Teoría de la Valoración, de John Dewey
William James, Charles S. Peirce y John Dewey
Antes de presentar la Reseña de Pablo Aguayo W. sobre la obra "Teoría de la Valoración", de John Dewey, hacer mención al contexto histórico en el que Dewey vivió y a lo que sin duda respondió su pensamiento. He creído apropiado para ello extraer el pequeño, pero acertado resumen, que hace Ángel Manuel Faerna en su ensayo publicado en Quaderns de filosofia i ciència, 36, 2006, pp. 27-39. titulado "Significado y Valor: La Crítica Pragmatista al Emotivismo", que expongo a continuación.
El pragmatismo ha tenido una trayectoria extraña en el panorama filosófico del pasado siglo. Nació de manera casi privada hacia la década de 1870 con Charles S. Peirce, el pensador con menos obra publicada de toda la historia de la filosofía –si lo medimos en términos de la proporción entre sus escritos inéditos y los que llegaron a ver la luz en vida del autor, y aun después.
Su idea del pragmatismo no llegó a trascender el pequeño círculo de amigos que se reunían en el hoy famoso Club Metafísico a discutir cuestiones de ciencia desde un punto de vista filosófico. Uno de esos amigos era William James, prototipo del pensador popular y conferenciante de éxito que, casi treinta años después, ya en los albores del siglo XX , convertirá el pragmatismo en un fenómeno de enorme repercusión, tanto académica como no académica. Con él salta a Europa, donde será discutido con apasionamiento por todos los grandes filósofos del momento. En las décadas de 1910 y 1920 el pragmatismo es una de las corrientes en boga, tanto por el número de sus partidarios como por el de sus detractores. En esos años irrumpe la figura de John Dewey, que marca toda una época en el mundo intelectual de los Estados Unidos y desarrolla el pragmatismo en las más variadas direcciones, sobre todo en la línea de la ética y la filosofía social y política. En España se traduce a James y a Dewey, y figuras de la talla de Unamuno, Machado o Eugenio D’Ors se interesan vivamente por él; lo mismo sucede en Italia o Inglaterra.
No obstante, los años 30 asisten a uno de esos momentos (nada raros, por lo demás) en que la historia política produce efectos directos en la historia de las ideas: el ascenso del nazismo provoca una fuga de cerebros en Centroeuropa que lleva a los principales representantes del Círculo de Viena a emigrar a Estados Unidos, donde un notable discípulo de Peirce y Dewey, Charles Morris, se encargará de conseguirles puestos en las principales universidades, incluida la suya propia de Chicago (en la que recalará inicialmente Carnap). Si en un primer momento positivistas lógicos y pragmatistas simpatizan y comparten muchos de sus puntos de vista –coinciden en un mismo perfil de intelectuales progresistas convencidos de la importancia del método científico como clave para la educación de las masas, el progreso social y la racionalización de la política–, al término de la II Guerra Mundial, y con la irrupción de la “guerra fría”, las cosas van a cambiar de manera radical. El positivismo evoluciona hacia un tipo de filosofía sofisticada y centrada casi exclusivamente en áridas cuestiones de lógica y semántica, y se hace completamente hegemónico en el mundo académico, marcando al mismo tiempo la pauta de la corriente “analítica” que dominará desde entonces el pensamiento en lengua inglesa. En ese viaje, el pragmatismo se queda por el camino y prácticamente desaparece del panorama. Durante años, las obras de Peirce, James y Dewey acumulan polvo en los estantes y no tienen peso alguno en los debates.
