Las hijas del cristianismo
Esther Miranda
"Eve Overcome by Remorse", de Anna Lea Merritt (1885). Fuente: Wikimedia
Desde hace siglos, cristianismo y patriarcado se han complementado y reforzado mutuamente. La imposición de ciertos modelos de mujer, las políticas de control de los cuerpos o la limitación de la presencia de mujeres en las instituciones eclesiásticas son algunos de los instrumentos que han servido para subordinar su papel en la sociedad. La teología feminista, aunque reciente, tiene respuestas para todos ellos.
Eva y María, dos modelos de mujer impuestos por la religión
“La causa original del mal”
—¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?
[…]
—Podemos comer del fruto de cualquier árbol, menos del árbol que está en medio del jardín. Dios nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto de ese árbol, porque si lo hacemos, moriremos.
[…]
—No es cierto. No morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol podrán saber lo que es bueno y lo que es malo, y que entonces serán como Dios.
La mujer vio que el fruto del árbol era hermoso, y le dieron ganas de comerlo y de llegar a tener ese entendimiento. Así que cortó uno de los frutos y se lo comió. Luego le dio a su esposo, que también comió. En ese momento se les abrieron los ojos, y los dos se dieron cuenta de que estaban desnudos.
Génesis, 3: La caída
Así fue como Eva, mito de la primera mujer, la segunda humana, sucumbió al pecado original y se convirtió en el origen del dolor y de la muerte. Ella, por ser la primera en violar la ley divina, era la responsable de traer el mal al mundo y se convirtió para muchos en su versión en la Tierra.
Creamos o no que la Biblia fue escrita por inspiración divina, lo cierto es que el libro del Génesis ha sido el germen principal de las definiciones de género y moralidad en el mundo occidental. Las acciones de Eva en el mito de la Creación revelaron la “verdadera naturaleza” de las mujeres, y ella se convirtió en un símbolo que representaría durante siglos a la mitad de la humanidad.
De solo unos versículos han surgido miles de interpretaciones del carácter de Eva y de su papel en el mundo. Se la ha asociado con rasgos como la ingenuidad y la debilidad o la propensión a la tentación, pero también con la deslealtad y la seducción, con alguien en quien no se debe confiar y cuyas acciones son motivadas por el propio interés. Esto sirvió a la teología eclesiástica para elaborar sus discursos sobre la condición femenina, donde se explicaba la existencia de una “naturaleza esencial” de las mujeres y se asumían estos rasgos como propios de su sexo. Esta propensión al mal y a la tentación hizo que se las considerara, además, como “varón defectuoso e incompleto”, lo que instauraría un modelo de mujer custodiada siempre por varones, dependiente de ellos e incapaz, en definitiva, de convertirse en un adulto. De esta forma, poco a poco las mujeres asumieron el sufrimiento y el sacrificio como forma de relacionarse con las demás personas, pero especialmente con los varones.
Para ampliar: “Eve’s identity”, Ch. Witcombe en Eve and the identity of women, 2000
La creación de Adán, de Michelangelo (1551). Fuente: elsalvador.com
La naturalización de las diferencias entre los sexos reforzó la idea de la superioridad de los hombres sobre las mujeres y su dominio en todas las esferas de la vida. Ni siquiera durante la Ilustración (siglo XVIII), con sus promesas emancipadoras, las mujeres lograron superar su exclusión ni obtener el mismo reconocimiento de sus derechos que los varones. De hecho, la Biblia ha sido durante mucho tiempo el principal documento de apoyo —véase la Inquisición— a las medidas y leyes destinadas a restringir las acciones, los derechos y el estatus de las mujeres, y su impacto puede rastrearse aún hoy en el imaginario colectivo sobre lo femenino.
No fue hasta la aparición de los estudios de teología feminista cuando comenzaron a revisarse los presupuestos patriarcales del cristianismo y se trató de reinterpretar la Biblia para encontrarle nuevos significados a sus mitos y símbolos. Por ejemplo, frente a los argumentos que sostienen la pretendida inferioridad de la mujer —creada en segundo lugar y a partir de una costilla—, críticas feministas defienden que, si Eva fue creada después, fue porque Adán era un ser incompleto sin Eva. Sin embargo, el escaso recorrido de estas interpretaciones frente a siglos de tradición ha hecho que fuera del ámbito feminista no hayan tenido una especial aceptación.
