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viernes, 6 de diciembre de 2024

LAS TRAGEDIAS SACAN LO MEJOR DE LAS PERSONAS

Las dificultades no unen, como afirma la creencia popular, las dificultades separan, sobretodo cuando se cronifican e inoculan malestar moral en las relaciones personales.

Lo que sí unen son las tragedias, esos terroríficos momentos en los que en cuestión de minutos la biografía de muchas personas se parte en dos por un acontecimiento aciago frente al cual la agencia humana se revela inerme.

Por José Miguel Valle.

David Ramos Getty Images.

Las tragedias unen porque quienes las padecen en sus cuerpos y en sus entornos, y también quienes las contemplamos escalofriados desde la reflexiva y compasiva condición de espectadores, sabemos que el dolor con el que asolan solo se atenúa y en ocasiones se revierte gracias a la cooperación de los demás.

La humanidad se inauguró en un acto de ayuda cuando alguien contempló el dolor en un ser semejante al suyo y, en vez de sentir desdén y despreocupación, se sintió convocado a responder ante él para lo cual desenvolvió estrategias con el objeto de amortiguar ese dolor que al observarlo le dolía como si fuera propio.

La humanidad se desprecintó en un gesto de cuidado, pero no destinado a un cualquiera, sino a quien superado por la adversidad lo necesitaba de manera apremiante.

Miles y miles de años después hemos sofisticado inteligentemente esas estratagemas encarnadas en la existencia de servicios públicos, ayuda pública, acompañamiento, asistencia, cobertura económica, soporte logístico y afectivo, solidaridad, alianzas de apoyo mutuo.

Associated Press/LaPresseAP

La fatalidad nos confronta con lo absolutamente común que nos constituye como seres humanos. Las tragedias unen y sacan lo mejor de las personas porque nos ponen en diálogo con lo indistinto que nos configura: nuestra vulnerabilidad (somos susceptibles de ser heridos por lo que acontece, tanto en nuestro cuerpo como en nuestra interioridad), nuestra afectividad (el mundo nos afecta y de la forma en que articulamos esas afecciones devienen nuestros sentimientos y nuestra instalación en él) y nuestra mortalidad (la conciencia presente de un insorteable evento futuro).

En la tragedia estos elementos constituyentes se tornan cristalinos, y en las personas educadas bien afilan una compasión que deviene en pura pedagogía antropológica.

Las tragedias aportan una atención y una sensibilidad que el día a día suele opacar y silenciar: somos propietarios de una existencia que puede malograrse en cualquier inopinado momento.

NurPhoto via Getty Images

Nuestro cuerpo puede estropearse irreversiblemente o poner punto final cuando menos lo esperemos. Nuestra subjetividad puede quedar lastimada para siempre simplemente porque alguien profirió unas palabras desafortunadas.

Podemos perder a aquellas personas que con sus gestos de cuidado y amor nos demuestran que nuestra existencia tiene centralidad para ellas, una importancia sin la cual nuestra vida se quebraría y quedaría al arbitrio del sinsentido. Podemos perder en el lapso de unos minutos nuestros enseres y los bienes materiales que son condición basal para que la vida pueda elevarse a vida buena.

Las tragedias hacen dolorosamente inteligible esa. interdependencia que tanto nos cuesta entender cuando opera el pensamiento abstracto, o que resulta intrincado sentir cuando el mundo es amable y se pliega a conceder nuestros deseos.

Las tragedias demuestran que nuestra vulnerabilidad se contrarresta nosiendo más fuertes, sino más inteligentes.

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Filósofo y docente en ámbitos escolares y universitarios e investigador independiente sobre las interacciones humanas, José Miguel Valle se dedica al estudio y análisis de la interacción humana.

Escribe semanalmente en su blog Espacio Suma NO Cero. Es autor de ensayos como La capital del mundo es nosotros, El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza y Leer para sentir mejor. Su último libro es La bondad es el punto más elevado de la inteligencia (2024).

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