lunes, 20 de mayo de 2019

EDUCACIÓN LINGUISTICA, HERRAMIENTA ESENCIAL PARA UNA EMANCIPACIÓN COMUNICATIVA

Educación lingüística, herramienta esencial para una emancipación comunicativa*

Carlos Lomasdoctor en Filología Hispánica, catedrático de Lengua Castellana y Literatura en el Instituto de Educación Secundaria nº 1 de Gijón (España)

De poco sirve que niños y jóvenes adquieran competencias comunicativas en el aula si allí no aprenden a afrontar las realidades del mundo contemporáneo en tiempos de manipulación política y mediática, y de redes sociales y fake news. Por eso la enseñanza del lenguaje se debe orientar al fomento de una ética democrática de la comunicación que ponga el uso de las palabras al servicio de la libertad, la convivencia o la resolución pacífica de los conflictos.

El profesor Carlos Lomas apuesta por un enfoque comunicativo y sociocultural de la enseñanza de la lengua. Fotos: archivo Unimedios.

Hace tiempo se sabe que “un cuerpo es algo más que una anatomía”, de la misma manera que “el lenguaje es algo más que una gramática”. Sin embargo en los estudios filológicos y en la enseñanza del lenguaje aún persiste una mirada “forense” sobre la lengua, que en vez de entender algo tan obvio como que los usos del lenguaje forman parte de la acción humana y que el objetivo de la educación lingüística es ayudar a las personas a saber hacer cosas con las palabras, sigue insistiendo en la idea de que solo es posible estudiar y aprender una lengua cuando se disecciona a fondo su anatomía y se identifican con precisión sus células gramaticales y sus estructuras sintácticas.

Por fortuna desde hace décadas esta manera tradicional de entender el estudio del lenguaje y la educación lingüística está en declive tanto en la investigación lingüística contemporánea como en las cosas que se hacen en las aulas de la enseñanza primaria y secundaria.

Los enfoques comunicativos y socioculturales de la enseñanza del lenguaje –de los que Colombia fue pionera en 1984– han abierto las puertas a otras maneras de entender la educación lingüística, en las que las prácticas sociales del lenguaje se constituyen en los ejes del quehacer didáctico y de las tareas del aprendizaje lingüístico.

Desde dichos enfoques el objetivo esencial de la educación lingüística ya no es solo el aprendizaje académico (a menudo tan efímero) de los conceptos gramaticales o de las técnicas del análisis sintáctico, sino también, y sobre todo, el aprendizaje de un saber: qué se dice, a quién, cómo y cuándo decirlo, con qué intenciones y efectos, e incluso, a menudo, qué y cuándo callar.

Las palabras y el poder

Cuando se habla (sea cual sea el contenido de lo dicho), las palabras dicen algunas cosas sobre quiénes somos, cuál es nuestro origen geográfico, cuál es nuestro sexo, a qué grupo social pertenecemos, cuánto capital culturalposeemos, cómo entendemos y designamos el mundo. Por ello los usos del lenguaje constituyen un espejo diáfano de la identidad sociocultural de las personas, ya que, al usarlas, ellas reflejan cómo somos, cómo pensamos y cómo deseamos que sea la vida de las personas en una cultura y en una época concreta.

Los enfoques comunicativos y socioculturales de la enseñanza del lenguaje –de los que Colombia fue pionera en 1984– han abierto las puertas a otras maneras de entender la educación lingüística, en las que las prácticas sociales del lenguaje se constituyen en los ejes del quehacer didáctico y de las tareas del aprendizaje lingüístico.

De ahí que el uso de las palabras no sea inocente ni inocuo, ya que el lenguaje no solo nos identifica como seres humanos sino que a la vez contribuye de un modo determinante a la construcción cultural de la identidad de las personas y de sus maneras de entender el mundo. Como escribió hace tiempo Octavio Paz: “Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento. No podemos escapar del lenguaje”.

De ahí la importancia de contribuir desde la educación lingüística a la emancipación comunicativa de las personas, fomentando en las aulas la adquisición de las destrezas del habla, de la escucha, de la lectura, de la escritura, del audiovisual o del hipertexto, que hace posible una conducta comunicativa competente y adecuada a los diferentes contextos y situaciones de la comunicación humana.

