jueves, 5 de enero de 2017

EL FRACASO HISTÓRICO DEL LIBERALISMO EN COLOMBIA: UN ENFOQUE CRÍTICO

Imagen: https://fondogaitan.files.wordpress.com/2012/01/cr-8-av-jimenez-vistanororiente1.jpg

EL FRACASO HISTÓRICO DEL LIBERALISMO EN COLOMBIA: UN
ENFOQUE CRÍTICO*

The historical failure of liberalism in Colombia: a critical approach

Miguel Eduardo Cárdenas Rivera**

Resumen

El presente estudio versa sobre el liberalismo en Colombia. Adopta como criterio de fondo que el liberalismo no puso en práctica las reformas sociales que propuso adelantar desde la década del treinta del siglo pasado, en especial la reforma social agraria –que luego intentó en los sesenta– sin avanzar en ese propósito –lo que dio pábulo a la insurgencia–; en los noventa maduró hacia el neoliberalismo, y a estas alturas del desenvolvimiento histórico del conflicto interno armado no es dable aceptar que si retornase a la senda liberal reformista pudiera dar una salida a la crisis colombiana. El liberalismo colombiano no logró dar base orgánica y material a políticas públicas orientadas a la distribución justa de la riqueza; a pesar de entender que la paz requería reformas sociales, no las pudo hacer. Así, la guerra es una catástrofe que tiene su fundamento en el fracaso del liberalismo como intenta demostrar el artículo.

Palabras clave: Estado hobbesiano, guerra civil, veto a la nación, liberalismo, conflicto en Colombia.

Abstract
1



This paper is about Liberalism in Colombia. The main argument is that throughout the whole twentieth century, Liberalism in Colombia failed to implement the social reforms that it had promised as early as in the thirties. Especially important was the failure of the agrarian social reform, which fed the further rise of the insurgent forces. Later on, in the nineties, Liberalism matured into a new form: Neoliberalism. This new form of Liberalism was less capable of producing the social reforms that the old Liberals had promised. Today, and after the historical development that the internal armed conflict in Colombia has followed, it is impossible to think that a return to the reformist Liberal path of the old times would be sufficient to provide a solution to the crisis in Colombia. Colombian Liberalism was simply not able to provide an organic and material base that would guide public policies towards a fair distribution of wealth. And so, as this paper attempts to demonstrate that the Colombian war is a catastrophe that has its foundations in the failure of Colombian Liberalism.

Keywords: Hobbesian state, civil war, veto to the Nation, Liberalism, conflict in Colombia.

*  Artículo de investigación científica e histórica, resultado del proceso interdisciplinar, político y académico sobre la relación entre doctrinas políticas, justicia social y paz que adelanta el Grupo de Investigación Primo Levi de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, bajo la orientación del doctor Luis Bernardo Díaz Gamboa. Tiene un enfoque crítico de la filosofía social aplicado a la ciencia del derecho mediante el análisis jurídico-político con expresa intencionalidad praxiológica.

**       Jurista. Profesor universitario. Doctor en Derecho de la Universidad Externado de Colombia. migueleduardozp@gmail.com




Sumario. Introducción. El liberalismo en Colombia: orígenes y persistencia; 1. La

continuidad de la violencia: expresión de una dinámica sistémica; 2. El liberalismo

en la historia colombiana: intento y fracaso en la búsqueda de una salida a la

crisis; 3. La solución del problema agrario: base para la superación de la violencia

sistémica; 4. De la relación entre Palacios Rozo y Uribe López: ¿el discípulo

supera al maestro?; Conclusión: La salida política: construcción del posconflicto y

pluralidad de enfoques; Referencias.

Metodología. La metodología se basa en el materialismo histórico soslayando el

doctrinarismo obstinado y la autocomplacencia con las conclusiones propia del

dogmatismo, para tal efecto el rigor analítico y conceptual es decisivo para no

perder la realidad concreta del conflicto social que configura el contexto histórico

colombiano. Lejos de una ideología que da juego a los vanguardismos se apela a

la conciencia de clase para hacer la revolución que permita la emancipación de los

trabajadores por obra de los trabajadores mismos. En esta línea metodológica se

utiliza el análisis inductivo y el abstracto-deductivo de causalidad que se encuentra

en la economía política marxista. Con este instrumental se responde la pregunta

de guía el estudio: ¿cuál es el papel del liberalismo en la profundización de la

crisis sistémica que afecta a Colombia?
2

Introducción

El liberalismo en Colombia: orígenes y persistencia

El liberalismo en Colombia tuvo una gran influencia desde fines del siglo XVIII cuando en 1794 Antonio Nariño tradujo y publicó la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano”, proclamada por la Revolución francesa en 1789. Este acto, de carácter subversivo bajo la égida de la “utopía del liberalismo democrático” (Fals, 2008, p. 244), va a marcar una etapa conocida como la “revolución de independencia” que, más adelante –luego de grandes confrontaciones ideológicas y militares acaecidas a partir de “la fundación de la República” en 1819– lleva al Radicalismo a imponer la idea “liberal pura”, como fue plasmada en 1863 en la Constitución de Rionegro.

Este proyecto de nación “sin mito fundacional”, fue derrotado en la Guerra de 1885 por “La Regeneración”. En este crucial período, el liberalismo colombiano fue sometido a una severa defenestración y convertido en un eunuco que desapareció para siempre como una fuerza para la transformación política. Así –en ese recoveco de la historia– se generó la actual catástrofe producto del freno a la revolución social por parte del catolicismo conservador (España, 2003, p. 283). No


obstante, tal postura ideológica –de gran factura retórica– pervive en la actualidad, como se comprueba en la reivindicación de un enfoque “liberal” in extremis –que clama por un Estado hobbesiano– en el libro La Nación vetada: Estado, desarrollo y guerra civil en Colombia de Mauricio Uribe López (2013). Perspectiva que lo aúna de manera estrecha con el libro Violencia pública en Colombia 1958-2010 de Marco Palacios (2012b). El liberalismo es el pegamento conceptual de estos dos autores1.

El presente trabajo tiene por objeto estudiar de manera crítica la historia del liberalismo en Colombia, para así escudriñar en su fracaso y explicar la acritud del fenómeno de la violencia.2 Para ello abarca de manera crítica estas dos obras, con énfasis en la forma como Uribe López aplica desde la ciencia política una categoría económica (el “sesgo anticampesino del modo de desarrollo”). Por su parte, Palacios, en su ejercicio como historiador, no asume la categoría “guerra civil”, sino que utiliza y define una fórmula genérica y evasiva que denomina la “violencia pública”.

La estructura del libro de Uribe López comprende cuatro capítulos: el primero asume como enfoque el “institucionalismo histórico y la economía política del
1                                                                                                                                                                                                             3
El liberalismo es una doctrina que postula la idea de la realización humana sin la intervención divina. Aspira a crear una forma de organización económica y social que se construye con base en los principios de libertad, igualdad, fraternidad y propiedad. La democracia liberal se fundamenta en el contrato social para hacer posible la superación del estado de naturaleza, remontar la violencia, y alcanzar la paz y la convivencia. El discurso liberal no se comporta en la historia de manera congruente pues la dominación burguesa y el capitalismo no permiten al conjunto de la población el acceso a los bienes materiales necesarios para la realización de los derechos que reconoce erga omnes de manera formal. Coerción y consenso, violencia y legitimidad, libre mercado e intervención del Estado, son los dos rieles por los que corre desbocada la máquina del capital.
La deliberación que caracteriza la sociedad civil requiere de niveles de educación y de participación que el sistema político y la educación tampoco posibilitan. El mercado como institución y el sistema de partidos no logran el reparto de la riqueza ni la representación para la formulación de las leyes en pro del beneficio general. El Estado en el régimen liberal expresa la concentración del poder privado de las corporaciones en detrimento del bien común.

La sociedad burguesa basada en la idea liberal es una fórmula que combina el individualismo, el utilitarismo, el pragmatismo, la ley del más fuerte propia del darwinismo social, la concentración aberrante de la riqueza y de contera la masificación de la pobreza. Una explicación plausible es que “el liberalismo es la cobardía del comerciante, la palabrería del polemista, el entretenimiento de los brutos”. (Silva Herzog, 2006, p. 33).

El triunfo del liberalismo a nivel planetario conlleva el fenómeno del hambre. Para un recuento crítico de los efectos del liberalismo, véase Caparrós (2014).

