ROBERT CASTEL: SOCIOLOGÍA DEL TRABAJO
EL SOCIÓLOGO QUE DIAGNOSTICÓ EL PRESENTE
Robert Castel: Sociología del trabajo
FUNCION LENGUAJE
Hacia la segunda mitad de la década de 1990 se publicaron tres obras cruciales: La globalización, de Zygmunt Bauman, El fin del trabajo, de Jeremy Rifkin, y Las metamorfosis de la cuestión social, del sociólogo francés Robert Castel (1933-2013), recientemente fallecido. La lectura comparativa de estos libros permite trazar las coordenadas que explican el mundo laboral actual, los efectos sociales de las crisis europeas y aun las ráfagas de optimismo que a ratos soplan sobre América Latina. Castel consideraba que si la sociología tiene algún sentido, éste radica en su capacidad para hacer diagnósticos, como si el sociólogo fuera el médico de ese cuerpo humano colectivo que constituye un pueblo y, al establecer la naturaleza de una enfermedad, abriera un camino posible para su cura. No obstante, en el ejercicio de su arte desconfiaba de este aspecto prescriptivo, que asociaba con la profecía, y la satisfacía sólo a regañadientes, cuando algún periodista u oyente de sus conferencias se empeñaba en pedirle la hipótesis de una solución. A Castel le interesaba la cuestión del trabajo porque afecta al ser humano en uno de sus facetas centrales: su “estatuto de individuo”.
Publica ADN Cultura
Por Verónica Chiaravalli
En 2009 publicó El ascenso de las incertidumbres, libro que reúne textos publicados entre 1995 y 2008. Allí analiza los cambios que se produjeron en el mundo del trabajo en la Europa occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años 70, a partir de la salida del capitalismo industrial y el ingreso en un nuevo régimen capitalista, al que Castel no da nombre, pero que en una nota al pie de página queda emparentado con el concepto de “capitalismo cognitivo” cultivado por Yann Moulier Boutang.
Castel se concentra en los tres sectores en que aquellos cambios son altamente significativos: la organización del trabajo, signada ahora por la desregulación y la precarización; la protección social, que cada vez cubre menos y de manera más asistencialista, y el estatuto del individuo. Según el sociólogo, la degradación del trabajo, tal como se lo conoció hasta la globalización, puede producir una degradación en las personas respecto de “su capacidad de conducirse como individuos íntegros dentro de la sociedad”. “Ese estatuto de individuo está conectado estrechamente a la consistencia de la situación salarial, a la solidez del estatuto del empleo -explicó durante una visita a Buenos Aires-. Cuando ese zócalo se fragiliza, el individuo mismo se fragiliza y en el caso extremo, se anula.” De todos modos, cuando se explicaba, Castel trataba de introducir siempre una nota de optimismo. Y había dado con una simpática verdad de Perogrullo: “Hay que ser realistas pero no fatalistas y no ver esta dinámica como un destino escrito en el cielo. Si bien es cierto que el futuro es incierto, eso quiere decir que también es incierto que vaya a ocurrir lo peor que podemos esperar”.
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Robert Castel, el sociólogo que diagnosticó el presente
Por Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría *
Publica Viento Sur
Acaba de morir el día 12 de marzo en París, a los 79 años de edad, de un cáncer de pulmón, el sociólogo francés Robert Castel. Tenía un espíritu joven, pues realizó sus análisis en función de posibles cambios sociales que nos ayuden a avanzar hacia sociedades más justas, pero poseía a la vez el don de la sabiduría sedimentada propia de los viejos maestros, pues era reflexivo, prudente, atento a los matices, consciente de que las fuerzas sociales poseen un peso, una inercia heredada, que no se doblega fácilmente mediante actos voluntaristas, y, menos aún, mediante el recurso a la omnipotencia del yo, o apelando a la inteligencia emocional.
Robert Castel fue profesor agregado de filosofía en Lille, en donde estableció una estrecha amistad con Pierre Bourdieu. Fruto de esta amistad fue su entrada en el Centro de Sociología Europea y la edición y presentación, en la colección dirigida por Pierre Bourdieu en las Ediciones de Minuit, de Razón y revolución de Herbert Marcuse, y de Internados de Erving Goffman. Tras mayo del 68 fue, junto con Jean-Claude Passeron, fundador y director del Departamento de Sociología en la recién creada Universidad de París VIII en Vincennes. Allí, junto a Nicos Poulantzas, Michel Lowy, Jacques Donzelot, Daniel Defert, Bernard Conein, María Antonietta Macciocchi, Françoise Duroux, Michel Meyer, y otros, ejerció durante años la docencia y la investigación. Sus concurridos cursos de tarde en los años setenta versaban predominantemente sobre la sociología de las enfermedades mentales, un campo hasta entonces muy poco explorado por los sociólogos, y en esos cursos participaron profesores invitados como David Cooper, Michel Foucault, Ramón García y Franco Basaglia. Entendía la docencia como una enseñanza profesional de calidad al servicio del enriquecimiento intelectual de los estudiantes, y tenía una habilidad especial para convertir preguntas, o comentarios banales, o razonamientos demasiado esquemáticos, en problemas pertinentes. Nunca identificó a los estudiantes con los alumnos, pues los respetaba y los consideraba, al igual que el maestro de Albert Camus, ciudadanos dignos de conocer el mundo.
Robert Castel consideraba que la sociología es una ciencia que debe responder a las demandas sociales de clarificación que plantea la sociedad, o al menos los grupos más oprimidos y desasistidos de la sociedad. Y probó que es posible una alianza entre los sociólogos y los profesionales prácticos para transformar o abolir zonas de sombra de la vida social en donde se acumulan poderes y violencias arbitrarias, como ocurría por ejemplo entonces con las instituciones totales. Fruto de esta alianza fue la creación de la Red europea de alternativa a la psiquiatría que, en paralelo con la Red de información sobre las prisiones, promovida entro otros por Michel Foucault, se movilizó por la aprobación en Italia de la Ley 180 que abolió los manicomios creados por la ley de 1838. Libros colectivos como Los crímenes de la paz vieron entonces la luz. Castel publicó en esta perspectiva libros importantes que desencadenaron vivos debates como El psicoanalismo, (subtitulado El orden psicoanalítico y el poder), así como El orden psiquiátrico y La sociedad psiquiátrica avanzada: el modelo americano. Todos ellos han sido traducidos al español.
Tras la muerte de su compañera Françoise, psiquiatra comprometida en apoyo de los enfermos mentales, la obra sociológica de Robert Castel dio un giro para plantearse el retorno de la cuestión social, coincidiendo con los años de plomo de la ofensiva neoliberal. Fruto de una rigurosa investigación de sociología histórica, metodológicamente impecable, una investigación realizada cuando ya era Director de Estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, fue el libro publicado en 1995, titulado Las metamorfosis de la cuestión social. “Me ha parecido”, escribe en el Prólogo de este libro, “que en estos tiempos de incertidumbre, en los que el pasado se oculta, y el futuro es indeterminado, teníamos que movilizar nuestra memoria para tratar de comprender el presente. (…) La situación actual está marcada por una conmoción que recientemente ha afectado a la condición salarial: el desempleo masivo y la precarización de las situaciones de trabajo, la inadecuación de los sistemas clásicos de protección para cubrir estos estados, la multiplicación de los individuos que ocupan en la sociedad una posición de supernumerarios…” A este libro siguieron otros que enriquecieron el diagnóstico como La inseguridad social, sobre la crisis de las protecciones sociales, La discriminación negativa, sobre los jóvenes del extrarradio de París golpeados por el desempleo, el fracaso escolar, o unas políticas de seguridad que no los reconoce como ciudadanos de pleno derecho. En fin, mas recientemente publicó El aumento de las incertidumbres: trabajo, protecciones, estatuto del individuo. Uno de su últimos escritos es la presentación del libro El futuro de la solidaridad, aún no traducido.
Procedente de una familia obrera de Brest, en Bretaña, Robert Castel estaba destinado a ser un obrero especializado, y de hecho realizó estudios de formación profesional para convertirse en tornero ajustador. Tanto entonces, como hoy, los destinos sociales estaban muy vinculados a los orígenes sociales. Intervino en su salida hacia el liceo, y favoreció el éxito posterior que obtuvo al superar la selectiva oposición a la Agregación, su familia de acogida formada por su hermana y su cuñado, y también el apoyo decidido de un maestro republicano que sobrevivió al campo de Buchenwald. De hecho, frente a los nacionalistas de campanario, siempre reivindicó la legitimidad republicana, el europeísmo, el internacionalismo, la solidaridad democrática que transita, libre como el viento, por encima de las fronteras y de las banderas. Pese a su elevada posición académica nunca renunció a sus raíces populares, lo que explica en parte la radicalidad y la fuerza de su obra sociológica. Buscó la verdad porque amó la justicia.
En su último año de vida, quizás porque era consciente de su enfermedad, pero también alentado por sus amigos, cuestionó algunas consignas fáciles, disfrazadas de reflexiones sociológicas, como “la desaparición del trabajo” que tanto pregonó Jeremy Rifkin, o los conceptos de “sociedad del riesgo global”, que prodigó Ulrich Beck un tanto irresponsablemente, pues a fuerza de amalgamar los riesgos terminó subsumiéndolos en un imaginario del riesgo del que es imposible evadirse, o el tan devaluado concepto de “exclusión social” que renuncia de partida al análisis de las trayectorias sociales diversas que pasan por la precarización y la desafiliación. En la actualidad sindicalistas, sociólogos y trabajadores sociales nos servimos de una terminología que circula de forma anónima, pero que es en buena medida fruto del esfuerzo intelectual de un sociólogo que no renunció a la conceptualización para pensar lo impensado de la vida social, un sociólogo que siempre recurrió a la imaginación sociológica. En una de las últimas entrevistas planteaba algunas reflexiones precisas para romper nuestra perplejidad ante la crisis. La organización racional del trabajo, que limita el tiempo de trabajo, me parece que es una idea progresista, preciosa en la historia de las ideas, y que es fecunda en la actualidad. (…) La solidaridad tiene que ver en cierto modo con el reparto del trabajo, y por tanto, con la regulación del tiempo de trabajo . Los cambios sociales progresistas pasan por trabajar todos, por reducir el tiempo de trabajo para todos, y por trabajar en mejores condiciones laborales, en el marco de una sociedad de semejantes que se sustenta en una solidaridad asegurada por la existencia de la propiedad social.
¡Salud Robert, por la vida! Ya llegaron los abejorros dorados a libar las flores de nuestro balcón. Enviamos a tus hijos Hélène y Philippe, y a todas las amigas y amigos, una rosa de primavera, la rosa roja de los federados fusilados en la Comuna, la de los republicanos españoles que sufrieron el exilio, la de las Columnas internacionales, la de los antifascistas que derrotaron a la barbarie, la de los deportados a los campos de exterminio, la de los estudiantes con los que compartiste tu sueños, la rosa que François Mitterrand depositó en el Panteón en homenaje a los hombres y mujeres ilustres, la de las mujeres y hombres que lucharon por un mundo mejor y murieron, como las arenas del mar, sumergidos en el olvido. Y levantamos por ti una copa de vino en homenaje a tu hospitalidad y generosidad, porque para nosotros sigues vivo. No te permitiremos marchar. Te retenemos en la memoria, y en tus numerosos y preciosos escritos. No te dejaremos irte discretamente en silencio, ni despedirte a la francesa, porque aun tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.
* Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría son catedráticos de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, y autores de Sociología, capitalismo y democracia.
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Recuerdos del sociólogo que diseccionó el trabajo
Por Denis Merklen *
Publica Ñ
Comencé a trabajar con Robert Castel en 1996 cuando llegué a París a realizar un doctorado bajo su dirección. Trabajamos sin interrupción hasta la semana pasada. Sabíamos que quedaba poco tiempo y buscábamos terminar un libro que quedará inconcluso e inédito. El título hubiera sido “Las políticas del individuo” y se lo habíamos prometido a Pierre Rosanvallon para la editorial Le Seuil.
A Castel no le gustaba mucho hablar de sí mismo, pero a lo largo de los años fue dando detalles de su vida a medida que la amistad se consolidaba. Nació en una familia humilde en Saint-Pierre-Quilbignon en 1933, una comuna rural cercana a la ciudad de Brest. Su madre murió de cáncer cuando tenía 10 años y dos años después se suicidó su padre, al que encontró colgando de una cuerda. Así atravesó la infancia en plena Guerra Mundial este hijo del mundo obrero.
Hace pocos años, contó cómo un profesor de matemáticas lo alentó a salir de la formación técnica que lo predestinaba a convertirse en obrero, “Usted tiene pasta para otra cosa” le dijo. Ganó una beca para cursar el liceo y en 1959 devino profesor de filosofía bajo la tutela del filósofo Eric Weil. Hacia 1966-67 conoció en el comedor de la Universidad de Lille a Pierre Bourdieu, de quien sería amigo hasta el final. Cansado de los “conceptos eternos” se acercó a la sociología que estudió en la Sorbona con Raymond Aron. Luego fundó la Universidad de Vincennes (hoy Paris 8) e integró en 1990 la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales.