Pero, cuando el pragmatismo parece que va a quedar como una de tantas corrientes superadas por la historia, resulta que es la propia escuela analítica la que desentierra su cadáver, siquiera sea parcialmente. El pionero a este respecto fue Quine, que cierra ese artículo capital para la inflexión de la filosofía analítica que fue “Dos dogmas del empirismo” (1953) con una apelación expresa a “un pragmatismo más completo” que el de Carnap y Lewis. La revisión que a partir de ese momento van a sufrir nociones centrales al paradigma analítico como las de “significado”, “contenido empírico”, “verdadero-en-L”, etc., invocará con relativa frecuencia un cierto espíritu pragmatista en filósofos como Nelson Goodman, Wilfrid Sellars, Hilary Putnam o Donald Davidson. Paralelamente, los póstumos del “segundo Wittgenstein”, desde las "Investigaciones filosóficas" (1958) hasta "Sobre la certeza" (1969), parecen también entroncar en alguna medida con intuiciones de corte pragmático. Y finalmente será Rorty, a partir de La filosofía y el espejo de la naturaleza (1979), quien recoja todos esos hilos, los trence hábilmente con unas cuantas dosis de filosofía “continental” y decrete la muerte de la filosofía analítica, que vendrá a ser sustituida por un modo “post-filosófico” de pensar que ya habría sido entrevisto con medio siglo de antelación por Dewey. A partir de ese momento, hablar de “neopragmatismo” empieza a hacerse habitual, y en los programas de filosofía contemporánea de las universidades los nombres de Peirce, James y Dewey se rescatan del olvido.
John Dewey, Teoría de la Valoración
Madrid: Siruela, 2008. 161 pp.
Referencia: Revista de Filosofía Volumen 66, (2010) 263-266
Reseña de Pablo Aguayo W., Universidad de Chile (UMCE)
Durante las primeras décadas del siglo XX, positivistas y pragmatistas compartían la idea de que la ciencia era el único modelo de racionalidad. Ambas posiciones declaraban su fe en el método empírico como la única herramienta capaz de producir conocimiento significativo. Para los positivistas, lo anterior exigía una clara demarcación entre juicios de hechos, susceptibles de contestación experimental, y juicios de valor, meras interjecciones emotivas sin contenido objetivo. Es en este contexto donde aparece la Teoría de la valoración de Dewey, publicada en 1939 en la International encyclopedia of unified science; v. 2, no. 4. Esta publicación desafía al positivismo acérrimo y aboga por una ampliación en el modo de considerar científicamente nuestras acciones y valoraciones.
Asumiendo el importante rol que tuvo el positivismo en el tratamiento de las dificultades producidas por la incorporación de presupuestos metafísicos en la teoría de la valoración, Dewey sostiene que la posición tomada por estos no ayuda a avanzar en el terreo de las ciencias humanas. Es por esta razón que en su Teoría de la valoración ofrece un modo de superar la distinción analítica entre hecho y valor, distinción que impedía aceptar la posibilidad de una ciencia de los valores. Para ello, el autor muestra con claridad que los juicios de valor pueden considerarse como juicios empíricos, es decir, como juicios capaces de sortear test experimentales del mismo modo como ocurre en las otras ciencias. La razón de lo anterior es que para Dewey "Las valoraciones son pautas de comportamiento empíricamente observables, y pueden ser estudiadas como tales" (p. 124).
Para desarrollar su teoría, Dewey construye una obra que se puede dividir en dos partes. En la primera de ella, compuesta por los capítulos I al VI, el autor propone aclarar "la confusión que aqueja al debate actual sobre el problema de la valoración" (p. 123). En este sentido, el capítulo que da inicio al libro tiene por objetivo ofrecer un repaso a la bibliografía actual sobre el tema. En esta revisión podemos encontrar posiciones que van desde que los valores no son sino "epítetos emocionales o meras interjecciones [...] hasta la creencia de que ciertos valores racionales a priori, necesarios y normalizados, son los principios de los que depende la validez del arte, la ciencia y la moral" (p. 12). Ahora bien, estas diferencias de opinión no se dan en esferas científicas como la astronomía o la física, ya que en ellas no encontramos expresiones que podríamos considerar equivalentes a hechos o concepciones de valor [value-facts or conceptions]. Con este punto, Dewey quiere mostrar laya tradicional distinción entre la ciencia natural y las actividades que se dedican a los "asuntos humanos" (p. 13), posición que parte de la base de que la ciencia como disciplina se refiere solo a cuestiones de hecho y no a cuestiones de valor1. Dado lo anterior, cabe preguntase si "son posibles las afirmaciones científicas sobre la dirección de la conducta humana, acerca de cualesquiera situaciones en la que entre la idea del debería; y, en caso afirmativo, de qué género son y en qué fundamento se sostiene" (p. 14). En este sentido, Dewey sostiene que la eliminación de las concepciones de valor de la ciencia de fenómenos no humanos es relativamente reciente, ya que los ideales de perfección así como la creencia de en la presencia de fines en la naturaleza era una opinión bastante común hasta el siglo XVII. En aquella época, sostiene el autor, no había necesidad ni lugar para ningún problema de valoración por separado, porque lo que ahora se llaman valores se entendían como algo incorporado íntegramente en la propia estructura del mundo.