2 El sociólogo francés Daniel Pecaut –quien luego de serias y sistemáticas reflexiones históricas a lo largo de tres décadas llegó a su tesis de la existencia de una “guerra contra la sociedad”– desde 1976 formuló la necesidad de un estudio objetivo que permitiese una interpretación del fenómeno de la violencia en Colombia. Objetivo en cuanto superara como explicación de fondo el sectarismo partidista de la mitad del siglo pasado entre liberales y conservadores y que asimile “que esta violencia generalizada no se ha manifestado sino en Colombia y ello no ha sido [así] en otra parte, al menos bajo esta forma, el acompañamiento necesario ni de modernización del capitalismo”. (Pecaut, 1976, p. 71).


desarrollo” para hacer el estudio de caso sobre la “guerra civil prolongada”; el segundo hace un estudio comparativo de la guerra civil colombiana; el tercero escudriña el problema de fondo de la obra: el “veto a la nación y el antiestatismo de las élites”; el cuarto asume la inaplicación del liberalismo político a la Rawls como guía de interpretación de la crisis colombiana, enlazada al ya mencionado “sesgo anticampesino”.

La estructura del libro de Palacios comprende cuatro capítulos: el primero es un ensayo que se titula “Palabras, momentos y lugares de un conflicto armado inconcluso”; el segundo, de gran rigor, analiza la “Guerra Fría y la Revolución”; el tercero trata el asunto de la “Guerra a las drogas, escalamiento y guerra sucia”, y el cuarto aborda la “Paz cuatrienal”.

El hilo conductor del libro de Uribe López es la idea liberal pura que asume el institucionalismo como base del debido funcionamiento del mercado, entendido como la institución fundamental. Ese institucionalismo se confunde con la idea de Estado en el sentido hegeliano (como garantía de la preservación de lo general sobre lo particular). Es un libro liberal que se queja de la ausencia de liberalismo como causa fundamental del problema que analiza.

Su  contenido  es  el  resultado  de  una  profunda  mirada  del  problema  de  la
4

construcción de la Nación que no cuestiona al Estado como categoría, ni se pregunta ¿qué es el Estado? o al menos se permita indagar ¿qué tipo de Estado? Uribe, luego de hacer un perspicaz recuento sobre el debate en torno al problema de Estado en el capitalismo actual, no se arriesga a desatar el nudo gordiano de tan complicado asunto, ergo no asume una crítica a la categoría Estado. Pareciera como si el Estado (burgués) fuese bueno y necesario per se. Así, de la mano de Kant y Hegel, Uribe hace que Hobbes adquiera plena personalidad liberal. No obstante, Uribe se apoya en Centeno para anotar que:
La perspectiva neoliberal denunciaba la existencia de un poderoso Leviatán que había sumido a la región en el caos económico y político. Las dictaduras y los regímenes autoritarios que habían predominado en el paisaje político regional alimentaban aún más la imagen del Estado latinoamericano como un Leviatán opresivo. (Uribe, 2013, p. 161)

Uribe López trata de establecer una sutil diferencia para indicar que el liberalismo sirve como antídoto al neoliberalismo, cuando en realidad este último es una maduración del sistema de explotación en que se fundamenta el ejercicio del poder del capital. Y en esa dubitación se pregunta y se responde a sí mismo:


Cuál Leviatán opresivo si a pesar del indiscutible despotismo de múltiples gobiernos en la historia de la región buena parte de las muertes producidas por la violencia política han sido consecuencia de la incapacidad del Estado para imponer su autoridad. (Uribe, 2013, p. 161)

Omite así la realidad histórica de los resultados de la Doctrina de la Seguridad Nacional tal como se aplicó en forma criminal a través de la Operación Cóndor en el Cono Sur y del paramilitarismo en Colombia, como una de las más grandes “operaciones encubiertas” que el “Leviatán opresivo” desplegó a través de la acción del aparato de seguridad continental del gobierno de los Estados Unidos a instancias del Departamento de Estado y el Pentágono a través de la CIA (Cispal, 2012).

Así, su rechazo a la guerra proviene de una postura moral, no la asume como fenómeno político con raíces histórico–sociales. Omite la sustancia del problema: la violencia propia del capitalismo,3 que en su estudio sobre el “estilo de desarrollo” Uribe López denomina el “sesgo anticampesino” (2013, pp. 505-535), con seguridad el aporte más interesante del libro.

Una explicación que se requiere matizar sobre este tópico es la siguiente: (…) La lucha por la paz ha integrado los objetivos contra el liberalismo, ha permitido el reconocimiento de la guerra como un dispositivo feroz de legitimación del poder 5 capitalista (Hardt & Negri, 2007, p. 103).
En primer lugar, no es creíble que la guerra –en general– sea un dispositivo feroz de legitimación del poder capitalista. No lo son las guerras de liberación. En segundo lugar, no hay una violencia propia del capitalismo, sino varias: las dictaduras y la represión física es una de ellas, pero hay otras: ideológicas, políticas y culturales por medio de las cuales, en coyunturas determinadas, el sistema puede lograr el consenso de las mayorías durante periodos más o menos largos. Cuando pierde ese consenso –o sabe que lo va a perder –por ejemplo

3 Vale acotar que en el célebre estudio sobre la acumulación originaria, que consigna el cap. XXIV del Libro I de El Capital, se refiere Marx al “pecado original” con que nace el poder del capital y adquiere una forma social propia que solo es posible en la modernidad, etapa que configura la plena madurez del dominio de la burguesía en el siglo XIX, que se expresa en la imposición y aceptación social de la ley de la plusvalía, bajo la fórmula liberal de una institucionalidad del mercado que aplica la fórmula de coerción y consenso. Marx explica el fenómeno de manera precisa: “De este pecado original data la pobreza de los más, que a pesar de todo, y aun aferrándose al trabajo, solo podían vender su persona, y la riqueza de los menos, que crece incesantemente, aunque haga mucho tiempo que han dejado de trabajar”. (Marx, 2014, p. 637). En efecto, tal como lo pone al descubierto Rosa Luxemburgo, la violencia es la base del poder del capital, es el mecanismo que hace posible su funcionamiento inhumano –de esa manera y no de ninguna otra–: “[…] era, finalmente, la propia insuficiencia del desarrollo de la productividad del trabajo la que, a la vez, traía aparejada la periódica contradicción de intereses entre las diferentes unidades sociales y, con ello, planteaba la fuerza bruta como único medio de resolver esta contradicción”. (Luxemburgo, 1972, p. 136).


porque emprende transformaciones modernizantes neocoloniales– recurre a la violencia pura y simple. Esta es la explicación de buena parte de las dictaduras en América Latina en los años 60–80, por establecer alguna fecha. Pero con características específicas en cada país, incluida Colombia.

1. La continuidad de la violencia: expresión de una dinámica sistémica

Es necesario saber cómo Colombia transitó por la modernización neocolonizadora, para lo cual es menester conocer la historia de las luchas campesinas en Colombia (Romero, s.f.). La violencia extrema, pura y simple, que caracterizó varios decenios a la sociedad colombiana, es también diferente de la que existió en otros países de América Latina. En Colombia, las atrocidades fueron impensables. Hubo una “cultura” de la atrocidad que aparentemente respondió a ciertos códigos. Ese terror extremo practicado tuvo, al parecer, un objetivo muy preciso: desalojar a los campesinos de sus tierras para dejarlas en manos de los terratenientes.

Quizá le asiste razón a Uribe López cuando se refiere a las carencias del institucionalismo, que sirvieron como campo abonado para la violencia extrema. Aunque la razón principal de esta última fue el despojo de los campesinos. Eso es 6 bastante más que un simple “sesgo anticampesino”.
Lo cierto es que ese largo periodo de violencia extrema contribuyó a que en ciertas capas sociales colombianas la vida humana pasase a carecer de valor. De manera creativa, la literatura4 y el cine dieron explicación del asunto, a partir de la aparición en 1983 de la película Cóndores no entierran todos los días, basada en la novela de 1972 de Gustavo Álvarez Gardeazábal.5

No se puede desconocer la relación entre conflicto social e insurgencia en el caso colombiano. También es cierto que no se puede hacer un paralelo en Colombia entre la lucha armada y la lucha de clases. Se asevera que si la insurgencia encarnó un proyecto liberador, dejó de serlo hace tiempo, y ahora es más un obstáculo que una ayuda al desarrollo de la lucha de clases. Por ello, Palacios tiene razón cuando escribe –conocedor de la categoría “hegemonía” en Gramsci–:


4   Marianne Ponsford, en su editorial para la Revista Arcadia N° 100 “Cien años de realidad” anota: “Pero quizás lo que genuinamente abruma del particular conjunto de obras aquí reunidas es la evidencia de que la mayoría de los creadores del país han buscado con vehemencia casi febril, década tras década, dar nombre a la violencia que ha atravesado, como un hierro encendido, el cuerpo de la historia de Colombia”.

