viernes, 6 de diciembre de 2024

FOMENTAR UNA EDUCACIÓN QUE NO FRAGMENTE AL HOMBRE...

 SIN ABANDONAR A LA RAZÓN, DESDE LA MÁS TEMPRANA INFANCIA, DEBEMOS EDUCAR EN LA TERNURA, EN LAS DIMENSIONES ÉTICA Y ESTÉTICA Y EN LAS PLURALES POSIBILIDADES DE LA FANTASÍA

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PONENCIA

Con motivo de la conmemoración de los 65 años de la creación de la Federación Colombiana de Educadores -FECODE-, de los 40 años de actividades del Centro de Estudios e Investigaciones Docentes -CEID- y su Revista “Educación y Cultura”, así como de la promulgación de algunas normas, y otros acontecimientos de gran importancia para el magisterio colombiano, he sido cordialmente invitado por las directivas de esta prestigiosa institución, a presentar una ponencia referente a los retos éticos, políticos y editoriales que tiene la organización y sus publicaciones, en este período de decadencia del capitalismo tardío. Texto que, eventualmente, pudiese contribuir, aportando algunas ideas para la reforma de la educación y la pedagogía que se propone el gobierno del Cambio que lidera el presidente Gustavo Petro Urrego…

Ante la imposibilidad de asistir al evento que se realizará los próximos 5 y 6 de diciembre del año en curso, en la ciudad de Bogotá, he reburujado entre los diversos planteamientos que por mucho tiempo he venido escribiendo y compilado estas breves notas que considero pudiesen resultar pertinentes y adecuadas para el cometido propuesto…

Julio Cesar Carrión Castro

La tradición religiosa y la educación en Colombia

En Colombia, en todos los niveles de la educación, perviven las ideas y los mecanismos pedagógicos empleados en la época colonial, los cuales, en lugar de desaparecer, incluso se han fortalecido, muchas veces gracias a las supuestas “reformas” que históricamente se han emprendido.

La mentalidad cristiano-feudal, que caracterizó el período colonial, continúa vigente en el territorio colombiano hasta el presente, mostrando una gran solidez y permanencia a pesar de los tímidos y esporádicos embates de las modernas concepciones, que terminaron amoldándose a dicha mentalidad.

El proceso de independencia no llevó realmente a la descomposición del régimen colonial en materia educativa, pues el sistema de valores económicos y culturales hispano-coloniales persistiría en la estructura republicana, de la mano los terratenientes, del clero y de los militares enriquecidos en el proceso. Tampoco los esfuerzos modernizantes y secularizadores emprendidos por los líderes radicales de mediados del siglo XIX, comprometidos con el desarrollo tecnológico e industrial, contra la supervivencia de las nociones teocéntricas, resultaron adecuados en un país tan sumido en la medievalidad educativa y, por el contrario, con su derrota, bajo la llamada “Regeneración”, se daría continuidad al anacrónico régimen señorial heredado de la colonia.

La modernización que se inició tardíamente en Colombia, con las exigencias de desarrollo científico y tecnológico que demandaba la naciente industria y los nuevos sistemas productivos, reclamaría igualmente unas políticas educativas adecuadas, capaces de adaptarse a los cambios dinámicos introducidos por la racionalidad instrumental y positivista que orientaba estos desarrollos. Ante este reto, provocado desde la economía, la élite empresarial se comprometió con la modernización, pero sin llegar a chocar abiertamente con la mentalidad religiosa y tradicionalista que, como lo hemos establecido, ha mantenido enorme presencia en el pueblo colombiano, desde la colonia, incluso por la fuerza de las armas.