Hasta principios de los 80 trabajó sobre el psicoanálisis y la psiquiatría convirtiéndose en uno de los primeros sociólogos en abordar el tratamiento social de la locura. Cuando en 1980 le acercó a Michel Foucault el manuscrito de La Gestión de los Riesgos (1981), el filósofo del poder consideró que el texto de Castel ponía fin a su célebre Vigilar y Castigar (1975). Castel anticipaba que los modos de control social y de ejercicio del poder no se harían ya de modo presencial y a través de la vigilancia directa sino por medio de estadísticas y de la definición de “poblaciones en riesgo”. Lo descubrió observando un dispositivo de política social sobre la infancia en riesgo, y es seguramente por ello que tanta aversión le provocaba el modo descuidado e irresponsable con el que muchos sociólogos ceden hoy a temas de moda como el “sentimiento de inseguridad”.
Cuando lo conocí, Castel acababa de publicar Las Metamorfosis de la Cuestión Social (1995), una obra monumental considerada por muchos como el libro más importante de sociología de los últimos años. Le llevó una década de investigación, buscando entender lo que él consideraba como una “gran transformación” que probablemente cambiaría la morfología de las sociedades occidentales y que amenaza con liquidar la larga construcción que en Europa había dado respuesta a las contradicciones del mundo del trabajo. Puedo imaginarlo hoy como tantas veces lo vi, tan preciso como paciente, redactando aquellas 490 páginas de letra infantil con su birome Bic, con el cigarrillo como única compañía. Así remontó el tiempo hasta que pudo afirmar con un tono apenas provocador: “la cuestión social empieza en 1349”. La peste liquidó entonces las bases sociales de la Edad Media cuando centenas de miles de antiguos campesinos y artesanos perdieron su lugar en la sociedad y comenzaron a errar como vagabundos. Se anuda allí la contradicción fundamental que organiza el presente. El mundo social se divide entre quienes son considerados ineptos para el trabajo y los otros. Mientras que los primeros son eximidos de la carga laboral y pueden esperar los socorros de la asistencia pública, los aptos a trabajar deberán conquistar un lugar en el mundo por medio del empleo y no tendrán derecho a la asistencia. Ese gran integrador que es el trabajo produce así efectos paradójicos toda vez que la coyuntura económica impide trabajar a quienes disponen de sus fuerzas: la figura del desempleado es terrible porque la sociedad no tiene lugar para quien, siendo apto, no trabaja. Se entiende también el principio fundamental que atraviesa nuestras sociedades así estructuradas: sólo el trabajo permite la integración social, pero no siempre el trabajo la produce pues para que el trabajo sea fuente de seguridad y de dignidad, éste debe estar rodeado de protecciones, atravesado por el Derecho y regulado. Sólo bajo esas condiciones se vuelve empleo y da lugar a “cierta independencia social”, de lo contrario el trabajo conduce a la sumisión, a la pobreza y a la indignidad.
Castel produjo una sociología gobernada por un principio de realidad que se imponía a sí mismo con un rigor y una disciplina que no dejaban lugar a la mínima fantasía. En los 70 enfrentó a quienes fantaseaban con el potencial liberador de la locura y en los 90 a quienes soñaban con “el fin del trabajo”. No hay escapatoria al trabajo en nuestra civilización, pero el trabajo sin protección social no es sino opresión. Castel era suficientemente independiente como para entusiasmarse con quienes toman sus deseos por realidades. Así lo vimos durante años escuchar impasible las críticas de quienes lo consideraban anticuado o pesimista. Con una modestia tal vez única, se limitaba a repetir algunas de las preguntas que orientaron su reflexión: ¿cómo sería una sociedad que no estructure el trabajo?, ¿qué ocurre cuando el empleo se desregula y se desprotege al trabajador? Pero también señalaba el brutal costo social que pagan quienes, generalmente contra su voluntad, se ven apartados del mundo del trabajo.
* Sociólogo, Universidad Sorbonne Nouvelle – Paris 3
http://funcionlenguaje.com/pensamiento-contemporaneo/robert-castel-sociologia-del-trabajo.html
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