5   Como también lo hace el escritor William Ospina quien, a lo largo de su obra, estudia la reacción de la literatura y de la cultura en general con respecto a la violencia.


Es erróneo suponer que las FARC hubieran alcanzado, así fuera momentáneamente, el control militar completo o la hegemonía ‘gramsciana en esos territorios’. Siempre han sido débiles en los cascos urbanos y deben negociar constantemente las lealtades de la población selva adentro. (Palacios, 2012b, p. 129)


Sorprende la reiterada alusión al ideólogo del nazismo Carl Schmitt para explicar la categoría de enemigo (Serrano, 2002). Este es un lapsus teórico inaceptable que toma fuerza en el enfoque que consigna el prólogo de Jorge Giraldo Ramírez al libro de Uribe López, quien en clave hobbesiana arguye contra toda evidencia sobre la “debilidad del Estado colombiano” (Uribe, 2013, p.24).

En el caso de Giraldo vale señalar ese notorio fenómeno que sucedió:

Cuando no pocos intelectuales conservadores y neoconservadores se detuvieron alarmados en las puertas del edificio teórico schmittiano, muchos de los que provenían del marxismo y otras variantes del pensamiento crítico se adentraron en el mismo irresponsable y desaprensivamente, sin medir las consecuencias de sus actos. (Borón & González, 2004, p. 136)

Reconoce Giraldo Ramírez en su nota introductoria que “en Colombia la estrategia de la guerra prolongada de Mao Ze Dong ha superado toda expectativa y ha

hecho empalidecer, en el plano temporal, las guerras revolucionarias que se 7 libraron en Asia y África” (Uribe, 2013, p. 23)
En efecto, en esta parte del mundo como en otros lugares, influyó –tal vez en demasía– el pensamiento de Mao –ideólogo marxista y dirigente de un proceso político concreto en la China imperial, semifeudal y colonial–. Mao (1968) advierte sin titubeo que:

Una revolución es una insurrección, es un acto de violencia mediante el cual una clase derrota a otra. En la sociedad de clases, las revoluciones y las guerras revolucionarias son inevitables; sin ellas, es imposible realizar saltos en el desarrollo social y derrocar a las clases dominantes reaccionarias, y, por lo tanto, es imposible que el pueblo conquiste el Poder. La tarea central y la forma más alta de toda revolución es la toma del Poder por medio de la fuerza armada, es decir, la solución del problema por medio de la guerra. Este principio marxista-leninista de la revolución tiene validez universal. (Mao, 1968, p. 188)

En Colombia, esta concepción se aplicó al revés y de manera torticera; así, parte de la guerrilla maoísta, anduvo por un vericueto de la historia, para mutar en el flagelo del paramilitarismo. Segmentos de estructuras guerrilleras no desmovilizadas se sumaron al paramilitarismo, como el Frente Pedro León Arboleda del Ejército Popular de Liberación, que en 1996 adhirió a las


Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu) al mando de Carlos Castaño Gil (Vélez, s.f.). También el Frente Urbano Yariguíes del Ejército de Liberación Nacional en Barrancabermeja se desdobló como estructura paramilitar en 2002 (Aponte & Vargas, 2011, p. 46). Es difícil comprenderlo, pero en Colombia sucedió que sectores de las guerrillas se convirtieron en paramilitares. El común entendimiento de la historia en Colombia afirma que el paramilitarismo fue un mecanismo contrainsurgente establecido por las élites instaladas en Colombia para extender su poder y contener o destruir todo aquello que atentara contra sus intereses, focalizándose en la destrucción precisamente de las guerrillas6.

El antropólogo y siquiatra Alberto Pinzón (en entrevista realizada el 18 de agosto de 2014) explica como uno de los puntos más reiterados en el discurso oligárquico es el aserto según el cual los revolucionarios solo están por la “toma del poder” a secas. Esta consigna se ha utilizado por el imperialismo y sus togados para quitarle la segunda parte, que es la más esencial e importante, y que consiste en tomar el poder para hacer “cambios profundos” o estructurales en la sociedad. No es “el poder por el poder” como históricamente y toda la vida lo ha hecho la oligarquía sino para hacer los cambios revolucionarios. Ahí está la esencia de la discusión que no se quiere dar.

Palacios, al intentar una comprensión del fenómeno insurgente, llama la atención
8
acerca de cómo en lo militar:

La tecnología, los helicópteros y sistemas de comunicación satelital han permitido a la fuerza pública, más que a cualquier grupo ilegal, ‘matar la distancia’, literalmente y en ‘tiempo real’, una ventaja técnica que se pierde ante el déficit del factor estratégico. (Palacios, 2012b, p. 53)

Y efectúa un balance estratégico para aseverar que:

El verdadero problema que hubo de enfrentar la guerrilla en general al terminar la década de 1980 fue el creciente poderío paramilitar basado en el mismo principio de que ‘el poder nace del fusil’ y en la misma técnica de ‘construir’ territorios y ‘bases liberadas’. (Palacios, 2012b, p. 58)


6 Para un estudio comprehensivo sobre el problema histórico de la violencia y la guerra in genere es muy amplia y completa la literatura existente, desde el clásico de Federico Engels, Las guerras campesinas en Alemania. (Medellín: Oveja Negra, 1969), pasando por John Keane, Reflexiones sobre la violencia. (Madrid: Alianza, 2000), hasta de Eric Hobsbawm, Guerra y paz en el siglo XXI. (Barcelona: Crítica, 2007). Sobre Colombia desde la epopeya que narra Alfredo Molano en Trochas y fusiles. Historias de combatientes. (Bogotá: Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales–El Áncora Editores, 1994), pasando por Arturo Guerrero, Guerra, humanismo y ética. (Bogotá: Fondation Charles Leopold Mayer pour le Progrés de l'Homme–Asocaci, 2010), hasta de Gonzalo España, El país que se hizo a tiros. Guerras civiles colombianas (1810-1903). (Bogotá: Editorial Debate, 2013).




2. El liberalismo en la historia colombiana: intento y fracaso en la búsqueda de una salida a la crisis

Debe observarse que los dos libros analizados tienen un marco contextual en cuanto a la producción bibliográfica de su objeto de estudio. A efectos de valorar su importancia y establecer su peso específico, es preciso remontarse a 1967 y abarcar hasta 2013. Es un arco que se abre con el fracaso de la llamada “generación de La Violencia” que estudia el Maestro Orlando Fals Borda en su opus magnum titulado La Subversión en Colombia (aparecido en 1967 y actualizado en 2008). Un balance histórico del período lo hace Fidel Castro Ruz, quien lo consigna en su documento La paz en Colombia (2010). Una obligatoria referencia por el realismo crudo del relato es el libro de Yesid Campos Zornoza El Baile Rojo (2008). Como lo es el importante libro Paramilitarismo en Colombia. La Modernidad que nos tocó de Alonso Otero (2007).7 En el contexto que describimos da frutos la tarea editorial del Grupo de Memoria Histórica de la CNRR que a lo largo de una década realizó 22 estudios sobre la barbarie más reciente, estudios que confluyen en el Informe Basta ya (2013)8 -con el que el que se cierra el arco-.

Basta ya trae un paquete de recomendaciones para realizar los derechos de las víctimas sobre verdad, justicia, reparación y no repetición. También hace 9 recomendaciones para la construcción de paz. Estas recomendaciones han sido omitidas por el gobierno de turno y desconocidas por la opinión pública. Su punto
de partida es reconocer que:

Durante décadas, el Estado colombiano ha moldeado su estructura jurídica respondiendo a la necesidad de hacer frente a un conflicto armado interno que lo ha debilitado y desangrado. Por eso, el ordenamiento jurídico interno, responde, en gran parte, a la lógica de un Estado en conflicto, lo que hace que en un proceso de
7  Se trata de una investigación que se distancia de los conceptos que predominan en la discusión académica y política del tema, para plantear una visión según la cual los fenómenos de la insurgencia y el paramilitarismo no están relacionados con el atraso de las estructuras, sino que contrario sensu responden a presiones y necesidades que la globalización impone a los países periféricos (del “Tercer Mundo”) para adoptar una modernización, sin examen previo de sus consecuencias y sin medios para contrarrestar sus impactos. El examen realizado en este libro del periodo 1982-2002 busca reconstruir una etapa de la historia que tuvo un alto costo en términos de muerte, pérdida de mentes brillantes, y deterioro moral. El autor relata una serie de episodios para reconocer los errores y aciertos del pasado, las necesidades de corregir el rumbo y pensar en un futuro justo y con equidad. Su propuesta consiste en reorientar la política para construir un país tolerante, diverso, solidario y productivo en armonía y cooperación.