A pesar de que históricamente se obtuviesen algunos logros modernizadores (la mayoría de veces transitorios), especialmente desde el período de la independencia, tales como la creación de un Estado soberano regido por principios jurídicos y constitucionales, la supresión de algunas discriminaciones étnicas, la relativa ampliación de la cobertura escolar, una tímida vinculación a los procesos técnicos y científicos y a los modelos de desarrollo internacional, incluso la obtención de altas tasas de rendimiento productivo y comercial; a pesar de todas estas realizaciones modernizadoras, persistirían en Colombia prácticas políticas de corte tradicionalista como el gamonalismo y el clientelismo, sustentadas en la vigencia anacrónica del régimen hacendatario de la época hispano-colonial, una debilidad estructural de lo público frente a lo privado, una inequitativa distribución de la riqueza, gran inmovilidad social, carencia de participación política para las mayorías nacionales, ausencia de una ética civil y por lo mismo el sometimiento al confesionalismo, principalmente en materia educativa.

Los procesos de modernización y desarrollo capitalista, tendrían un carácter paradójico y ambiguo, pues si bien es cierto, se impulsó la expansión industrial y el crecimiento económico, simultáneamente se persistió en formas autoritarias de gobierno y se enfatizó en la defensa y promoción de los valores atávicos de la mentalidad cristiano-feudal, de herencia colonial; esto llevó a Jorge Orlando Melo a afirmar que la nuestra ha sido una "Modernización Tradicionalista".

A partir del Concordato de 1887 se estableció que la educación en Colombia debía organizarse y realizarse de acuerdo con los dogmas y la moral de la religión católica. La enseñanza de esta religión pasó a ser obligatoria y se dio a los obispos la potestad de ejercer la suprema vigilancia respecto al cumplimiento de estas normas, así como la supervisión de los docentes y la elección de los textos que habrían de ser utilizados por los educadores. El Estado se comprometió en la defensa de la religión, y por ello se retornó a las viejas nociones que identificaban al catolicismo con la nación misma.

La connivencia Estado-Iglesia -vigente desde la colonia- es responsable en Colombia no sólo del desmantelamiento y abandono de la educación pública, a favor de la privada, sino, incluso de algunas manifestaciones de la violencia partidista. Desde mediados del siglo XX, bajo el liderazgo del Estado, la sociedad colombiana ha padecido todo un proceso de contra-reforma y de aniquilamiento terrorista de las bases teóricas y conceptuales que se ensayaron en la República Liberal, mediante una especie de restauración retardataria, que emprendieron los gobiernos de Ospina Pérez y Laureano Gómez, con los patrones culturales y eclesiásticos de la colonia española y con la configuración de un modelo de educación tradicional, elitista y escolástico que ha tenido continuidad y permanencia en la Colombia de hoy.

La Iglesia ha diseñado, en gran medida, no sólo la mentalidad del pueblo colombiano, sino las propias instituciones que le rigen, en especial el sistema escolar. Escapar a su poder ha sido una tarea casi imposible, toda nueva corriente pedagógica que haya sido ensayada en Colombia, invariablemente ha terminado siendo ajustada y adecuada a las condiciones de esta mentalidad hispano-católica. Esta específica forma de enmascaramiento y de hibridación cultural, tendría como principal escenario el sistema escolar y, particularmente, a la universidad, en donde los paradigmas ideológicos del “progreso” y la “modernidad” enfrentados a los valores de la tradición y las costumbres que obstinadamente se niegan a desaparecer y que, por el contrario, instalándose en la vida contemporánea, han terminado por generar extrañas combinaciones ideológicas y anfibologías, manipuladas no sólo por las clases dominantes, sino también, por los conspicuos representantes de la administración académica y universitaria, subordinados y amparados en la íntima relación existente entre el saber y el poder.

Avatares de la educación pública en Colombia

Ahora que los gobernantes y politiqueros colombianos , en trance electoralista, parecen preocupados por los resultados que muestra la educación en las valoraciones y la competitividad internacional, quiero presentar un breve análisis acerca de los modelos pedagógicos y de la situación histórica de un servicio educativo, siempre subrogado al poder de unas élites clientelistas y corruptas, centradas en el fanatismo y la barbarie, promovidos ya no sólo desde los púlpitos y los cuarteles, sino desde las propias instituciones estatales y las universidades...

