miércoles, 27 de agosto de 2014

INTRODUCCIÓN A LA LÓGICA MATEMÁTICA DE CARLOS IVORRA CASTILLO

Introducción a la lógica matemática 

PEDRO DONAIRE
bitnavegante


por el Profesor Carlos Ivorra Castillo

El pensamiento humano ha ido forjándose a lo largo de la Historia en una interminable batalla por encontrar la veracidad de sus planteamientos. La filosofía, la física y las matemáticas han sido los centros hiperespecializados que dirimen esa batalla por la concreción, la argumentación, la deducción y, en suma, por hallar los valores de la verdad y la razón.

Y en este caso, ¿te imaginas a ti mismo leyendo con interés un libro sobre matemáticas? Pues eso es lo que espero cuando leas esta introducción a la lógica matemática extraída del libro del Profesor Carlos Ivorra Castillo, "Lógica y Teoría de Conjuntos". Y espero que te leas el libro entero, o casi. Soy de la opinión que cuando las cosas se explican de otra manera, las ideas pueden fluir por otros caminos hasta el momento impensados.

- Primera parte 

Introducción a la lógica matemática


La lógica y su historia

Tradicionalmente se ha dicho que la lógica se ocupa del estudio del razonamiento. Esto hoy en día puede considerarse desbordado por la enorme extensión y diversidad que ha alcanzado esta disciplina, pero puede servirnos como primera aproximación a su contenido.

Un matemático competente distingue sin dificultad una demostración correcta de una incorrecta, o mejor dicho, una demostración de otra cosa que aparenta serlo pero que no lo es. Sin embargo, no le preguntéis qué es lo que en- tiende por demostración, pues —a menos que además sepa lógica— no os sabrá responder, ni falta que le hace. El matemático se las arregla para reconocer la validez de un argumento o sus defectos posibles de una forma improvisada pero, al menos en principio, de total fiabilidad. No necesita para su tarea contar con un concepto preciso de demostración. Eso es en cambio lo que ocupa al lógico: El matemático demuestra, el lógico estudia lo que hace el matemático cuando demuestra.

Aquı se vuelve obligada la pregunta de hasta qué punto tiene esto interés y hasta qué punto es una pérdida de tiempo. Hemos dicho que el matemático se las arregla solo sin necesidad de que nadie le vigile los pasos, pero entonces, ¿qué hace ahí el lógico? Posiblemente la mejor forma de justificar el estudio de la lógica sea dar una visión, aunque breve, de las causas históricas que han dado a la lógica actual tal grado de prosperidad.

En el sentido más general de la palabra, el estudio de la lógica se remonta al siglo IV a.C., cuando Aristóteles la puso a la cabeza de su sistema filosófico como materia indispensable para cualquier otra ciencia. La lógica aristotélica era bastante rígida y estrecha de miras, pero con todo pervivió casi inalterada, paralelamente al resto de su doctrina, hasta el siglo XVI. A partir de aquí, mientras su física fue sustituida por la nueva física de Galileo y Newton, la lógica simplemente fue ignorada. Se mantuvo, pero en manos de filósofos y en parte de los matemáticos con inclinaciones filosóficas, aunque sin jugar ningún papel relevante en el desarrollo de las ciencias. Leibniz le dio cierto impulso, pero sin abandonar una postura conservadora. A principios del siglo XIX, los trabajos de Boole y algunos otros empezaron a relacionarla más directamente con la matemática, pero sin obtener nada que la hiciera especialmente relevante (aunque los trabajos de Boole cobraron importancia más tarde por motivos quizá distintos de los que él mismo tenía in mente).

Así pues, tenemos que, hasta mediados del siglo XIX, la lógica era poco más que una curiosidad que interesaba a quienes sentían alguna inquietud por la filosofía de la matemática o del pensamiento en general. La logica como hoy la entendemos surgió básicamente con los trabajos de Frege y Peano. En principio estos eran, al igual que los anteriores, nuevos ensayos sobre el razonamiento, si bien más complejos y ambiciosos. Lo que les dio importancia fue que no aparecieron como productos de mentes inquietas, sino como culminación del proceso de formalización que la matemática venía experimentando desde los tiempos de Newton y Leibniz.

Gottlob Frege


En efecto, el cálculo infinitesimal que estos trazaron con tanta imaginación y que después desarrollaron Cauchy, Gauss y otros, tuvo que ser precisado a medida que se manejaban conceptos más generales y abstractos. Dedekind, Riemann, Weierstrass, fueron sistematizando la matemática hasta el punto de dejarla construida esencialmente a partir de los números naturales y de las propiedades elementales sobre los conjuntos. La obra de Frege y de Peano pretendía ser el ultimo eslabón de esta cadena. Trataron de dar reglas precisas que de- terminaran completamente la labor del matemático, explicitando los puntos de partida que haba que suponer así como los métodos usados para deducir nuevos resultados a partir de ellos.

Si sólo fuera por esto, probablemente este trabajo habría acabado como una curiosidad de presencia obligada en las primeras paginas de cada libro introductorio a la matemática y que continuaría interesando tan sólo a los matemáticos con inclinaciones filosóficas. Pero sucedieron hechos que confirmaron la necesidad de la lógica como herramienta matemática. A finales del siglo XIX, Georg Cantorcreó y desarrolló la parte más general y más abstracta de la matemática moderna: la teoría de conjuntos. No pasó mucho tiempo sin que el propio Cantor, junto con otros muchos, descubriera descaradas contradicciones en la teoría, es decir, se obtenían demostraciones de ciertos hechos y de sus contrarios, pero de tal forma que burlaban el ojo critico del matemático, tan de fiar hasta entonces. Se obtenían pares de pruebas de forma que cada una por separado parecía irreprochable pero que ambas juntas eran inadmisibles.