8  Departamento Administrativo para la Prosperidad Social–Centro Nacional de Memoria Histórica. Colombia,

Informe ¡Basta Ya! Colombia: Memorias de Guerra y dignidad (2013). El significado de este Informe es de tal alcance que constituye una detallada “declaración de parte” por parte del régimen oligárquico –que debe clarificarse y recogerse de la mejor manera posible– para evitar confusiones en cuanto al panorama táctico y estratégico en pleno desenvolvimiento.


construcción de paz sea necesario ajustar, modificar y derogar aquella normativa que interfiera con esos objetivos. Resulta entonces necesario revisar la estructura normativa e institucional a fin de que su configuración responda y facilite la transición.

Construir la paz demandará cuantiosos recursos, pero más costoso resultaría mantener la guerra. Durante décadas, el presupuesto del Estado destinado para la guerra se ha incrementado de manera significativa, lo que hace necesario, en una etapa de transición, desmontar paulatinamente esa tendencia hasta alcanzar el objetivo de diseñar y ejecutar un presupuesto para la paz y el desarrollo social. (Departamento Administrativo para la Prosperidad Social, 2013, p. 242)


El cuadro que pinta este valioso informe es el siguiente: doscientas veinte mil muertes (incluye los ‘falsos positivos’), de los cuales el ochenta por ciento eran personas no involucradas en acciones bélicas, sesenta y dos mil desaparecidos, Operación Baile Rojo contra la UP que eliminó bajo el método nazi tres mil personas entre dirigentes políticos (quinientos concejales, diputados, alcaldes congresistas) y sociales de sindicatos y ligas campesinas, cinco millones de desplazados, siete millones de hectáreas despojadas a los campesinos (aniquilación de las organizaciones campesinas). Los magnicidios de Pardo, Pizarro, Jaramillo y Galán ad portas de la maniobra constitucional de 1991. Un país teñido de sangre y batido por el sufrimiento. Millones de colombianos

vapuleados, burlados, escarmentados, sacrificados. Mujeres y niñas sumidas en la 10 violación y el oprobio. Hombres y niños hundidos en la vorágine de La virgen de
los sicarios, que relata Fernando Vallejo (1994). Es un problema de una postración moral, de degradación en la vida colectiva que ha llevado a considerar a Colombia como un ‘Estado fallido’ (Acemoglu & Robinson, 2012), como una nación al borde de la disolución. Una situación por su gravedad comparable con la de Ruanda, Namibia, Pakistán, Bangladesh, Siria, Palestina, Irak, Afganistán, en materia de lo que la comunidad internacional denomina ‘crisis humanitaria’.

No se puede desconocer la relación entre conflicto social e insurgencia en el caso colombiano. Uno de los puntos más álgidos de nuestro debate es el relacionado con el vínculo entre el conflicto social y el enfrentamiento armado. Se arguye que no hay relación aceptable de causalidad, dado que si fuese posible este vínculo, otros países más pobres que el nuestro estarían en la posibilidad de generar guerras internas. En fin, si se trata de hacer un balance militar y social, sería recomendable y conveniente revisar tranquila, reflexiva y pausadamente la debacle militar durante los dos gobiernos del presidente Uribe Vélez (2002-2010) y el de su sucesor, el actual presidente reelegido Juan Manuel Santos, ambos


seriamente cuestionados por su forma de ejercer el poder9. Desde 2004 se presentaron acontecimientos hasta ahora en proceso de esclarecimiento, que partían de su peculiar forma de ver el conflicto colombiano. La estrategia se basaba en la idea de “lucha contra el terrorismo”, que niega la existencia de un conflicto con raíces sociales en el país. Así se privilegian las acciones militares y de inteligencia sobre las políticas públicas distributivas10.

En 2004 se conoció el informe “Conflictividad territorial en Colombia”, elaborado por Alfredo Rangel, Armando Borrero y William Ramírez, resultado de un Convenio de Cooperación Científica para Investigación entre la Escuela Superior de Administración Pública y la Fundación Buen Gobierno. Este estudio reconoce la existencia de una parainstitucionalidad que genera alteraciones, en tanto y en cuanto, se convierte en una fuente de conflictividad por el accionar de grupos armados –ejércitos de guerrilleros y “paramilitares”– que actúan en contra o
9 Uribe Vélez basó su ejercicio del poder en vínculos con los sectores más retardatarios de la clase terrateniente, las expresiones ultramontanas del militarismo criollo, el espionaje a las mismas instituciones del Estado que consideraba infiltradas como las altas cortes de justicia, la propaganda negra contra sus opositores, la persecución a los sectores sociales considerados por los servicios de inteligencia como base de apoyo de la insurgencia, combinado todo ello con los más sofisticados programas de asistencia social. Santos cabalgó sobre este esquema para hacerse elegir en 2010 como candidato del uribismo, luego se escinde de su antiguo mentor para aplicar fórmulas propias de un jugador de póker, habilidad de la que se precia el

mismo Santos, quien proyecta una imagen de estratega político vinculado sólidamente con la élite 11 económica, en especial al hombre más rico de Colombia, Luis Carlos Sarmiento Angulo, banquero, dueño del principal diario del país, y ahora gran empresario agrícola. Santos está ligado de manera estrecha con el
cuerpo ejecutivo de las multinacionales y la diplomacia de los países que conforman la OCDE; a su vez reparte dinero público en las regiones para obras de infraestructura que da réditos políticos a la coalición que lo respalda en el Congreso Nacional, más conocida como la fórmula de la “mermelada”. El uno es el fiel continuador del otro con un cambio de manejo táctico de la crisis nacional para mantener el modelo neoliberal basado en el extractivismo y las plenas garantías para la inversión extranjera directa que incluye la actividad de las bases militares norteamericanas en suelo colombiano para el control de centro y sur del conteniente americano. Así las cosas, la guerra de Uribe es la misma paz de Santos: preservar los intereses de la gran burguesía nacional socia del capitalismo internacional para depredar los sectores estratégicos de la economía colombiana.

10 Los costos del conflicto de manera general en materia del PIB nacional por año han estado por encima de todos los rubros. De 2010 a 2014 estos se duplicaron. La guerra la usufructúan ‘hombres de negocios’ que nunca van a la guerra. El Ejército ha sido utilizado por la clase política para ahondar los odios entre distintos sectores sociales y políticos por razones ideológicas, pero los muertos siempre son los de las clases menos favorecidas (militares, policías, guerrilleros, paramilitares y otras bandas). Los ministros de defensa civiles, resultaron más militaristas que los militares y han coadyuvado a generar otra especie de odio de clases entre los actores del conflicto. Su afán de presentar resultados, los llevó a generar una nueva doctrina apoyada por crímenes de lesa humanidad que denominaron “falsos positivos”. La ‘democracia en Colombia’ está en crisis pues las libertades ciudadanas se reducen a votar cada cuatro años para elegir los miembros de un congreso cuya función principal es mantener la distracción y desorganización de los sectores populares. Los costos de la guerra no son únicamente los 26 billones de pesos que en el 2013 se destinaron para “seguridad y defensa”. El gasto militar es igual al gasto en salud, educación y saneamiento ambiental en conjunto. De 600 mil funcionarios del orden central, 515 mil están vinculados al Ministerio de Defensa; así las cosas, más del 80% del rubro ‘gastos de personal’ son destinados a la seguridad. Consúltese Aurelio Suárez Montoya y Miguel Eduardo Cárdenas Rivera (2009).


paralelamente al Estado para disputarle y suplantar su poder, y que por esta razón tienen, además de la militar, una connotación claramente política. Se plantea la hipótesis que sostiene que la conflictividad que genera este fenómeno violento, más allá de ser la sumatoria de las secuelas de un grave problema de seguridad, es un proceso de apropiación y ejercicio del poder; una forma de dominación que se soporta y se reproduce gracias a las fisuras que deja la construcción de Estado y de territorio en este país; gracias a las fisuras (intersticios) que dejan la inequidad y el desorden del desarrollo económico colombiano; y gracias a las fisuras (rupturas) de nuestro tejido social construido entre sucesivas violencias, rápidos cambios demográficos y desarraigos. Los conflictos que genera la parainstitucionalidad impactan y distorsionan el sistema político, la administración del Estado, la organización social y el desarrollo económico. Se identifican también en la hipótesis dos factores que potencian el impacto del accionar parainstitucional: el control efectivo que ejercen sobre el territorio y los comportamientos sociales, políticos y económicos de la comunidad que lo ocupa, y el ejercicio de la administración de la “justicia”.


El conflicto en Colombia tiene hondas raíces políticas y sociales. Por ejemplo, menos de un tercio de la población colombiana tiene acceso a una vida digna,11 mientras los otros dos tercios están excluidos o en condición de vulnerabilidad.12 12 Se trata de una democracia social formal, la cual fue descrita por el presidente de
la República (en encargo), Darío Echandía, como un “orangután con sacoleva” (Gutiérrez, 2014).

Los diferentes gobiernos han sido incapaces de adelantar la reforma social que el país necesita. El Partido Liberal, en diferentes oportunidades, fracasó en llevar a



11   Se entiende por “vida digna” una fórmula proveniente del concepto de “vida buena” acuñada por el célebre filósofo liberal Jürgen Habermas, según la cual todo ser humano por el hecho de ser humano le corresponde la plena satisfacción de sus necesidades materiales para proyectar su realización como persona y ser social a través del proceso discursivo, esto es la capacidad ciudadana de intervenir de manera concreta en la deliberación democrática y contrarrestar así los frenos para alcanzar la igualdad real (no formal). En el lenguaje jurídico tomó fuerza en las sentencias de la Corte Constitucional creada por la Constitución Política de 1991. Así se contrastan dos formas de existencia social: una denominada “el estado de cosas inconstitucional” que no garantiza los derechos sociales y económicos a amplios sectores ciudadanos, y otra de “vida buena” para los que si acceden a los bienes materiales y culturales necesarios para su plena realización como seres humanos.

12 Según Alfredo González del PNUD “en Colombia, la clase media está integrada por 13 millones de personas, los pobres son 16 millones, y hay 18 millones de ciudadanos que son la gran preocupación, pues están en condición de vulnerabilidad, con riesgo de caer, regresar o permanecer en la pobreza”. http://www.eltiempo.com/economia/finanzas-personales/desigualdad-en-colombia-el-pais-ocupa-el-puesto-12/14298377


cabo tales reformas.13 Así ocurrió con Alfonso López Pumarejo en 1934, los gobiernos liberales compartidos de los años 60 y 70, y con Virgilio Barco, quien fue incapaz de emprender las reformas económicas y sociales que acompañaran las reformas políticas emprendidas por Belisario Betancur. Por el contrario los gobiernos de los liberales César Gaviria y Ernesto Samper dieron rienda suelta al modelo neoliberal y fracasaron estruendosamente en la “superación de la pobreza” (Ospina, 2013). Con el conservador Pastrana se intentó un acuerdo de paz con las FARC-EP que fracasó luego que se desistiera de la idea de “compartir el poder”. Así se hizo al solio de Bolívar una expresión de la clase terrateniente con vínculos mafiosos que a través del accionar del paramilitarismo contuvo la ofensiva estratégica de las guerrillas revolucionarias. En este nuevo equilibrio de poder se produjo un desempate técnico a favor del régimen gracias a la intervención directa del Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos a lo largo del primer gobierno de Santos, plan operacional en curso desde su época cuando fungía como ministro de Defensa de Uribe Vélez.14



3. La solución del problema agrario: base para la superación de la violencia sistémica

13
El conflicto sigue girando alrededor de la tierra y su solución requiere de la adopción de medidas en el campo social y económico. Se requiere de una forma de organizar el aparato político-administrativo para que en todo el territorio se garantice la debida prestación de los servicios públicos, administrativos y sociales, y que no sean solo para determinadas capas sociales como los grandes propietarios de la tierra, los potentados de la industria, los banqueros y las inversiones de las multinacionales. A lo largo de la historia en Colombia para el resto de la población se ha aplicado una modalidad de caridad pública que toma forma a través de la llamada “responsabilidad social empresarial”, consistente en acciones desplegadas por las fundaciones de las grandes empresas que con

13 Debe precisarse que el Partido Liberal fracasó no solo por la culposa responsabilidad de sus dirigentes. No es dable entender que su postura reformista encontró un obstáculo infranqueable en sus dirigentes. Si bien a ellos cabe una alta cuota en ese fracaso son las clases sociales a las que representa las que así lo impidieron. Por ejemplo el reformismo de los treinta obedecía a una alianza de los banqueros, los industriales y los terratenientes liberales para impulsar unas reformas que quitaran aliento a la movilización social que tuvo su hito y se contuvo con la Masacre de las Bananeras en noviembre de 1928. Como se constata estas reformas, en especial la agraria, se fueron al traste.

14  La estrategia militar del Pentágono para América del Sur se implementa por parte del Comando Sur que opera desde La Florida con su base estratégica instalada en Colombia durante la gestión de Santos como ministro de defensa de Uribe. La ofensiva actual contra la insurgencia se denomina operación ‘Espada de Honor’ que cuenta con el apoyo directo en materia logística y de táctica operacional por parte del Comando

Sur.


donaciones obtienen rebajas de impuestos, estas acciones se aúnan a los programas asistenciales de corte tecnocrático dotados de una gran capacidad de inversión pública que se aplican a través de organismos no gubernamentales creados ex professo para servir de operadores en la “lucha contra la pobreza extrema”, que por cierto se convierten en fuente de poder electoral mediante nuevas modalidades de clientelismo, como es el caso de las reconocidas “familias en acción”.

La distribución de la propiedad de la tierra es una herencia colonial que no se ha superado, constituyendo una aberratio ante el mundo. El poder de la tierra en Colombia se expresa en un nivel de concentración en el que

(…) los predios de más de 2.000 hectáreas que corresponden al 0,06% de los propietarios, poseen el 53 % de la superficie, en tanto que cerca del 80% de los propietarios que poseen menos de 10 hectáreas les corresponde cerca del 5% de la superficie rural. El área promedio de los predios grandes es de 18.093 hectáreas por propietario, perteneciente a tan solo 2.428 propietarios. (Vergara, s.f.)

En la actualidad esa tendencia “anticampesina” se expresa en el Indicador Gini

para la propiedad rural que alcanza el 0.87. Esto significa que uno de cada cien

propietarios controla 0.87 del total de la tierra disponible, mientras que los otros

noventa y nueva propietarios acceden al 0.13. (Suescún, s.f.)
14

Como si lo anterior fuese poco se ha comprobado que entre cuatro y seis millones de hectáreas quedaron en manos de los narcos y paramilitares. En este aspecto la inoperancia de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras es ostensible.

Los recursos que se destinan a ejecutar los fracasados planes militares se deberían más bien orientar a solucionar el problema de la tenencia de la tierra en Colombia, para dar un adecuado uso económico social y ambiental como bien común (Houtart, 2012). Lo que hasta ahora se ha hecho es cumplir con un componente social en la gestión gubernamental con un limitado enfoque asistencialista que no incluye el acceso a la tierra o a inversiones reales con asistencia técnica y financiera.

Un problema adicional del que adolecen ambos estudios es su falta de claridad sobre el problema de la guerra como fenómeno humano e histórico-mundial.15 La
15 Es preciso asumir la categoría guerra de la manera más correcta posible para entender que esta hace una diferencia con la categoría de conflicto como un fenómeno inherente al ser humano que no desaparece nunca, y frente al cual lo que se debe hacer es resolverlo a través del diálogo; pero la guerra es una forma violenta de resolver los conflictos, a no ser que fuese posible librar la lucha política de clases en forma de


guerra es inevitable en el capitalismo tal como se decantó en cinco siglos y se configuró con base en la “ley de hierro” de la acumulación y la concentración, –ley que en su aplicación lleva ínsita la violencia sistémica–. Pero, además:

Pensamos en términos de guerra, nos sentimos en guerra con nosotros mismos y, sin saberlo, pensamos que la depredación, la defensa territorial, la conquista y la interminable batalla de fuerzas antagónicas son la base misma de la existencia. La guerra es inherente al ser humano, lo ha acompañado como una sombra a través del tiempo y el espacio. La guerra es, pues, normal: no solo engendra el cosmos (Heráclito), sino que constituye el estado natural del hombre (Hobbes, Kant); más aún, el ser se revela como guerra (Lévinas): de ella surge la estructura misma de la existencia —individual y social— y nuestra manera de pensarla. Pero paradójicamente la guerra es “inhumana”: aunque la lleven a cabo hombres, estos actúan poseídos por potencias que los rebasan y transforman, potencias que la mitología identificaba con dioses. La guerra tiene vida propia, no está sujeta al control humano, existe solo para sí: la comprensión de este hecho, ignorado por los modelos seculares, implica el cabal entendimiento de lo que la guerra engendra en los hombres: atracción, culto y, en última instancia, un “terrible amor”. (Hillman, 2010, p. 12)