Púlpitos, cuarteles y universidades…

Como lo hemos dicho, en Colombia, en todos los niveles de la educación, perviven las ideas y los mecanismos pedagógicos empleados en la época colonial, los cuales, en lugar de desaparecer, incluso se han fortalecido, muchas veces gracias a las supuestas “reformas” que históricamente se han emprendido.

La mentalidad cristiano-feudal, que caracterizó el período colonial, continúa vigente en el territorio colombiano hasta el presente, mostrando una gran solidez y permanencia a pesar de los tímidos y esporádicos embates de las modernas concepciones, que terminaron amoldándose a dicha mentalidad.

Aspectos formales de la educación que deben ser superados.

La escuela tradicional asigna un desmedido énfasis a los aspectos formales y rituales de la educación, los cuales, muchas veces, están en contravía con los proyectos pedagógicos centrados en estrategias de más largo aliento, como el de una formación integral en torno a las dimensiones afectivas, lúdicas, éticas y estéticas que desbordan las simples concepciones administrativas, económicas y empresariales, de quienes quieren limitar los alcances de la escuela, desde una perspectiva meramente utilitarista.

Todo el sistema educativo pareciera que cifra su eficacia en un detallado listado de actividades y comportamientos habituales, a que están obligados tanto profesores como estudiantes, de esta "programación de actividades" no logra escaparse ni el preescolar ni los postgrados.

La tecnología educativa, que seduce a tirios y a troyanos, y que está vigente en nuestro país desde los años 60 del pasado siglo, impuso el llamado diseño instruccional, con el propósito de alcanzar la optimización de los recursos, en este caso los maestros, mediante el cumplimiento de unos pasos considerados insoslayables para la eficiencia y rentabilidad de la educación. Reduccionismo tecnologista que ha llevado a la taylorización de la educación, haciéndola semejante a un proceso de producción en cadena, como los describiese de manera burlona Charles Chaplin en su inmortal filme “Tiempos modernos” de 1936.

Se ha logrado planificar hasta en los más mínimos detalles el quehacer cotidiano de maestros y estudiantes, instrumentándolos, estandarizando sus labores e impidiéndoles así, hasta el vuelo de la imaginación.

Los órganos del poder asumen que es necesario mantener a los maestros ocupados, que sean absorbidos por los aspectos formales de la educación, entregados a las apariencias más que al rigor de los conocimientos; deben ser eficaces en el llenado de planillas y formatos, efectuar pertinazmente los controles de asistencia y compostura, dedicarse a la comprensión de las tan constantes como inútiles "innovaciones" y modificaciones de programas y en la utilización de novedosas tecnologías y metodologías. En todo caso se trata de desviar al maestro y al alumno de los problemas centrales de la educación. Se trata del cumplimiento a cabalidad de las reglas establecidas, anacrónicamente, por el clérigo Juan Bautista La Salle. La puntualidad, la compostura, el "aspecto" del estudiante, son gestos, posturas y comportamientos que los maestros vigilan y castigan.

En resumen, lo disciplinario y normativo tiene un enorme peso específico en la escuela, en detrimento del vitalismo, de la creatividad, de la investigación y de la crítica.

El maestro, bajo la actual concepción capitalista de la educación, debe entender que no es más que un simple "administrador de currículos" que otros le definen e imponen, un traficante de saberes o cuanto más, un diletante y simulador de los conocimientos, no un riguroso trabajador de la cultura ni un intelectual comprometido.

La concepción instrumental y utilitaria de la educación

"...La educación en general, ha sido pervertida por la masificación de las escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo...".

