucho tiempo.

De hecho, la Revolución Industrial supuso una socialización de los métodos de producción y de la fuerza de trabajo que, si bien inicialmente dejó inalterados otros equilibrios, sirvió de preludio a la socialización de la reproducción, entendida esta última no sólo como la continuación de la especie sino también como la educación y el cuidado de la descendencia.

Las consecuencias son de largo alcance. Con la difusión de una nueva ideología de Reforma Social en la década de 1940 y gracias a la fuerte intensificación del bienestar, a partir de la posguerra se estructuraron una serie de garantías que los ciudadanos antes no podían disfrutar, como el derecho a la salud. Garantiza a todos la posibilidad de recibir tratamiento médico y curarse, corrigiendo así, aunque sea parcialmente, la desigualdad de ingresos.

En 1942, con el Plan Beveridge en Gran Bretaña, y luego en muchos otros países que lo tomaron como modelo, el Estado tomó cargo de la salud que se convirtió en objeto de la acción estatal. Lo mismo ocurre con la educación, que, ya obligatoria en Italia gracias a la ley Casati aprobada en 1859, se impartía en las escuelas, aliviando a la familia de la carga de hacerlo dentro de casa, a menudo sin disponer de los recursos necesarios.

En un período de tiempo relativamente corto se desarrollan conocimientos y prácticas que efectivamente “eliminan” una serie de funciones y procesos de producción del núcleo doméstico. Educadores, trabajadores sociales, reformadores penales y otros “patólogos” componen las densas filas de aquellos a quienes Ivan Illich, no sin burla, llamó “expertos” que, haciéndose cargo de la familia, socializan casi todas sus funciones parentales.

Se extiende la creencia de que no es en absoluto capaz de cumplir las funciones que desempeñaba antes.

Alrededor de los años 50 y 70, psicólogos, sociólogos y trabajadores sociales, casi todos los “expertos” en la materia, se manifestaron contra los valores de la familia tradicional y autoritaria en favor de “una familia democrática”. Según Bertand Russell, la familia es sustituida por el Estado, alienando una serie de funciones: la salud en manos de los pediatras, la educación en manos de los pedagogos, la instrucción es tarea de la escuela, la profesión laboral ahora socializada, antes desempeñada por el padre fuera del hogar, ya no se transmite de generación en generación.

Los nuevos modos de producción, inaugurados por la Revolución Industrial y luego incrementados por el desarrollo del neocapitalismo, afectan profundamente el equilibrio de la familia, sometida a una fuerte transformación que la vacía de su papel original. Al someterse en conjunto a la expansión de la sociedad de consumo, se desmoraliza literalmente.

Los padres quedan así degradados de educadores a meros distribuidores de atención, de cuidados y de objetos. Se cree que velar por la seguridad del niño equivale a satisfacer todas sus necesidades y deseos, por temor a que de lo contrario pueda sufrir un trauma.

Estamos asistiendo a un declive de la autoridad. El padre, que ahora se parece más a un amigo de mediana edad, es incapaz de decir no a sus hijos ni siquiera en las acciones más sencillas, como obligarlos a ponerse una chaqueta si tienen frío, por poner un ejemplo trivial.

Si la tarea educativa fracasa por sobreprotección, se suspende el juicio moral, se abdica de la propia responsabilidad, el padre deja de ser el punto de referencia. De esta manera, se evita lo que Heinz Kohut llamó la decepción “óptima” o gradual, que permite al niño afrontar los retos de la vida de forma sana y equilibrada, aprendiendo poco a poco a valerse por sí mismo. Se forma un vínculo narcisista con el hijo, que se desarrolla de forma seductora.
En nuestra cultura, además, hay componentes psicológicos constantes que también son típicos del narcisismo patológico: el prestigio de la fama y la celebridad, el miedo a la competencia, las relaciones personales superficiales y precarias, el miedo a la muerte. La crianza hoy se mueve confusamente entre dos polaridades educativas: de la permisividad absoluta que se inicia en nombre de las necesidades del niño, se llega al culto a la autenticidad que termina por primar incluso sobre la conducta a seguir.

Aquí nace el mito del diálogo, según el cual el imperativo categórico es hablar, verbalizar, “socializar las emociones” independientemente de la edad de los niños, sin percatarse de que las palabras también pueden ser tóxicas como pocas cosas para un niño. Se desencadena esa manía de introspección que nos muestra a padres inseguros intentando obtener de sus hijos la aceptación que necesitan.

Así, la invasión de la familia por la cultura de masas junto con nociones de psicología mal asimiladas alimentan el conflicto generacional y el colapso de la autoridad de los padres, poniendo de manifiesto su impotencia respecto de la tarea primaria que es establecer puntos fijos que sirvan de brújula al hijo para orientarse.
Hoy en día, la paternidad se revela como una condición incapaz de acceder a la responsabilidad, un concepto que en cambio juega un papel central también en el ámbito jurídico.

En la responsabilidad hay una exigencia de responder. La «responsabilidad» es precisamente esta capacidad de responder. Eres responsable de tus acciones, de lo que dices; Debemos responder por ello ante el Otro. Debe haber un sujeto que asuma la responsabilidad de decir “yo”. Sólo un yo libre puede responder al llamado de la responsabilidad que, como dice Heidegger, “cae sobre nosotros desde dentro” en el sentido de que la responsabilidad nunca es una elección heterónoma. Es, ante todo, autónomo. Este elemento lo encontramos también en Heidegger cuando explica, destacando la singularidad irreemplazable que caracteriza a la responsabilidad, que nadie puede morir en lugar de otro. No morimos por los demás, en lugar de los demás, aunque muriendo concedamos al otro algunos momentos más de vida. Singularidad irremplazable que excluye cualquier heteronomía de responsabilidad.

Sin embargo, en el corazón mismo de la responsabilidad reside una aporía inesperada y esencial. De hecho, si por una parte la condición de la responsabilidad es ser capaz de tomar una decisión en “ciencia y conciencia”, es decir saber lo que uno hace, por qué lo hace y de qué manera, por otro lado coexiste también una condición de imposibilidad, escribe J. Derrida dándonos una profunda disertación sobre la responsabilidad. De hecho, si uno se conforma con un conocimiento contentándose con seguirlo, ya no será una decisión responsable sino «la implementación técnica de un dispositivo cognitivo». En este contexto, justificarse con: “El experto fulano dijo” no funciona porque sería siempre un acto heterónomo, y por tanto siempre homogeneizador y nunca responsable.

La responsabilidad es independencia del conocimiento establecido, hay un elemento herético en ello. Airesis como una elección, una desviación de la doctrina oficial. Según Derrida, esta herejía es una condición esencial de la Responsabilidad y la destina a la resistencia o a la disidencia. No hay responsabilidad sin una ruptura disidente e inventiva con la tradición, la doctrina y la autoridad. La responsabilidad no admite delegación y resulta paradójico y sumamente significativo que precisamente en un momento histórico como el actual en que la sociedad cuenta con múltiples agencias educativas y otras tantas figuras profesionales a su lado, el sufrimiento y la desorientación juvenil y la delincuencia se extiendan sin precedentes.

Responder al llamado de la responsabilidad es decir "yo". Se trata de recuperar la autoridad frente a nuestros hijos sin delegar convenientemente en otra persona lo que, de hecho, nunca podrá hacer nadie más en nuestro lugar.

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