Siguiendo con la revisión de los problemas que aquejan la teoría de la valoración, en el capítulo II, "La expresión de valor como interjección", Dewey afirma que la tesis sostenida por el título de este apartado es la más extrema de todas. Para él, quienes sostienen esta tesis piensan que "las expresiones de valor no pueden ser constitutivas de proposiciones, esto es, de oraciones que afirmen o nieguen, porque son puramente interjectiva. Expresiones como 'bueno', 'malo', 'correcto, 'incorrecto', serían equivalentes en su naturaleza, a interjecciones; o a fenómenos como ruborizarse, sonreír, llorar o a estímulos para mover a otros a actuar de determinada manera [...] ni dicen ni enuncian nada, ni siquiera acerca de los sentimientos; se limitan a evidenciar o manifestar éstos" (p. 25). Dado lo anterior, Dewey afirma que para aquellos que promulgan este credo "es imposible disputar sobre cuestiones de valor, porque oraciones que no dicen o aseveran nada no pueden, a fortiori, ser incompatibles entre sí" (p. 27). En cambio, sostiene el autor, las expresiones de valor están involucradas con las relaciones comportamentales que tenemos entre nosotros. En este sentido, quizás las interjecciones no tienen en sí mismas la propiedad de ser enunciados con un contenido verificable, pero es posible pensar que las posibles acciones y modificaciones en los rumbos de acción que ellas producen sí los tengan. Por ejemplo, a parir de expresiones como "Fuego" o "Socorro" se podría predecir (y verificar): (i) que existe situación X que tendrá consecuencias perjudiciales, (ii) que la persona que profiere las expresiones no puede dominar la situación y (iii) que la situación mejoraría si se obtiene ayuda de otros. Las tres proposiciones son susceptibles de verificación mediante pruebas empíricas, "ya que las tres se refieren a cosas observables" (p. 37).
En el capítulo III, titulado "La valoración como agrado y desagrado", Dewey analiza la estrecha relación existente entre la valoración y estos sentimientos. Un punto central de este capítulo es mostrar que para comprender la relación entre las valoraciones y el sentimiento de agrado, hay que entender a este último como una cuestión observable. En este sentido, Dewey critica las posiciones que tratan a los sentimientos de agrado y desagrado con independencia de sus contextos de acción real en el mundo, ya que solo en contextos determinados pueden sugerir proposiciones verificables respecto de lo que se quiere lograr para satisfacer al agente y producirle agrado, cito: "Es a través de observaciones del comportamiento como hay que determinar la existencia de valoraciones y su descripción [...] la observación de cuánta energía se gasta y durante cuánto tiempo permite prefijar justificadamente adjetivos calificativos como 'ligera' y 'grande' a una valoración dada" (p.44). Para Dewey, las proposiciones son susceptibles de verificación empírica porque "a través de esas observaciones se descubre el nexo que existe entre un deseo determinado y las condiciones respecto a las cuales funciona" (p. 48).
Avanzando ya en la obra, aparecen con más claridad los ribetes pragmáticos de la teoría de Dewey respecto de la valoración. En el capítulo IV, "Proposiciones de evaluación", el autor sostiene que dado que los deseos e intereses son actividades que se producen en el mundo, y que tienen efectos en el mundo, estos "son observables en sí mismos y en relación con sus efectos observados" (p. 53). Lo anterior permite a Dewey pensar en que nuestras valoraciones no tienen solamente una realidad mental, sino también una realidad factual, es decir, son hechos en el mundo y, al igual que cualquier otro acaecimiento, son susceptibles de análisis científico (p. 73). Para el autor, esta es la principal debilidad de las teorías actuales de la valoración, ya que estas "no hacen un análisis empírico de los deseos e intereses concretos tal cual éstos efectivamente existen" (p. 74). De esta manera, la observación de los resultados obtenidos, de las consecuencias efectivas en su coincidencia y diferencia con los fines previstos o contemplados, "proporciona así las condiciones mediante las cuales los deseos e intereses (y por tanto las valoraciones) maduran y se ponen a prueba" (p. 78).
Los últimos dos capítulos de esta primera parte de la teoría de Dewey son el desarrollo de un tema común, a saber, la vinculación entre los valores y la diada medio/fin. En el capítulo V, "Fines y valores", señala que el principal problema de las teorías que relacionan el valor con el deseo y el interés, y que luego hacen una división tajante entre fines y medios, es "su falta de una investigación empírica de las condiciones efectivas en las que surgen y funcionan los deseos e intereses, y en las que los objetos-fines adquieren su verdadero contenido" (p. 83). En relación con lo anterior, Dewey reconoce que los deseos surgen cuando "algo no marcha" (p. 84), cuando hay una dificultad en una situación existente, y es esa ausencia la que produce el deseo. Lo central de este apartado es mostrar la conexión empírica entre fines y valores, que en cuanto posible y deseable, se levanta como criterio en la determinación y evaluación de nuestras acciones en el mundo. Así, dejando de lado las teorías mentalistas de la introspección y los supuestos metafísicos de fines en sí mismos, Dewey abre el paso a una teoría pragmática de la valoración.
En el siguiente capítulo, "El continuo de fines-medios", se refuerzan dos aspectos centrales ya tratados en el libro, a saber, (i) no tiene sentido hablar de fin en sí mismo y (ii) la relación medio-fin siempre está determinada por un contexto pragmático de acción. A partir de lo anterior, Dewey cree que así como las ciencias naturales se consolidaron cuando dejaron de emplear la dialéctica de los conceptos abstractos para llegar a conclusiones sobre cuestiones existenciales, la teoría de las actividades y relaciones humanas (teoría de la valoración) alcanzará el camino seguro de la ciencia cuando aplique este proceder experimental, observable y verificable (p. 108).
Una vez realizado el análisis de los problemas que presentan las diferentes aproximaciones al tratamiento de las valoraciones y los juicios de valor, el autor pasa a la segunda parte de su trabajo. En el capítulo VII, "La teoría de la valoración como delincación de un programa", señala que su teoría ha de entenderse solo como un proyecto, como una metodología, no como algo terminado. La razón de lo anterior es que para Dewey una teoría efectiva de la valoración solo se podrá completar cuando se hayan indagado sistemáticamente las cosas que sostiene la relación de fines-medios y, junto a ello, se hayan aplicado los resultados a la formación de deseos y fines específicos en contextos reales de acción.
En su último capítulo "La valoración y las condiciones de la teoría social", el autor invita a relacionar la teoría de la valoración con las ciencias sociales, en la medida en que éstas también serían capaces de referirse al comportamiento observable del hombre en comunidad (psicología y sociología). De este modo, Dewey abre la discusión en torno a los problemas de la valoración a otras ciencias de lo humano.
Para terminar, no me queda más que señalar que el interés por el problema de la valoración, es decir, el problema de la posibilidad de proposiciones genuinas y fundamentadas acerca de los propósitos, planes, medidas y políticas que influyen en la actividad humana, hace del trabajo de Dewey una obra central. Lo anterior se basa en que quienes nos dedicamos a este tipo de asuntos, a pesar de "cannot write a scientific book, the subject matter of which could be intrinsically sublime and above all other subject matters" (2), al menos esperamos que nuestro discurso pueda ir más allá de contenidos oscuros e inescrutables.
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- Ref. (1) Cf. Putnam, H (2002), The Collapse of the Fact/Value Dichotomy and Other Essays. Cambridge, MA: Harvard University Press.
- Ref. (2) Wittgenstein, Ludwig (2006), "Lecture on Ethics", en A. Kenny, ed., The Wittgenstein reader. Maiden MA: Blackwell Pub; p. 253.
- Imagen W. James, Charles S. Peirce y John Dewey..
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