Gabriel Garcia Márquez

La pretensión de convertir el sistema escolar en una extensión de la empresa o de transformar la educación en simple mecanismo de capacitación laboral, siempre ha estado presente en la intencionalidad estatal-capitalista. Casi todas las propuestas de reforma al aparato educativo apuntan en dicha dirección, desde las más diversas concepciones políticas sean ellas conservadoras, reformistas o “progresistas”, el caso es que dicha integración o hibridación total no se ha logrado. En todo caso el punto óptimo esperado por los dueños del poder y del capital, es decir su fusión, no se ha alcanzado a pesar de los múltiples esfuerzos de los diversos gobiernos, ya sea del llamado 'capitalismo salvaje' o del supuesto 'capitalismo amable'.

Ya se trate de entrenamientos en los lugares de trabajo, de permanencia de practicantes en las distintas entidades comerciales, industriales o de servicio, de las pasantías y; de currículos concertados entre las empresas y los diversas instituciones educativas, institutos o universidades, con sus programas de apoyo y pactos de investigación; o de los recientemente propuestos parques tecnológicos o incubadoras empresariales, que han venido adquiriendo un enorme peso específico en los países industrializados y postindustrializados, todas estas fórmulas dan fe del estrecho vínculo existente entre la razón de Estado, la educación y los procesos productivos.

En el fondo de esta intencionalidad subyace, como lo denunciara Federico Nietzsche, la doble estrategia de ampliación y debilitamiento de la cultura, bajo los dogmas de la economía que pretende masificar la educación, con el único propósito de incrementar la productividad. Objetivo economicista que exige una educación rápida, utilitaria y no razonada, que capacite prontamente a la fuerza de trabajo en sus funciones, que sirva para formar empleados especializados, o polivalentes, útiles, dóciles e incondicionales, pero que no lleguen a acercarse jamás a la auténtica cultura, a los valores de la crítica, ni a las inquietantes dimensiones de la ética, la estética o la política.

Todos los objetivos, estrategias y planes de acción del sistema educativo colombiano han estado siempre comprometidos, no con la formación de seres humanos integrales, ni con la constitución de un proyecto de nación más democrática y justa que nos conduzca a una mejor convivencialidad, sino, simplemente, con el fortalecimiento de unos procesos económicos y productivos que permitan garantizar la vigencia de la actual estructura de poder.

A las constantes quejas que presenta el aparato productivo del país, se responde con la necesidad de promover la "formación de recursos humanos altamente calificados" y adoptar criterios de racionalidad y eficiencia empresariales, que le permitan a la educación adaptarse exclusivamente a las "exigencias del desarrollo económico", a la competencia internacional y al llamado "nuevo orden mundial".

Esta pudiera ser la radiografía del desesperado crecimiento de cobertura que muestra gran número de universidades, e institutos, más preocupados por el credencialismo, el aumento de ingresos para sus instituciones, y por dar respuesta a los requerimientos economicistas, que por el fomento de una educación de calidad que busque formar verdaderos seres humanos tanto en lo individual como en lo social.

Los procesos de modernización sin modernidad, que caracterizan el desenvolvimiento de nuestra economía y de nuestras relaciones sociales, nos han llevado al sometimiento a una racionalidad instrumental, que asigna a todas las actividades pedagógicas y culturales, su impronta administrativa y financiera.

Acerca de la falsa “Sociedad del conocimiento”.

Hemos dicho que eso de “la sociedad del conocimiento” es un falso paradigma socioeducativo con el que se nos pretende demostrar que los saberes científicos y tecnológicos que desarrollan, impulsan y trafican las grandes transnacionales del conocimiento, están despojados de todo direccionamiento; que son neutrales y que están ahí para ser utilizados por toda la humanidad sin ninguna trampa ni intencionalidad. Olvidan los promotores de esta idea que las originarias propuestas del alfabetismo y de la ilustración -tan publicitadas bajo los regímenes demo-liberales- han sido pervertidas y tergiversadas.

Como lo venimos sosteniendo, el expansionismo escolar y universitario siempre ha estado adscrito, de forma irreversible, a la ampliación de la productividad capitalista, así como a la tendencia a la homogeneización de las culturas. Las instituciones de educación pasaron de ser paulatinamente depositarias y orientadoras de un humanismo cosmopolita, de una amplia autonomía intelectual, defensoras de los sentimientos de comunidad y de las plurales dimensiones políticas, éticas y estéticas de los seres humanos, a ser simplemente instrumentos de promoción de una estrecha racionalidad instrumental que niega, precisamente, la multidimensionalidad del espíritu humano, queriendo fusionar las más variadas formaciones culturales alrededor de una concepción cientista de la realidad y en torno, también, de los intereses empresariales y mercantilistas que fomentan la selectividad, mediante un engorroso sistema de reconocimientos y diplomas, es decir, graduando, jerarquizando a las personas mediante credenciales y títulos que reflejan, no los conocimientos y saberes, sino la propia estructura de clases de la sociedad y enfatizando en la más generalizada subalternidad.

En detrimento del mundo de la vida se ha desplegado la sola inteligencia instrumental y pragmática, siendo principales vehículos de esta difusión las instituciones universitarias. Con base en el éxito logrado por las ciencias durante los últimos tiempos hemos ido cayendo, inexorablemente, en una especie de superstición de la racionalidad científica y tecnológica. Desde que se impuso el sistema escolar con estos criterios, hemos sido abundantes, prolíficos, en un sinnúmero de procesos contradictorios que giran alrededor de la idea del “progreso”, bajo los mezquinos parámetros del interés de lucro y las determinaciones de los grupos de poder. El paradigma cientista y la obstinación en un continuo progreso material han traído adjunto el desarrollo de la brutalidad, la destructividad y lo inhumano.

La apoteosis de la razón positivista coincide trágicamente con el incremento del miedo, con el control represivo de la sociedad y la imposición de consensos coercitivos. La multiplicidad de los nuevos saberes y tecnologías que nos embriagan cotidianamente ha provocado en su encumbramiento, la devaluación del mundo de la vida, la sustitución del hombre por su caricatura publicitaria, la regulación y normalización de la entera humanidad y el aparente triunfo de la devastación, la barbarie ecológica, la guerra y la muerte administrada, bajo el dominio generalizado de esta racionalidad instrumental.

Perplejos contemplamos las paradojas y contradicciones que ha encubierto el ideario del “progreso”, que han ayudado a edificar las universidades. Al efectuar una mirada escudriñadora sobre los resultados que tanto se ponderan de la revolución científica y tecnológica, encontramos muestras de lucidez y cordura compartiendo simultáneamente honores con los más despreciables actos de barbarie e irracionalidad: el enorme incremento alcanzado en la producción por el desarrollo de la industria, el mayor rendimiento agropecuario y la mundialización del comercio; la aparente desaparición de antiguas pestes y epidemias que como maldiciones acompañaron -¿acompañan?- a la humanidad desde tiempo inmemorial, las proezas de la medicina y de la cirugía, la prevención y control de las enfermedades por la generalización de la higiene y la aparición de la seguridad social; la consecuente ampliación de la esperanza de vida -pero sólo para algunos grupos poblacionales-; el aprovisionamiento, -y mezquina utilización- de nuevas fuentes de energía; la extensión de algunos bienes y servicios a regiones marginales, la revolución de los medios de comunicación y en general los grandes cambios acontecidos en la vida cotidiana de todas las personas, constituyen, por así decirlo, un claro ejemplo del lado positivo y hasta providencial de esta prosperidad científica y tecnológica, que ha contribuido a acrecentar la educación y las universidades y que hoy pareciera alcanzar todos los rincones del planeta.

Podemos afirmar sin embargo que todo optimismo resulta majadero ante la enorme presencia de esa visión apocalíptica que también contiene el desarrollo de unas ciencias y tecnologías objetivadas tan sólo desde el obrar instrumental y subordinadas a los intereses de dominio. Bajo la tutela de las escuelas, colegios, universidades y demás centros del conocimiento también hemos podido ver, principalmente, durante el desventurado siglo XX y lo que va del XXI, un mayor ensanchamiento de la perversidad social: pequeños polos de riqueza y de derroche coexistiendo vergonzosamente con amplias zonas de penuria y necesidad; comodidad y lujo en un extremo, pero también hambre y tortura administradas.