Tal emancipación comunicativa no consiste solo en el dominio de los usos y formas de la lengua, sino también en la adquisición de una consciencia crítica en torno a los efectos del lenguaje en la vida de las personas y de las sociedades.

Aunque afortunadamente las lenguas son vehículos de comunicación y de convivencia entre las personas, a menudo también son eficaces herramientas al servicio del menosprecio, de las violencias, del engaño, e incluso del silencio. Por eso el énfasis educativo en mejorar las habilidades comunicativas del alumnado no debería disociarse del análisis crítico de los efectos subjetivos y culturales del uso de las palabras, es decir del modo en que los textos orales, escritos, audiovisuales e hipertextuales contribuyen a la construcción ideológica de determinadas versiones y visiones de las personas, de los sexos, de los grupos sociales, de las razas y de las etnias… en definitiva del mundo en que habitamos.

Los usos del lenguaje constituyen un espejo diáfano de la identidad sociocultural de las personas, ya que, al usarlas, ellas reflejan cómo somos, cómo pensamos y cómo deseamos que sea la vida de las personas en una cultura y en una época concreta.

Cuando hacemos cosas con las palabras (hablamos, leemos, escribimos, vemos las noticias o la publicidad e intervenimos en las redes sociales) intercambiamos significados de un innegable contenido ético. Hacer visible el rostro muchas veces oculto de las palabras, y arrebatarle así al lenguaje las máscaras que a menudo ocultan su intención última, constituye un objetivo esencial de una educación lingüística emancipadora que fomenta una lectura inferencial y crítica de todo tipo de textos, incluidos de manera especial esos usos enmascarados y demagógicos del lenguaje cuya finalidad es la justificación de la desigualdad y de la violencia, la manipulación y, en última instancia, la mentira.

Hace tiempo se sabe que “un cuerpo es algo más que una anatomía”, de la misma manera que “el lenguaje es algo más que una gramática”. Sin embargo en los estudios filológicos y en la enseñanza del lenguaje aún persiste una mirada “forense” sobre la lengua, que en vez de entender algo tan obvio como que los usos del lenguaje forman parte de la acción humana y que el objetivo de la educación lingüística es ayudar a las personas a saber hacer cosas con las palabras, sigue insistiendo en la idea de que solo es posible estudiar y aprender una lengua cuando se disecciona a fondo su anatomía y se identifican con precisión sus células gramaticales y sus estructuras sintácticas.

Por fortuna desde hace décadas esta manera tradicional de entender el estudio del lenguaje y la educación lingüística está en declive tanto en la investigación lingüística contemporánea como en las cosas que se hacen en las aulas de la enseñanza primaria y secundaria.

Los enfoques comunicativos y socioculturales de la enseñanza del lenguaje –de los que Colombia fue pionera en 1984– han abierto las puertas a otras maneras de entender la educación lingüística, en las que las prácticas sociales del lenguaje se constituyen en los ejes del quehacer didáctico y de las tareas del aprendizaje lingüístico.

Desde dichos enfoques el objetivo esencial de la educación lingüística ya no es solo el aprendizaje académico (a menudo tan efímero) de los conceptos gramaticales o de las técnicas del análisis sintáctico, sino también, y sobre todo, el aprendizaje de un saber: qué se dice, a quién, cómo y cuándo decirlo, con qué intenciones y efectos, e incluso, a menudo, qué y cuándo callar.

Las palabras y el poder

Cuando se habla (sea cual sea el contenido de lo dicho), las palabras dicen algunas cosas sobre quiénes somos, cuál es nuestro origen geográfico, cuál es nuestro sexo, a qué grupo social pertenecemos, cuánto capital culturalposeemos, cómo entendemos y designamos el mundo. Por ello los usos del lenguaje constituyen un espejo diáfano de la identidad sociocultural de las personas, ya que, al usarlas, ellas reflejan cómo somos, cómo pensamos y cómo deseamos que sea la vida de las personas en una cultura y en una época concreta.

Los enfoques comunicativos y socioculturales de la enseñanza del lenguaje –de los que Colombia fue pionera en 1984– han abierto las puertas a otras maneras de entender la educación lingüística, en las que las prácticas sociales del lenguaje se constituyen en los ejes del quehacer didáctico y de las tareas del aprendizaje lingüístico.