El ejemplo más simple de estos resultados fue descubierto por Bertrand Russell al despojar de contenido matemático a otro debido a Cantor: En la teoría cantoriana se puede hablar de cualquier conjunto de objetos con tal de que se especifiquen sus elementos sin ambigüedad alguna. En particular podemos considerar el conjunto R cuyos elementos son exactamente aquellos conjuntos que no son elementos de sí mismos. Es fácil ver que si R es un elemento de sí mismo, entonces por definición no debería serlo, y viceversa. En definitiva resulta que R no puede ni pertenecerse como elemento ni no hacerlo. Esto contradice a la lógica más elemental.

El lector puede pensar que esto es una tontería y que basta no preocuparse de estas cosas para librarnos de tales problemas, sin embargo sucede que contra- dicciones similares surgen continuamente en la teoría pero afectando a conjuntos no tan artificiales y rebuscados como pueda parecer el conjunto R, sino a otros que aparecen de forma natural al trabajar en la materia. En cualquier caso estos hechos mostraban que el criterio que confiadamente han venido usando desde siempre los matemáticos no es inmune a errores difíciles —por no decir imposibles— de detectar, al menos al enfrentarse a la teoría de conjuntos.

La primera muestra de la importancia de la lógica fue un estrepitoso fracaso. Frege había creado (tras mucho tiempo de cuidadosa reflexión) un sistema que pretendía regular todo el razonamiento matemático, de manera que cualquier resultado que un matemático pudiera demostrar, debería poder demostrarse siguiendo las reglas que con tanto detalle había descrito. Russell observó que la paradoja antes citada podía probarse en el sistema de Frege y que, a consecuencia de esto, cualquier afirmación, fuera la que fuera, podía ser demostrada según estas reglas, que se volvían, por tanto, completamente inútiles.

Este desastre, no obstante, mostraba que la laboriosa tarea de Frege no era en modo alguno trivial, y urgía encontrar una sustituta a su fallida teoría. Con el tiempo surgieron varias opciones. La primera fueron los “Principia Mathematica” de Whitehead y Russell, de una terrible complejidad lógica, a la que siguieron muchas teorías bastante más simples aunque quizá menos naturales. Destacan entre ellas las teorías de conjuntos de Zermelo-Fraenkel (ZF) y de von Neumann-Bernays-Gödel (NBG). Ambas constan de unos principios básicos (axiomas) y unas reglas precisas de demostración que permiten deducir de ellos todos los teoremas matemáticos y —hasta donde hoy se sabe— ninguna contradicción.

De esta forma la lógica ha probado ser indispensable a la hora de trabajar en teoría de conjuntos, hasta el punto de que es inconcebible el estudio de ésta sin un buen conocimiento de aquélla.

El contenido de la lógica matemática

En el apartado anterior hemos mostrado una de las funciones principales de la lógica matemática: servir de fundamento al razonamiento matemático, evitando ambigüedades y contradicciones mediante la determinación absolutamente precisa y rigurosa de lo que es un razonamiento matemático valido. Pero cuando la necesidad obliga al estudio de un determinado campo, el esfuerzo pronto es premiado con nuevos resultados inesperados:

Si uno tiene paciencia o un libro de geometría a mano, puede coger una regla y un compás y dibujar un pentágono regular. Si ahora prueba suerte con un heptágono no encontrará ningún libro de ayuda y la paciencia servirá de muy poco. Puede probarse que es imposible construir un heptágono regular sin más ayuda que una regla (no graduada) y un compás, pero, para demostrarlo no basta con coger una regla y un compás y terminar no construyéndolo. Es necesario reflexionar sobre qué es construir con regla y compás, dar una definición precisa, comprobar que ´esta se corresponde con lo que usualmente se entiende por construir con regla y compás y, finalmente, ver que eso es imposible para el caso del heptágono regular.

Igualmente, el tener una noción precisa de demostración nos permite comprender y resolver problemas que de otro modo serian inabordables: cuando un matemático hace una conjetura, puede meditar sobre ella y, si tiene suerte, la demostrará o la refutará. Pero también puede ser que no tenga suerte y no consiga ni lo uno ni lo otro. Esto ultimo puede significar dos cosas: que no es lo suficientemente buen matemático o que pretenda un imposible. Cantor llegó a la locura en gran parte por la frustración que le producía el no lograr decidir la verdad o falsedad de una de sus conjeturas, la llamada hipótesis del continuo. Con ayuda de la nueva lógica se ha probado que ésta no puede probarse ni refutarse, y no se trata de un caso aislado. Sucede que estas afirmaciones no surgen sólo en teoría de conjuntos, donde son el pan de cada día, sino que son también abundantes en el análisis y la topología, incluso hay casos en álgebra. Por ello el matemático necesita en ocasiones de la lógica para determinar sus propias posibilidades y limitaciones. El establecer este tipo de resultados de independencia es una de las partes más importantes de la lógica aplicada a la teoría de conjuntos.

