La urgente necesidad de promover la cultura científica
En la sociedad actual es de vital relevancia la construcción de un debate informado erigido sobre la evidencia y no sobre la especulación
Por: Julian Alfredo Fernandez Niño y Miguel Ángel Fernández Niño
Foto: Pixabay
Una de las tareas que tenemos los investigadores es promover el desarrollo una cultura científica. Una sociedad con cultura científica no requiere que todos las personas tengan un conocimiento especializado técnico, pero sí unas competencias mínimas que les permitan: Identificar fuentes de información confiables; conocer los principios subyacentes al razonamiento científico; comprender la búsqueda de la verdad como una necesidad básica y siempre perfectible del ser humano; evaluar críticamente la evidencia (o saber reconocer que esa lectura crítica es siempre necesaria); y entender que la incertidumbre sobre la realidad nunca desaparece del todo.
Sobre este último punto, el físico Richard Feynman explicaba que no hay nada que sepamos de forma absoluta, sino afirmaciones sobre las cuáles tenemos diversos grados de incertidumbre. Sobre algunas relaciones de la naturaleza tenemos una casi total certeza, sobre otras tenemos modelos que son representaciones que explican mejor los hechos observables conocidos. La ciencia moderna reconoce que su empresa consiste en someter continuamente a prueba las hipótesis, siendo su carácter auto-revisionista su principal fortaleza. De este modo no teme reevaluar lo que da por cierto cuando los hechos ya no corresponden o cuando nuevos hechos emergen. Sin una cultura científica, señaló Carl Sagan en su última entrevista, estamos a la merced de charlatanes políticos.
En una época en que la “posverdad” y el fanatismo autoritario prevalecen, las personas parecen valorar más las falsas certezas que la incertidumbre, dado que dichas “certezas” les permite empoderarse más decididamente en sus empresas proselitistas, o sus excesos doctrinarios. En contraste, una persona que acepta la incertidumbre no podrá ser nunca un fanático y las consecuencias de sus equivocaciones serán menores. Dicha persona no abrazará algo como cierto hasta tanto haya evidencia suficiente, pero podrá cambiar de opinión cuando la evidencia se le presente, ya que de lo contrario no sería un escéptico, sino un negacionista. El problema es que ciertamente no siempre es fácil determinar cuánta certidumbre se necesita para tomar una decisión en el mundo real, traducido por ejemplo a una decisión política.
En el área de la salud, para determinar un hecho concreto como la seguridad de un herbicida, listamos algunas consideraciones generales, que deberían promoverse en las escuelas de periodismo pero también en la sociedad en general:
1) La causalidad es un problema complicado. Para establecer que un factor puede ser causa de otro se requiere idealmente tener una aproximación contrafactual. Esto es poder observar lo que habría pasado en presencia y ausencia del factor, y comparar ambos escenarios. La mejor aproximación que tenemos a esto en epidemiología, son los ensayos clínicos, que son lo más parecido a los experimentos de laboratorio, donde todo está controlado. Sin embargo, en aspectos tales como los efectos tóxicos de un producto en particular sobre la salud humana no es ético hacerlo, por lo que la mejor aproximación que tenemos son los estudios observacionales analíticos. En dichos estudios, el investigador es capaz de estimar efectos puntuales mediante la observación, evaluación y aislamiento del efecto real, del de otras variables extrañas asociadas. Muchos hallazgos como la asociación entre tabaquismo y cáncer, dieta y diabetes, o asbesto y mesotelioma, derivan de estudios observacionales. La literatura científica está llena de estos ejemplos. El rigor de los estudios implica aproximarse lo más posible al experimento mediante el control por diseño o estadístico de esas otras variables, la calidad de información, la garantía de la temporalidad causa->desenlace, y en general, la minimización de la fuente de error.
2) La causalidad no solo es algo que se deriva de las conclusiones de los estudios en seres humanos sino también de otros estudios que contribuyen a hacer plausible dicha relación (ensayos in vitro, modelación in silico, etc), y deberían ser coherentes con el conocimiento científico previo.
3) Todo estudio tiene limitaciones. Sus resultados pueden ser explicados por: azar, sesgo (problemas de validez del estudio) o modificación de efecto. El azar y el error están presentes en cualquier estudio. Un buen estudio es el que ha considerado las fuentes de error, y ha cuidado prevenirla, o controlarla. Pero no hay estudio sin error. Los errores son diferentes a los fraudes de mala fe, y son intrínsecos a nuestra dificultad para observar la realidad.
Por eso mismo, difícilmente se puede llegar a una conclusión a partir de un solo estudio. Es importante reconocer que históricamente se ha mostrado que puede tomar tiempo adquirir suficiente evidencia para tener claridad sobre un efecto.
4) La consistencia de los resultados nos permite sugerir que un efecto es real. Esto significa observar un mismo resultado en diversos contextos. Desde que un mismo error no esté siendo replicado, es más probable que un hallazgo sea verdadero si se observa repetidamente. Sin embargo, ante la inconsistencia, la solución no es escoger los artículos que más nos gusten o corroboren nuestros prejuicios, o simplemente contar cuántos sí y cuántos no, ya que no todos tienen la misma validez, sino ponderar su nivel de evidencia. Esto lo hacen las revisiones sistemáticas que acopian muchos estudios, aun así, a veces no son conclusivas, especialmente si no hay trazabilidad entre sus métodos.
5) Es una realidad que, en salud pública, así como en otras áreas de la toma de decisiones en ciencias sociales, no podemos esperar a tener toda la evidencia para tomar decisiones. Así que a la pregunta científica de la existencia de un efecto se suma la consideración de cuál decisión es más racional ante un escenario de incertidumbre. Es decir, en caso de que esté equivocado: ¿cuál escenario es peor?, ¿qué es preferible: prohibir el glifosato siendo seguro o no prohibirlo siendo tóxico?
De esta manera, como explicó el exministro de Salud y Protección Social Alejandro Gaviria, el debate, por ejemplo, con relación a la aspersión aérea con glifosato tiene una dimensión ética y política. En Salud Pública se apela al principio de precaución, pero ciertamente puede ser difícil saber qué tanta incertidumbre debemos tener para tomar una decisión, y sin duda depende de sopesar los potenciales riesgos con los beneficios. De esta manera, las dimensiones éticas y políticas pueden llegar a primar cuando la evidencia todavía no es clara o consistente. Así que un principio ético como no someter a un riesgo incierto a una población vulnerable, cuando la evidencia no es del todo consistente, debe ser incorporada en el análisis junto con la evidencia científica. Aunque hay que decir que los promotores de la aspersión no suelen ser los más competentes lectores de la evidencia.
En este sentido se han expresado los expertos sobre el tema del glifosato. Sin embargo, parece ser otra la postura de algunos periodistas, que evidentemente necesitan apropiarse más de una cultura científica objetiva. Una afirmación que compare el tinte para cabello con un herbicida es una clara evidencia de la falta de cultura científica dentro de algunos sectores del periodismo. Esperamos que este breve texto contribuya a la construcción de un debate más informado erigido sobre la evidencia científica y no sobre la especulación.
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