jueves, 10 de noviembre de 2016

CONSECUENCIA DE UNA IDEA FILOSÓFICA Y CIENTÍFICA DOMINANTE

La consecuencia política de una idea filosófica y científica 

Carlos Eduardo Maldonado


La democracia no es, ni puede ser, ya más representativa. Una idea que se corresponde con lo mejor de la ciencia de punta. Pero a la gente no les enseñan otras cosas. Y así resulta fácil manejarlos.

La modernidad se inicia con, y se funda al mismo tiempo en, la distinción entre cualidades primarias y cualidades secundarias. Una idea que se remonta a Bacon, Hobbes y Locke. La cualidades primarias, también conocidas como objetivas, son, por ejemplo, el movimiento, la densidad, la figura o la extensión. Por su parte, las cualidades secundarias, eminentemente subjetivas, comprenden, entre otras, a el color, el sabor, el olor o el sonido. Estas dependen de aquellas. Este constituye el ABC de toda la teoría del conocimiento —filosofía y ciencia— del mundo moderno. Galileo y Descartes las entenderán en el mismo sentido, y la idea se transmite hasta el ápice de la ciencia moderna, con Newton.

Pues bien, una comprensión al mismo tiempo más elemental, pero más precisa de la idea consiste en sostener que el mundo se funda en, y consiste de, dos instancias: los fenómenos y las esencias. Mejor aún, las apariencias y las sustancias. Todo lo demás, es todo lo de menos, a saber: establecer cómo conocemos a unas y otras, cómo está constituida la realidad, y ulteriormente qué hacemos los seres humanos en este panorama.

Una idea de cuño eminentemente filosófico y científico, cuyas consecuencias aún estamos viviendo.

En efecto, el mundo es representación, y la relaciones entre los seres humanos consisten y se resuelven en términos de las relaciones entre representaciones. La física lo deja en claro con Newton, y la filosofía con Kant. Llegamos así al cénit de la modernidad, y que políticamente habrá de expresarse como la Revolución Francesa de 1789, y en términos económicos conduce a la Revolución Industrial en el siglo XIX. La modernidad estaba consumada.

Consecuentemente, el mundo se organiza y se gestiona en términos de representaciones, sus relaciones y las sustancias que les subyacen o a las que apuntan las representaciones. Un filósofo como A. Schopenhauer hablará, por ejemplo, del mundo definido en términos de representaciones y voluntad.
Por su parte, todo el arte de la modernidad habrá de moverse en estos marcos, y toda la historia del arte puede así expresarse en los lenguajes y técnicas más idóneos para captar las representaciones acaso, para modificarlas.

Pues bien, todo el orden político descansa sobre estos supuestos. La democracia moderna y contemporánea es democracia representativa —y si se quiere, entonces delegativa—. Una cosa es el orden político “real”, que transcurre tras–escena, por ejemplo, entre lobbistas, razones y fuerzas de estado, secretos y espacios de seguridad, estrategia, mucha comunicación estratégica y marketing político, y los acuerdos y actos que tienen lugar por debajo de la mesa, por fuera de los focos de la opinión pública. En el sector público, o bien en el sector privado.

A los ciudadanos —de a pie— les queda el mundo de las representaciones. Esto es, por ejemplo, las declaraciones públicas y las noticias, manejadas idónea y estratégicamente por el Cuarto Poder: los medios de comunicación. Literalmente, el medio es el mensaje; o también, el medio es el masaje. Las noticias son producidas, postproducidas y editadas. Y la gente las recibe como si fueran la realidad misma.

Desde luego que hay formas y expresiones de la democracia representativa. O que da lugar a temas como sistema monocameral, sistema presidencial, régimen monárquico, sistema bicameral, y otros semejantes. O como en los Estados Unidos, voto popular al lado del Colegio Electoral (en el que el ganador debe tener por lo menos 270 votos), con todo y sus particularidades.

La democracia directa, la democracia participativa o la democracia radical —para mencionar tres dimensiones que se discuten en la teoría y en la filosofía política— permanecen en la práctica de las Repúblicas y del realismo político (Realpolitik) como discusiones teóricas, interesantes pero inocuas. La realidad de la cosa política consiste en el sistema de representatividad: los ciudadanos ceden una parte de su voluntad y se reconocen, acaso, en quienes los representan.

Desde luego que puede ser posible que los ciudadanos no se reconozcan en quienes los representan. Pero entonces la solución no consiste en cambiar el sistema de representaciones, sino a los elegidos en el sistema. Se cambian, sencillamente, unos nombres por otros. Como bien lo sabe el empirismo inglés, uno de los fundamentos filosóficos de la Modernidad, todo termina siendo cuestión de individuos y nombres o palabras.

No hemos dejado de ser modernos, y la modernidad se nos metió por los caminos de la democracia misma. Representación y realidad, o bien, como lo habrá de expresar en términos más abstractos otro filósofo, “Proceso y Realidad” (A. Whitehead). Las expresiones y las variaciones pueden cambiar, pero la idea y la estructura permanecen inalteradas.

La política que vivimos hoy por hoy es, grosso modo, la consecuencia de una epistemología —ciencia y filosofía— que no ha cambiado para nada cuando se la mira con los ojos de la base de la pirámide sociológica. Evidentemente que existen cambios y revoluciones científicas magníficas; así, por ejemplo, la teoría de la relatividad, la física cuántica y otras más recientes y técnicas (teoría de cuerdas, etc.). Es cierto que en ámbitos como la biología y las ciencias de la vida las cosas han cambiado de forma impresionante recientemente. Y, sin embargo, el mundo sigue siendo presentado ante el gran público, y manejado, como tejidos y relaciones de representaciones.

Mientras la política —como ciencia y como práctica— no se entere de los cambios y avances del conocimiento de punta; mientras la sociedad civil en general no se apropie de lo mejor de la ciencia y el conocimiento de punta, seguirán creyendo que la distinción entre representaciones y esencias es real y no debe cuestionarse. Con lo cual se sientan las bases (teóricas) de sistemas de exclusión y de control y manipulación.

La democracia no es, ni puede ser, ya más representativa. Una idea que se corresponde con lo mejor de la ciencia de punta. Pero a la gente no les enseñan otras cosas. Y así resulta fácil manejarlos. La verdad es que el mundo ha dejado de ser pensado y entendido como representaciones —apariencias, fenómenos.

Es cuando una política alimentada de buen conocimiento puede cambiar las cosas.

https://www.desdeabajo.info/politica/item/30163-la-consecuencia-politica-de-una-idea-filosofica-y-cientifica.html

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