Para salir del laberinto educativo
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Anabel Cervantes Alva*
En 1968, Burrhus Frederic Skinner recibió del presidente estadunidense Lyndon B. Johnson la Medalla Nacional de Ciencia. Cuatro años después, la American Psychological Association lo reconocíó como el Humanista del Año. Esto, por sus aportaciones a la sicología experimental (conductismo), que considera la conducta humana como un instrumento modificable mediante el uso de reforzadores.
El conductismo tuvo sus inicios en 1913 con John B. Watson. Su principal tesis fue resultado de la experimentación con ratas en un laberinto. Las aportaciones de esta corriente tuvieron gran influencia en la sicología considerada como ciencia, por apartarse del estudio de la mente y la conciencia, para hacer uso del método científico, estudiando lo puramente observable. Su éxito se extendió tanto a la terapia sicológica como al aprendizaje escolar.
En lo general, a más de 100 años del nacimiento del conductismo, las aulas escolares siguen pareciendo laberintos de ratas. Sin embargo, se diferencian de ellas en un asunto particular: mientras en los primeros experimentos de esta corriente el reforzador conductual usado en estos laboratorios era un estímulo que agradaba a las ratas (comida), en las escuelas el refuerzo conductual es impuesto más como un condicionante negativo (evaluación-calificación), pasando poco a poco de negativo a neutral. Ello explica, en parte, el porqué de la poca eficacia de los procesos de aprendizaje que siguen estas recetas.
México no es la excepción. Los fundamentos esenciales del modelo educativo actual de educación básica, fundado en competencias, siguen siendo conductistas. En los hechos, el discurso oficial de mejora de la educación no es más que una utopía disfrazada de constructivismo.
Las ratas se graduaron del laberinto y ahora son ellas quienes lo quieren administrar, buscando el queso hasta por debajo de los pupitres.
Afortunadamente, los docentes con verdadera vocación se resisten a educar bajo esta tendencia mecanicista que no da lugar más que al individualismo y egocentrismo. Saben que la conciencia humana no puede compararse a la de una rata de laboratorio que actúa por instinto de supervivencia. Los niños y jóvenes de México tienen un potencial, que puede estimularse aun bajo las oscuras condiciones de su ambiente. Pero, para que esto suceda, se requiere de una verdadera reforma educativa que otorgue un mayor presupuesto y libertad de cátedra, que respete la individualidad y ritmo de aprendizaje, para formar mentes críticas.
La enseñanza debe trascender los muros de la escuela. El constructivismo ve el aprendizaje como un proceso que no radica en el profesor ni en el alumno, sino en el ambiente propicio, donde el aprendizaje se construye y da lugar al conocimiento del sí mismo y del mundo circundante. Se trata de un verdadero laberinto que no reconoce la complejidad de la conducta y potencial humano, y al cual se reprime bajo actividades homogéneas y lineales, inscritas en un programa curricular poco flexible. Un laberinto del que hay que salir.
En todo el país los docentes han buscado la forma de romper con esta trampa. Así se ha hecho, por ejemplo, en la primaria Niños Héroes, de la comunidad de San José de Lourdes, municipio de Fresnillo, Zacatecas.
En una actividad realizada en esta escuela para desarrollar el potencial creativo infantil de alumnos de primer grado de primaria, la maestra les dio material para que, de manera libre, los niños elaboraran cualquier cosa que quisieran. La única consigna fue no repetir lo mismo que sus compañeros hacían y cada día producir algo diferente.
Uno de sus alumnos hacía casas todos los días. En la tercera ocasión en que la maestra lo observó hacer una casa, le sugirió: Está bien que hagas casas, si es lo que quieres hacer, pero quiero que esta casa que ahora haces sea diferente a las que tú conoces. El alumno le respondió: Esta casa es diferente porque tiene muebles y una alacena con comida. La maestra, al conocer el contexto del niño (con resultados, académicamente hablando, muy por debajo respecto al resto del grupo) comprendió al instante su interés por las casas. Su alumno vivía a la orilla de la comunidad, en un cuarto pequeño, con sus padres y tres hermanos, sin baño ni muchos otros servicios.
Desde los parámetros que permitirían a la maestra valorar los productos de las actividades escolares, los trabajos de este alumno no reunían los requisitos de flexibilidad, originalidad ni elaboración. No obstante, la riqueza de su motivación trascendía a las predicciones del sicólogo Abraham Maslow –uno de los principales exponentes de la sicología humanista–, para quien no se puede acceder de manera efectiva al aprendizaje cuando no se satisfacen primero las necesidades básicas. En este caso, la necesidad del alumno fue la principal fuente de motivación para que desarrollara este tipo de actividades. La maestra observó en este estudiante a un posible arquitecto, no obstante que, de haberse atenido exclusivamente a un currículo regular, sólo se le habrían augurado fracaso y problemas de aprendizaje.
La experiencia desarrollada en la escuela Niños Héroes es apenas un botón de muestra de muchas otras más puestas en práctica por los maestros del sistema de educación pública en el país. Desafortunadamente, las voces de los docentes que no han sido escuchadas. Con ellas es posible salir del laberinto educativo.
* Maestra en sicología educativa
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