Para ampliar: “Breve aproximación a la teología feminista”, M.ª J. Ferrer Echávarri, 2011
Madre, virgen y santa
Hay, sin embargo, un papel destacado en la Biblia reservado para una mujer: María, la madre del profeta. De las pocas figuras femeninas que aparecen en los escritos, ninguna cobra tanta relevancia como ella, a quien se situó en el corazón de los hechos.
Hay que adentrarse de lleno en la simbología cristiana para comprobar cómo la concepción de María ha variado a lo largo de los siglos y en función de las distintas ramas. De las imágenes de María con la corona de doce estrellas a la imagen de la madonna y el niño, de una figura humana a una figura cercana a una diosa; incluso existen interpretaciones que se oponen al mito de la inmaculada concepción, todo ello fruto de la interacción con otras culturas y religiones.
Para ampliar: Mary, BBC, 2011
María se convirtió en el modelo de madre para todas las mujeres, y la maternidad, en una meta que alcanzar para expiarse por lo que eran: hijas de Eva. Además, la idea de que el nacimiento de Jesús no podía haber sido fruto de un encuentro sexual, sino de un milagro, le otorgó una imagen virginal, sin pecado, y, por lo tanto, santa. Esta sublimación de la maternidad reforzó la idea de que solo siendo madres lograrían realizarse.
Este modelo nunca reemplazó del todo el legado de Eva; de hecho, sirvió para naturalizar el papel de las mujeres en el hogar y una vida consagrada a la familia. Ambos mitos fueron durante siglos la guía de conducta de la mayor parte de las mujeres del mundo occidental, con normas morales y de género que persisten en la actualidad.
Estudios feministas de finales del siglo XX han tratado de romper con esta naturalización y abrir el campo de la identidad a todas las mujeres, independientemente de su estado civil, su orientación sexual o sus preferencias en torno a la maternidad. Sin embargo, aún hoy existen conflictos abiertos entre la Iglesia y los grupos feministas —y entre estos últimos— en torno a lo que las mujeres deberían o no hacer con sus cuerpos.
Para ampliar: “The Female Body in Christian Theology”, Imago Feminae
El cuerpo, recipiente de lo ingobernable
No hay nada en el mito de la Creación que induzca a pensar que Adán no deseaba el conocimiento del bien y del mal, que no pecó por los mismos motivos que Eva. Según la historia, de hecho, Dios los hizo a ambos responsables y los castigó por igual. Sin embargo, la tradición cristiana se empeñó en hacer responsable del pecado a Eva —y, por extensión, a todas las mujeres—, con lo que se naturalizaba su debilidad frente a la tentación y se les adjudicaba la incapacidad de gobernar sus deseos.
En cambio, eran los deseos los que gobernaban a las mujeres. La diferencia entre “el hombre” y “la mujer” se convirtió de pronto en la división entre la mente y el cuerpo, la razón y la emoción. Se despojó así a las mujeres de su capacidad racional, lo que sirvió para justificar la idea de su inferioridad. Se las privó de su capacidad de agencia —poder de actuación— y de autogobierno, y, puesto que eran seres gobernados por sus deseos, era necesaria la redención de sus cuerpos.
De aquí surgen los intentos de la tradición cristiana por controlar los cuerpos de las mujeres, que encuentran su expresión más actual en los numerosos debates entre la Iglesia y el feminismo en torno al sexo, la sexualidad o la reproducción. Pero también hay ejemplos históricos muy reveladores, como es el caso de la caza de brujas en Europa y EE. UU., que alcanzó su máximo apogeo en los siglos XVII y XVIII.
El de la caza de brujas es uno de esos ejemplos silenciados por la Historia y reconvertidos en una atracción del folclore popular. Se consideraba brujas a todas aquellas mujeres que eran perseguidas por resistirse al poder de la Iglesia y del Estado y rebelarse contra los roles que les eran impuestos desde las estructuras de poder. La transgresión de esos roles tenía graves consecuencias sociales, desde la estigmatización y la persecución a la quema en la pira en el nombre de Dios.
Como explica Silvia Federici en la recomendable El Calibán y la bruja:
“Dos siglos de ejecuciones y torturas que condenaron a miles de mujeres a una muerte atroz fueron liquidados por la Historia como producto de la ignorancia o de algo perteneciente al folclore. Una indiferencia que ronda la complicidad, ya que la eliminación de las brujas de las páginas de la historia ha contribuido a trivializar su eliminación física en la hoguera”.