Kurt Gödel

Por otra parte, toda teoría suficientemente rica contiene resultados de interés interno, en sí mismo. La lógica moderna, principalmente de la mano de Gödel, ha obtenido resultados sorprendentes e interesantísimos que nos permiten comprender mejor la capacidad y las limitaciones del razonamiento humano, resultados que justifican por sí solos el estudio de la lógica. Por ejemplo: ¿Puede un matemático probar que 2 + 2 = 5? El lector que responda: “Claramente no”, o “No, porque es mentira”, o “No, porque 2 + 2 = 4”, o similares, no tiene claros ciertos conceptos lógicos. Esta´ claro que un matemático puede demostrar que 2 + 2 = 4, más aún, está claro que 2 + 2 = 4, pero el problema es que la existencia de una demostración de que 2 + 2 ≠ 5 o incluso de la falsedad de que 2 + 2 = 5 no aportan la menor garantía de que no pueda traer alguien unos cuantos folios escritos según las “costumbres” de razonamiento de los matemáticos, aun cumpliendo todas las condiciones que estipulan los lógicos, pero que termine con la conclusión 2 + 2 = 5. ¿Por qué no puede ser? No es un problema evidente, hasta el punto de que puede probarse —como consecuencia del llamado segundo teorema de incompletitud de Gödel— que es imposible garantizar que no exista tal catastrófica prueba. Lo demostraremos en su momento.

Sin animo de ser exhaustivos, podríamos decir que la lógica moderna se divide en cuatro áreas:

a) Teoría de la demostración. 
b) Teoría de modelos.
c) Teoría de la recursión.
d) Teoría de conjuntos.

En esta primera parte haremos especial hincapié en la teoría de la demostración, que es la parte más clásica de la lógica, y usaremos la teoría de modelos y la teoría de la recursión como auxiliares para el estudio de la primera. Finalmente aplicaremos los resultados que obtendremos a la teoría de conjuntos como ejemplo más significativo. Vamos a probar la mayoría de los resultados clásicos de la teoría de la demostración, mientras que la teoría de modelos y la teoría de la recursión serán tocadas muy superficialmente, con la suficiente profundidad como para obtener resultados importantes que nos serán necesarios, pero no como para formarnos una idea del trabajo que se lleva a cabo en estos campos. Este planteamiento es el más conveniente para los objetivos que perseguimos, que son dos: por una parte dotar al lector de un bagaje lógico más que suficiente para abordar con comodidad el estudio de la teoría de conjuntos, y por otra, tratar de explicar a través de estos resultados la naturaleza del trabajo del matemático.

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. imágenes, primera ilustración combinada, las restantes de Wikipedia.

Introducción a la lógica matemática 2

BY: PEDRO DONAIRE - IN: MATEMÁTICAS - 0 COMENTARIOS
por el Profesor Carlos Ivorra Castillo
 
Matemática y metamatemática

Una gran parte de la lógica moderna constituye una rama más de la matemática, como pueda serlo el álgebra o el análisis, pero hay otra parte que no puede ser considerada del mismo modo, y es precisamente la que más nos va a interesar. Se trata de la parte que se ocupa de los fundamentos de la matemática. Para que un argumento matemático sea aceptable es necesario que satisfaga unas condiciones de rigor, condiciones que los matemáticos aplican inconscientemente y que ahora nos proponemos establecer explícitamente, pero precisamente por eso ser´ıa absurdo pretender que los razonamientos y discusiones que nos lleven a establecer el canon de rigor matemático deban someterse a dicho canon, del que —en nuestra peculiar situación— no disponemos a priori. Esto plantea el problema de cómo ha de concebirse todo cuanto digamos hasta que dispongamos de la noción de rigor matemático.


Esto nos lleva a la distinción entre matemática y metamatemática. Matemática es lo que hacen los matemáticos. Cuando hayamos alcanzado nuestro objetivo, podremos decir qué es exactamente hacer matemáticas. De momento podemos describirlo grosso modo: Hacer matemáticas consiste en demostrar afirmaciones, en un sentido de la palabra “afirmación” que hemos de precisar y en un sentido de la palabra “demostrar” que hemos de precisar, a partir de unas afirmaciones fijas que llamaremos axiomas y que también hemos de precisar (1). Por otra parte, hacer metamatemáticas es razonar sobre afirmaciones, demostraciones, axiomas y, en general, sobre todo aquello que necesitemos razonar para establecer qué es la matemática y cuáles son sus posibilidades y sus limites.

Por ejemplo, una afirmación matemática es “los poliedros regulares son cinco”, mientras que una afirmación metamatemática es “los axiomas de Peano son cinco”. Pese a su similitud formal, es crucial reconocer que son esencialmente distintas. Cuando hayamos “capturado” la nocion de razonamiento matemático, podremos entender la primera de ellas como un teorema, una afirmación cuya verdad se funda en que puede ser demostrada matemáticamente, mediante un razonamiento que satisfará todas las exigencias de rigor que habremos impuesto. En cambio, la segunda no es un teorema demostrable a partir de ningunos axiomas. Simplemente expresa que cuando escribimos en un papel los axiomas de Peano, escribimos cinco afirmaciones. Cuando contamos los axiomas de Peano hacemos lo mismo que cuando le contamos los pies a un gato. Podrá discutirse sobre qué es lo que hacemos, pero, ciertamente, no estamos demostrando un teorema formal.

