Las escuelas, colegios y universidades en Colombia son cárceles, abarrotadas de reclusos inocentes y guardias licenciados que no se reconocen
Por Pablo Nariño
«Necesitamos otra educación para otra sociedad y otra sociedad para otra educación.» K. Marx
Las escuelas, colegios y universidades en Colombia son cárceles, abarrotadas de reclusos inocentes y guardias licenciados que no se reconocen, se olvidaron ahogados en competencias, estándares y currículos que son duplicado de dictados foráneos, construidos en medio de bostezos burocráticos.
Una elite tecnócrata, inserta en ministerios, no cambian la educación y cercenan la posibilidad para que sea transfigurada, perpetuando de esta manera los verdaderos propósitos encubiertos en medio de ostentosos calificativos, como aquel por ejemplo de la “Revolución Educativa” del MEN [1], mientras se pavonean ante las pantallas y micrófonos como “preocupados” actores de la educación.
No deja de ser mordaz que Colombia se encuentre en los últimos lugares a escala mundial en cuanto a calidad educativa, incluso hasta en los estudios de organismos neoliberales tipo PISA realizado por la OCDE a nivel global.[2]
A esto se suma la situación real de la mayoría de colegios públicos y privados que existen en la periferia y en los barrios populares de muchos países del continente, situación de violencia social, miseria, desinterés y conflictos diversos que convierten a la escuela en un ataviado espacio de reclusión, hacinamiento y desesperanza, con enormes índices de deserción y un ultrajante número de niños y jóvenes que quedan por fuera de los sistemas nacionales de educación. La problemática se ahonda si tenemos en cuenta por el otro lado la baja calidad de vida de los maestros, la inseguridad laboral y la coerción soterrada al pensamiento libre y crítico.
Pedagogos vueltos funcionarios, sofocados obreros de proyectos y “modelos” educativos, construidos a partir de los despojos de “experiencias insustanciales”, o de la trivialización de propuestas fundamentales, haciendo de la educación en Colombia y los países de la periferia, el eterno circulo acariciado que se vuelve vicioso, produciendo una educación cautiva de las repeticiones.
Por su parte, la educación popular y la revolucionaria, parecen renunciar cada vez más a su obligatorio carácter científico, y se diluyen en gran medida en el colorido espectáculo del recreacionismo, del aprender jugando, de la reproducción de estructuras conceptuales estáticas y en el dogma localista y coyuntural, que les hace perder de vista el enorme desafío inscrito en su origen, cual es, el de construir el sujeto que desde la práctica revolucionaria presente anuncie el futuro, confronte y supere al capitalismo agonizante pero campante.
Por otro lado, está la banca internacional y sus asesores devenidos en pedagogos que deciden una enseñanza global desde las necesidades del mercado “autorregulado”; una enseñanza para la catalaxia; [3]haciendo de los estudiantes individuos lo suficientemente peligrosos entre sí, como para ser competentes en la sociedad de la incompetencia y la miseria.
Los cabecillas del mercado regulan a la humanidad para que la humanidad no regule el mercado, son auto privilegiados, estatus logrado desde el filo de la sangre, el corte de franela y la motosierra; y para ello diseñan sujetos encadenados; los ministerios de educación los fabrican a través de resoluciones, y las llamadas instituciones educativas los procesan a través de la aplicación de estándares educativos y competencias.
Pero si en décadas atrás podíamos afirmar que en países como Colombia y otros del continente americano, se perseguía desde la educación el generar mano de obra barata, hoy podemos aseverar, que las siempre insuficientes escuelas, colegios y universidades, y obviamente los medios masivos de comunicación, cuentan con un objetivo puntual; producir individuos adaptados a la exclusión, formados no para el trabajo sino para un mundo sin él, predominantemente improductivo y precariamente humano.
En esa dirección el aparato educativo pasa de ser solo un mecanismo cultural para la producción de oprimidos, adaptados a las condiciones económicas, políticas y culturales de la producción asalariada, tal y como lo planteara P. Freire; a un sofisticado dispositivo que reproduce suprimidos, adaptados a una realidad económica en la que el salario y el trabajo paulatinamente se disipan, en relación directamente proposicional al paradójico fenómeno en el que el desarrollo exponencial de los medios de trabajo es confinado en los constreñidos espacios de la financiarización de la economía.
Hablamos entonces de una formación que no corresponde al desarrollo actual de los medios de producción, en consecuencia, gran parte de los modelos educativos y por su puesto sus fundamentos pedagógicos, no expresan una cualificación de la educación y la pedagogía; sino el triunfo de la lógica de mercado vuelta dogma científico.
Como lo hemos visto la educación institucional se circunscribe en la actualidad a reproducir la crisis sistémica y a “formar” individuos para adaptarse a ella, lo que en la realidad actual descrita quiere decir individuos aptos para un mundo sin trabajo, en estado de guerra perpetua, crisis ambiental y miseria desbordantes.
Estudiantes y maestros, aun no se reconocen en la idéntica miseria, aunque juntos, concurren al rito en el que se les hace creer que aprenden o que enseñan, pero que realmente encarna la danza macabra, en que se modulan letanías en tributo al propósito último del mercado en el escenario de la educación: saber hacer en contexto. Una y otra vez, se inocula y gradúa a los nuevos suprimidos en el arte de olvidar, de omitir, de adaptarse; de claudicar.
Es urgente que la reflexión pedagógica se materialice en propuestas concretas que asuman el desafío de revertir la realidad mundial desde formulaciones pedagógicas y dialécticas al servicio de los seres humanos. El actual salto tecnológico significa posibilidades revolucionarias para la educación, y ello obliga a cualificar los propósitos formativos, actualizar y adecuar los instrumentos de conocimiento, para fortalecer y enriquecer operaciones intelectuales, habilidades y valores humanistas, lo cual implica, articular una pedagogía de la liberación, al empeño por una liberación de la pedagogía, y la superación de su actual subordinación a las denigrantes necesidades del capital especulativo.
Prologo del libro “Pedagogía Dialéctica de lo Concreto”, próximo a publicarse.
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[1] Ministerio de Educación Nacional
[2] Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes. (Programme for International Student Assessment)
[3] Orden espontaneo de las operaciones producidas por el mercado “autorregulado”.
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Fuente>: