martes, 17 de noviembre de 2020

ESTANISLAO ZULETA Y LA EDUCACIÓN

La crítica de Zuleta a la escuela es tan clara como demoledora. La escuela no enseña a pensar

Julián de Zubiría Samper,

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Estanislao Zuleta abandonó sus estudios unos días después de cursar el grado noveno. Desde ese momento se dedicó a leer, conversar, enseñar y pensar. Lector profundo de filosofía, literatura, arte, ciencia política y psicoanálisis; en sentido estricto, es un libre pensador autodidacta. Doctorado honoris causa de la Universidad del Valle con un memorable discurso en defensa de la dificultad, murió relativamente joven, dejando cientos de entrevistas y conferencias, necesarias para rastrear su original pensamiento. Sea el momento de invitar a la lectura de un reciente texto, cuyo editor, Hernán Suárez, le hizo, tal vez la que puede ser considerada la entrevista más importante para conocer su pensamiento pedagógico: “La educación un campo de combate”. El nuevo libro, titulado como esta columna, es escrito a varias manos y en él se defiende la vigencia de su pensamiento en educación y política.

La crítica de Zuleta a la escuela es tan clara como demoledora. La escuela no enseña a pensar. Así lo expresa: “La escuela transmite datos, conocimientos, saberes y resultados de procesos que otros pensaron, pero no enseña ni permite pensar”. La escuela nos prepara para tareas aburridoras, rutinarias y mecánicas, pero no para crear, imaginar e interpretar. Lo que se enseña en la escuela, en general, no sirve en la vida y lo que uno necesita en la vida, en general, no se lo enseñaron en ella.

Los colegios se quedan en lo particular, en el dato, en lo irrelevante y dejan de lado lo esencial: las ideas de carácter general. En ellos se trabaja en múltiples asignaturas fragmentadas. En geografía resaltan el detalle de los accidentes, dejando de lado las relaciones del hombre con el contexto histórico, cultural y espacial. En historia, los hechos particulares dominan la enseñanza, pero no se profundiza en los procesos sociales, económicos, políticos y culturales y en la interpretación de ellos. No se enseña a pensar socialmente.

El álgebra o el cálculo se enseñan de manera aburridora y rutinaria. Se opera con letras, sin sentido y sin lógica, pero no se convierte la matemática en una ejercitación de los procesos deductivos y abstractos del pensamiento formal. Es más, no se enseñan matemáticas, sino a resolver mecánicamente los algoritmos. Tampoco lo aprendido puede ser transferido para resolver problemas del mundo cotidiano. El cálculo no lo usan los estudiantes en el mundo real y tampoco les ayuda a pensar mejor.

Si Estanislao Zuleta volviera a nacer, quedaría impactado. Colombia desaprovechó las tres últimas décadas para transformar la escuela en la dirección que él propuso. Casi nada se ha hecho al respecto. A pesar del impulso que le dio la Ley General de Educación de 1994 y del Movimiento pedagógico de los años ochenta y noventa, no se pudo consolidar el cambio, porque, como decía el maestro Abel Rodríguez, se implantó la contrarreforma educativa. También, hay que reconocerlo, el movimiento sindical del magisterio abandonó el debate pedagógico y se concentró en la reivindicación gremial. En la práctica, ambas cosas impidieron que se transformaran los fines de la educación, los currículos y el papel de los maestros y de las instituciones educativas. Por eso, la crítica de Zuleta al sistema educativo colombiano, es más válida hoy que ayer.

Para alcanzar la finalidad de la que hablaba Zuleta, se necesitaría repensar las finalidades de la educación y el papel del maestro y de las instituciones educativas. Esto no sería posible sin una profunda transformación pedagógica y curricular. Los Derechos Básicos de Aprendizaje implementados recientemente por el MEN, van en un sentido exactamente contrario al planteado por Zuleta.

La tarea esencial de la educación, en términos de Zuleta, es “formar individuos amantes de la ciencia, el arte y las libertades democráticas”. Eso sólo es posible con docentes que contagien de pasión a sus estudiantes y que cultiven las preguntas, la lectura crítica y el debate argumentado. Esto lo impide una educación centrada en asignaturas aisladas y que no vincula activamente a los estudiantes en el proceso. Obligar a pensar, es tan absurdo como obligar a amar. Por eso, -dice-, “de los pocos profesores que a uno le queda un buen recuerdo, son precisamente aquellos que se les notaba que amaban lo que hacían”.