Giuseppe Peano

Antes de continuar debo hacer una advertencia al lector: Los resultados que vamos a estudiar son todos hechos conocidos sobre la lógica de primer orden, que merecen el respeto y la consideración habituales para con los resultados matemáticos, sin embargo, entre ´estos, hay interpretaciones subjetivas con las que unos lógicos y matemáticos estarán de acuerdo mientras que otros podrán discrepar. Mi intención no ha sido la de exponer imparcialmente todos los puntos de vista posibles, sino la de decantarme en cada momento por lo que me parece más adecuado, de modo que el lector es libre de estar de acuerdo o discrepar de lo que lea. Si el lector opta por lo segundo, deber´ıa tener presente que hay dos formas de discrepar: una destructiva y estéril, consistente únicamente en discrepar, y otra constructiva y enriquecedora, consistente en proponer una alternativa. Tengo la convicción de que el lector que trate de discrepar constructivamente no discrepará mucho.

La diferencia esencial entre una afirmación o un razonamiento matemático y una afirmación o un razonamiento metamatemático es que los primeros se apoyan esencialmente en una teoría axiomática, y los segundos no. Cuando afirmamos que “los poliedros regulares son cinco”, aunque literalmente esto es una afirmación en castellano, si la consideramos como una afirmación matemática correcta es porque podríamos enunciarla en el lenguaje de la teoría de conjuntos y demostrarla según la lógica de la teoría de conjuntos. Por el contrario, la afirmación “los axiomas de Peano son cinco” es una afirmación en castellano, que podríamos traducir al inglés o al francés, pero no tiene sentido considerarla como un teorema integrante de un sistema axiomático (2). Todo matemático, tanto si conoce explícitamente la teoría axiomática en la que trabaja como si no, entiende perfectamente qué es razonar formalmente en el seno de una teoría y, aunque no sepa —conscientemente— mucha lógica, entiende que eso es precisamente lo que hace y lo que da rigor a su trabajo. El problema es, pues, explicar cómo puede razonarse de forma rigurosa fuera de toda teoría axiomática. Dedicaremos a este problema las secciones siguientes. Para acabar ésta añadiremos únicamente la siguiente advertencia:

Un matemático puede encontrar esotéricos e incomprensibles o naturales y simples los resultados de los capítulos siguientes, no en función de su inteligencia o de su capacidad como matemático, sino exclusivamente en función de su capacidad de librarse de los prejuicios o de la “deformación profesional” que le impidan asumir que no está leyendo un libro de matemáticas. Si decide prescindir de las indicaciones que acompañan a los resultados, más cercanas a la filosofa que a la matemática en sí, corre el riesgo de entender todos los pasos intermedios pero no entender ninguna de las conclusiones.

El formalismo radical 

Antes de esbozar una concepción razonable para la metamatemática, será conveniente que descartemos de antemano la alternativa a la que es proclive una buena parte de los matemáticos no familiarizados con la lógica: el formalismo radical. Ya hemos comentado que las contradicciones que achacaban a la matemática de finales del siglo XIX fueron desterradas estipulando unos axiomas y unas reglas de razonamiento lógico cuidadosamente seleccionadas para este fin. Más allá de cubrir esta necesidad elemental de consistencia, el método axiomático proporciona al matemático una seguridad sin precedentes: decidir si un razonamiento es válido o no cuando la teoría a la que pretende integrarse esta´ debidamente axiomatizada es mera cuestión de cálculo, una tarea mecánica que, al menos en teoría, puede realizar incluso un ordenador debidamente programado. 

Esto ha hecho que algunos matemáticos, convencidos de que el método axiomático es todo lo que necesitan para su trabajo, no reconozcan otra forma de razonamiento legitimo. Un formalista radical es alguien que no acepta un razonamiento a no ser que venga precedido de una enumeración de los conceptos que va a involucrar y de los axiomas que se van a aceptar sin prueba, y de modo que todo cuanto siga sean consecuencias lógicas formales de los axiomas dados (sin perjuicio de que, en la mayor´ıa de los casos, estos principios se omitan por consabidos). 


David Hilbert

Es importante destacar el significado del adjetivo “formal” en la expresión “consecuencias lógicas formales”. Una deducción formal es una deducción que no tiene en cuenta para nada el posible significado de las afirmaciones que involucra. Por ejemplo, de “todo H es M” y “S es H” se deduce formalmente que “S es M”, sin que importe lo más mínimo a qué hagan referencia las letras H, M y S. Si uno quiere ver ahı el silogismo “Todos los hombres son mortales”, “Sócrates es un hombre”, luego “Sócrates es mortal”, es libre de pensarlo así, pero la validez del razonamiento no depende de esa interpretación ni de ninguna otra (3).

Hilbert fue el primero en concebir la posibilidad de reducir la totalidad de la matemática a una teoría axiomática formal, idea extremadamente fructífera y poderosa. La falacia del formalista radical —en la que, desde luego, Hilbert no cayó— consiste en creer que no hay nada más. En las secciones siguientes veremos qué más hay, pero en ésta hemos de convencernos de que algo más tiene que haber.

No es cierto que el formalismo radical baste para fundamentar la matemática. El problema es que establecer un lenguaje, unos axiomas y unas reglas de razonamiento requiere ciertos razonamientos: hay que discutir cuáles son los signos del lenguaje, cuáles son las combinaciones aceptables de esos signos, cuáles de ellas se toman concretamente como axiomas, hay que demostrar algunos hechos generales sobre demostrabilidad, etc. ¿Cómo podrían entenderse esos razonamientos si no admitiéramos razonamientos que no provengan de unos axiomas prefijados?, ¿hemos de presentar exclamativamente la metamatemática?, ¿y cómo presentamos los axiomas necesarios para axiomatizar la metamatemática?, ¿Hemos de construir una metametamatemática? 