El 19 de julio de 1692 cinco mujeres acusadas de brujería fueron asesinadas en Salem (Massachusetts). Este acontecimiento dio lugar al mito de las brujas de Salem, recogido en buena parte de la literatura y el cine occidental. Fuente: Fine Art America
Publicado en “A Pictorial History of the United States”, 1845. Fuente: TIME
Frente al pensamiento filosófico y teológico occidental, en el que predomina la jerarquía hombre-mujer / mente-cuerpo, muchas teólogas feministas defienden que no solo tenemos cuerpo, sino que somos cuerpo tanto como espíritu, y ven la sexualidad como un don de Dios. Para ellas, los afectos, las pasiones o las emociones no son “el lado oscuro de la razón”, sino otra dimensión humana y una fuente de conocimiento. En general, el cuerpo es uno de los grandes temas de estudio de la teoría feminista y el centro de muchas de las acciones del movimiento, ya que aún hoy las mujeres tienen que disputarse el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos.
Para ampliar: “Feminist Perspectives on the Body”, Stanford Encyclopedia of Philosophy, 2014
Líderes, monjas y feligresas: la presencia de mujeres en las instituciones del cristianismo
Desde muy pronto, la Historia del cristianismo restringió hasta la práctica exclusión la participación de las mujeres en las instituciones religiosas, donde rara vez —aunque cada vez más— han ocupado puestos de gran responsabilidad. Y todavía hoy existe un debate entre los distintos grupos religiosos en torno a la ordenación de las mujeres. El catolicismo romano, por ejemplo, no les permite ordenarse como sacerdotisas; las mujeres solo pueden ser consagradas —monjas—. Hay algunas Iglesias protestantes que empezaron a admitir mujeres en dichos puestos a partir del siglo pasado, aunque no sean muchas las que han llegado a ocuparlos. La Iglesia ortodoxa, en cambio, parece mantener una posición unánime: la cuestión ni siquiera es objeto de debate.
Para ampliar: “The divide over ordaining women”, Pew Research Centre, 2014
Curiosamente, aunque las listas de líderes religiosos influyentes están dominadas por varones, generalmente en las listas de creyentes ocurre lo contrario. Un estudio de 2016 sobre la brecha de género en las religiones revela que, en el caso del cristianismo, las mujeres son más religiosas que los varones. Hay más mujeres creyentes, más mujeres que asisten semanalmente a la Iglesia, más mujeres que rezan diariamente y, en general, las mujeres que dan la misma o mayor importancia a la religión que los varones.
Fuente: Pew Research Centre
Sin embargo, el grado de compromiso religioso de las personas varía en función de las sociedades, las culturas y las tradiciones religiosas. Hay un amplio consenso en el mundo académico en torno a que la brecha de género en las religiones se debe a una multiplicidad de factores, no solo sociales y culturales, sino también psicológicos o económicos. Por ejemplo, el mismo estudio revela la existencia de un vínculo entre la religiosidad de las mujeres y su participación en la fuerza laboral: tanto las mujeres como los varones que tienen un empleo presentan grados similares de religiosidad, pero la brecha se agranda cuando incluimos a las mujeres que trabajan dentro del hogar, quienes tienden a ser más devotas. Con todo, todavía no hay demasiado acuerdo en torno a qué factores son los más importantes a la hora de explicar las diferencias de género en la religión.
Para ampliar: “Women As Religious Leaders: Breaking Through the Stained Glass Ceiling”, M. Fiedler en The Huffington Post, 2010
El cristianismo y las mujeres
Durante casi dos mil años, las mujeres han sido consumidoras pasivas de una interpretación teológica creada exclusivamente por varones. Mitos, símbolos y prácticas diarias sustentaron una concepción de las mujeres como un ser moral y físicamente inferior, como cuerpos que custodiar y destinados a servir, ya fuera en la iglesia o en la familia, donde también tenían —y siguen teniendo— un estatus inferior. Esta concepción caló profundamente en la sociedad y cualquier intento de desacreditarlo ha sido automáticamente perseguido, eliminado o ignorado.
Aunque el patriarcado precede al cristianismo, lo cierto es que la Iglesia adoptó este orden en su estructura interna y ambos sistemas se reforzaron mutuamente. Pese a la evolución del cristianismo y de la propia relación entre la Iglesia y el Estado, la tradición sigue siendo un gran obstáculo entre las mujeres y el pleno disfrute de sus derechos, incluyendo el derecho a la libre elección o el acceso igualitario a los puestos de liderazgo religioso, reivindicados por feministas creyentes y no creyentes por igual.
http://elordenmundial.com/2017/04/20/las-hijas-del-cristianismo/
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