De ahí que el uso de las palabras no sea inocente ni inocuo, ya que el lenguaje no solo nos identifica como seres humanos sino que a la vez contribuye de un modo determinante a la construcción cultural de la identidad de las personas y de sus maneras de entender el mundo. Como escribió hace tiempo Octavio Paz: “Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento. No podemos escapar del lenguaje”.

De ahí la importancia de contribuir desde la educación lingüística a la emancipación comunicativa de las personas, fomentando en las aulas la adquisición de las destrezas del habla, de la escucha, de la lectura, de la escritura, del audiovisual o del hipertexto, que hace posible una conducta comunicativa competente y adecuada a los diferentes contextos y situaciones de la comunicación humana.

Tal emancipación comunicativa no consiste solo en el dominio de los usos y formas de la lengua, sino también en la adquisición de una consciencia crítica en torno a los efectos del lenguaje en la vida de las personas y de las sociedades.

Aunque afortunadamente las lenguas son vehículos de comunicación y de convivencia entre las personas, a menudo también son eficaces herramientas al servicio del menosprecio, de las violencias, del engaño, e incluso del silencio. Por eso el énfasis educativo en mejorar las habilidades comunicativas del alumnado no debería disociarse del análisis crítico de los efectos subjetivos y culturales del uso de las palabras, es decir del modo en que los textos orales, escritos, audiovisuales e hipertextuales contribuyen a la construcción ideológica de determinadas versiones y visiones de las personas, de los sexos, de los grupos sociales, de las razas y de las etnias… en definitiva del mundo en que habitamos.

Los usos del lenguaje constituyen un espejo diáfano de la identidad sociocultural de las personas, ya que, al usarlas, ellas reflejan cómo somos, cómo pensamos y cómo deseamos que sea la vida de las personas en una cultura y en una época concreta.

Cuando hacemos cosas con las palabras (hablamos, leemos, escribimos, vemos las noticias o la publicidad e intervenimos en las redes sociales) intercambiamos significados de un innegable contenido ético. Hacer visible el rostro muchas veces oculto de las palabras, y arrebatarle así al lenguaje las máscaras que a menudo ocultan su intención última, constituye un objetivo esencial de una educación lingüística emancipadora que fomenta una lectura inferencial y crítica de todo tipo de textos, incluidos de manera especial esos usos enmascarados y demagógicos del lenguaje cuya finalidad es la justificación de la desigualdad y de la violencia, la manipulación y, en última instancia, la mentira.

Invitado por el Instituto de Investigación en Educación de la Universidad Nacional de Colombia, el catedrático Carlos Lomas, ofreció la conferencia "El poder de las palabras en la educación, en la cual presentó los principales aportes de su experiencia educativa sobre cómo la transformación de las enseñanzas linguísticas contribuye a la mejora de las competencias comunicativas y cómo a través de las palabras se puede establecer una ética en el salón de clases.

El control de la realidad

El filósofo italiano Antonio Gramsci (1891-1937) afirmó que “la realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad”. El aprendizaje de competencias comunicativas en las aulas ha de estar al servicio de una ética democrática de la comunicación, porque, de no ser así, las habilidades lingüísticas adquiridas en los contextos escolares pueden terminar al servicio del menosprecio y de los prejuicios, de la manipulación política, de la alienación televisiva, de la seducción publicitaria, de la verdad de las mentiras…

El mundo de la educación debe impulsar la construcción de comunidades acogedoras, igualitarias e igualadoras, abiertas a la diversidad de las culturas e impulsoras del derecho a las utopías de la equidad, de la libertad y de la democracia en estos tiempos de distopías y de barbarie.

En este contexto, la lectura de la palabra debe hacer posible, como escribiera el pedagogo brasileño Paulo Freire, una lectura del mundo que constituya la antesala de nuestro inalienable derecho a leerlo, a interpretarlo y a escribirlo de otras maneras posibles y deseables.
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* Este artículo aborda algunas de las principales ideas contenidas en el libro El poder de las palabras: Enseñanza del lenguaje, educación democrática y ética de la comunicación (Santillana, Bogotá, 2017), del profesor Carlos Lomas.

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