Por poner un ejemplo explicito: La teoría de conjuntos de Zermelo-Fraenkel es el sistema axiomático comúnmente aceptado como fundamento de la matemática. En efecto, a partir de sus axiomas se pueden demostrar todos los teoremas matemáticos, en particular de ellos se deducen las propiedades de los conjuntos infinitos. Un formalista radical sólo aceptará razonamientos que involucren el concepto de infinitud a partir del momento en que las propiedades de los conjuntos infinitos se hayan demostrado a partir de los axiomas, pero sucede que la teoría de conjuntos de Zermelo-Fraenkel tiene infinitos axiomas. Por con- siguiente, el formalismo radical conduce a descalificar como falto de rigor a su propio canon de rigor. Por eso sólo son formalistas radicales quienes, con independencia de su capacidad como matemáticos, jamás han abordado con detalle —no a nivel teórico general, sino a nivel técnico— el problema de fundamentar rigurosamente la matemática.
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. Notas:
(1) Ciertamente, esta concepción radicalmente formalista de las matemáticas es más que cuestionable. En realidad no afirmo que las matemáticas sean sólo esto, sino tan sólo que éste es exactamente el significado que tendrá el término “matemático” a lo largo de este libro.
(2) En realidad la meta-matemática sí puede formalizarse, como cualquier teoría razonable, pero lo cierto es que en nuestro contexto no podemos hacerlo, por lo que es más aproximado a la verdad decir que no tiene sentido considerar a sus afirmaciones como teoremas de ninguna teoría formal.
(3) Por eso una buena definición del formalista (radical) es la que lo caracteriza como alguien incapaz de entender algo a menos que carezca de significado. 

Introducción a la lógica matemática 3 

por el Profesor Carlos Ivorra Castillo

El finitismo 

No toda la matemática necesita una fundamentaron axiomática formal. Ésta es necesaria sólo porque la matemática trata con conjuntos infinitos. Si un matemático trabaja exclusivamente con conjuntos finitos, por ejemplo, grafos finitos, grupos finitos, etc., puede prescindir por completo de axiomas y reglas de razonamiento formal. Nadie ha encontrado jamás una paradoja que involucre exclusivamente conjuntos finitos (4) ni error de razonamiento sobre conjuntos finitos que no sea detectable sin más que prestar suficiente atención al discurso. Esto vuelve remilgados y vanos —en este contexto— muchos de los escrúpulos del formalista radical.

Pongamos algunos ejemplos. Es fácil calcular 3 × 4 = 12 y 4 × 3 = 12, lo que nos convence de que 3 × 4 = 4 × 3. Hay, sin embargo, una forma de razonarlo que es especialmente fructífera. 


Pensemos en el rectángulo siguiente:

Podemos considerarlo formado por 3 veces 4 cuadrados o por 4 veces 3 cuadrados. Lo que muestra que, necesariamente, 3 x 4 = 4 x 3. Esto ya lo sabíamos, pero hay una diferencia: si calculamos 3 + 3 + 3 + 3 y 4 + 4 + 4 y vemos que da lo mismo, sabemos eso y nada más que eso, mientras que el argumento del rectángulo nos convence de que m × n = n × m para cualquier par de números m y n (no nulos, en principio). En efecto, está claro que, sean quienes sean m y n, siempre podremos construir un rectángulo formado por m filas de n cuadrados o, equivalentemente, por n columnas de m cuadrados. Vemos así que —para desesperación de un formalista radical— la prueba de un caso particular contiene la prueba del caso general.

Quien considere que de un caso particular —o incluso de varios— nunca es lícito inferir el caso general, está generalizando ilícitamente a partir de uno o varios casos particulares. Por ejemplo, no es muy difícil probar que la ecuación x 3 + y 3 = z3 no tiene soluciones enteras, pero la prueba no muestra más que eso, de modo que no es lícito deducir de ella que la ecuación x n + y n = z n no tiene soluciones enteras para n > 2. El hecho de que los primeros números de la forma 2 2n + 1 sean primos no nos permite asegurar que todos ellos lo sean. 

En ambos casos tenemos meras comprobaciones aisladas que no aportan nada sobre el caso general. Por el contrario, el argumento del rectángulo contiene un esquema uniforme de razonamiento, en el sentido de que cualquiera que comprenda el argumento se sabe capacitado para generar razonamientos concretos que prueben la conmutatividad de cualquier par de factores (5). 

El argumento del rectángulo es un ejemplo de razonamiento finitista que nos proporciona una verdad sobre los números naturales. El formalista radical preguntará qué debemos entender por “números naturales” y “producto” en dicho razonamiento. No podemos permitirnos el lujo de responderle como a él le gustaría: necesitamos los números naturales para fundamentar la matemática, es decir, mucho antes de estar en condiciones de responder a las exigencias del formalista. Eso no nos exime de responder: 

Cójase a un niño que no sepa contar pero que esté en edad de aprender. Enséñesele a contar. Con ello, el niño habrá pasado de no saber contar a saber contar. Algo habrá aprendido. Lo que ha aprendido es lo que son los números naturales. Sería inútil que repitiera aquí lo que no sería ni más ni menos que lo que el lector aprendió en su infancia. Del mismo modo, “multiplicar” es eso que todos sabemos hacer cuando nos dan una expresión como “12 × 345 =” y nos piden que la completemos. Es una operación que nos lleva de dos números a otro número de forma objetiva, en el sentido de que dos personas cualesquiera que sepan multiplicar llegarán siempre al mismo resultado y, de no ser así, será fácil sacar de su error a quien se haya equivocado. 