Estos últimos siglos de vigencia del sistema capitalista, en especial en su fase imperialista, nos han permitido contemplar, asimismo, la continuidad y pervivencia del colonialismo, la aculturación, el despojo y la depauperación absoluta de los pueblos vencidos.

La abundancia y la miseria cínicamente aceptadas, no sólo por una lumpen burguesía cada vez más mediocre y deshumanizada, sino por una sociedad civil aletargada y conformista, por el incremento acelerado y compulsivo del consumismo que trae anexos problemas como la angustia existencial, la drogadicción y el embobamiento farandulero y tecnológico, en estas sociedades del espectáculo, que denominara Guy Debord.

Se trata de una época que, al compás del fortalecimiento del complejo industrial-militarista ha visto la expansión de la barbarie ecológica, el peligro de las nubes radiactivas y la amenaza cierta del holocausto nuclear. Basta recordar que el siglo XX fue el siglo de Auschwitz, de Hiroshima, de Vietnam; del Apartheid, del racismo y de la xenofobia, de Sabra y Chatila; del FMI, la CIA y la OTAN; de los autoritarismos y los totalitarismos, del Fascismo y del Nazismo y de las dictaduras amparadas por las grandes potencias, como se ve con el sionismo. También el siglo de la psiquiatría represiva y los Gulags, del muro de Berlín y Tiananmen; de la malograda primavera de Praga y del fracaso rotundo del ensayado “socialismo real”. Del control del cuerpo, del gesto y hasta del alma humana: del poder sobre la especie, del amaestramiento conductual disfrazado de pedagogía, de la geopolítica y los genocidios, de la biopolítica, la ingeniería genética y, en general, de la globalización de las regulaciones. De la omnipotencia de una anónima tecno-burocracia internacional que amparada en la oculta administración de las multinacionales de la industria, del capital financiero, de la guerra y del saber, nos ha impuesto esa unipolaridad imperialista que pretende haber llegado al final de la historia y dado muerte a la utopía socialista, promoviendo arteramente, en los estertores de este sistema, un supuesto remozamiento del capitalismo, mediante el impulso de la tan publicitada como falsa “sociedad del conocimiento” y de un capitalismo de rostro amable.

La supuesta supremacía de la racionalidad frente al sentimiento.

"¡En verdad, amigos míos, yo camino entre los hombres como entre fragmentos y miembros de hombres!"

F. Nietzsche

Por lo que hemos señalado, es evidente que la escuela contemporánea se propuso ahogar la afectividad considerándola algo así como una supervivencia primitiva.

Bajo las actuales pautas educativas, por "su propio bien" el niño es sometido sistemáticamente a la represión de su vitalidad y de sus sentimientos, con medidas barruntadas de pedagogía.

La educación subordinada a los intereses de la economía, busca formar seres humanos fracturados, útiles pero incompletos. Para alcanzar el condicionamiento temprano a las normas de comportamiento establecidas, para que el niño sea obediente, debe renunciar a su universo lúdico y afectivo; autonegarse.

La severidad y el rigor en los hogares y escuelas, son la pauta que se impone en la socialización de las personas.

La educación centrada tan solo en el cognitivismo y en la racionalidad instrumental, niega la libertad y la multidimensionalidad humana; se educa al niño en la consideración de que amar es vergonzoso, se repudia la dependencia fectiva, se proscribe la fantasía y las expresiones de ternura en el proceso educativo.

Las explicaciones presuntamente lógicas y racionales obstruyen toda comunicación afectiva. La autoridad de padres y maestros siempre pone límites a las expresiones afectivas, imaginarias y lúdicas de los niños. En el hogar y en la escuela se establece un permanente chantaje afectivo y la represión de los sentimientos está presente en casi toda interrelación niño-adulto.