En un mundo en el que la violencia es omnipresente y multiforme, “la guerra es el

fundamento del ser, como lo son la muerte y el amor, la belleza y el terror”, y que

no hay solución racional ante el amor que provoca sino el encauzamiento de este

hacia la pasión estética. No solo nos aleja de la “ignorancia voluntaria” en que
15

estamos inmersos sino que, al mismo tiempo, nos otorga una novedosa perspectiva para hacer frente a la guerra y la violencia desde sus propias entrañas. Por eso:
Si queremos ver menguar el horror de la guerra para que la vida siga, es necesario entender e imaginar. Los humanos somos la especie privilegiada en cuanto a la comprensión. Solo nosotros tenemos la facultad y el alcance de mirar para comprender los avatares del planeta. Tal vez sea por eso que estamos aquí: para aportar comprensión sensible a los fenómenos que no tienen la necesidad de comprenderse a sí mismos. Incluso puede que sea una obligación moral tratar de entender la guerra. (Hillman, 2010, p. 15)

Así formulada la cuestión de la guerra, el problema de fondo de los dos libros consiste en desconocer que:




guerra no armada —como confrontación de fuerzas organizadas que no apelan a la lucha armada—. No necesariamente a la ‘no-violencia’ que como postura ética rechaza la idea de eliminar al contrario —se refiere claro está a la eliminación física— como algo propio de la guerra. La guerra política sin armas se asume entonces como guerra civil según la sabia fórmula de Sun Tse: “…subyugar al enemigo sin presentar batalla: este será el caso en que cuanto más te eleves por encima del bien más te acercarás a lo incomparable y lo excelente”. Léase Sun Tse (1974, p. 37).


Frente a la figura del Leviatán, que simboliza la construcción del orden y la paz, está la de Behemoth, que representa la guerra civil confesional, es decir, el conflicto violento por las razones más profundas. Dos monstruos que combaten: de un lado, el control del poder fáctico; del otro, la disidencia. Podría parecer que una vez constituido el monopolio de poder soberano que representa el Leviatán, nada pudiera hacerlo caer. No parece haber un más allá del Estado. Sin embargo, Hobbes indica que el Leviatán, a pesar de toda su potencia y ferocidad, es mortal, está sujeto a la decadencia, igual que las demás criaturas de la tierra.

No obstante, el Estado moderno sigue en pie; cierto que con muchos cambios y adaptaciones a las nuevas circunstancias. Se muestra hoy con un rostro menos feroz que aquel diseñado por Hobbes, aunque no menos dañino. Está sostenido en los mismos presupuestos que el viejo monstruo: una antropología materialista, un concepto negativo de la libertad, un contrato entre enemigos potenciales en el origen de la comunidad política, la contención del terror y la violencia como fin de la política, la imposibilidad de un orden internacional de cuño universalista y una idea de razón pública como argumento legitimador del poder político. (Herrero, 2012, pp. 7-8)

En su reciente ensayo sobre la guerra y la paz, el escritor Santiago Gamboa (2014, p. 38) explica:

La guerra, siempre la guerra al principio de todo. Lo importante es lo que se hace después de ella, una vez que se logra construir la paz. Tal vez por esto Kant consideró que la paz entre los hombres no es un estado de la naturaleza, es decir, 16 que no es natural, y por lo tanto se debe instituir. Se debe propiciar. En otras palabras, negociar. Como la paz no es un estado natural, aunque sí un fin deseado, podemos afirmar que es el resultado de un largo proceso de civilización
(…).

En la vía de Uribe López habría que reconocer la necesidad de acudir al Republicanismo como forma de construir el Estado moderno, con un sólido sustento ideológico en el liberalismo social poskeynesiano, con base en la teoría de los derechos sociales, pero ello tampoco se deja vislumbrar en el libro. Desconoce que:

Los republicanos contemporáneos tienen los pies en la tierra: no abogan por una igualdad material extrema, sino que se contentan con la adopción de medidas políticas, sociales y económicas que promuevan la independencia de los ciudadanos, esto es, con que se preserve un cierto nivel de bienestar que les proporcione el tiempo, los recursos, la cultura, la educación y los conocimientos imprescindibles para ejercer sus deberes cívicos. (Ruiz, 2013, p. 135ª)

Pero, además, omite la relación entre el imperialismo y el militarismo, clave para comprender el pathos de la violencia sistemática desde arriba, que se remonta al belicismo del siglo XIX. España (2003) dice:

La carta del 63 consignó lo que se llamó el sagrado derecho a la insurrección. Todo el mundo tenía derecho a armarse, la apelación a las armas se convirtió en el


método más expedito para resolver cualquier litigio político…Esto determina en buena parte la naturaleza extremadamente violenta de la segunda mitad del siglo XIX colombiano. (España, 2003, p. 142)

Con el paso de siglo la acción contra el “comunismo” que se materializa a partir de la Masacre de Las Bananeras perpetrada en 1928, va a tomar forma en la versión criolla anticomunista de raigambre paisa político–religiosa, católica conservadora, tal como la proclamó de manera diestra en los años 40 del siglo pasado Monseñor Builes (Jaramillo, 2007, p. 102), para quien “no había comunista bueno”, de donde se desprendía su soterrada autorización moral para matarlos y enterrarlos boca abajo; así se suma la doctrina del Basilisco de Laureano Gómez (De la Torre, s.f.), la que más adelante –luego de pasar por el crisol de La Violencia– habría de servir de base en nuestro medio a la Doctrina de la Seguridad Nacional, más adelante renombrada como Doctrina de la Seguridad Democrática. Como sí lo explica Palacios:

Lo que podría parecer excepcional en el caso colombiano era la hibridación de las ideologías de la Guerra Fría con residuos de La Violencia y el estado de sitio de tipo dictatorial, cuando gobernó un régimen militar (1953-1957), emanado de un cuartelazo (el único desde 1854) que fue apoyado por la mayoría de las élites políticas, empresariales y religiosas del país. (Palacios, 2012b, p. 18)

17

El “sesgo anticampesino” (Uribe, 2013, pp. 172 y 290) no es otra cosa que el “poder feudal” de los terratenientes en Colombia, que “a sangre y fuego” combatieron y derrotaron la lucha agraria. Uribe López no le da el significado histórico a esa gesta y a lo que significó la traición del Partido Liberal al movimiento campesino cuando se coaligó con el Partido Conservador en el Frente Nacional, pese a dar los suficientes elementos para contextualizar la Operación Marquetalia, que sirve de mojón al importante estudio La Nación Vetada que aquí se comenta.

4. De la relación entre Palacios Rozo y Uribe López: ¿el discípulo supera al maestro?


Es notorio que el autor se inspira, coincide, desarrolla y complementa en su condición de economista político, el enfoque del historiador Marco Palacios que aparece en el importante libro Violencia pública en Colombia 1958-2010. La laguna de Uribe López, la expresa Palacios de manera similar:

El liberalismo occidental como una filosofía política, para diferenciarlo del Partido Liberal, nunca pudo sembrar en el país los valores de la democracia y la


ciudadanía. Por el contrario, soslayó la distribución equitativa de la propiedad agraria, permitió, bajo el formalismo con el que se maneja todo en el país, que los mandones locales desplegaran actitudes de matones y rufianes en su entorno y que, con sus fondos electorales y públicos, chantajearan hacia arriba. Esto, en las condiciones de desequilibrio económico y de poder que genera el narcotráfico y la tozudez de las políticas prohibicionistas de Washington, crearon ese coctel explosivo que se sirve a diario en Colombia. (Palacios, 2012b, pp. 54-55)


El problema agrario que Uribe López denomina el “sesgo anticampesino”, en Palacios es un asunto de tal magnitud que requiere dejar claro que “la restitución de tierras no puede sustituir una reforma agraria”, que “no hay un catastro confiable que permita siquiera saber quiénes son los propietarios de las tierras”. A lo que se suma otro problema “la presión que las grandes mineras y capitales ejercen sobre la tierra” y la “sobredimensión del ejército” que no ha podido resolver el problema de la violencia dado que “las élites colombianas solo buscan reproducirse a sí mismas y extender su poder familiar, de amigos, de roscas, a otros campos”, y agrega:

El problema en Colombia son las élites del poder, tanto las que están en el gobierno en el Congreso como los guerrilleros y mafiosos que los quieren desalojar

(…), nosotros tenemos una clase dirigente muy autocomplaciente. Se creen unos genios que todo lo controlan y todo lo saben, como si fueran dioses del Olimpo. 18 Esa autocomplacencia no les permite ver los problemas que siguen ahí. Por ejemplo, el Estado no ha podido controlar territorialmente el país, ni siquiera el control militar que han querido imponer sin inversión social. El problema es que mientras que en otros países hay garrote y zanahoria, en Colombia la fórmula ha
sido garrote y bla, bla, bla; y la gente ya no come cuento. (Palacios, 2012a, p. 18).