Supongamos que hemos enseñado a contar a un niño de tal modo que éste es capaz de decidir cuál de dos números naturales dados (en forma decimal, por ejemplo) es mayor, así como de escribir el siguiente de un número dado. En cuanto tenga esto debidamente asimilado, pregúntesele cuál es el mayor de todos los números. Sin duda responderá que no hay tal número, pues él se sabe capaz de superar cualquier número que le sea dado. A poco que se le explique la diferencia entre lo finito y lo infinito, sabrá ver ahí la prueba de que el conjunto de los números naturales es infinito. Quizá no sepa si el conjunto de las estrellas es finito o infinito, pero sabrá que el conjunto de los dedos de su mano es finito y el conjunto de los números es infinito. 
 

El punto crucial es que estos conocimientos no son precarios y basados en la credulidad de los niños, sino que son firmes y objetivos, en el sentido de que, en cuanto un niño ha comprendido adecuadamente el significado de los términos “numero”, “finito” e “infinito”, tal vez podremos engañarle y hacerle creer cualquier cosa sobre el número de estrellas, pero jamás conseguiremos que crea que tiene infinitos dedos en su mano o que hay una cantidad finita de números naturales. Las afirmaciones estrictamente matemáticas sobre los números nunca han generado ni pueden generar polémica sobre si son verdaderas o falsas (6). 

Estos ejemplos pretenden mostrar que es posible razonar con objetividad, seguridad, precisión y, por consiguiente, rigurosamente, sobre algunos conceptos sin depender de sistemas axiomáticos. ¿De qué conceptos, concretamente? Es muy difícil, si no imposible, establecer fronteras precisas. El finitismo consiste en aceptar que el razonamiento humano no corre riesgos de extravío mientras se limite a considerar conceptos y procesos finitos. Así, Hilbert, en su programa de fundamentaron de la matemática, propugnó la búsqueda de un sistema axiomático adecuado para este fin, de modo que, tanto la construcción del sistema como la comprobación de que satisfacía los requisitos necesarios para considerarlo aceptable, tenía que llevarse a cabo mediante argumentos finitistas que —por consiguiente— no requirieran la teoría buscada y no nos llevaran así al callejón sin salida al que conduce inexorablemente el formalismo radical. 

En definitiva, la propuesta de Hilbert era fundamentar la matemática, no finitista en su mayor parte, con una metamatemática finitista, que carece de los problemas característicos de la matemática no finitista —que el formalista radical extrapola catastróficamente a toda la matemática— y por consiguiente no requiere de una fundamentaron formal para justificar su solidez. 

Esto no significa que no se pueda especular sobre la fundamentaron de la metamatemática, pero ésta ya no corresponde al ámbito de la matemática o de la lógica, sino de la teoría del conocimiento, y el matemático puede prescindir de tratar este problema ya que, en todo caso, la cuestión sería en qué se funda nuestra capacidad de razonamiento básico, no si dicha capacidad es o no sólida y fiable (7). 

Más allá del finitismo


Aunque la mayor parte de la metamatematica puede desarrollarse en el marco finitista que exigía Hilbert, lo cierto es que algunos resultados valiosos, como el teorema de completitud semántica de Gödel, exigen nuestra confianza en argumentos algo más audaces. Por ello conviene cambiar la pregunta más tímida de ¿qué tipo de razonamientos necesitamos sostener sin el apoyo de una teoría axiomática? por la más ambiciosa de ¿qué tipo de razonamientos podemos sostener sin el apoyo de una teoría axiomática? 

La tesis general que adoptaremos aquí es la siguiente: Para que un razonamiento sea aceptable metamatemáticamente ha de cumplir dos condiciones: 

a) Ha de ser convincente, en el sentido de que nadie que lo comprenda pueda tener dudas serias (8) sobre la verdad de su tesis. 
b) Todas las afirmaciones involucradas han de tener un significado preciso y objetivo independiente de los argumentos que las demuestren.

Nos encontramos aquí con un fenómeno omnipresente en la metamatematica: mientras el matemático está acostumbrado a ir de lo general a lo particular (así por ejemplo, sólo después de definir la noción general de continuidad de una función es cuando se plantea si una función dada es o no continua) esta actitud rara vez es posible en la metamatemática. De este modo, aunque no tenemos ninguna definición general, objetiva y precisa de qué es un razonamiento convincente —y por consiguiente el enunciado de la condición a) es obviamente ambiguo e impreciso—, afortunadamente, no necesitamos tenerla para reconocer un argumento objetivo y preciso (en particular convincente) cuando lo tenemos delante. Por ejemplo, el argumento del rectángulo demuestra la conmutatividad del producto de números naturales sin dejar lugar a dudas. Su poder de convicción es objetivo en el sentido de que no depende de la capacidad de sugestión o de dejarse engañar de quien lo escucha, sino que, por el contrario, nadie que lo conozca puede albergar ya el menor recelo de encontrarse con un par de números que al multiplicarlos en uno y otro orden produzcan resultados distintos. 