El rigorismo, el "sentido del deber" y la obediencia acrítica, constituyen hoy por hoy el ideal de este tipo de educación que venimos analizando. Imposiciones que se efectúan ya mediante formas abiertas de violencia, o sutilmente, siguiendo los postulados de las llamadas pedagogías invisibles.

Esta educación olvida que el hombre es un ser sentipensante, multidimensional. Se desconoce el universo de fantasía y las dimensiones ética, lúdica y estética que encierra la niñez, y por ello mismo de estos procesos educativos no pueden resultar sino marionetas fácilmente manipulables, no seres humanos autónomos.

Se pregunta Alice Miller en su libro “Por tu propio bien”: "¿Qué ocurre, en cambio, cuando ya no queda rastro alguno de esta vida porque la educación fue un éxito rotundo y perfecto, como en el caso de Adolf Eischmann o Rudolf Hóss, por ejemplo? *(Altos jerarcas nazis, comandante de las S.S. el primero y el segundo, director del campo de exterminio de Auschwitz). Fueron educados para la obediencia con tanto éxito desde una edad tan temprana que aquella educación no falló, y el edificio no tuvo grietas ni agujeros en ningún sitio, el agua jamás penetró en él y ningún sentimiento fue capaz de estremecerlo. Esas personas cumplieron hasta el final de sus vidas las órdenes que les impartían, sin jamás cuestionar su contenido. Cumplían esas órdenes no porque las considerasen justas o pertinentes, sino simplemente porque eran órdenes tal y como lo recomienda la Pedagogía Negra".

Bajo los paradigmas socioeducativos del capitalismo tardío, la razón ha sido puesta a trabajar en un sistemático proceso de exclusión de las demás dimensiones del hombre. La autoridad impone un orden y la razón lo explica y lo defiende, reproduciéndose así la más aterradora y generalizada subalternidad.

Por todo ello considero imprescindible proyectar una reforma educativa de carácter humanístico que impulse ese rescate de la multidimensionalidad del espíritu humano, permitiendo que, de nuevo la ternura y los sueños, -patrimonio desgarrado de la infancia- vuelvan a iluminar un horizonte de esperanzas en esta maltrecha sociedad.

Educar para la fantasía

Velada o abiertamente los adultos casi siempre nos quejamos de que "no nos dejaron ser", miramos el mundo de la seriedad, de la responsabilidad y del deber, como desde detrás de los barrotes de una gran prisión. Sólo nos queda el eficaz recurso de los gratos recuerdos y de la nostalgia, porque siempre seremos dueños de todos los encantos secretos que encerró nuestra infancia.

Reiner María Rilke lo precisó, al decir: "La única patria del hombre son sus recuerdos" y Fernando Savater, en su cautivante conflicto contra todo poder y toda bandería, indaga desoladamente por la posibilidad de recuperar la infancia.

Pero rescatar ese tiempo luminoso de nuestra niñez no convoca a la resignación ni a la pérdida de las esperanzas. Todo lo contrario, se trataría de retomar las sendas que fueron obstruidas y vedadas por la educación y el orden, porque padres y maestros, sistemáticamente, desmantelaron el inmenso territorio de la imaginación infantil, acorde con los postulados de pedagogías alienantes.

Gracias a Freud, sabemos que caminamos entre el placer y el miedo y que, en sociedades como la nuestra, el miedo gana, porque su furia está comprometida con la afirmación del llamado principio de la realidad, cuya misión consiste en detener los sueños e impedir las veleidades del juego y los afectos, haciendo prevalecer una razón instrumental centrada en el círculo infernal de la productividad y el consumismo.

Esta tarea de inexorable destrucción del universo lúdico ha de erradicarse, fomentando una educación que no fragmente al hombre. Sin abandonar a la razón, desde la más temprana infancia, debemos educar en la ternura, en las dimensiones ética y estética y en las plurales posibilidades de la fantasía.