La escuela necesita de docentes reflexivos, que, gracias al impulso de la lectura y el debate, conviertan las opiniones de los alumnos en ideas argumentadas sometidas al análisis crítico. La lectura para Zuleta es, esencialmente, una interpretación, un diálogo reflexivo con el autor. Una conversación entre las ideas de él y las del lector. Por eso, -decía- “siempre hay que leer desde una pregunta”. Leer es rumiar, trabajar y reelaborar. La antítesis de lo que hoy nos quieren vender como “cursos de lectura rápida”. La lectura, como el amor, se cuece a fuego lento. La educación –nunca hay que olvidarlo- es un campo de combate. Por eso, fue siempre un crítico agudo del dogmatismo y habría sido implacable contra quienes quieren limitar la libertad de cátedra en las aulas. Pensar implica dudar, interpelar, debatir y reelaborar. El dogmatismo, por el contrario, parte de verdades sobre las que nadie duda: ¡se afinca en absolutos! Puede ser un dogma científico, político o religioso. No importa, en todos los casos se limita la reflexión, la duda y la argumentación. “No se puede respetar el pensamiento del otro cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro solo puede ser error o mala fe”. La ciencia tiene que poner en duda todo principio y todo dogma. De allí que el papel de la educación tiene que ser, “llevar las verdades, hasta sus últimas consecuencias”, cuestionar y enseñar a pensar y dudar.

Zuleta no lo alcanzó a ver, pero algunos países avanzaron parcialmente en la dirección planteada por él para el sistema educativo. Finlandia, por ejemplo, está trabajando en esa ruta y para ello, tienen previsto desde 2022 eliminar las asignaturas y concentrarse en siete competencias esenciales, una de ellas, el pensamiento crítico. En 1998 Chile hizo una reforma educativa para enfatizar en dos competencias: la lectura y el pensamiento crítico. Diversos países del mundo vienen trabajando hace unas décadas en la misma dirección y por eso las llaman las competencias del siglo XXI: pensar, leer, convivir y trabajar. Pero eso es mucho más claro en diversas instituciones educativas que en sistemas educativos completos o en proyectos impulsados por el Estado.

De manera análoga a Zuleta, hemos propuesto en los últimos treinta años concentrar la educación en el desarrollo de tres competencias: pensar, comunicarse y convivir. La tesis es que estas competencias tendrían que ser transversales. Según este postulado, todas las asignaturas de todos los grados y de todas las áreas, deberían enseñar a pensar, a comunicarse y a convivir. Creemos que a eso debería dedicarse la educación básica. El MEN no ha impulsado ninguno de los cambios necesarios, el sindicalismo está dedicado a defender las reivindicaciones gremiales de los docentes, la tradición no lo ha permitido y la consecuencia es que la escuela sigue sin enseñar a pensar. De esta manera, se debilita el desarrollo humano y la democracia.

¿Qué podríamos hacer hoy en día para desarrollar el pensamiento en los colegios? Debería haber un área para cualificar el pensamiento y, al mismo tiempo, todas las demás áreas deberían consolidar los conceptos y los procesos de pensamiento. El área de pensamiento tendría la función de garantizar el ejercicio mediado de los procesos de pensamiento e impulsar la creatividad. El área fortalecería los procesos de pensamiento propios de cada ciclo del desarrollo, iniciando durante el primero con los procesos de seriación y clasificación; y terminando en el último con la ejercitación del pensamiento argumentativo y deductivo.

Así mismo, habría que enseñar a pensar sobre cómo pensamos. Lipman, quien creó el programa de filosofía para niños, decía: “Si lo que buscamos es mejorar la capacidad de razonamiento de los niños, lo mejor que podemos hacer es enseñarlos a pensar sobre su propio pensamiento”. Los discípulos de Piaget lo llamaron metacognición, e implica enseñar a planear, evaluar y reelaborar nuestros propios pensamientos.

Enseñar a pensar es una tarea necesaria y prioritaria si queremos consolidar la democracia en Colombia. ¿Será por eso que hay tanta resistencia a hacerlo? Leer a Zuleta, nos ayudaría a resolver la pregunta anterior, a dudar y reflexionar, incluso, sobre lo que aquí se postula.
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Fuente:
El Espectador, nov. 16/2020 

1 comentarios:

cruz dijo...

EXCELENTE CONCEPCION DE ESTALINAO ZULETA ACERCA DE LA EDUCACION PERO ESPECIALMENTE LA QUE SE VIENE DANDO DESDE HACE 30 AÑOS

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