La segunda condición está relacionada con la diferencia fundamental entre matemática y metamatemática: cuando un matemático trabaja en el seno de una teoría axiomática formal, no está legitimado a hablar de la verdad o falsedad de las afirmaciones que demuestra. Para él sólo hay afirmaciones demostrables y no demostrables o, si se quiere hilar más fino, afirmaciones demostrables, refutables e independientes de sus axiomas (las que no se pueden demostrar o refutar). En cambio, en metamatemática no podemos hacer esta distinción ya que no tenemos una noción precisa de lo que es ser (metamatemáticamente) demostrable. Nuestra única posibilidad, pues, de distinguir afirmaciones como 2 + 2 = 4, 2 + 2 = 5 y 2N0 = N1 es decir que la primera es verdadera, la segunda es falsa y la tercera no tiene significado metamatemático porque no cumple la condición b). Una vez más, no tenemos una definición general de qué quiere decir que una afirmación sea verdadera, pero sí sabemos lo que quiere decir que algunas afirmaciones sean verdaderas, y esas afirmaciones son las unicas que podemos permitirnos el lujo de manejar metamatemáticamente. Pongamos algunos ejemplos. 

Sabemos demostrar que el producto de números naturales es conmutativo, pero, independientemente de cualquier razonamiento que nos convenza de ello, sabemos lo que eso significa: significa que si tomamos dos números cualesquiera y hacemos lo que sabemos que hay que hacer para calcular su producto, el resultado es el mismo independientemente del orden en que los tomemos. A priori habría dos posibilidades: que hubiera pares de números para los que esto fuera falso o que no los hubiera. Tenemos un razonamiento que nos convence de que la primera posibilidad es, de hecho, imposible, pero es esencial que antes de tal razonamiento ya sabíamos lo que significaban ambas opciones.

Un ejemplo más sofisticado: En el capitulo VII definiremos una propiedad de números naturales a la que de momento podemos llamar “ser simpático” (9)

Existe un procedimiento para saber si un número dado es simpático o no, exactamente de la misma naturaleza que el que nos permite saber si es primo o no. Pero suceden los siguientes hechos: 

a) No es posible probar que todo natural es simpático.
b) Hasta la fecha nadie ha encontrado un natural antipático y es muy dudoso que exista alguno.

Tiene sentido afirmar que todo natural es simpático. Significa que 0 es simpático, 1 es simpático, 2 es simpático ... etc. o sea, que por mucho que uno avance en el examen de números más y más grandes nunca se encuentra una excepción.

La afirmación “Todos los naturales son simpáticos” es metamatemáticamente aceptable porque tiene sentido decir que es verdadera o falsa independientemente de lo que podría hacerse por justificarla (lo que, según lo dicho, es imposible). No sabemos si es verdadera o falsa, pero sabemos lo que es que sea verdadera o falsa.

El concepto de “número simpático” es finitista, pues comprobar si un número es o no simpático se reduce a un número finito de cálculos. No obstante, podemos definir también un número “supersimpático” como un número tal que todos los números mayores que él son simpáticos. Esta noción ya no es finitista. De hecho no tenemos manera de saber si 3 es supersimpático o no, pero lo importante es que tiene sentido: o lo es o no lo es, o hay un nu´mero antipático mayor que 3 o no lo hay.

Pensemos ahora en el conjunto A de todos los conjuntos cuyos elementos son números naturales. No podemos asignar un contenido metamatemático a esta definición. Una vez más nos encontramos con el mismo fenómeno: sabemos lo que es el conjunto de los números pares, el de los números primos, el de las potencias de dos, e infinitos más, pero no tenemos ninguna definición precisa de lo que es un conjunto de números naturales en abstracto, ni tenemos, en particular, representación alguna de la totalidad de tales conjuntos. Todas las contradicciones de la teoría de conjuntos surgen de la pretensión de hablar de colecciones de objetos en sentido abstracto como si supiéramos de qué estamos hablando.

Quizá el lector crea tener una representación intuitiva del conjunto A, pero deberá reconsiderarlo ante los hechos: los axiomas de la teoría de conjuntos con- tienen todo lo que los matemáticos saben decir sobre su presunta intuición de los conjuntos abstractos. En particular, de ellos se deducen muchas propiedades de A, tales como que no es numerable. Sin embargo, quedan muchas afirmaciones sobre A que no pueden ser demostradas o refutadas. 

La más famosa es la hipótesis del continuo: ¿Existe un conjunto infinito B ⊂ A tal que B no pueda biyectarse con el conjunto de los números naturales y tampoco con A? Si el conjunto A tuviera un contenido intuitivo preciso, esta afirmación tendría que ser verdadera o falsa. Ahora bien, veremos que es posible construir modelos de la teoría de conjuntos, es decir, podemos encontrar unos objetos a los que, si los llamamos “conjuntos” satisfacen todos los axiomas que los matemáticos postulan sobre los conjuntos, de modo que la hipótesis del continuo, interpretada como una afirmación sobre estos objetos, resulta ser verdadera, mientras que es posible hacer lo mismo con otra interpretación distinta de la noción de “conjunto” y de tal modo que la hipo´tesis del continuo resulta ser falsa. Más precisamente, interpretando de formas distintas esa noción de “conjunto” dentro del margen de libertad que nos concede el hecho de que los axiomas de la teoría de conjuntos no la determinan por completo, podemos construir dos objetos A1 y A2 , ambos con el mismo derecho a ser llamados “la totalidad de los conjuntos de números naturales” (de acuerdo con distintas nociones de “conjunto”) y de modo que una cumpla la hipótesis del continuo y la otra no. ¿Cómo se puede digerir esto?