Julio César Carrión Castro
Noviembre de 2024
Enviado https://web.whatsapp.com/

LAS TRAGEDIAS SACAN LO MEJOR DE LAS PERSONAS

Las dificultades no unen, como afirma la creencia popular, las dificultades separan, sobretodo cuando se cronifican e inoculan malestar moral en las relaciones personales.

Lo que sí unen son las tragedias, esos terroríficos momentos en los que en cuestión de minutos la biografía de muchas personas se parte en dos por un acontecimiento aciago frente al cual la agencia humana se revela inerme.

Por José Miguel Valle.

David Ramos Getty Images.

Las tragedias unen porque quienes las padecen en sus cuerpos y en sus entornos, y también quienes las contemplamos escalofriados desde la reflexiva y compasiva condición de espectadores, sabemos que el dolor con el que asolan solo se atenúa y en ocasiones se revierte gracias a la cooperación de los demás.

La humanidad se inauguró en un acto de ayuda cuando alguien contempló el dolor en un ser semejante al suyo y, en vez de sentir desdén y despreocupación, se sintió convocado a responder ante él para lo cual desenvolvió estrategias con el objeto de amortiguar ese dolor que al observarlo le dolía como si fuera propio.

La humanidad se desprecintó en un gesto de cuidado, pero no destinado a un cualquiera, sino a quien superado por la adversidad lo necesitaba de manera apremiante.

Miles y miles de años después hemos sofisticado inteligentemente esas estratagemas encarnadas en la existencia de servicios públicos, ayuda pública, acompañamiento, asistencia, cobertura económica, soporte logístico y afectivo, solidaridad, alianzas de apoyo mutuo.

Associated Press/LaPresseAP

La fatalidad nos confronta con lo absolutamente común que nos constituye como seres humanos. Las tragedias unen y sacan lo mejor de las personas porque nos ponen en diálogo con lo indistinto que nos configura: nuestra vulnerabilidad (somos susceptibles de ser heridos por lo que acontece, tanto en nuestro cuerpo como en nuestra interioridad), nuestra afectividad (el mundo nos afecta y de la forma en que articulamos esas afecciones devienen nuestros sentimientos y nuestra instalación en él) y nuestra mortalidad (la conciencia presente de un insorteable evento futuro).

En la tragedia estos elementos constituyentes se tornan cristalinos, y en las personas educadas bien afilan una compasión que deviene en pura pedagogía antropológica.

Las tragedias aportan una atención y una sensibilidad que el día a día suele opacar y silenciar: somos propietarios de una existencia que puede malograrse en cualquier inopinado momento.

NurPhoto via Getty Images

Nuestro cuerpo puede estropearse irreversiblemente o poner punto final cuando menos lo esperemos. Nuestra subjetividad puede quedar lastimada para siempre simplemente porque alguien profirió unas palabras desafortunadas.

Podemos perder a aquellas personas que con sus gestos de cuidado y amor nos demuestran que nuestra existencia tiene centralidad para ellas, una importancia sin la cual nuestra vida se quebraría y quedaría al arbitrio del sinsentido. Podemos perder en el lapso de unos minutos nuestros enseres y los bienes materiales que son condición basal para que la vida pueda elevarse a vida buena.

Las tragedias hacen dolorosamente inteligible esa. interdependencia que tanto nos cuesta entender cuando opera el pensamiento abstracto, o que resulta intrincado sentir cuando el mundo es amable y se pliega a conceder nuestros deseos.

Las tragedias demuestran que nuestra vulnerabilidad se contrarresta nosiendo más fuertes, sino más inteligentes.

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Filósofo y docente en ámbitos escolares y universitarios e investigador independiente sobre las interacciones humanas, José Miguel Valle se dedica al estudio y análisis de la interacción humana.

Escribe semanalmente en su blog Espacio Suma NO Cero. Es autor de ensayos como La capital del mundo es nosotros, El triunfo de la inteligencia sobre la fuerza y Leer para sentir mejor. Su último libro es La bondad es el punto más elevado de la inteligencia (2024).

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Fuente:

 
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