Palacios al comenzar su exposición hace una aseveración —en apariencia baladí— pero sustancial para su enfoque de “violencia pública”: “(…) más colombianos han perdido la vida por accidentes de tránsito que en la confrontación armada directa”. (Palacios, 2012b, p. 18).

Es loable su precisión conceptual sobre la violencia pública tal como la emplea en el título del libro, dado que ella “denota toda forma de acción social o estatal por medios violentos que requiera un discurso de autolegitimación” (Palacios, 2012b, p. 25).

La solución que esboza comprende:

Negociar consensos políticos alrededor de la demolición de la propiedad latifundista, principalmente ganadera; de la ideología del latifundismo y del clientelismo; habrá que asegurar mejor las libertades individuales y públicas, proteger efectivamente los derechos humanos, abrir la ciudadanía a todos los


colombianos y ampliar los márgenes de la soberanía nacional. (Palacios, 2012b, p. 21)

Palacios constata que el funcionamiento del Estado colombiano (1958-2010) adolece de un “flagrante déficit de legitimidad y soberanía en el ámbito del territorio nacional y en el sistema internacional (sic)”. (Palacios, 2012b, p. 21).

Palacios acepta como premisa de su estudio la idea hobbesiana según la cual los “súbditos a(d)miran al Estado que empuña en una mano la espada y en la otra un báculo” (Palacios, 2012b, p. 37). A esta medieval concepción suma la del funcionalista Weber para quien el Estado funciona con base en el “monopolio legítimo de la violencia” y de la alta capacidad para recaudar impuestos (Palacios, 2012b, p. 51), ergo en Colombia “no funciona el Estado” conditio sine qua non de la modernidad que se asume como la clave (demiurgo) del desarrollo, etcétera; esto es, todo el imaginario académico producto del eurocentrismo al que se responde desde la decolonialidad, debate de crucial importancia que ha pasado de agache entre nuestra “intelectualidad” marcada por el verbalismo que encubre su servilismo y postración al statu quo.

No obstante es significativo su aporte sobre la modernización que:

19
No explica, sin embargo, la profundidad del cambio que representó la aceleración de un tipo de capitalismo salvaje y sus conexiones profundas con el complejo política-violencia; ni las transformaciones del poder mundial y el papel de Estados Unidos en la modernización de un país tecno-económicamente atrasado y fiscalmente débil como Colombia. (Palacios, 2012b, p. 48).
Al igual que Uribe López, Palacios se aferra al concepto de Estado hobbesiano propio de un liberalismo hirsuto. El primer capítulo del libro es en realidad un testimonio de vida, que no logra un orden expositivo con los capítulos subsiguientes que aparecen inacabados, pues resultan en últimas una crónica con vacíos en el arsenal bibliográfico, por ello deja en espera un ulterior estudio histórico.

Conclusión: La salida política: construcción del posconflicto y pluralidad de enfoques


Los factores para el ‘posconflicto’ (Cárdenas, s.f., pp. 31-41) resultantes de una negociación que conlleva una reducción efectiva y rápida del gasto militar en pro de lo social, pasan entonces por un cambio de fondo en el manejo del país, una dirección de los asuntos públicos como república moderna, una administración


pública digna de llamarse pública, y el cese del abuso de los banqueros, los hacendados, los contratistas y proveedores, y la eliminación de los privilegios que gozan los altos funcionarios del Estado.

La guerra civil –aquella que se libra sin armas– permitirá a Colombia superar el conflicto armado para ocupar el próximo medio siglo en la construcción de una sociedad libre y justa en el sistema dinámico y cambiante de relaciones económicas y políticas internacionales. Estos serían algunos de los factores necesarios para superar el conflicto que se inició con el Frente Nacional y construir una sociedad con un manejo adecuado de los recursos naturales como un bien común, base cierta de una economía social que garantice el pleno respeto a los derechos humanos de carácter universal.

Una gran causa por la cual se han librado guerras inútiles y costosas, y sin gloria como lo demostró con entereza y valor el General de la República, Luis Alfonso Mejía Valenzuela, en su libro de 2008 sobre “la endemia de la sedición en Colombia”, en el cual explica que las raíces de la insurgencia actual se hallan en la crisis agraria.

En la actualidad se puede encontrar una dimensión global del conflicto marcada

por un componente sustancial en la lucha por la humanización de la vida en el 20 planeta: la preservación formal y la aplicación real de los derechos humanos, económicos y sociales, y de lo que más recientemente se ha venido a acuñar
como el “derecho al desarrollo”, a la seguridad alimentaria y humana, como doctrina que toma fuerza para orientar políticamente el sistema de relaciones internacionales. Hoy no es posible concebir el problema de la seguridad sin asumir un respeto integral, esto es, conceptual y pragmático, con los Derechos Humanos como instrumento clave para la “construcción del posconflicto” en términos de soberanía alimentaria.

Hay quienes piensan que dejar atrás la dinámica bélica y construir el posconflicto es un sinsentido. Consideran que aún vivimos una fase primaria de la agudización de la crisis y que es menester que el conflicto madure, esto es, que se agudice para delimitar mejor las posturas y saber con precisión cuál es la capacidad real de las fuerzas enfrentadas para, sobre esa base, hablar de posconflicto. En su mirada falta recorrer una fase en la que la correlación de fuerzas permita un desequilibrio estratégico que pueda crear las condiciones para que así el llamado posconflicto alcance la conditio de categoría de la ciencia política aplicable al proceso colombiano, dada su composición y características actuales.


Así las cosas, cuando se habla de la “solución política del conflicto en Colombia”, la referencia es la necesidad de perseverar en una idea arraigada en amplios sectores de la opinión pública nacional e internacional acerca de cómo dar curso a un proceso integral de negociación que reconozca las causas objetivas y subjetivas del conflicto; que no se autoengañe con la idea de la derrota del enemigo, y que abra la posibilidad de ofrecer una solución –en términos de plan de vida– no solo a unos tantos miles de insurrectos levantados en armas –sino a la población que sufre las consecuencias del conflicto–, cuyas raíces se hunden en el problema agrario y en la exclusión política que ha conllevado al uso de la violencia desde arriba, a partir de la década del veinte durante el siglo pasado.

La salida a la crisis colombiana no puede resultar de una retórica “concertada por arriba” que realiza algunas reformas institucionales “para la paz” con el fin de lograr una “buena administración del Estado” e impulsar “reformas sociales” que den “vida digna al conjunto de la población”. En realidad

(…) No hay un capitalismo enfermo de la mundialización neoliberal y de guerrerismo y otro capitalismo “posible” o utópico, estable y eficiente, que funcionaría con fluidez, libre de las crisis, del militarismo y la guerra y de brotes neofascistas. (Teitelbaum 2010, p. 21).

En resumen se trata de la modernidad que trae el capitalismo desde el siglo XV a
21
un país tropical, ubicado en el centro geoestratégico de un continente; es por tanto explicable un colonialismo cultural que persiste a través de diversas formas de colonialismo económico y político. Como bien lo reconoce Uribe López, en Colombia el tipo de liberalismo inserto en los libretos cognitivos del bloque en el poder no es el que busca amordazar al Leviatán para conjurar su despotismo, sino un liberalismo que busca mantener debilitada su capacidad infraestructural a fin de evitar un poder capaz de ponerle cortapisas a sus intereses particulares. Como con su habitual lucidez lo advirtiese Ernesto Guhl


(…) es un hecho sabido que quienes están arriba triunfan, y por lo mismo les asiste la razón, corrompiendo en la mayoría de los casos a las ciencias, poniéndolas al servicio de sus intereses, hasta llegar a ejercer la violencia. (1991, p. 5) .


Se trata de un sistema basado en comportamientos egoístas, pragmáticos e individualistas. Por ello es necesario hacer una lectura de los dos textos y sumarlos a la búsqueda de una interpretación de la violencia en Colombia, que tiene una causa fundamental: la élite en el poder que impide manu militari la existencia de una antiélite. (Cárdenas, 2014, pp. 356-386). Por eso la crisis permanece y se profundiza. Colombia –al igual que el resto del mundo– transcurre


“[…] una era de la historia que ha perdido el norte y que, en los primeros años del nuevo milenio, mira hacia delante sin guía ni mapa, hacia un futuro irreconocible” (Hobsbawm, 2007, p. 9).