Sólo hay una posibilidad: reconocer que nuestro conocimiento de la noción de “conjunto” es impreciso. Sólo sabemos que los conjuntos han de cumplir unas propiedades básicas, pero existen distintas interpretaciones posibles de la palabra “conjunto” que hacen que esas condiciones básicas sean satisfechas. Cuando decimos que A no tiene un significado metamatemático preciso no queremos decir que A no signifique nada en absoluto, sino más bien que puede significar infinitas cosas distintas y no somos capaces de precisar a cuál de todas queremos referirnos. Por ello nuestra única posibilidad para hablar de A sin caer en vaguedades o contradicciones es postular unos axiomas que recojan lo que estamos suponiendo que cumplen los conjuntos y, a partir de ahí, podremos trabajar con seguridad. 

Éste es el origen de todos los temores y recelos del formalista radical. Esta clase de fenómenos son los que —en ciertas situaciones— hacen imposible razonar cabalmente sin el apoyo de una teoría formal. Pero si queremos fundamentar los razonamientos sobre conjuntos abstractos y entenderlos mejor, hemos de empezar por comprender que los problemas están limitados a este terreno: al de los conjuntos abstractos, pues sólo así comprenderemos que es posible una metamatemática basada no en la forma, sino en el contenido de las afirmaciones que involucra. 

Carlos Ivorra
Este punto de vista nos permite ir un poco más lejos que el finitismo estricto. Así, por ejemplo, ya hemos visto que la afirmación 3 es supersimpático no es finitista pero sí es aceptable. Notemos que involucra un infinito real, en el sentido de que, aunque aparentemente sea una afirmación sobre el número 3, en realidad es una afirmación sobre la totalidad de los números naturales, no sobre una cantidad finita de ellos. Es posible definir una propiedad más débil que la de ser simpático y supersimpático (10) de modo que, en este nuevo sentido, sí pueda probarse que 3 es supersimpático, y sin que esto deje de ser una afirmación sobre la totalidad de los nu´meros naturales. La prueba es un argumento que nos convence de que jamás encontraremos un número natural que no sea (débilmente) simpático e involucra esencialmente a los números naturales como conjunto infinito. De todos modos, los argumentos no finitistas aparecerán en muy contadas ocasiones en la teoría, bien sea porque no aparezcan en sentido estricto, bien porque con pequeñas modificaciones técnicas podrían eliminarse sin dificultad. 

Platonismo 

En contra de lo que podría parecer, nada de lo que acabamos de discutir pretende negar la posibilidad de que sí exista, después de todo, una noción objetiva de “conjunto” en sentido abstracto. Los matemáticos que creen que así se llaman “realistas” o “platónicos”. No intentaré defender una postura que no comparto, pero sí es importante sen˜alar que nada en este libro contradice el platonismo. Lo único que debemos tener presente es que, si existe una interpretación natural de la teoría de conjuntos, la única forma que tenemos de acercarnos a ella con seguridad y rigor es a través de una sucesión de sistemas axiomáticos que vayan incorporando cada vez más axiomas para cubrir los agujeros de los sistemas anteriores, pero nunca metamatemáticamente. El problema, entonces, es decidir cuál de las dos alternativas a que da lugar una afirmación indecidible en un sistema axiomático es la verdadera en esa pretendida interpretación natural de la teoría. Así, si se concluye que la hipo´tesis del continuo debe ser verdadera tendremos que añadirla como un nuevo axioma y entender que los resultados que se demuestran con la negación de la hipótesis del continuo tratan sobre unos objetos artificiales que no son los conjuntos en el sentido usual. Naturalmente también podría darse el caso contrario y el problema es la falta de criterios para distinguir lo verdadero de lo falso a este nivel.
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- Lectura recomendada y relacionada del mismo autor, aquí .
- Más libros de Carlos Ivorra, aquí y aquí
. imágenes, primera ilustración combinada, las restantes de Wikipedia.
. Notas:
(4) Podría objetarse que “el menor número natural no definible con menos de doce palabras” es contradictorio, pero es que aquí la noción de “definible” no está bien definida.
(5) La clave está en que se sabe capacitado a priori. En realidad, cualquiera está capacitado para ello aunque pueda no saberlo: basta calcular m × n y n × m y comprobar que da lo mismo. La diferencia es que quien conoce el argumento del rectángulo sabe de antemano que su argumento va a funcionar con factores cualesquiera, mientras que quien hace las operaciones no tiene la seguridad en cada caso hasta que no acaba los cálculos. Por eso no puede asegurar que la multiplicación es conmutativa.
(6) Otra cosa es polemizar sobre si podemos asegurar que cualquier afirmación sobre números es verdadera o falsa, especialmente cuando no sabemos cómo comprobarla, pero jamás —que yo sepa— ha habido dos personas que e creyeran con argumentos racionales que probaran tesis opuestas sobre una propiedad de los números naturales o de conjuntos finitos en general.
(7) Evidentemente, se puede dudar de la fiabilidad de nuestra capacidad de razonamiento finitista como se puede dudar de si existe o no el mundo, pero eso es escepticismo, un mal que sólo afecta a los que hablan por hablar y a los que piensan por pensar.
(8) Esto excluye a las dudas que tengan su origen en un escepticismo sistemático.
(9) Se trata de “no ser el número de Gödel de la demostración de una contradicción en ZFC”.
(10) Por ejemplo, sin más que sustituir ZFC por la aritmética de primer orden. 

http://bitnavegante.blogspot.com.es/2014/08/introduccion-la-logica-matematica-2.html

1 comentarios:

Iván Frías dijo...

Esto es algo de la inmensa cantidad de cultura matemática que nos obsequia Don Carlos Ivorra.

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