Referencias


Acemoglu, D. & Robinson, J.A. (2012). Por qué fracasan los países. Bilbao: Deusto.

Aponte, D. (2011). Terminando el conflicto armado con el ELN: de la necesidad de finalizarlo más allá del recurso a las armas. En D. Aponte & A. Vargas, (ed.). No estamos condenados a la guerra. Hacia una estrategia de cierre del conflicto con el ELN (pp. 33-110). Bogotá: Cinep-Cerac.

Borón, A. & González, S. (2004). ¿Al rescate del enemigo? Carl Schmitt y los debates contemporáneos de la teoría del estado y la democracia”. En A. Borón (ed.). Filosofía política contemporánea. Controversias sobre civilización, imperio y ciudadanía, (pp. 135-139). Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de

Ciencias Sociales.
22

Campos, Y. (2008). El Baile Rojo. Bogotá: Debate.


Cárdenas,  M.  E.  (ed.)  (2003).  La  construcción  del  posconflicto  en  Colombia.

Bogotá: Fescol – Cerec – CESO – Unijus.

Cárdenas,  M.E.  (2014).  Camilo  Torres  y  Orlando  Fals:  antiélite,  utopía  y

pluralismo. Colombia 1958-2008: lecciones para la historia. En N. Herrera & L.

López (ed.).  Unidad en  la diversidad. Camilo  Torres y el Frente  Unido del

Pueblo (Aportes para el debate), (pp. 356-386). Bogotá: Corporación Colectivo

Frente Unido, Ediciones Desde abajo, Periferia Fondo Editorial, Corporación

Kasibilla.

Caparrós, M. (2014). El Hambre. Madrid: Planeta.

Castro, F. (2010). La paz en Colombia. La Habana: Editora Política.

Cispal. (2012). América Latina: la CIA el arma clandestina del imperio del terror.






De la Torre, C. (2014, 12 de mayo). La sombra de Laureano. Diario El Espectador. Recuperado de http://www.elespectador.com/opinion/sombra-de-laureano-columna-491964

Departamento Administrativo para la Prosperidad Social, Centro Nacional de Memoria Histórica. (2013). Informe ¡Basta Ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad. Bogotá: Imprenta Nacional.

Economía y Negocios (2014, 25 de jul.). Colombia, en el puesto 12 en el mundo

en
desigualdad:
PNUD.
Diario
El
Tiempo.
Recuperado
de.







Engels, F. (1969). Las guerras campesinas en Alemania. Medellín: Oveja Negra.

España, G. (2003). Carlos Holguín y el debate de la táctica. La gran polémica

interna  de  los  conservadores  bajo  el  régimen  de  Rionegro.  (2ª.  Edición),

Bucaramanga: Ediciones Universidad Industrial de Santander.


España, G. (2003). El país que se hizo a tiros. Guerras civiles colombianas (1810-
23
1903). Bogotá: Debate.












Fals, O. (2008). La subversión en Colombia. El cambio social en la historia. (4ª

ed.). Bogotá: FICA–CEPA.






Guarnizo, J. E. (2011, 2 de abril). Guerrillero, ‘para’ y bacrim. El Colombiano.

Recuperado





de



Guerrero, A. (2010). Guerra, humanismo y ética. Bogotá: Fondation Charles Leopold Mayer pour le Progrés de l'Homme–Asocaci.

Guhl, E. (1991). Las fronteras políticas y los límites naturales. Bogotá: FEN Colombia.

Gutiérrez, F. (2014). El orangután con sacoleva. Cien años de democracia y represión en Colombia 1910-2010. Bogotá: IEPRI Debate.

Hardt, M. & Negri, T. (2007). La multitud y la guerra. México: Era.



Herrero, M. (2012). Ficciones políticas. El eco de Thomas Hobbes en el ocaso de la modernidad. Buenos Aires–Madrid: Katz.

Hillman, J. (2010). Un terrible amor por la guerra. México D.F.: Sexto Piso.

Houtart, F. (2012). De los bienes comunes al bien común de la humanidad. La Habana, Cuba: Ruth Casa Editorial.

Hobsbawm, E. (2007). Guerra y paz en el siglo XXI. Barcelona: Crítica.

Hobsbawm, E. (2013). Un tiempo de rupturas. México, D.F.: Crítica.

Jaramillo, D. (2007). Satanización del socialismo y del comunismo en Colombia (1930-1953). Popayán: Editorial Universidad del Cauca.

Keane, J. (2000). Reflexiones sobre la violencia. Madrid: Alianza.

Luxemburgo, R. (1972). Introducción a la economía política. Córdoba: Ediciones Pasado y Presente.
24
Mao, Tse–Tung.(1971). Sobre la guerra prolongada, 1938. En Obras Escogidas de Mao TseTung,.Tomo II, (pp.75-200). Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras.

Marx, K. (2014). El Capital. Crítica de la economía política. Tomo I. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.

Mejía, A. (1998). Una guerra inútil, costosa y sin gloria. La endemia de la sedición en Colombia. Bogotá: Tercer Mundo.

Molano, A. (1994). Trochas y fusiles. Historias de combatientes. Bogotá: Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales y El Áncora Editores.

Ospina, W. (2013). Pa’ que se acabe la vaina. Bogotá: Planeta.

Otero, H. A. (2007). Paramilitarismo. La modernidad que nos tocó. Bogotá: s.n.

Palacios, M. (2012). Violencia pública en Colombia 1958-2010. Bogotá: Fondo de Cultura Económica.


Palacios, M. (2012, 13 de agosto). La guerra se puede acabar. Revista Semana, 54-55.

Pecaut,   D.    (1976,    oct-dic.).    Reflexiones  sobre    el    fenómeno  de    la   violencia.

Ideología y sociedad, (9), 71-79.

Ponsford, M. (2014, 23 de enero). Editorial 100: Cien años de realidad. Revista Arcadia. Recuperado de http://www.revistaarcadia.com//impresa/especial-arcadia-100/articulo/una-explicacion/35013

Rangel, A., Borrero, A. & Ramírez, W. (2004). Conflictividad territorial en Colombia. Bogotá: Escuela Superior de Administración Pública, Fundación Buen Gobierno.

Robinson, J. A. (2014, 10 de agosto). Colombia: ¿Tercera Vía o Tercer Mundo?

Diario El Espectador, 4–6.

Romero, E. (s.f.). Colombia: luchas campesinas. Recuperado de file:///C:/Users/user/Downloads/41732-106249-1-PB.pdf

Ruiz, R. (2013). La alternativa republicana a la democracia contemporánea: 25 participación y virtud cívica. Derecho y Realidad, (20), 119-141.
Serrano, E. (2002). Consenso y Conflicto. Schmitt y Arendt. La definición de lo político. Medellín: Instituto de Estudios Políticos y Editorial Universidad de Antioquia–Otraparte.

Silva-Herzog, J. (2006). La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

Suescún, C. A. (2014, 10 de mayo). Macroeconomía e inequidad entierran el campo. Recuperado de http://www.unperiodico.unal.edu.co/en/dper/article/macroeconomia-e-inequidad-entierran-el-campo.html

Sun Tse. (1974). Los trece artículos sobre el arte de la guerra. Barcelona: Anagrama.

Suárez, A. & Cárdenas, M. E. (2009). Bases de una política económica para la productividad, el empleo y la distribución del ingreso. Bogotá: Fescol.


Teitelbaum, A. (2010). La armadura del capitalismo. Barcelona: Icaria.

Uribe,   M.    (2013).    Estilo   de   desarrollo   y  sesgo    anticampesino   en   Colombia.

Cuadernos de Economía, (60), 505-535.

Uribe, M. (2013). La Nación vetada: Estado, desarrollo y guerra civil en Colombia.

Bogotá: Universidad Externado de Colombia.

Vallejo, F. (1994). La virgen de los sicarios. Bogotá: Alfaguara.

Vélez, C. I. (s.f.). El EPL: un grupo que opera a la sombra de las Farc. Diario El Colombiano. Recuperado de http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/el_epl_un_grupo_que_ope ra_a_la_sombra_de_las_farc/el_epl_un_grupo_que_opera_a_la_sombra_de_la s_farc.asp


Vergara, W. (s.f.). Reforma agraria en Colombia y ‘Prosperidad para Todos’: ¿el camino hacia el desarrollo humano? Revistas Lasalle. Recuperado de http://revistas.lasalle.edu.co/index.php/ls/article/view/991

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | JCPenney Coupons